16 de junio de 2011

LA MAÑANA

En plenas facultades mentales me dispongo pues a comenzar de nuevo. El día se vuelve a toldar y seguramente las gotas de agua volverán a caer sobre las calles de esta ciudad. No necesito muchas horas para dormir, a lo sumo cinco y pare de contar. Con la pesadez del sueño aún en los ojos garrapateo las primeras letras de este día. En la noche anterior descubrí una joya que no había visto: La ruleta china de Fassbinder. Una pobre tullida es el objeto del odio de toda su familia. La extraña enfermedad que la azota ha sido el detonante de este repudio. Su enfermedad es vista como una maldición por la gente que le rodea. En una extraña fiesta de swingers los papás de la chica se divierten en la vieja mansión. La tullida irrumpe en la edificación y la madre vuelve a sentir la repugnancia que le produce su presencia. La madre tiene un arma y quiere usarla. Tiene muchas ganas de vaciarle el proveedor al pecho de su hija. Lo que me impacta más del cine de este realizador alemán es la maldad que recubre a cada uno de sus personajes. Son películas duras, casi diabólicas. Los amantes se besan al cuello, mordiéndose como vampiros sedientos. Los ojos son fríos y cuando alguna alegría los embarga irrumpen en una carcajada histérica. La risa es expulsada de la boca como quien escupe o vomita.
Queriendo seguir con las cosas que no he visto me subí a ese toro mecánico que es Pink Flamingo. Desde los años universitarios cuando vi Gummo no sentía tanta repugnancia. No me importa que los freaks que protagonizan esta bizarrada coman mierda de perro al final de la película, lo que me desespera es el ensalce que se le hace a la estética de lo feo en cada uno de sus planos. Pink Flamingo me volvió a mostrar los límites que tengo. Lo siento no me puede gustar todo. Según un amigo muy querido, admirador de John Waters y de todo lo extraño, yo no entendí el contexto de la película. Es un filme guerrillero, anti narrativo y anti cultural. Si tienen ganas de pelear pues que abandonen la sala de edición para internarse en la selva empuñando un arma pero que no sigan haciendo sus mierdas de películas. Duré quince minutos no más montado en este toro mecánico que me espetó como si fuera un muñeco de trapo. Mi amigo decía que esta película gustaba mucho a los franceses siempre amantes de lo que va en contravía. Los franceses le dije, son unos sucios snobs y nosotros somos las ratas mas miserables de este chiquero porque no hacemos sino copiar todo lo que estos sucios malolientes hacen o dicen.
Lo bueno de Pink Flamingo es que te dan ganas de ver buen cine. Lavé mis heridas volviendo a ver por enésima vez Barry Lyndon, el exitoso intento de Kubrick por viajar en su máquina del tiempo. Sobre la pared las imágenes se iban componiendo formando un cuadro. Lyndon es una clase de pintura y de mesura narrativa. Todo fluye despacio, cada minuto del filme está revestido de vida. Como Visconti Kubrick fue un gran adaptador. No solo se conformaba con trasladar la atmósfera que rodeaba un libro sino que al trasladarlo al cine convierte la obra literaria en algo propio.
Época muy fecunda no solo en lo que he escrito sino en lo que he leído o releído. Sin embargo quiero centrarme en mis fracasos. Influenciado por la pasión que le profesan muchos amigos compré hace unos meses Vida Secreta de Pascal Quignard. Creí que era la época perfecta para leer el que es considerado el último gran libro sobre el amor. Pero me declaro inmune a la poesía. No he podido pasar de la segunda página. No es culpa de la traducción, el lenguaje es muy bello y todo eso pero yo necesito que me cuenten una historia así sea de una manera desordenada, extraña como lo puede hacer Celine, pero la belleza por la belleza no va conmigo querido. El amor me gusta vivirlo en físico, con otro cuerpo al lado. Leer sobre el amor de los demás me resulta tan impúdico como observar la cagada de un extraño.
Berlín Alexanderplatz fue otro de mis descalabros. Desde que vi la versión televisiva que hizo Fassbinder me dio curiosidad leer la obra cumbre de Doblin. Pero este experimento me ha dejado absolutamente perplejo. No entiendo como hizo el realizador alemán para darle coherencia narrativa a un masacote extraño, pedante, incoherente. Hace unos años trataba de ser condescendiente con una obra tratando de decir que es que me quedaba grande. No, hay cosas que no solo te quedan grande sino que los años han caído sobre todas esas experimentaciones literarias. La inmortalidad de una obra radica en la sencillez con la que está hecha. Si una novela no es un puente entre el autor y el lector, entre Dios y los hombres no es más que basura. El Quijote, Crimen y castigo incluso el mismo Cien años de soledad son clásicos porque tratan de narrar algo. Desde que los primeros habitantes poblaron este planeta hubo la necesidad de entornarse alrededor del fuego antes de que existiera en lenguaje. En el movimiento incandescente de las llamas los cavernícolas encontraron la primera historia. Ese poder que tiene el fuego es el que heredan las grandes obras de la literatura.
Ya no soporto hablar de otra cosa que no se el fracaso. El fracaso es lo único real. Toda alegría al final terminará en amargura, ¿Por qué no saltamos esa fase tan cruel que nos ilusiona y nos armamos para enfrentar el terrible destino que nos espera? El terrible destino es que en cualquier momento una bomba te ciegue la vida. No importa donde estés si eres colombiano llevarás el estigma y hasta allí te seguirán y te destruirán. Como los hijos de Aureliano llevamos en la frente la señal de la derrota. ¿Por que entonces afuera la gente está tan contenta? No hay nada que celebrar. Cada hora que pasa es un paso más a la destrucción final.
El último libro sincero que se ha escrito es Maestros Antiguos de Thomas Bernhard. Por lo general a los maricones que se masturban con las flores que escupe Quignard les repugna ese pesimismo “Exhibicionista” que destila el autor vienés. Se equivocan feo señoritas. Bernhard es el realista puro, el hombre que habla de la incapacidad que puede tener un hombre al tratar de emular al malparido de Dios. Toda obra maestra no es más que un fracaso. Ni siquiera Judá León, el rabino de Praga que construyó al Golem pudo triunfar. El viejo crítico de arte que se sienta cada mañana religiosamente en la silla que le reserva el guardián en el Cronicles Museum de Viena, al frente de un Tiziano es testigo del fracaso perpetuo; todo fue en vano y ese es el gran legado de Bernhard. Nadie se acercó siquiera a la perfección.
Resulta paradójico que un ser tan abominable como yo trate de hablar de perfección pero así me levanté hoy. Cierro viaje al final de la noche y me doy cuenta que no he dormido, que quiero hablar y el único medio que tengo para que me escuchen es este, infame, autoritario pero es el único medio que tengo.
La mañana empieza a aparecer en la ciudad. Día de grandes cambios. Para mi salir a la esquina se ha convertido en una aventura herzogiana. Antes de hacer cualquier actividad decido encender el computador y desahogarme. Justifico mi vida si la escribo. Ahora si puedo comenzar a sufrir.

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