21 de junio de 2011

UN GRAN POETA

Cada mañana, lo primero que hacía Ontiveros era calentar una rabadilla de gallina rebosante de huevos en el microondas y pasarla con un vasito de masato mientras terminaba de leer un libro sobre el III Reich. Todavía era de noche cuando salía con su maletín de cuero y el pelo perfectamente alisado para atrás. El trabajo no quedaba lejos así que caminaba rápido. Estaba convencido que ese ejercicio diario aminoraría las miles de calorías que consumía al día y no entendía porque a pesar de caminar cuatro cuadras a paso raudo él seguía exhibiendo esa mantecosa y nerviosa barriga. Se sentaba y antes de ocuparse de las decenas de carpetas que justo ese día se acumulaban alrededor, sacó la libreta y continuó con el poema. Era sobre el recuerdo de una amiga rubia que había tenido en la niñez. Su padre había sido abaleado por unos delincuentes comunes en la década del ochenta. Ontiveros buscaba con desesperación enaltecer esa muerte, darle connotaciones heroicas. En la universidad siempre quiso pertenecer a la JUCO pero le daba muchísima pereza asistir a las reuniones de los sábados o los domingos meterse bien adentro en Atalaya a alfabetizar. Además en esa época el creía ser un hombre de armas, no de ideas. “Y si no lo mató un ladrón sino el nefasto gobierno de Virgilio Barco? Y podía ver como ese odioso comerciante se convertía en su cabeza en un aguerrido líder sindical, lo vio arrastrarse hasta la bandera roja y relajar su cuerpo solo cuando pudo abrazar ese pedazo de tela escarlata. Alborozado por la imagen que acababa de plasmar sobre el papel, mordió su mongol y para compensar tamaña dedicación llamó a la cafetería pero nadie le contestó al mirar la hora en su computador comprobó que todavía era muy temprano.
Anoche necesitaba dejar lista la exposición que tenía para esta tarde. Desde Bogotá venía la controlaría para verificar que no hubiese ningún acto de corrupción en el archivo. Desde ahí el poeta en ciernes tenía el manejo de todas las hojas de vida de los maestros del departamento. Casos se habían visto donde sus antecesores decidieron dejarse ayudar por los maestros que cansados de tener unos sueldos de mierda necesitaban ganar un poco más. Ontiveros los ayudaba pensando en que lo más importante que le daría a la humanidad serían sus poemas y para poder hacerlos, para poder concentrarse mejor lo ideal sería que no tuviera ningún problema económico. Para dormir con tranquilidad se decía que al otro día haría los versos que lo catapultarían a lo que el llamaba “El olimpo literario” donde solo estarían él y Sábato y Saramago y Benedetti y Paulo Coelho, sus escritores preferidos, los que mas influencia habían tenido sobre su obra. Entonces había preparado unas carteleras para explicar el flujo de carpetas mensuales, su organigrama de trabajo, en fin demostraría sobre esas carteleras su abnegado e impoluto desempeño. Lamentablemente el verde había sido utilizado constantemente ya que las columnas de ese color prevalecían sobre las rojas producto de su impecable rendimiento. Intentó llamar a la papelería para que le trajeran el pedido pero nadie le contestó. Se puso una bata y salió corriendo para allá. Últimamente él consumo excesivo de cocaína lo aceleraba constantemente. A pesar de que tres llantas de grasa se le asentaban en él pecho y la región abdominal todo, absolutamente todo lo hacía corriendo. En la esquina sintió como una nausea le partía en dos la enorme barriga. Tomó aire como quien saca la cabeza del agua e inhala. El jadeo era tan fuerte que llamó la atención de una muchacha rubia que pasaba por allí, se acercó y le preguntó que pasaba. Era ella. La alegría de verla después de tanto tiempo hizo que la vergüenza de verse así, ahogado y en bata pasara a un segundo plano. Desde el colegio que no se veían y sin embargo el seguía recordando el momento en que ella llegó desgarrada porque su padre, un importante exportador de la ciudad acababa de ser acribillado cuando abría el negocio. Ella llegó llorando mientras los otros niños se burlaban de su desgracia. Ontiveros fue el único que se acercó para darle consuelo por eso, como ocurriera treinta años atrás él intentó abrazarla pero ella apartó ese océano de grasa con sus dos manos.
-Te entiendo, discúlpame-Decía Ontiveros mientras con su lengua se relamía el bigote- No me acordaba de lo de tu padre.
-¿Qué es lo de mi padre? ¿De que está hablando?- decía la rubia mientras le hacía señas al hombre que la esperaba en la esquina- óyeme Ontiveros, de verdad vine corriendo porque escuché el jadeo y creí que te iba a dar un infarto pero la verdad tengo que irme.
-¿Cómo que te tienes que ir chiquita? ¿Después de tanto tiempo me dejas ir así, como si nada?
Ella sin mediar diálogo se volteó, cruzó la calle y abrazó al chico que la acompañaba. El gordo la siguió por callejuelas hasta que llegaron a la gran avenida donde se metieron a la casa 5 B. Ya sabía dónde vivía la que él consideraba “El amor de su vida”.
A pesar de que sus intentos por ser guitarrista, actor, arquitecto, pintor y ahora poeta habían fracasado estruendosamente, a pesar de su escaso por no decir nulo éxito con las mujeres, Ontiveros se tenía una fe casi tan enorme como su panza. El hecho de que días atrás una maestra desesperada, madre de cinco hijos, cuyo esposo había sido confundido con un guerrillero y dado de baja por el glorioso ejército la obligaba a ganar un poco más. Por eso necesitaba encarecidamente ascender en su escalafón. A Ontiveros le resultó hacer con la joven madre algo que el llamaba “Cruce de cuentas” o “Ayuda mancomunada” Osea que entre los dos resolverían sus problemas. Sobre la mesa de su trabajo le puso fin a cinco meses de castidad obligada. En su blog escribió un artículo sobre lo putas que pueden ser las maestras del Departamento. Este soborno lo había interpretado en su mente como un acto de seducción, de poder sexual que sin duda creía tener. Por eso el hecho de que la hermosa rubia viviera con un man pinta al frente del exclusivo sector de la Gran Avenida le preocupaba lo más mínimo.
-Ontiveros hombre, yo creí que a esta hora ya había cruzado la frontera, a que vino, a que lo metieran preso.- Era Conrado Becerra, su jefe de sección, un hombre que siempre había odiado a su subalterno porque creía con justa razón que estaba en ese puesto por sus conexiones políticas- Usted no tiene ninguna forma de explicar lo que ha sucedido en este archivo, ninguno. Ontiveros, quiere un consejo hermano, vayase loco, váyase mientras tenga tiempo, esos manes se demoran todavía, ah, y veo que volvió a ser carteleras, y como así? Todo es verde querido Ontiveros? Mire sabe que, en el fondo me va a alegrar que se quede.
Salió dando un portazo. Que se cree el Becerra este, ¿Acaso no sabe quienes son los Ontiveros en esta ciudad? Él no tenía opción de estar en este maldito hueco por sus convicciones artísticas, ya lo habían hecho otros peotas, sostenerse en un puesto infame, chuparle la teta al estado para poder hacer su obra. Pero cuando esta explotara vendrían sus familiares y todos los Becerras que lo habían humillado, que lo habían tratado de inútil a arrodillarse ante sus pies. No sería la primera vez que pasaba en la historia, no señor.
Además se le acusaba de una injusticia, de algo que todos habían hecho. Un mandatario de este país dijo alguna vez que lo correcto era robar en sus justas proporciones, bueno, que lo investigaran, que vieran el chiquero donde dormía, lo poco que ganaba que si bien el no sufría porque la parte de la gallina que mas disfrutaba comer era la rabadilla el no tenía auto, ni compraba los libros de sus autores favoritos ni se daba ningún lujo. Que por ahí tres veces al año recibía favores de las maestras desesperadas por ascender pero que no necesitaba nada de eso porque para eso él era poeta y había nacido con el don de palabra.
Su objetivo no era congraciarse con los fiscales capitalinos que vinieron por las constantes quejas que llegaron de diferentes maestras denunciando las vejaciones a las que eran sometidas por parte del funcionario clase C Eleazar Ontiveros. Llamando a tres tías conseguiría la absolución final porque por mas que lo odiara su familia el llevaba su apellido y para ellos sería una deshonra, un escupitajo al pedigrí que se filtrara este escándalo en los periódicos. No, su objetivo era hacer el poema mas hermoso para la mujer mas bella del planeta. Por eso mientras se encargaba de hacerle correcciones a su cartelera porque en la oficina había encontrado por fin el marcador rojo, tuvo el impulso que solo pueden tener los poetas, los iluminados y rompió esa oda al padre muerto y como si Dios se hubiera sentado a su lado a dictarle escribió estas palabras.
Fémina de turgentes formas
Tu sonrisa tiene la frescura
De las algas marinas en primavera.
Blonda carismática y feliz
Crees con razón
Jajajajajjajaja
Jajajajajajja
Que puedes atrapar todo con una sonrisa
Anda
Si?
Sonríe un poco para mi
Sobre tu nombre puedo encontrar
Explicaciones sobre
El hambre en África
O las continuas guerras en Israel
Pero anda
Ven
Que eso que en tu cara me fascina
Que es eso que en tu cara me domina
Será tu sonrisa?
O tu
Carita de Angel
La próxima vez que me veas por favor
No
T
E
Va-
Y
A
S

Tomando los riesgos estilísticos de sus autores favoritos como Meyra del Mar, Angela Botero, Ricardo Arjona, Andrés Cepeda o Benedetti, Eleazar no solo hizo la esperada a oda a la blonda de sus sueños sino que de paso había logrado crear el poema con el que aspiraría a la inmortalidad. Podía ver entonces como rubias jovencísimas de pechos pronunciados se le acercaban a ponerle sobre su cabeza la tan ansiada corona de laurel. Releyó lo escrito y no pudo reprimir el llanto. Temblando firmó el poema convencido de que había sido el actor protagónico de una de las páginas mas gloriosas de la historia de la literatura.
Afuera un alboroto se había formado en torno a su puerta. Y es que desde hacía una hora los jueces habían llegado al ministerio y exigían su presencia. Estaba tan sumergido en la concepción del poema que no escuchaba lo que sucedía. El mundo se había detenido y su pluma era lo único que se movía. Salió con una sonrisa de oreja a oreja, batiendo como un loco la hoja donde había escrito el poema. No atendió lo que decían, gritaba que sus sueños por fin se habían hecho realidad. Conrado sonrojado le agarraba del brazo obligándolo a entrar en la sala pero Ontiveros, poseído por el espíritu de Mario Benedetti salió corriendo por el pasillo, las oleadas de grasa surcaban la tela de su camisa, Conrado gritó una y otra vez pero al gordo poco o nada le iba a importar lo que decidieran los jueces en esa audiencia, igual él ya era un poeta y como tal ya no pertenecía a este mundo.

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