El fin de la guerra y la formación de la república significaron un nuevo aire para el comercio, en especial para la villa de San José, la mejor situada geográficamente para servir de puerto seco. El fin del monopolio español permitió la participación abierta de otras naciones como Inglaterra y Francia en el intercambio comercial y esto trajo nuevas oportunidades. Se establecieron más colonias extranjeras y nuevos productos se empezaron a transportar para abastecer los mercados internacionales.
En el libro El Terremoto de Cúcuta Luis Febres Cordero habla de una ciudad llena de “Importantes casas comerciales europeas que efectuaban relaciones comerciales con Inglaterra, Alemania, Italia y Francia. A esos países se exportaban los famosos sombreros jipijapa que se confeccionaban en el estado soberano de Santander; el cacao que se producía en las vecindades de Cúcuta; el café que era el principal producto de exportación, la panela, el fique y otros productos regionales”
Si bien los ya citados productos siguieron siendo importantes, se agregaron a estos la panela, el tabaco, y la quina, entre otros. . El aumento en la actividad comercial llevó a un mayor desarrollo de la villa de San José, que empezó a predominar sobre los demás asentamientos del valle. El pueblo de San Luis terminó siendo absorbido por San José y la villa del Rosario se estancó en su crecimiento.
Hacia 1850 se creó la Provincia de Santander y San José de Cúcuta se designó como su capital. Fue un reconocimiento a su desarrollo. Luego, en 1859 fue la capital del Departamento de Cúcuta, perteneciente al Estado Soberano de Santander. Estos cambios significaron su independencia de Pamplona, que hasta ese entonces había sido la ciudad dominante de la región. En términos demográficos, hacia mediados de la década de 1860, Cúcuta superó a Pamplona en número de habitantes. Mientras la antigua capital de provincia se estancaba, Cúcuta florecía. En 1850 Manuel Ancízar habla de “Una ciudad próspera donde los de la villa han tenido el juicio de conservar en las plazuelas y patios frondosos, cujíes y mamones gigantescos cuyo benéfico ramaje resguarda las casas del ímpetu de los vientos, mitiga los ardores del sol e impide la reverberación del suelo” A pesar de que Ancízar hace énfasis en la costumbre que tenían los cucuteños de sembrar árboles dentro de sus casas son muchos los cronistas que se quejan de que las calles de la ciudad no estaban arborizadas.
Según lo que podemos leer en las crónicas que nos quedaron la ciudad de antes del terremoto vivía sin duda un periodo de esplendor. Don Julio Pérez Ferrero en su libro sobre la ciudad destacaba la forma en que se ejercía la actividad comercial “El comercio se extendía hasta Bogotá cuando la navegación del Magdalena, que se hacía en Champañes, era difícil y dilatada. Don domingo Pérez , nuestro padre , llevó en varias ocasiones mercaderías de Cúcuta a Tunja y a Bogotá. ¡que grado de honradez caracterizaba al comercio de Cúcuta! No se firmaban documentos. ¡La palabra empeñada era inviolable! Parecía pueblo Aragonés”.
A pesar del entusiasmo que pueda sentir por estos años Pérez Ferrero se nota desde el origen mismo de la ciudad la génesis de nuestra propia desgracia: el apego que sentía Cúcuta hacía la actividad comercial acercaría a sus habitantes a la actividad parasitaria de vender lo que ya está hecho, a depender de los caprichos de la economía venezolana y lo más grabe a no pensar en que la creación de empresas es lo único que puede posicionar a una región en el panorama nacional.
Sin embargo se exportaban productos como el café primero que nadie en este país. Ese esplendor económico se reflejaba en lo que nos cuenta Jorge Augusto Gamboa en su artículo sobre el terremoto publicado en la Revista Credencial” Desde 1854 aparecieron los primeros periódicos como La Prensa, luego hubo otros como La Dulcinea y El Comercio. El primero que funcionó diariamente lo hizo desde 1871 y fue el “Diario del Comercio”, dirigido por don Francisco de Paula Andrade. Desde 1874 se estableció el telégrafo. Por aquel entonces la ciudad tenía unos 12 barrios, con 2 plazas, unas 3 iglesias, el consulado de comercio, 137 establecimientos comerciales, 72 industriales, un colegio, 2 teatros y otra serie de instituciones que dan una idea de su desarrollo. La población ya llegaba a unas 8000 almas.”
El ya citado Manuel Ancízar da estas cifras sobre la ciudad poco antes de que el seísmo la devastara “La población constaba de 11.846 habitantes habían 3 iglesias, 2 plazas, 18 almacenes, 23 tiendas de ropa, 24 bodegas, 70 pulperías, 4 planterías, 2 boticas, 4 sombrererías, 5 sastrerías, 2 herrerias, 7 zapaterías, 12 panaderías, 3 relojerías, 1 armería, 6 latonerías, 1 ebanisteria, 3 talabarterías, 2 alfarerías, 7 fábricas de ladrillo, 2 tenerías, 1 fábrica de vinagre, 1 encuadernación de libros, 2 café con billares, 3 fondos y 1 ingenio”
En la primera de las fotos que se puede ver de la ciudad, foto que data de 1854 podemos ver un conjunto de casas desperdigadas en un valle seco, maltratado por el sol. Desde esa panorámica una podría colegir que el calor sería asfixiante, que había que salir a la calle para que el vapor no te asfixiara dentro de las altas paredes que conformaban las casas. Según Julio Perez Ferrero en sus conversaciones familiares “Era costumbre generalizada en la ciudad sentarse en las aceras en las horas de la tarde, en las que un viento suave y refrescante hace olvidar los fuertes calores del mediodía. Costumbre grata y que revelaba sencillez en la vida social. Se veía la ciudad animada con la presencia general de las familias en las aceras de sus habitaciones”. Las calles que más agitada vida social tenían eran la Calle del comercio, donde solían sentarse en la puerta del almacén de Gallegos Hermanos, organizando encarnizadas tertulias que duraban casi siempre hasta el anochecer y por supuesto la calle de la cárcel que era administrativamente la más importante porque allí funcionaba la penitenciaría y además la casa municipal.
El reputado geógrafo y cartógrafo francés Alfred Hettner da esta visión de lo que era la ciudad antes del cataclismo “las calles de Cúcuta eran estrechas y las casas, de varios pisos, de una estructura y techos pesados; mas en razón a la lección recibida, la reconstrucción se realizó con calles amplias, bordeadas de casas de un solo piso. Las vías bien aseadas forman un contraste saludable comparándolas con las de la mayoría de las ciudades colombianas, lo mismo que las casas simpáticas y limpias, con palmeras cocoteras y otros árboles dispersos entre ellas, ofrecen un aspecto urbano bastante agradable, el que desgraciadamente desaparece al salir de la ciudad para entrar a la zona de los ranchos miserables. Los almacenes nada tienen que envidian a los de Bogotá, ni en presentación ni en surtido, hasta el punto de encontrar aquí varios artículos que en la capital había buscado en vano. También la instalación de las casas de habitación y el modo de vivir de los habitantes ostentan cierto estado de comodidad que antes no había encontrado en otras partes del país, sin perjuicio de pretenden los cucuteños no haber vuelto a alcanzan todavía el nivel de bienestar perdido pon el terremoto. Factores que menoscaban en sumo grado el placer de la vida son el calor sofocante que reina y el polvo que se levanta pon el fuerte viento que sopla desde el sur a las horas del mediodía, por lo menos durante los meses de junio a septiembre. Pero con todo, el clima seco es saludable”
Como vemos era una ciudad cosmopolita, donde el papel de la iglesia a diferencia de otras ciudades de Colombia cumple un papel secundario. Ese desapego fue tildado en algún momento como una causa para que se despertara la ira divina aunque como veremos más adelante Dios no tuvo nada que ver en que se edificara la ciudad en una zona con una amplia actividad telúrica. Casas tan hermosas y lujosas como la del Don Ignacio Aranguren que con sus dos esplendorosos pisos y su amplia azotea adornaban la activa calle del comercio. Todo eso se vendría abajo en menos de un minuto el mediodía del 18 de mayo de 1875.
EL TERREMOTO
Es común que antes de que sucedan desgracias empiecen a aparecer signos que prefiguren la tragedia. El terremoto de Cúcuta no fue la excepción. El general Domingo Díaz que había sido testigo y sobreviviente del terremoto de Cumaná notó una semana antes del cataclismo que “Las aves no se posaban en los árboles” esto suscitó en el general un temor que lo obligó a levantar una tolda al fondo del patio de su casa donde obligó a su familia a dormir allí. Gracias a esta precaución no tuvo que lamentar ningún deceso dentro de sus seres más queridos. Según el relato de Luis Febres Cordero Días atrás,” una mujercita, a la que se juzgó loca, predecía un cataclismo, y es sabido con toda evidencia que vino a Pamplona a consultar el caso que le ocurría con el venerable presbítero doctor Antonio María Colmenares, quien por dos veces nos ratificó la exactitud de esa versión”.
Dositeo López era un ciego muy famoso en la ciudad por haber sobrevivido al terremoto de la Lobatera ocurrido en 1849 días antes de la destrucción de la ciudad le decía a su familia que en el ambiente “Olía a Lobatera” y les ordenó que se refugiaran en el cocal. Allí se salvaron. Varios testigos afirmaron ver como dos espadas de fuego se cruzaban en el cielo y muchos afirmaron escuchar el día antes de la tragedia como una madre se paseaba por las empedradas calles de Cúcuta suplicando porque le devolvieran a sus hijos.
El caso es que ninguno de estos anuncios preparó a la ciudad para la catástrofe ni siquiera el hecho de que el domingo 16 de mayo se hubiera sentido un temblor de considerable magnitud tal y como lo constata el doctor Hermes García en sus memorias “Acababa de pasar, inconscientemente para nosotros, el primer temblor, el del 16 de mayo en la tarde. Nada más recordamos; ni si se tomaron precauciones en la noche que sobrevino y en la cual nada perturbó nuestro sueño inocente”. Este hecho lo corrobora el otro cronista del terremoto el entonces niño Julio Pérez Ferrero “El domingo 16, ante víspera del inolvidable cataclismo, se sintió a las 5 de la tarde un fuerte temblor que agrietó las paredes en algunas de las casas centrales”. El lunes también la tierra volvió a moverse casi a la misma hora del cataclismo que devastaría definitivamente a la ciudad: las once y media de la mañana.
A esa hora se acostumbraba almorzar así que la mayoría de los cucuteños se guarnecían en sus casas del sol calcinante del mediodía, el ruido ronco como de búfalos en estampida no hizo sospechar que la desgracia los estaba acechando. Acá está el relato del joven Pérez Ferrero sobre el momento en que la naturaleza decidió borrar del mapa a Cúcuta.
“A las 11 y cuarto de la mañana del día 18, a la hora en que la generalidad de los habitantes almorzaba, sintióse un ruido subterráneo, ronco y prolongado, cual si proveniese del desprendimiento de grandes moles del interior de la tierra, y a él sucedió el primer sacudimiento de trepidación y en seguida otro y otros muchos más, de trepidación unos y de oscilación otros, que destruyeron totalmente la ciudad en cortísimo número de minutos. Corrimos instintivamente hacia la calle y nos situamos en el centro de las cuatro esquinas cercanas a nuestra casa, y desde ese punto vimos caer los edificios de una calle, en la que quedaba en pie la botica Alemana, como caen las cartas de naipe superpuestas y en sucesión continua, espantosa, pues unos edificios caían hacia fuera cubriendo las calles, y otros hacia el interior, formando todo montones enormes de escombros; produciéndose ruido horrible con el derrumbe de las paredes junto con el crujir de las maderas y los gritos de clamor y de espanto de millares de víctimas.
Una nube espesísima de polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándosenos por la boca y narices hasta dificultar la respiración; y habríamos perecido indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivíamos, si un viento impetuoso no hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al occidente de Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso desconocido. Despejado el horizonte, pudimos darnos cuenta de la magnitud del acontecimiento: !qué horror! ni un solo edificio, ni siquiera una pared en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban en confuso clamor los aves de los heridos, los gritos de cuantos sobrevivían, !que impetraban misericordia! Un momento después, perdidas las nociones de distancia y tiempo, vimos salir de entre ruinas a algunos de los que eran nuestros vecinos, sin poder reconocernos recíprocamente, pues el polvo que nos cubría y la expresión de terror nos desfiguraban; !nos creíamos mutuamente muertos que surgían de sus tumbas! La idea de ver llegado al fin del mundo dominaba los espíritus, y a tal idea contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de la aterradora fuerza de la omnipotencia divina. “
El doctor Hermes García cuenta como fue ese minuto apocalíptico Íbamos por un largo y amplio corredor, cuando oímos un ruido como de carretas en la calle, como tropel de gentes que huyen de un toro bravío; caminábamos columpiándonos por cierto movimiento particular que en lugar de asustarnos nos divertía……acababa de pasar el primer temblor, el del 16 de Mayo en la tarde……..en la mañana siguiente, lunes, otro suceso como el de la tarde anterior nos hizo sacar del dormitorio…….. El martes, después de almorzar, el mismo particular suceso de los días anteriores, el mismo estremecimiento con su ruido de carretas en la calle, con su tropel de gente. Vimos, entre otras confusas cosas, que por los recodos de los corredores cernía la tierra en gran abundancia, como si trabajadores estuviesen dando barrazos en las paredes; una nube de espeso polvo que nos asfixiaba; y, cuando comenzaba a disiparse, la corpulenta figura de un entrañable amigo de la casa que se erguía sobre un hacinamiento de escombros, llamando a grandes gritos y que desaparecía enseguida. Luego se nos conducía por sobre montones de ruinas, sin darnos cuenta de nada, oyendo gritos y alaridos, preces y llanto. Habíamos salido del área de la villa destruida e íbamos por un camino blanco y parejo. A medida que caminábamos veíamos que la tierra hacía ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar…..El aire libre, la vista del campo, habían refrescado nuestro espíritu, y el aterrador espectáculo más bien nos deleitaba. Íbamos como muchachos que lleva el maestro al baño, gozándonos en saltar las grietas que se abrían y se cerraban. Ante una de ellas llamamos la atención a nuestro padre y fue de una expresión tan triste y rara el gesto que hizo, que nos produjo miedo y nos volvió taciturnos…….Luego recuerdo un campamento donde la gente se abría de brazos e imploraba misericordia. La mañana siguiente nos sorprendió a todos apiñados, sintiendo frío y hambre, alrededor de nuestra madre; uno de nosotros pidió pan, nuestro padre nos miró con intensa pesadumbre y hundiendo la cara entre las manos rompió a llorar….”.
Llama la atención que estos relatos no tengan la difusión en nuestros centros educativos que se merecen ya que están tan bien escritos y son tan descriptivos que podrían considerarse las primeras muestras de obras literarias norte santandereanas. Gracias a la meticulosidad de los relatos podemos hacernos una idea de la magnitud del sismo. A estos relatos vale la pena mencionar la importancia que tienen la fotos tomada s por Vicente Pacini, insigne fotógrafo italiano, antes y después de que el terremoto devastara la ciudad. Las fotos sobrevivieron a la labor quijotesca asumida por Efraín Vásquez de recopilarlas en el libro “Cúcuta a través de la fotografía” editado por la Cámara de Comercio en el año 2000. Cuenta Vásquez que parte de las fotos se las compró al barrendero de la Academia de Historia que las había rescatado literalmente “Del canasto de la basura” La otra parte de las 26 fotos de Cúcuta antes del terremoto y de las ruinas de la misma las consiguió en el laboratorio del desaparecido fotógrafo José Atuesta quien guardó copias de las originales ya que “Mucha gente llevaba las fotos y yo me quedaba con el negativo”. Este descuido hacia la fuente primaria hace que la labor historiográfica se convierta en una labor titánica ya que el historiador debe llenar los huecos que irreparablemente se han formado.
La cifra de muertos de la catástrofe todavía es un dato impreciso. Algunos han exagerado la cifra a cinco mil muertos lo que constituiría mas del cuarenta por ciento de los habitantes de la ciudad pero la cifra que mas se acerca a la realidad es la de 450. Alfred Hettner llegó pocos días después del cataclismo y habló de mas de 2000 muertos. He aquí sus impresiones “ Aquellas ruinas acabadas de pasar constituyen los remanentes del fuente terremoto que el 18 de mayo de 1875 a las 11 1/4 horas a. m. alcanzó a convertir en un par de segundos toda la próspera ciudad en un mar de escombros, sin dejar en pie ni una sola casa. Muertos 2.000 de sus 15.000 habitantes, de los demás muchos resultaron heridos de mayor o menor gravedad. Así las cosas, un segundo temblor, al parecer más fuerte todavía, ocurrido durante la noche siguiente, ya no encontró nada que destruir, aparte del nuevo efecto horrorizante causado sobre la pobre gente ya tan afligida, que se había acostado lo más alejada de todo muro con el propósito de descansar. Como consecuencia inmediata del terremoto estallaron incendios en muchas partes donde se había guardado pólvora, petróleo y otros artículos inflamables, para devorar buena parte de las mercancías, entre otras en la Botica Alemana. A la vez cuadrillas de rateros aparecieron por todas partes para abalanzarse sobre los escombros, en tanto que las autoridades y las fuerzas militares optaron por fugarse cobardemente, así que muchas cosas de valor se perdieron, las que con oportunas medidas conducentes hubieran podido salvarse en bien de sus propietarios”.
El cartógrafo francés además había hablado de que días antes del terremoto se había sentido una gran sequía que solo fue apaciguada cuando sobre los escombros “cayó un formidable aguacero. También de las sacudidas de menor alcance se cuenta que suelen suceden al comienzo del invierno o inmediatamente antes, fenómeno por lo demás a menudo comprobado en la América tropical. Por cierto que el terremoto no se limitó a la mera ciudad de Cúcuta, toda vez que la mayoría de las localidades ubicadas entre Cúcuta y San Cristóbal, lo mismo que aquellas de la región entre Chinácota y Salazar quedaron destruidas, en tanto que en Pamplona se derrumbó la catedral; por otra parte, la sacudida se hizo sentir en regiones tan remotas, como Caracas, Maracaibo y Ocaña”. La vecina San Cristobal volvió a sentir los estragos de un movimiento telúrico. El terremoto fue violento y si existiese una medición como la de Richter podríamos hablar de 8.6 grados. Según la mayoría de testimonios de la época y las fotos que sacó Vicente Pacini la ciudad fue arrasada.
A la desgracia de la naturaleza se le suma la de la maldad humana. Como aves de rapiña los bandidos de las poblaciones aledañas no dudaron en aprestarse a saquear lo poco que podía servir. En su trabajo “Un terremoto sin fronteras” Jaime Lafaille habla de estos hechos Ante la noticia del terremoto, grupos de saqueadores provenientes de sitios diferentes, se dirigieron a Cúcuta y a otras poblaciones afectadas para aprovechar el caos reinante, destruyendo lo poco que había quedado, incluyendo la moral de los sobrevivientes. Tan grave fue esta situación que uno de los primeros decretos del gobernador del Estado de Santander, Doctor Aquileo Parra, dice lo siguiente: “El Presidente del Estado Soberano de Santander, teniendo en cuenta las noticias que se han recibido del estado de desmoralización en que se halla el Valle de Cúcuta, DECRETA: ARTÍCULO PRIMERO Levántese por el Jefe departamental de Soto inmediatamente una fuerza de cincuenta hombres, por enganchamiento o inscripción voluntaria, para que marche a los valles de Cúcuta a dar protección a las personas y a los auxilios que se envíen para los desgraciados”. Luego siguen otros artículos donde se designa al comandante y donde se exhorta a los ciudadanos a colaborar con las armas que tuvieren para armar a la recién creada fuerza del orden. La situación era tan grave que el director de la cárcel, Señor Fortunato Bernal, organizó localmente una fuerza con parte de la fuerza pública del Estado y unos reclusos a los que armó, asumiendo un poder discrecional bajo el nombre de “Jefe Civil y Militar”.
Entre los bandidos se destacó la figura de Piringo un delincuente venido desde San Cristóbal quien organizó su banda de asaltantes aprovechando que los soldados de la ciudad habían huido espavoridos después del sismo. No hubo como renovar a los batallones ya que hasta el otro día se pudo establecer comunicación con Bogotá. Los postes telegráficos quedaron destruidos y el cale grafista tuvo que irse en mula hasta Chinacota para poder avisar al presidente del desastre.
Sobre el horror del pillaje que vino horas después del terremoto se refiere Febres Cordero “Y para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas destruida la ciudad, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y descerrajando las cajas de hierro en que guardaban el dinero sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo a cuanto veían los caudales de que se adueñaban. Aquel bochornoso pillaje duró por algunos días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó, después de convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometido el más responsable de los presos, bien conocido en la localidad y llamado Piringo, a consejo de guerra verbal, fue condenado a muerte y pasado por las armas en el mismo día, a las cuatro y media de la tarde. Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del terremoto...”
La lluvia caía incesantemente sobre las ruinas de lo que fue la ciudad. Por unas horas el horror se pintaba en la mente de los sobrevivientes. Heridos, cuerpos en descomposición y huestes de niños hambrientos era el paisaje que se cernía sobre el valle. La banda de Piringo escudriñaba entre los escombros que descansaban en el suelo. Gente que desesperada se aferraba a la poca vida que les quedaba gritaba pidiendo auxilio pero en vez de recibir ayuda lo que les daban eran amenazas y palabras procaces. Como una mancha voraz los saqueadores se esparcieron por la ciudad caída.
Según Don Francisco Azuero el mencionado Piringo era “Un maracaibero de color trigueño y bigotes engomados muy recientemente radicado en Cúcuta en donde ya había dado que hacer a las autoridades”. Gracias al relato de Azuero podemos tener otra visión dantesca de la tragedia y posterior saqueo. Según el citado cronista Piringo mató con sus propias manos al conocido latifundista Don Joaquin Estrada.
Poco duró el reinado criminal de Piringo. Una vez se tuvo noticia en Bogotá de la tragedia se aprestaron a enviar tropas nuevas de los pueblos vecinos. Acá está la visión de Julio Perez Ferrero quien en esa época tenía apenas 23 años “ Para acabar de completar el apocalíptico cuadro muchos se entregaron al vandalismo y el pillaje ya que la fuerza pública quedó desmembrada hasta que los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal llegaron con nuevos hombres a imponer orden. Como escarmiento decidieron colgar en la plaza pública a quien consideraban el líder de los desmanes un ladrón conocido como el Piringo”.
Pérez Ferrero termina su relato dando una espeluznante visión del paisaje de la ciudad después de la catástrofe “Sobre el desolado campo que había ocupado la antigua y bella ciudad de Cúcuta quedaron los despojos mortales de más de tres mil víctimas, la horca de un ajusticiado y la muestra del reloj público señalando la hora siniestra de las once y cuarto de la mañana”.
Uno de los testigos de lujo de la tragedia fue el joven Juan Vicente Gómez quien en 1875 tenía 18 años y estaba en la ciudad haciendo negocios. Dando muestras del carácter que luego marcaría su vida, logra salvar parte de la mercancía sepultada entre los escombros del lugar donde funcionaba el negocio. El joven Juan Vicente se ve obligado a abandonar Colombia, porque recibe noticias provenientes de Venezuela donde le informan que San Antonio del Táchira y su hacienda “La Mulera” están casi en ruinas por causa del terremoto. La impresión de esta tragedia acompañaría al Benemérito durante el resto de su vida y prueba de ello es que sesenta años después, según dice Manuel Caballero en su libro “Gómez, el tirano liberal”, escribiría una carta personal donde relata sus recuerdos de aquella tragedia y se refiere a este sismo como “El Terremoto de Cúcuta”, ciudad donde vivió cerca de cuatro años.
Gracias a las oportunas diligencias del Doctor Aquileo Parra Gobernador del estado de Santander y del presidente de la república Doctor Santiago Pérez la ciudad logró canalizar las ayudas que enviaron países como Italia y Alemania para reconstruirla hecho que fue un éxito hasta el punto de decir que cinco años después Cúcuta ya contaba con ferrocarril. De un plumazo la naturaleza devastó un poblado en plena expansión y auge para crear un lustro después una ciudad moderna que pudo soportar una terrible epidemia de fiebre amarilla, el hambre que despierta un sitio tan feroz como se vivió en los albores del siglo XX durante la guerra de los mil días. Lo soportó todo menos la terrible caída del Bolívar ocurrida en 1983 hecho del que todavía nos ha costado levantarnos. A veces las caídas en la bolsa de valores suelen ser más devastadoras que el más violento de los movimientos telúricos.
30 de septiembre de 2011
28 de septiembre de 2011
EL HOMBRE Y SU MACHETE
Un hombre con un machete dirige una Big Band. Cada golpe al tambor es como la explosión de una bomba, las bombas que resuenan en la cordillera, corta el aire el hombre que siempre tuvo una cabeza de burro, Tanatos en chaqueta de cuero cortando cabezas imaginarias. En el ambiente flotando la música más extraña y única que hemos sentidos nosotros los pobres asistentes a este espectáculo sangriento que significa vivir en Colombia. Mientras muchos tratan de ser locos con propuestas estrafalarias Edson Velandia consigue plasmar la tétrica realidad colombiana dirigiendo a una banda de jazz con un machete. El salpullido no tardó en salir, los que creen que desde la academia se puede entender el jazz saltaron como tumba ranchos en navidad a decir que cualquier jazzuquero puede tocar en el Jorge Eliecer Gaitán. Es difícil seguirle el paso a Velandia, su rebeldía lo obliga a vivir en continuo cambio, su música lo gobierna, es su dueño y lo obliga a cortarse la cabeza dos veces por año.
15 de septiembre de 2011
HELDENPLATZ DE THOMAS BERNHARD
El profesor Josef Schuster después de una prolongada estadía en Oxford cede ante la nostalgia y decide volver a su Austria natal pensando que el tiempo ha borrado el odio que sembró el nacionalsocialismo.Pero se equivoca, el país es un nauseabundo cadáver que nadie se atreve a enterrar. Su apartamento da a la Heldenplatz, la plaza donde el 15 de marzo de 1938 Adolf Hitler anunció, ante el jolgorio de los vieneses congregados, la anexión de Austria a Alemania. Cincuenta años después escucha cada noche los vítores traicioneros que daba su patria ante la presencia de la fuerza extranjera y opresora. Fue un error haber vuelto. No queda otro camino que saltar por la ventana.
En torno a un personaje ausente Thomas Bernhard construye esta obra descarnada, precisa, perfecta. Heldenplatz no sólo es el retrato de un país sino de un estado de ánimo que quedó después del horror de la Segunda Guerra Mundial. Ya nadie podrá ser inocente, todos le vieron la cara al monstruo y todos lo aceptaron.
Heldenplatz es un libro fundamental para todos los que quieran conocer una época enmarcada en el terror, una época que acabó con todos los ideales, con los imperios y con la fe. Una visión que tuvo Thomas Bernhard un año antes de adentrarse en la muerte.
En torno a un personaje ausente Thomas Bernhard construye esta obra descarnada, precisa, perfecta. Heldenplatz no sólo es el retrato de un país sino de un estado de ánimo que quedó después del horror de la Segunda Guerra Mundial. Ya nadie podrá ser inocente, todos le vieron la cara al monstruo y todos lo aceptaron.
Heldenplatz es un libro fundamental para todos los que quieran conocer una época enmarcada en el terror, una época que acabó con todos los ideales, con los imperios y con la fe. Una visión que tuvo Thomas Bernhard un año antes de adentrarse en la muerte.
14 de septiembre de 2011
UNA CARA
Hay periodos donde uno es más elocuente con la boca cerrada. Lamentablemente uno de mis críticos tiene razón: sufro de incontinencia verbal. Entonces como no tengo nada que decir voy a hablar de nada. Lo curioso es que cuando no tengo nada que decir entonces empiezo a hablar de mi. Es un periodo bastante especial en mi vida pues dentro de ocho días me caso. No sabía que el matrimonio podía implicar tantas vueltas. Te pueden consumir los preparativos además de que te empiezan a interesar revistas como Caras o Cromos sobre todo en la sección de sociales. Por las noches no se duerme bien aunque sé que mi novia puede estar peor. Todo esa noche tiene que salir perfecto y ojalá que así sea aunque lo importante claro está y así suene manido es que estamos enamorados y felices y optimistas y jóvenes y ella es una hermosura.
Combato el estrés leyendo el libro de Edda Pilar Duque “La aventura del cine en Medellín” donde cuenta sabrosas anécdotas de los días en que Gonzalo Mejía, recién llegado de Europa donde dilapidó toda una fortuna tratando de hacer prototipos de aeroplanos decidió asumir otra empresa quijotesca, la de hacer cine en la bella villa. El resultado fue Bajo el cielo antioqueño, película de dos horas y media, el segundo gran éxito del cine colombiano después de la María de Alfredo del Diestro, un filme donde la crema y nata de la sociedad medellinense desfila por el “Lienzo” como le llamaban los tabloides a la pantalla a mediado de los veinte. Próximamente presentaré una pequeña historia del cine mudo colombiano, para eso también estoy leyendo a Martínez Pardo y las entrevistas que le hizo Salcedo Silva a los pioneros.
Releo también El imperio de Kapuscinsky para discutirle a un amigo mamerto con datos bastantes precisos sobre el genocidio estalinista. La relectura del Quijote absorbe mis días de asueto. Estoy en las sabrosas bromas que los duques le hacen a Alonso Qujina y a su fiel escudero. Al parecer Sancho tenía razón y Dulcinea está encantada. De tres mil azotes no te salvaras querido Panza si quieres volver a ver a tu señora convertida de nuevo en la flor más hermosa del Toboso.
Me preocupa demasiado que apenas ponga una película a las diez de la noche ya empieza a sentir el embate de mis agitados días. Tres días seguidos donde no puedo terminar la última película del día. Anoche fue con Tootsie película sumamente entretenida pero con una música fatal, recontra pasada de moda. Sigo con mi investigación sobre la historia de la universidad, levantándome muy temprano, leyendo los viejos libros y escribiendo por lo menos dos horas al día. Las noches de tragos han pasado a un segundo plano no por moralismo ramplón sino porque me cansé del tequila, vine a descubrir tarde que después de que se desocupa la botella lo que continúa no es más que un camino lleno de dolor y voy sacando de mi vida todo lo que me cause heridas. Ni masoquista que fuera pues.
En las noches veo un programa donde los cantantes quieren parecerse a otros cantantes. Al principio lo veía para mamar gallo pero ahora me está interesando y tal vez esté escribiendo para matar tiempo mientras empieza. Ojalá que no me empiece a comportar desde ya como un hombre casado, igual la primera en desilusionarse sería mi bellisima esposa quien tal vez el único atributo que pudo ver en mi es que todavía tenía el ánimo suficiente como no para ser un viejo pero las fuerzas querido luke cada vez están menos contigo.
Acaso debería volver a la cannabis sativa y su veneno mortal, dejarme la barba y el pelo largo y porque no volver a la vieja orgía con Rimbaud, pasar por el ridículo de querer parecerse a un poeta maldito con esta barriga descomunal y causar un escándalo en la entrada de esos templos de la tecnocracia en las que se han convertido las universidades. Todo eso lo pienso desde que abro los ojos en la mañana pero que va, el primer baño disipa esos pensamientos como quien se quita de encima la más asquerosa de las malezas.
Día a día se acumulan planes de escritura que nunca voy a realizar. El tiempo se acorta y la vida dará un vuelco completo que no solo estoy dispuesto a asumir sino que estoy ansioso y feliz de hacerlo. Sin algo me emparento con Cervantes es por la obsesión que tenemos ambos por el fracaso. No existe una sola obra plena, completa, sencillamente porque no existen vidas perfectas. Toda obra maestra esconde defectos, montones de ellos, eso me hace libre la conciencia de que estamos haciendo las cosas mal, la tranquilidad de que no importa el camino que escojas igual será el equivocado.
Brindo por la hermosa caminante que transitará conmigo el camino de la derrota y el fracaso. Es el único rostro que quiero ver en este mar de caras feroces.
Combato el estrés leyendo el libro de Edda Pilar Duque “La aventura del cine en Medellín” donde cuenta sabrosas anécdotas de los días en que Gonzalo Mejía, recién llegado de Europa donde dilapidó toda una fortuna tratando de hacer prototipos de aeroplanos decidió asumir otra empresa quijotesca, la de hacer cine en la bella villa. El resultado fue Bajo el cielo antioqueño, película de dos horas y media, el segundo gran éxito del cine colombiano después de la María de Alfredo del Diestro, un filme donde la crema y nata de la sociedad medellinense desfila por el “Lienzo” como le llamaban los tabloides a la pantalla a mediado de los veinte. Próximamente presentaré una pequeña historia del cine mudo colombiano, para eso también estoy leyendo a Martínez Pardo y las entrevistas que le hizo Salcedo Silva a los pioneros.
Releo también El imperio de Kapuscinsky para discutirle a un amigo mamerto con datos bastantes precisos sobre el genocidio estalinista. La relectura del Quijote absorbe mis días de asueto. Estoy en las sabrosas bromas que los duques le hacen a Alonso Qujina y a su fiel escudero. Al parecer Sancho tenía razón y Dulcinea está encantada. De tres mil azotes no te salvaras querido Panza si quieres volver a ver a tu señora convertida de nuevo en la flor más hermosa del Toboso.
Me preocupa demasiado que apenas ponga una película a las diez de la noche ya empieza a sentir el embate de mis agitados días. Tres días seguidos donde no puedo terminar la última película del día. Anoche fue con Tootsie película sumamente entretenida pero con una música fatal, recontra pasada de moda. Sigo con mi investigación sobre la historia de la universidad, levantándome muy temprano, leyendo los viejos libros y escribiendo por lo menos dos horas al día. Las noches de tragos han pasado a un segundo plano no por moralismo ramplón sino porque me cansé del tequila, vine a descubrir tarde que después de que se desocupa la botella lo que continúa no es más que un camino lleno de dolor y voy sacando de mi vida todo lo que me cause heridas. Ni masoquista que fuera pues.
En las noches veo un programa donde los cantantes quieren parecerse a otros cantantes. Al principio lo veía para mamar gallo pero ahora me está interesando y tal vez esté escribiendo para matar tiempo mientras empieza. Ojalá que no me empiece a comportar desde ya como un hombre casado, igual la primera en desilusionarse sería mi bellisima esposa quien tal vez el único atributo que pudo ver en mi es que todavía tenía el ánimo suficiente como no para ser un viejo pero las fuerzas querido luke cada vez están menos contigo.
Acaso debería volver a la cannabis sativa y su veneno mortal, dejarme la barba y el pelo largo y porque no volver a la vieja orgía con Rimbaud, pasar por el ridículo de querer parecerse a un poeta maldito con esta barriga descomunal y causar un escándalo en la entrada de esos templos de la tecnocracia en las que se han convertido las universidades. Todo eso lo pienso desde que abro los ojos en la mañana pero que va, el primer baño disipa esos pensamientos como quien se quita de encima la más asquerosa de las malezas.
Día a día se acumulan planes de escritura que nunca voy a realizar. El tiempo se acorta y la vida dará un vuelco completo que no solo estoy dispuesto a asumir sino que estoy ansioso y feliz de hacerlo. Sin algo me emparento con Cervantes es por la obsesión que tenemos ambos por el fracaso. No existe una sola obra plena, completa, sencillamente porque no existen vidas perfectas. Toda obra maestra esconde defectos, montones de ellos, eso me hace libre la conciencia de que estamos haciendo las cosas mal, la tranquilidad de que no importa el camino que escojas igual será el equivocado.
Brindo por la hermosa caminante que transitará conmigo el camino de la derrota y el fracaso. Es el único rostro que quiero ver en este mar de caras feroces.
LA EDAD DE LA INOCENCIA. UNA ROSA FRESCA ESTALLA ANTE NUESTROS OJOS
Allí sobre esas edificaciones pobres, como de barcazas empezó a cimentarse la metrópolis, la ciudad. Esos habitantes encorsetados que esconden su provincialismo entre los buenos modales y el chisme fueron los primeros neoyorkinos. Dicen que si a algún loco le da por bombardear Dublín ésta sería reconstruida a partir de la lectura concienzuda del Ulises. Cuando los aviones derrumbaron las torres más de uno pensó en que Nueva York sería borrada de la faz de la tierra y que si eso sucediera lo primero que tendrían que salvar serían las películas de Martin Scorsese para recordar cómo era la gran manzana.
Esa labor de arqueólogo se exacerba en La edad de la inocencia. Uno de sus primeros proyectos fue mostrar la Nueva York de finales del siglo XIX, ver como las pandillas se trenzaban en sangrientas peleas y así lograron conformar la urbe que hoy continúa deslumbrando al mundo. Lamentablemente su tan esperado proyecto Gangs of New York necesitaba de un presupuesto desbordado que solo treinta años después pudieron financiar los hermanos Weinstein con el final y la pelea que ya todos conocemos y que de paso afectó considerablemente la película. Esa Nueva York que el atormentado asmático quería filmar ya la había hecho en 1993.
Las peleas no salpicaban de sangre la pantalla, las pandillas seguían allí pero en vez de afilar sus cuchillos afilaban era sus lenguas. No se reunían en las penumbras de los callejones sino en la elegante oscuridad de los palcos y mientras una compañía francesa ponía sobre el escenario lo último de Verdi los habitantes de Nueva York combatían el aburrimiento levantando escarnios. A esa ciudad tuvo que llegar la condesa Olenska después de su fallido matrimonio con un licencioso príncipe francés. Las cosas definitivamente no dieron resultado y si bien el ambiente se ponía cada vez más tenso la condesa combatía su depresión yendo a los museos o conversando con artistas. Los snobs suelen ser algo pesados pero eso si nunca se aburren.
Buscando apoyo en su gente lo que encuentra son un poco de ojos escrutadores, de dedos que la señalan, de murmullos que la condenan. Solo Archer puede mirarla sin juzgarla, solo él puede calentar los gélidos códigos que la sociedad se ha impuesto. Pero Archer pronto se va a casar con su prima y sabe que no es propio de damas andar hablando con hombres que ya tienen la soga al cuello, hombres que la miran con deseo, hombres de los cuales ella fácilmente se puede enamorar.
La ironía de Scorsese flota en cada uno de los fotogramas de esta exhaustiva investigación sobre una sociedad decadente. Cada cuadro, cada plato, cada cuchara y cada pitillera tienen una historia que el director de Toro Salvaje no titubea en mostrarnos. Nos puede contar incluso de cuantos cubiertos puede constituirse una mesa y para que sirve cada uno de ellos. Ni Visconti pudo ser tan exhaustivo. Esta minuciosidad no es gratuita, si Scorsese nos muestra esos detalles es para constatar que ni siquiera el lujo desmesurado podía convertir a esa primera aristocracia en habitantes del mundo. Asi fueran a la ópera o compraran lo último de los amados impresionistas el pensamiento de la aristocracia neuyorkina no era mas que una caterva de viejos prejuicios. No parecían vivir en una urbe naciente sino en una capilla a medio construir.
Como en Casino o en Goodfellas el verdadero protagonista de la película es el narrador. La voz de Edith Warthon, autora de la novela homónima en la cual se basa el filme, se deja oír durante toda la historia. La fina ironía está siempre presente al igual que la intriga y la traición. Los gangster están allí, detrás de los carruajes y de esos peinados estrafalarios, detrás de las pinturas y los bailes en los salones. En su momento apenas llamó la atención de la crítica ayudado un poco por el Oscar al mejor vestuario que ganó ese año. Scorsese contó con un grupo de colaboradores de lujo, Dante Ferreti el director de arte de Fellini volvió a componer un escenario absolutamente real. Como en Barry Lyndon uno siente que estos directores no recrean una época sino que inventan una máquina del tiempo y filman desde el siglo XIX. Los créditos de las rosas abriéndose son violentos, sensuales, agresivos, toda una obra maestra hecha por el gran Saul Bass. La fotografía estuvo a cargo de Michael Ballhaus el hombre que ayudó a crear en la obra de Fassbinder ese ambiente siempre inquietante.
Con un presupuesto de 44 millones de dólares la película a duras penas pudo recuperar la inversión. Ya la gente no estaba dispuesto a ver historias del siglo XIX, con Forrest Gump y Jurassic Park la gente entendía que el futuro del cine estaba en una computadora. Casi veinte años después de su estreno La edad de la inocencia se empieza a convertir en un clásico, en otra de las grandes películas de uno de los directores más importantes de la historia del cine.
Esa labor de arqueólogo se exacerba en La edad de la inocencia. Uno de sus primeros proyectos fue mostrar la Nueva York de finales del siglo XIX, ver como las pandillas se trenzaban en sangrientas peleas y así lograron conformar la urbe que hoy continúa deslumbrando al mundo. Lamentablemente su tan esperado proyecto Gangs of New York necesitaba de un presupuesto desbordado que solo treinta años después pudieron financiar los hermanos Weinstein con el final y la pelea que ya todos conocemos y que de paso afectó considerablemente la película. Esa Nueva York que el atormentado asmático quería filmar ya la había hecho en 1993.
Las peleas no salpicaban de sangre la pantalla, las pandillas seguían allí pero en vez de afilar sus cuchillos afilaban era sus lenguas. No se reunían en las penumbras de los callejones sino en la elegante oscuridad de los palcos y mientras una compañía francesa ponía sobre el escenario lo último de Verdi los habitantes de Nueva York combatían el aburrimiento levantando escarnios. A esa ciudad tuvo que llegar la condesa Olenska después de su fallido matrimonio con un licencioso príncipe francés. Las cosas definitivamente no dieron resultado y si bien el ambiente se ponía cada vez más tenso la condesa combatía su depresión yendo a los museos o conversando con artistas. Los snobs suelen ser algo pesados pero eso si nunca se aburren.
Buscando apoyo en su gente lo que encuentra son un poco de ojos escrutadores, de dedos que la señalan, de murmullos que la condenan. Solo Archer puede mirarla sin juzgarla, solo él puede calentar los gélidos códigos que la sociedad se ha impuesto. Pero Archer pronto se va a casar con su prima y sabe que no es propio de damas andar hablando con hombres que ya tienen la soga al cuello, hombres que la miran con deseo, hombres de los cuales ella fácilmente se puede enamorar.
La ironía de Scorsese flota en cada uno de los fotogramas de esta exhaustiva investigación sobre una sociedad decadente. Cada cuadro, cada plato, cada cuchara y cada pitillera tienen una historia que el director de Toro Salvaje no titubea en mostrarnos. Nos puede contar incluso de cuantos cubiertos puede constituirse una mesa y para que sirve cada uno de ellos. Ni Visconti pudo ser tan exhaustivo. Esta minuciosidad no es gratuita, si Scorsese nos muestra esos detalles es para constatar que ni siquiera el lujo desmesurado podía convertir a esa primera aristocracia en habitantes del mundo. Asi fueran a la ópera o compraran lo último de los amados impresionistas el pensamiento de la aristocracia neuyorkina no era mas que una caterva de viejos prejuicios. No parecían vivir en una urbe naciente sino en una capilla a medio construir.
Como en Casino o en Goodfellas el verdadero protagonista de la película es el narrador. La voz de Edith Warthon, autora de la novela homónima en la cual se basa el filme, se deja oír durante toda la historia. La fina ironía está siempre presente al igual que la intriga y la traición. Los gangster están allí, detrás de los carruajes y de esos peinados estrafalarios, detrás de las pinturas y los bailes en los salones. En su momento apenas llamó la atención de la crítica ayudado un poco por el Oscar al mejor vestuario que ganó ese año. Scorsese contó con un grupo de colaboradores de lujo, Dante Ferreti el director de arte de Fellini volvió a componer un escenario absolutamente real. Como en Barry Lyndon uno siente que estos directores no recrean una época sino que inventan una máquina del tiempo y filman desde el siglo XIX. Los créditos de las rosas abriéndose son violentos, sensuales, agresivos, toda una obra maestra hecha por el gran Saul Bass. La fotografía estuvo a cargo de Michael Ballhaus el hombre que ayudó a crear en la obra de Fassbinder ese ambiente siempre inquietante.
Con un presupuesto de 44 millones de dólares la película a duras penas pudo recuperar la inversión. Ya la gente no estaba dispuesto a ver historias del siglo XIX, con Forrest Gump y Jurassic Park la gente entendía que el futuro del cine estaba en una computadora. Casi veinte años después de su estreno La edad de la inocencia se empieza a convertir en un clásico, en otra de las grandes películas de uno de los directores más importantes de la historia del cine.
13 de septiembre de 2011
GRANDES PELÍCULAS DEL ROCK. PAT GARRETT Y BILLY THE KID
William Boone fue el primer rock star. Demasiado joven para morir entregó su vida a una estela de muerte que lo marcó en su corta vida. Contemporáneo de Rimbaud vivió a placer la vejez de su adolescencia. Se entregó a todos los excesos, a los 18 tenía más muertos que años. Boone tenía una pandilla y con ellos cabalgaron por todo el desierto. Chisum, el ganadero cruel acaparaba todas las vacas, sumiendo a la región en la escasez en el hambre. Chisum es el capitalista despiadado y Billy es la rebelión del pueblo. Su mano vengadora no tiembla ante la injusticia. Pero un hombre solo no puede hacer revolución alguna. Cuando a su lado estaba Pat GarretT sus balas sonaban más duro, sus pasos se sentían en todo el oeste. Ahora GarretT se ha vendido ante la oferta que le ha dado el Gobernador Wallace y el establecimiento. Pat es treinta años mayor que Boone y además nadie lo sabe pero se ha casado. Un hombre casado tiene otras necesidades, una casa de dos pisos en el centro del pueblo, trajes elegantes e invitaciones a comer con gente distinguida. Pat ha dejado la banda para juntarse con un grupito de pop.
Tiene tres días para matar a su amigo. Chisum y el gobierno local están cansados de la justicia que Billy the kid quiere inculcar dentro de su territorio. En sus pasos se nota el cansancio, al venderse GarretT ha dejado de existir. Cada muerte que realiza es una afrenta a su pasado. Los días buenos se han ido para siempre. Billy como un artículo de museo sepultado en sus cuatro paredes esperando que por el polvoriento camino aparezcan entre la polvareda el grupo de hombres que acabará con su vida. Se lo toma con calma, toma un poco de Whisky y enciende un cigarrillo. Siempre será joven, un cadáver joven y hermoso, Pat no tendrá el mal gusto de dispararle en el rostro.
Sam Peckinpah está mas emparentado con el cine de Sergio Leone que con el de John Ford. América no es el lugar de las oportunidades y todos esos aventureros que fueron al Oeste huyendo de la hambruna y sedientos de oro eran descendientes directos de los bárbaros que llegaron de Europa a América anhelando el Dorado y arrasando todo lo que encontraba a su paso. Para vivir había que matar y eso lo entendió Peckinpah en el Hollywood donde le tocó trabajar. La lucha era despiadada, cruel pero él logró hacerse una voz entre los nuevos directores y entre todos esos viejos retrógrados enchapados a la antigua que todavía insistían en hacer western para hablar de lo coherentes y magníficos que eran los gringos. Si un hombre abre una ventana en una película de John Ford lo más seguro es que verá un magnífico horizonte donde el sol estalla en el cielo sus incandescentes rayos, en Peckinpah no, si abres una ventana una bala se incrustará en tu cerebro.
Los pistoleros de estas películas son hombres cansados, hombres que ven como la modernidad va aplastando sus viejos hábitos. Billy es un joven viejo, un niño que como Morrison solo quería morir. Esa tristeza está en toda la obra de Sam Peckinpah, la muerte se acepta como parte de la vida pero no por eso llega a ser un espectáculo festivo. La muerte por ser necesaria no deja de ser triste y toda esa música de Dylan acentúa más y más el fin de una época. Slim Pickens siempre ha soñado con tener una barca y perderse de esas regiones inhóspitas hasta llegar otra vez a las verdes praderas. Lamentablemente una bala le acaba de perforar el estómago y sus minutos están contados. Alcanza a arrastrarse hasta el río donde está aparcada una balsa, Kathy Jurado lo sigue y los acordes de Knocking on heavens doors de Bob Dylan comienzan a sonar. No existe una mejor pintura que esta para explicarle a los dioses lo que sentimos cuando nuestra alma se escapa por la rendija que ha hecho en nuestro cuerpo una bala. Pickens sonríe, su sueño de irse en una balsa lejos de la inmundicia del desierto nunca se hará realidad.
Toda la gente que ama William Boonie comienza a morir, ya vendrá el día hijo, la parca está en camino, ha encontrado tus pasos. No es común morir joven y mucho menos a manos de un hombre que fue como un padre para ti. Un polvo unos minutos antes un buen trago de Whisky lástima que se hayan llevado las guitarras y que el rapé se lo haya esnifado la noche anterior un obispo borracho, Pat Garreth está detrás de ti querido Billy, ha desenfundado el arma, no te dejará voltear, ya saben todos que si te volteas lo matarás porque nadie es más rápido que tú, apréstate a recibir, sin confesión y sin Dios el beso eterno de la guadaña.
Tiene tres días para matar a su amigo. Chisum y el gobierno local están cansados de la justicia que Billy the kid quiere inculcar dentro de su territorio. En sus pasos se nota el cansancio, al venderse GarretT ha dejado de existir. Cada muerte que realiza es una afrenta a su pasado. Los días buenos se han ido para siempre. Billy como un artículo de museo sepultado en sus cuatro paredes esperando que por el polvoriento camino aparezcan entre la polvareda el grupo de hombres que acabará con su vida. Se lo toma con calma, toma un poco de Whisky y enciende un cigarrillo. Siempre será joven, un cadáver joven y hermoso, Pat no tendrá el mal gusto de dispararle en el rostro.
Sam Peckinpah está mas emparentado con el cine de Sergio Leone que con el de John Ford. América no es el lugar de las oportunidades y todos esos aventureros que fueron al Oeste huyendo de la hambruna y sedientos de oro eran descendientes directos de los bárbaros que llegaron de Europa a América anhelando el Dorado y arrasando todo lo que encontraba a su paso. Para vivir había que matar y eso lo entendió Peckinpah en el Hollywood donde le tocó trabajar. La lucha era despiadada, cruel pero él logró hacerse una voz entre los nuevos directores y entre todos esos viejos retrógrados enchapados a la antigua que todavía insistían en hacer western para hablar de lo coherentes y magníficos que eran los gringos. Si un hombre abre una ventana en una película de John Ford lo más seguro es que verá un magnífico horizonte donde el sol estalla en el cielo sus incandescentes rayos, en Peckinpah no, si abres una ventana una bala se incrustará en tu cerebro.
Los pistoleros de estas películas son hombres cansados, hombres que ven como la modernidad va aplastando sus viejos hábitos. Billy es un joven viejo, un niño que como Morrison solo quería morir. Esa tristeza está en toda la obra de Sam Peckinpah, la muerte se acepta como parte de la vida pero no por eso llega a ser un espectáculo festivo. La muerte por ser necesaria no deja de ser triste y toda esa música de Dylan acentúa más y más el fin de una época. Slim Pickens siempre ha soñado con tener una barca y perderse de esas regiones inhóspitas hasta llegar otra vez a las verdes praderas. Lamentablemente una bala le acaba de perforar el estómago y sus minutos están contados. Alcanza a arrastrarse hasta el río donde está aparcada una balsa, Kathy Jurado lo sigue y los acordes de Knocking on heavens doors de Bob Dylan comienzan a sonar. No existe una mejor pintura que esta para explicarle a los dioses lo que sentimos cuando nuestra alma se escapa por la rendija que ha hecho en nuestro cuerpo una bala. Pickens sonríe, su sueño de irse en una balsa lejos de la inmundicia del desierto nunca se hará realidad.
Toda la gente que ama William Boonie comienza a morir, ya vendrá el día hijo, la parca está en camino, ha encontrado tus pasos. No es común morir joven y mucho menos a manos de un hombre que fue como un padre para ti. Un polvo unos minutos antes un buen trago de Whisky lástima que se hayan llevado las guitarras y que el rapé se lo haya esnifado la noche anterior un obispo borracho, Pat Garreth está detrás de ti querido Billy, ha desenfundado el arma, no te dejará voltear, ya saben todos que si te volteas lo matarás porque nadie es más rápido que tú, apréstate a recibir, sin confesión y sin Dios el beso eterno de la guadaña.
8 de septiembre de 2011
ESPECIAL DOS AÑOS DEL ATENEISTA: EL DIA QUE WOLE SOYINKA ME EMPUJÓ. Por: Jesús Antonio Álvarez Florez
Yo creí que Wole Soyinka y yo éramos buenos amigos, pero me equivoqué. Fue tan amable la primera vez que hablamos, que guardé por mucho tiempo esa conversación como una prueba fehaciente de su humildad y sencillez para con los lectores de su obra. Tuve la oportunidad de conocerlo en Medellín, un sábado por la noche (25 de junio de 2005), antes de que diese un recital de poesía en la capital antioqueña. Me senté junto con un amigo en La Playa, y allí esperamos por varios minutos a que el primer Premio Nobel de Literatura africano leyera los poemas que le otorgaron el más importante galardón que puede recibir un escritor. Impacientes porque no comenzaba el evento, pero motivados por la cantidad de mujeres hermosas que veíamos pasar, mi amigo y yo tomamos rumbos distintos: él se fue con su novia y compró un libro de Ernesto Cardenal, otro de los invitados al XV Festival de Poesía de Medellín, y yo me dediqué a vender separadores de libros para tener con qué comer.
Media hora después estábamos leyendo el libro de Cardenal, y ya con algunas monedas en el bolsillo decidí comprar el mismo ejemplar. La chica que me atendió me dijo que los libros habían sido llevados a El Gran Hotel, y que si quería un ejemplar era necesario ir hasta allá y preguntar por el dueño del local.
Camino al hotel tuve que sortear patrullas de policía, prostitutas, revendedores de boletas (Nacional jugaba al día siguiente la final del fútbol colombiano contra el Independiente Santa Fe), jíbaros, punks… Toda una jungla de gente extraña. Ya en el hotel, tuve que esperar a que el dueño de los libros bajara de su habitación; y fue en ese momento, mientras caminaba para hacer tiempo, cuando vi a Wole Soyinka en el lobby, solo, sin cámaras cerca de él, sentado en uno de los sofás y leyendo un libro. Sin dudarlo, fui hasta donde estaba y, con un pésimo inglés, me presenté y le confesé que, entre otras cosas, había ido a Medellín porque quería escuchar sus poemas. Del inglés saltamos al francés, y en ese idioma confesó sentirse contento por tener tantos conocedores de su obra en un país como el nuestro. Minutos después llegó otro de los invitados al Festival y le anunció que ya era hora de hacer su presentación en La Playa. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y con la promesa de hablar en otra oportunidad.
Dos años y medio después, el jueves 25 de enero de 2007, volví a verlo en Cartagena de Indias. Había sido invitado al II Hay Festival y esa noche leyó de nuevo varios poemas en el Teatro Heredia. Hice guardia a la salida, armado con una grabadora de periodista, y de nuevo lo saludé. Cuando vio que iba a entrevistarlo giró sobre sus pies, estiró su largo brazo izquierdo y dijo: “Ya estoy cansado de hablar, yo ya no quiero decirle nada a ningún periodista. Déjeme solo, por favor”. Le dije que eran solo tres preguntas, que no lo ocuparía por mucho tiempo, y de nuevo me empujó. “No”, dijo de nuevo. Confieso que me dio mucha rabia recibir ese trato; salí lanzando insultos a cada esquina y me senté en un lugar cualquiera, esperando que pasara la noche.
Tres horas después lo vi en una carroza junto con un joven rubio, con sus caras a muy pocos centímetros de distancia, hablando de tú a tú. Fabián, quien me había prestado la grabadora, dijo en medio de risas: “Ay, Chucho, a ti no te empujó un Premio Nobel, te empujó un negro marica”. Nos reímos por varios minutos y eso me calmó bastante. Luego fuimos por unas cervezas y caminamos por el Centro Histórico de Cartagena. A las tres de la mañana fuimos a Quiebracanto, uno de los bares de salsa más conocidos de la ciudad. En medio de la cantidad de turistas había un morocho alto, con camisa de flores, bailando con varias mujeres mientras sostenía un vaso de Whisky. Era Efraim Medina. Lo saludamos y nos ofreció un trago. Nos dijo que era necesario conseguir novias gordas porque ellas pagaban todo, que no nos fijáramos en la estética. Nos despedimos de él y nos dijo: “Ojalá nos veamos pronto”.
Hoy sólo espero que la Academia sueca no entregue nunca el Premio Nobel a Medina; él no lo merece y creo que no iría nunca a recibirlo; pero temo que dentro de pocos meses lo vea por la calle y me dé un puñetazo. Sé que mi vida es bastante circular y nadie sabe cómo tratan los escritores a sus lectores. Además, no sería bueno para mí que otro Nobel me trate mal. Y menos Medina.
Yo aprendí mi lección: ya no llevo grabadoras y evito cualquier saludo con los célebres. Durante el IV Congreso de la Lengua española, Gabo estuvo muy lejos de mí como para que me golpeara; pero esa vez fue un policía quien me aleccionó por tratar de acercarme más de lo debido. Creo que el problema está en querer ver más de lo permitido. Sé que los Premios Nobel no han tenido buenas relaciones conmigo y por eso ya no los leo. Son perjudiciales para mi salud.
Media hora después estábamos leyendo el libro de Cardenal, y ya con algunas monedas en el bolsillo decidí comprar el mismo ejemplar. La chica que me atendió me dijo que los libros habían sido llevados a El Gran Hotel, y que si quería un ejemplar era necesario ir hasta allá y preguntar por el dueño del local.
Camino al hotel tuve que sortear patrullas de policía, prostitutas, revendedores de boletas (Nacional jugaba al día siguiente la final del fútbol colombiano contra el Independiente Santa Fe), jíbaros, punks… Toda una jungla de gente extraña. Ya en el hotel, tuve que esperar a que el dueño de los libros bajara de su habitación; y fue en ese momento, mientras caminaba para hacer tiempo, cuando vi a Wole Soyinka en el lobby, solo, sin cámaras cerca de él, sentado en uno de los sofás y leyendo un libro. Sin dudarlo, fui hasta donde estaba y, con un pésimo inglés, me presenté y le confesé que, entre otras cosas, había ido a Medellín porque quería escuchar sus poemas. Del inglés saltamos al francés, y en ese idioma confesó sentirse contento por tener tantos conocedores de su obra en un país como el nuestro. Minutos después llegó otro de los invitados al Festival y le anunció que ya era hora de hacer su presentación en La Playa. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y con la promesa de hablar en otra oportunidad.
Dos años y medio después, el jueves 25 de enero de 2007, volví a verlo en Cartagena de Indias. Había sido invitado al II Hay Festival y esa noche leyó de nuevo varios poemas en el Teatro Heredia. Hice guardia a la salida, armado con una grabadora de periodista, y de nuevo lo saludé. Cuando vio que iba a entrevistarlo giró sobre sus pies, estiró su largo brazo izquierdo y dijo: “Ya estoy cansado de hablar, yo ya no quiero decirle nada a ningún periodista. Déjeme solo, por favor”. Le dije que eran solo tres preguntas, que no lo ocuparía por mucho tiempo, y de nuevo me empujó. “No”, dijo de nuevo. Confieso que me dio mucha rabia recibir ese trato; salí lanzando insultos a cada esquina y me senté en un lugar cualquiera, esperando que pasara la noche.
Tres horas después lo vi en una carroza junto con un joven rubio, con sus caras a muy pocos centímetros de distancia, hablando de tú a tú. Fabián, quien me había prestado la grabadora, dijo en medio de risas: “Ay, Chucho, a ti no te empujó un Premio Nobel, te empujó un negro marica”. Nos reímos por varios minutos y eso me calmó bastante. Luego fuimos por unas cervezas y caminamos por el Centro Histórico de Cartagena. A las tres de la mañana fuimos a Quiebracanto, uno de los bares de salsa más conocidos de la ciudad. En medio de la cantidad de turistas había un morocho alto, con camisa de flores, bailando con varias mujeres mientras sostenía un vaso de Whisky. Era Efraim Medina. Lo saludamos y nos ofreció un trago. Nos dijo que era necesario conseguir novias gordas porque ellas pagaban todo, que no nos fijáramos en la estética. Nos despedimos de él y nos dijo: “Ojalá nos veamos pronto”.
Hoy sólo espero que la Academia sueca no entregue nunca el Premio Nobel a Medina; él no lo merece y creo que no iría nunca a recibirlo; pero temo que dentro de pocos meses lo vea por la calle y me dé un puñetazo. Sé que mi vida es bastante circular y nadie sabe cómo tratan los escritores a sus lectores. Además, no sería bueno para mí que otro Nobel me trate mal. Y menos Medina.
Yo aprendí mi lección: ya no llevo grabadoras y evito cualquier saludo con los célebres. Durante el IV Congreso de la Lengua española, Gabo estuvo muy lejos de mí como para que me golpeara; pero esa vez fue un policía quien me aleccionó por tratar de acercarme más de lo debido. Creo que el problema está en querer ver más de lo permitido. Sé que los Premios Nobel no han tenido buenas relaciones conmigo y por eso ya no los leo. Son perjudiciales para mi salud.
"SOY UN BUEN CHICO AUNQUE A VECES ME GUSTA GOLPEAR A LAS MUJERES" Sobre Un asesino dentro de mi de MIchael Winterbotton
Jim Thompson conocía mucho de anatomía femenina. Uno de sus personajes solía amedrentar a sus chicas golpeándola con una toalla llena de naranjas “Esto puede ser más mortal que una cuchillada” la muchacha llora y confiesa que pasa necesidades, los vestidos y los peinados están cada vez más caros pero eso no le importa a su jefe.
En El asesino dentro de mi Lou Ford es el ayudante de un sheriff que trata de tener una vida normal, casi que campechana. Su acento lo denota. Está aferrado a su terruño en un pueblito pequeño y monótono al sur de Texas. Por las noches suele relajarse escuchando música clásica y leyendo pedazos de la Biblia o El Decamerón. Entre las páginas de su relectura encuentra fotos viejas. Una mujer posa desnuda mostrando su sexo. A pesar del rostro lleno de lascivia sus nalgas muestran severos moretones. Lou recuerda un poco su niñez, el soterrado velo con los cuales los adultos trataban de ocultarle el sexo. Mientras Lou quema esas fotos recuerda que el velo se lo arrancó de los ojos con una mueca histérica. Todas las mujeres del lugar querían ser golpeadas y cuando el niño se volvió hombre descubrió que no solo estaba mal golpearlas sino que ellas mismas se lo exigían.
Conoce a una prostituta en las afueras de la ciudad. Se enamoran a punta de golpes, él cree que se está enamorando, ella quiere salir de ese pueblito miserable, para hacerlo tiene un plan, el hijo del dueño de los pozos petroleros está perdidamente enamorado de ella, su padre quiere extorsionarla para que se vaya del lugar, podrían sacar una tajada de parte del hijo. A Lou Ford le suena la idea pero puede más su arraigo a esas cuatro esquinas, es más una idea comienza a crecer en su cerebro como un tumor: podría matar a golpes a la prostituta que ama y de paso asesinar al príncipe del petróleo local. Idea el plan que es perfecto se pone unos guantes y comienza a abofetear suavemente el rostro de la mujer amada hasta que a esos golpecitos los va acompañando con golpes cada vez más fuertes, puños devastadores que destrozan su cara “Nena, no te preocupes esto acabará pronto, no te olvides que te amo” “Yo también te amo” Le responde ella desde su limbo.
A mediados de la década del 20 las obras de Dashiel Hammet, William Irish y James Cain se convirtieron no solo en grandes sucesos de ventas sino en todo un acontecimiento literario. Directores de la talla de Luchino Visconti, Howard Hawks o Billy Wilder, decidieron adaptarlas y crearon el sugestivo género del cine negro. Jim Thompson no sabía que era escritor hasta que siendo Sheriff del condado de Caddo en Oklahoma tuvo que huir de la ciudad por culpa de las múltiples acusaciones que tenía por corrupción. En su desesperación encontró asilo solo en la escritura. Su obra excelentemente escrita y entre las que se destacan 1280 almas y la Huida (Adaptada por Sam Peckinpah) fue el bálsamo por el cual el sheriff Thompson encontró la redención. Nadie pensaba mucho en él como tantos otros escritores Pulp olvidados en los estantes polvorientos de las casas de libros usados hasta que al director inglés Michael Winterbotton le dio por adaptar Un asesino dentro de mí.
Una bocanada de aire fresco en esa alcantarilla que es el cine de nuestros días resultó siendo este filme coherente, duro, extrañísimo. Desde el guión la historia va saliendo poco a poco de manera que vamos conociendo a Lou a medida que el filme va avanzando. No sabemos sus intenciones y si bien vimos cómo le destrozaba con brutalidad el rostro a Jessica Alba podemos sentir cierta simpatía por este sicópata. La actuación de Cassey Affleck el hermano menor de Ben es todo un modelo de control, frialdad y concentración cinematográfica. No se le mueve un músculo y se nos hace definitivamente increíble que su acento no sea el que posea este ayudante de Sheriff campechano y culto, sensual y misterioso, tierno y brutal.
La novela es una excusa para que el creador de 24 hours party people pueda construir un filme único, original, casi que una anti película negra, satírica, corrosiva, perfecta. Necesitabamos que una película volviera a hacernos sentir sensaciones, fastidio, que por momentos nos confundiera, nos aburriera nos hiciera sentir vivos. El final a pesar de lo que han dicho las revistas es de las mejores cosas que nos ha podido suceder en 40 años, un final con un gran explosión como la que le exige el ganadero a Ed Wood cuando decide financiar su malograda película. Con una banda sonora espectacular y unas actuaciones realmente sobresalientes Un asesino dentro de mi es una pequeña obra maestra que por una especie de milagro o equivocación ha llegado a estas tercermundistas pantallas. Vayan a verla al cine antes de que tengan que resignarse a la estrechez del plasma.
En El asesino dentro de mi Lou Ford es el ayudante de un sheriff que trata de tener una vida normal, casi que campechana. Su acento lo denota. Está aferrado a su terruño en un pueblito pequeño y monótono al sur de Texas. Por las noches suele relajarse escuchando música clásica y leyendo pedazos de la Biblia o El Decamerón. Entre las páginas de su relectura encuentra fotos viejas. Una mujer posa desnuda mostrando su sexo. A pesar del rostro lleno de lascivia sus nalgas muestran severos moretones. Lou recuerda un poco su niñez, el soterrado velo con los cuales los adultos trataban de ocultarle el sexo. Mientras Lou quema esas fotos recuerda que el velo se lo arrancó de los ojos con una mueca histérica. Todas las mujeres del lugar querían ser golpeadas y cuando el niño se volvió hombre descubrió que no solo estaba mal golpearlas sino que ellas mismas se lo exigían.
Conoce a una prostituta en las afueras de la ciudad. Se enamoran a punta de golpes, él cree que se está enamorando, ella quiere salir de ese pueblito miserable, para hacerlo tiene un plan, el hijo del dueño de los pozos petroleros está perdidamente enamorado de ella, su padre quiere extorsionarla para que se vaya del lugar, podrían sacar una tajada de parte del hijo. A Lou Ford le suena la idea pero puede más su arraigo a esas cuatro esquinas, es más una idea comienza a crecer en su cerebro como un tumor: podría matar a golpes a la prostituta que ama y de paso asesinar al príncipe del petróleo local. Idea el plan que es perfecto se pone unos guantes y comienza a abofetear suavemente el rostro de la mujer amada hasta que a esos golpecitos los va acompañando con golpes cada vez más fuertes, puños devastadores que destrozan su cara “Nena, no te preocupes esto acabará pronto, no te olvides que te amo” “Yo también te amo” Le responde ella desde su limbo.
A mediados de la década del 20 las obras de Dashiel Hammet, William Irish y James Cain se convirtieron no solo en grandes sucesos de ventas sino en todo un acontecimiento literario. Directores de la talla de Luchino Visconti, Howard Hawks o Billy Wilder, decidieron adaptarlas y crearon el sugestivo género del cine negro. Jim Thompson no sabía que era escritor hasta que siendo Sheriff del condado de Caddo en Oklahoma tuvo que huir de la ciudad por culpa de las múltiples acusaciones que tenía por corrupción. En su desesperación encontró asilo solo en la escritura. Su obra excelentemente escrita y entre las que se destacan 1280 almas y la Huida (Adaptada por Sam Peckinpah) fue el bálsamo por el cual el sheriff Thompson encontró la redención. Nadie pensaba mucho en él como tantos otros escritores Pulp olvidados en los estantes polvorientos de las casas de libros usados hasta que al director inglés Michael Winterbotton le dio por adaptar Un asesino dentro de mí.
Una bocanada de aire fresco en esa alcantarilla que es el cine de nuestros días resultó siendo este filme coherente, duro, extrañísimo. Desde el guión la historia va saliendo poco a poco de manera que vamos conociendo a Lou a medida que el filme va avanzando. No sabemos sus intenciones y si bien vimos cómo le destrozaba con brutalidad el rostro a Jessica Alba podemos sentir cierta simpatía por este sicópata. La actuación de Cassey Affleck el hermano menor de Ben es todo un modelo de control, frialdad y concentración cinematográfica. No se le mueve un músculo y se nos hace definitivamente increíble que su acento no sea el que posea este ayudante de Sheriff campechano y culto, sensual y misterioso, tierno y brutal.
La novela es una excusa para que el creador de 24 hours party people pueda construir un filme único, original, casi que una anti película negra, satírica, corrosiva, perfecta. Necesitabamos que una película volviera a hacernos sentir sensaciones, fastidio, que por momentos nos confundiera, nos aburriera nos hiciera sentir vivos. El final a pesar de lo que han dicho las revistas es de las mejores cosas que nos ha podido suceder en 40 años, un final con un gran explosión como la que le exige el ganadero a Ed Wood cuando decide financiar su malograda película. Con una banda sonora espectacular y unas actuaciones realmente sobresalientes Un asesino dentro de mi es una pequeña obra maestra que por una especie de milagro o equivocación ha llegado a estas tercermundistas pantallas. Vayan a verla al cine antes de que tengan que resignarse a la estrechez del plasma.
6 de septiembre de 2011
EL NUEVO HOLLYWOOD, ULTIMOS VESTIGIOS DE UN NAUFRAGIO
Después del descalabro de Cleopatra la industria del cine norteamericana no volvió a ser la misma. Ya adaptar una historia de la antigüedad, meterle 50 mil extras y con una duración de tres horas era una fórmula mandada a recoger. El público que unos años antes aplaudía a Charlton Heston abriendo el mar rojo o al mismo actor sufriendo el infierno de las galeras había cambiado. Los sesenta es una década terrible para Hollywood, la juventud ya no creía que América era el país de los sueños, el asesinato de un presidente, de su hermano el senador, de Martin Luther King y Malcom X había convencido a la juventud que el bien más preciado de los americanos, la libertad firme y segura de una sólida democracia no era más que una sarta de mentiras.
Los viejos magnates como Louis B. Mayer o Adolph Zuckor pasaban definitivamente de moda. Los héroes no cautivaban a la audiencia, ahora necesitaban que la fábrica de sueños se comprometiera con una época difícil, vital. Todo periodo de crisis lleva de la mano una época de esplendor para el arte. Ese es el gran mal de esta coyuntura, no existe una reacción de parte del arte, todos están demasiado ocupados con sus blackberry como para aullar de rabia. Pero en los sesenta existía una generación de cineastas que cursaban sus estudios en UCLA. Además de un talento innegable con la cámara poseían una sólida cultura. Si Hawks, Hitchcock o Ford habían logrado hacer obras maestras indiscutibles lo habían conseguido a partir de su pura intuición. Los tres (Tal vez con excepción de Hitchcock) eran hombres rudos, no solo lograron tener un estilo sólido sino que ayudaron a formar el lenguaje cinematográfico. Pero los muchachos que comenzaron a graduarse de las universidades a finales de los sesenta eran activistas, gente comprometida con su sociedad y sobre todo abiertamente crítica a un sistema que ellos consideraban fascista.
Los magnates judíos por supuesto no querían saber nada de ellos. La industria no iba a cambiar de la noche a la mañana. Eso lo sabían los jóvenes directores y por eso creyeron siempre en el autofinanciamiento. cuando Cassavetes estrenó Faces y tuvo un relativo éxito las alarmas se encendieron. Algo estaba cambiando en el cine norteamericano. Cassavetes no quería ser un director de estudio sujeto a los caprichos de sus productores. Se había forjado una exitosa carrera como actor (Fue nominado a mejor actor secundario en los óscar por su papel en los Doce del patíbulo de Robert Aldrich) y le pagaban bien, en vez de comprarse una lujosa mansión en Bel-air invertía lo que recibía en las películas que tenía en su cabeza. Faces tiene la virtud de no parecerse a nada que se había hecho hasta ese entonces. Fue adorada por la generación de recién graduados, la primera que surgía en América. Él fue el padre creador del cine independiente americano, mostró el camino. Si querían tener una voz, si pretendían realizar sus propios proyectos deberían arriesgarse. En eso consistía el arte en atreverse.
Pero si tu quieres escribir una novela solo necesitas un papel y un lápiz. Si resulta un fiasco la solución sería quemar el papel y luego intentar con otro cuaderno y otro lapicero. Para pintar necesitas un lienzo que por lo general es barato. Pero el lienzo de las películas es más caro, mucho más caro. Además si es tu dinero sería difícil jugar con él. No me imagino las peleas que habrán tenido por la hipoteca Cassavetes y Gena Rowlands pero para ser cineasta independiente y en esa época debías tener los cojones muy bien puestos.
Posiblemente sin la figura de Roger Corman la gran generación de cineastas de los setenta no hubiese surgido. Corman les dio la posibilidad de filmar y también de actuar. Miren a Jack Nicholson en su delirante papel en la Tiendita del Horror y miren a Coppola dirigiendo su primera película Dementia 13. El director de la Caída de la casa Husher aconsejaba a sus discípulos que no perdieran permiso legal para filmar “Porque no se los van a dar así que tan solo salgan a las calles y filmen” de esa manera empezaron.
Las fuentes donde bebieron el conocimiento no solo estaban en el viejo y maravilloso Hollywood, el nuevo cine americano es hijo directo de Godard, Truffaut, Visconti, Antonioni, Fellini, Bergman o Rohmer. Nunca antes se consumió más películas extranjeras en Los Estados Unidos de América. Con plata de Corman y por recomendación de él mismo Bogdanovitch pudo tener al mítico Boris Karloff en su inquietante ópera prima, Targets. No fue un éxito de taquilla ni mucho menos pero alcanzó para recuperar la inversión. Fue el ruido ronco que antecedió al terremoto y el terremoto se llamó Easy Ryder.
Como los personajes de El Satiricón los dos motociclistas hacen un viaje al corazón del imperio constatando que este se está cayendo a pedazos. Al final ellos mismos caen abaleados por los viejos canónes, por la brutalidad que solo puede generar la ignorancia. Pero lo más grave, lo triste de Easy Ryder es que anticipan los tiempos que vendrían después de que Reagan se asentara en el poder y sobre todo de que ese robot fabricado para hacer dinero llamado George Lucas impusiera su aburrido régimen después del éxitos de La guerra de las galaxias. Lo triste es que fueron ellos mismos los que la cagaron todo, eso se lo dice Peter Fonda a Dennis Hopper mientras le pasa un porro “La cagamos” tuvieron todo para triunfar pero que se le va a hacer, un artista por lo general es autodestructivo y ellos quemaron todo, hasta las sillas del teatro. Diez años después no quedaría nada.
La película recaudó más de cuarenta millones de dólares, un éxito total, arrollador sobre todo si se tiene en cuenta que había costado menos de un millón. Arrasó en Cannes y con las pocas neuronas que le quedaban a Dennis Hopper quien literalmente se enloqueció. Sus escándalos solo fueron superados por sus megalomaniacas declaraciones. No le temblaba la voz para decir que el era el nuevo Dios del cine. Inmediatamente las compañías al ver el éxito que podía generar este tipo de cine donde ya no cabía la super estrella, donde los personajes principales se parecían mas a la gente que hacía la fila en el supermercado decidió rendirse a los pies de los artistas.
Los éxitos se sucedían a los excesos. Aparece The King of Marving Gardens de Bob Rafelson y lo mismo poca inversión monetaria, excelente producción artística y buenos réditos en taquilla. Lo mismo pudo decirse de Alicia ya no vive acá y Alguien toca mi puerta de Martin Scorsese. No fueron pues taquillazos absolutos pero ganaban algo y lo mejor hacía ver a los productores de cine como si fueran mecenas renacentistas.
Pero dos obras maestras absolutas cambiaron el destino de la joven generación. Contacto en Francia rompió todo en mil pedazos. Una película policiaca, entretenida, con un malo de la talla de Fernando Rey que parece más un artista que un hampón. La escena del metro donde Gene Hackman persigue al “Elegante” malvado es una coreografía digna de Bubsy Berkeley. William Friedkin el joven director judío demostró su apego por el cinema verité porque no le dio miedo sacar la cámara a la calle dándole al filme un aire de cuasi documental. La influencia europea se empezaba a notar. Al impresionante logro estético se le sumaban los setenta millones de dólares que la película hizo en todo el mundo. Friedkin como Hopper empezó a sentir fiebre, una verborrea incontenible lo atacaba. Dejó de rezarle a su Dios, se volvió ateo y cuando quería conversar con el creador tan solo tenía que hablarle al espejo.
En el mismo año Bogdanovich, el niño que a los 19 años era el curador de la cinemateca del MOMA, el hombre que redescubrió a los 21 Freaks de Tod Browning, que era íntimo de Howard Hawks, Fritz Lang y Alfred Hitchcock, que a los 25 adoptó a ese niño gigante venido a menos llamado Orson Welles y que a los 27 con la ayuda de Corman pudo pasar de la crítica a la realización con Targets, creaba a los 32 años su primera y última obra maestra. La última película es para mí el mejor filme de esa generación. Una película clara, hermosamente desesperanzadora. Logró con una madurez inusitada plasmar a la sociedad nortemaericana en un pueblito pequeño de Texas, pequeño y miserable y aburrido, donde solo la fuerza de Ben Johnson y sus billares y su cine cochambroso le da alguna vida al lúgubre lugar. Las críticas fueron unánimes, existía un nuevo Hollywood poblado de rostros como uno, situaciones que le podrían suceder a uno. había un público que acudía en masa a ver estas maravillosas películas y entre todas ellas The last picture show brillaba como la plata. Dicen que la merma en calidad que sufrió la obra de Bogdanovitch después de que se separara de Polly Platt insuflado por la gloria artística, el éxito millonario y haberse levantado Cibill Chepperd se debió a que era su esposa el genio detrás del niño mimado y sabelotodo. Vaya a saber si es verdad. En Hollywood como en ningún otro lugar del mundo los chismes se cuecen como si fueran habas.
El punto es que el ego de Bogdie (Como cariñosamente lo llamaba su amigo Cassavetes) crecía de tal forma que su vida corría peligro: amenazaba con romperle el pecho como si fuera un aliens. Ya eran tres los megalómanos.
Mientras el cine de autor de norteamerica se instauraba como una guerrilla. Ellos no solo eran los directores sino en el caso de Coppola insuflado por el éxito sin precedentes de las dos primeras partes del padrino decidió fortalecer Zoetrope que sería la compañía donde los cineastas de todo el mundo harían realidad sus alocados sueños.
La buena racha parecía no tener fin. Mi vida es mi vida de Bob Rafelson catapultó la carrera de Jack Nicholson, Chinatown de Polansky lo convertiría en una súper estrella. Su pinta no tenía nada que ver con Gary Cooper, era un hombre del común como lo eran Bruce Dern, Al Pacino, Robert de Niro, John Cazale, Timmothy Buttons, Dustin Hoffman, Roy Sheider la generación de actores que le darían vida a esos personajes difusos, atormentados que mostraban un rostro duro y cruel de la América que veían sus autores.
1975 fue el año donde se empezó a percibir que el golpe de la ola del nuevo Hollywood podía comenzar a retroceder. Tiburón era una obra exclusivamente hecha para el entretenimiento de las masas. Creó una nueva forma de distribución y estreno, a partir del monstruo de Spielberg las películas se estrenarían en mil salas a la vez. Los resultados no se hicieron esperar: en un mes Tiburón se convertía en la película más taquillera de la historia. Un monstruo mecánico era más importante que Vito Corleone y su familia.
Entonces el blockbuster de Spielberg se convertiría en un mal presagio para los ya no tan jóvenes autores. Si bien con Luna de Papel y Que pasa Doctor? Bogdanovitch recibiría buenas críticas e ingresos la debacle de Daysy Miller, la estrambótica adaptación de la novela homónima de Henry James hizo que la industria quitara los ojos inmediatamente en la figura del pretencioso director. Él fue el único culpable del fracaso. Enfrascado en una turbia pasión con Shepherd decidió darle el papel principal (completamente inadecuado) y para acabar de completar el desastroso casting embebido en sus celos le puso al lado a puros actores feos deformando por completo la historia.
La fama de engreído de Bogdanovitch se evidenció con el agrado con que Hollywood recibió el hundimiento de sus proyectos. Decía Billy Wilder con su sardónico humor que “La noche del estreno de Daysy Miller lo único que se escuchaba era el sonido de las botellas de champaña descorchándose” Fueron años muy duros para el creador de La última película. La tragedia personal lo acompañó y entró rápidamente en banca rota. Veinte años después el otrora todo poderoso director vivía de arrimado en el apartamento de un amigo en Manhatan.
Suerte parecida tuvo William Friedkin. Si bien el éxito lo siguió acompañando con El exorcista, enceguecido por la pasión que sobre si mismo tenía decidió arriesgarse y adaptar El salario del miedo solo por una promesa hecha en una noche de tragos a su director, el admirado Henri Clouzot. Sourcerer sería su más rotundo fracaso del cual tampoco jamás se podría levantar. Su talento como el de Bogdanotich se evaporó como la espuma. Esto se explica porque nunca más volvieron a tener el control absoluto de sus obras, de ahora en adelante tuvieron la necesidad de trabajar por el dinero, obedeciendo casi siempre lo que la compañía les pedía. A Orson Welles después de perder el control en Los Magnificos Amberson le sucedió algo parecido pero el genio se escapó de la botella a la que lo querían meter y se fugó a Europa donde después de un penoso y larguísimo rodaje (Casi cinco años) pudo financiarse solito su Otelo en una clara prefiguración de lo que sería conocido como el cine independiente. Friedkin y Bogdie se sumieron en sus depresiones, hoy en día el director de Luna de papel es famoso más como escritor de cine que como realizador.
Hal Hashby un ejemplo claro de talento quien con El regreso, Harold y Maude y Sahmpoo logró posicionarse como uno de los estandartes del Nuevo Hollywood cayó preso en la cárcel que el mismo se hizo con barrotes de marihuana. Todo un talento desperdiciado, el talento más fresco y renovador de todos ellos. Robert Altman contemporáneo de Hashby demostró con Mash que la gente podía reírse del conflicto y que se podían decodificar los géneros hasta convertir una película en algo inclasificable con su genial Nashville. Tuvo la suficiente intuición para irse del país antes de que Michael Cimino por un lado y George Lucas por el otro terminaran de destruir ese imperio que nunca tuvo oportunidad de contraatacar.
Taxi Driver fue otro sonoro éxito de esa época y una de las grandes películas del cine americano. Tuvo un respetable ingreso en taquilla y vino a confirmar que Scorsese tenía un próspero futuro dentro del cine americano. Fue presa del delirio que a todos los ya veteranos directores embargaba el ser artista y a la vez adorado por las masas y se enfrasco en el carísimo música New Yor New York, hace poco la volví a ver y me sigue pareciendo una película maravillosa donde Robert De Niro puede tocar el saxofón como todo un profesional pero lamentablemente en 1977 nadie quería ir al cine a ver un musical que no estuviera dirigido por Bob Fosse. La amarga experiencia hizo que Scorsese tuviera desesperantes ataques de asma que él supo atenuar con las poco aconsejables nebulizaciones de cocaína. Unos meses después su matrimonio colapsaría y el estaría muy cerca de la muerte cuando a mediados de 1979 es ingresado a un hospital presentando un avanzado estado de neumonía. Quería no salir nunca más de ese estado ya que le habían afirmado que después del descalabro monumental de New York, New York nunca más volvería a hacer una película, sin embargo su amigo De Niro le llevó una autobiografía escrita por Jake La Motta y bueno apareció la que al juicio de muchos es la mejor película de todos los tiempos, Toro Salvaje, que fue es su momento un notable descalabro económico.
Pero es que era 1980 y ya George Lucas había sacado episodio IV y V de ese video juego tonto llamado La guerra de las galaxias y chao man, ningún productor volvería a apostarle a esas obras depresivas hechas en blanco y negro. Además Cimino empezó a creerse la reencarnación de Eric Von Stroheim e hizo su brillante pero ininteligible Puerta al Cielo con 44 millones de dólares cuando el presupuesto inicialmente se había pautado en 7. La megalomanía de Cimino convirtió a la producción en un grifo abierto. Se esperaba recuperar la inversión pero nadie fue a verla. Solo recaudó poco mas de un millón de dólares. Un desastre que terminó acabando con United Artist, la compañía que a principios de los años 20 habían fundado Douglas Fairbanks, Mary Pickford y Chaplin dizque para que los artistas no dependieran de nadie.
Un año antes Dennis Hopper le había pegado un tiro a su carrera con la desagradable, pretenciosa, torpe y fascistoide The Last Movie (No confundir con la de Bogdanovitch) todo un ejemplo de mala edición, mala dirección, una de las peores películas jamás hechas pero como no se entendía encantó en Cannes y le otorgaron el premio de la crítica. En Estados Unidos fue abucheada y no llegó a recuperar ni el cinco por ciento de lo invertido. Hopper se enfocaría en la actuación siguiendo una irregular carrera. Eso si durante los 73 años que vivió en esta tierra su fama de desequilibrado le daría un lugar privilegiado dentro de la prensa rosa.
En el ochenta después del Vietnam todos querían escapar de la realidad. La lucha social cedió y los jóvenes revolucionarios ya tenían cuarenta años y la verdad estaban cansados. Hollywood se entregó de lleno a las sagas de Rocky, de Rambo y a toda esa porquería donde trabajaba Schwarzennegger. La guerra fría vivió su momento álgido y con Reagan en el poder el fascismo tuvo su cuarto de hora en los Estados Unidos. El mundo también compartió esa frivolidad. En 1983 los viejos maestros habían muerto, solo quedaba Billy Wilder pero era mirado como un artículo de museo. De la generación del nuevo Hollywood solo quedarían vigentes De Palma, Spielberg y Lucas los directores que menos cosas tenían para decir, los menos peligrosos, los mas escapistas. Scorcese fue coherente con su discurso y pudo aferrarse en una tabla y llegar hasta este siglo donde su carrera está más viva que nunca hasta el punto de que sus dos éxitos mas rotundos de taquilla, Los infiltrados y La isla siniestra son de 2006 y 2009 respectivamente. Woody Allen es otro que ha sabido mantenerse activo e incluso de moda, su más reciente película Medianoche en París es todo un suceso mundial.
El resto solo es un buen recuerdo, unas figuras de bronce expuestas sobre una repisa. Están petrificados pero sus obras quedaron para siempre. Hoy pensar en que el director pueda tener el control absoluta de una obra en Hollywood se convierte en toda una obra de ficción. Hace cuarenta años esa oportunidad estuvo latente pero el ego, la cocaína y Hans Solo destruyeron en mil pedazos otro sueño americano.
Los viejos magnates como Louis B. Mayer o Adolph Zuckor pasaban definitivamente de moda. Los héroes no cautivaban a la audiencia, ahora necesitaban que la fábrica de sueños se comprometiera con una época difícil, vital. Todo periodo de crisis lleva de la mano una época de esplendor para el arte. Ese es el gran mal de esta coyuntura, no existe una reacción de parte del arte, todos están demasiado ocupados con sus blackberry como para aullar de rabia. Pero en los sesenta existía una generación de cineastas que cursaban sus estudios en UCLA. Además de un talento innegable con la cámara poseían una sólida cultura. Si Hawks, Hitchcock o Ford habían logrado hacer obras maestras indiscutibles lo habían conseguido a partir de su pura intuición. Los tres (Tal vez con excepción de Hitchcock) eran hombres rudos, no solo lograron tener un estilo sólido sino que ayudaron a formar el lenguaje cinematográfico. Pero los muchachos que comenzaron a graduarse de las universidades a finales de los sesenta eran activistas, gente comprometida con su sociedad y sobre todo abiertamente crítica a un sistema que ellos consideraban fascista.
Los magnates judíos por supuesto no querían saber nada de ellos. La industria no iba a cambiar de la noche a la mañana. Eso lo sabían los jóvenes directores y por eso creyeron siempre en el autofinanciamiento. cuando Cassavetes estrenó Faces y tuvo un relativo éxito las alarmas se encendieron. Algo estaba cambiando en el cine norteamericano. Cassavetes no quería ser un director de estudio sujeto a los caprichos de sus productores. Se había forjado una exitosa carrera como actor (Fue nominado a mejor actor secundario en los óscar por su papel en los Doce del patíbulo de Robert Aldrich) y le pagaban bien, en vez de comprarse una lujosa mansión en Bel-air invertía lo que recibía en las películas que tenía en su cabeza. Faces tiene la virtud de no parecerse a nada que se había hecho hasta ese entonces. Fue adorada por la generación de recién graduados, la primera que surgía en América. Él fue el padre creador del cine independiente americano, mostró el camino. Si querían tener una voz, si pretendían realizar sus propios proyectos deberían arriesgarse. En eso consistía el arte en atreverse.
Pero si tu quieres escribir una novela solo necesitas un papel y un lápiz. Si resulta un fiasco la solución sería quemar el papel y luego intentar con otro cuaderno y otro lapicero. Para pintar necesitas un lienzo que por lo general es barato. Pero el lienzo de las películas es más caro, mucho más caro. Además si es tu dinero sería difícil jugar con él. No me imagino las peleas que habrán tenido por la hipoteca Cassavetes y Gena Rowlands pero para ser cineasta independiente y en esa época debías tener los cojones muy bien puestos.
Posiblemente sin la figura de Roger Corman la gran generación de cineastas de los setenta no hubiese surgido. Corman les dio la posibilidad de filmar y también de actuar. Miren a Jack Nicholson en su delirante papel en la Tiendita del Horror y miren a Coppola dirigiendo su primera película Dementia 13. El director de la Caída de la casa Husher aconsejaba a sus discípulos que no perdieran permiso legal para filmar “Porque no se los van a dar así que tan solo salgan a las calles y filmen” de esa manera empezaron.
Las fuentes donde bebieron el conocimiento no solo estaban en el viejo y maravilloso Hollywood, el nuevo cine americano es hijo directo de Godard, Truffaut, Visconti, Antonioni, Fellini, Bergman o Rohmer. Nunca antes se consumió más películas extranjeras en Los Estados Unidos de América. Con plata de Corman y por recomendación de él mismo Bogdanovitch pudo tener al mítico Boris Karloff en su inquietante ópera prima, Targets. No fue un éxito de taquilla ni mucho menos pero alcanzó para recuperar la inversión. Fue el ruido ronco que antecedió al terremoto y el terremoto se llamó Easy Ryder.
Como los personajes de El Satiricón los dos motociclistas hacen un viaje al corazón del imperio constatando que este se está cayendo a pedazos. Al final ellos mismos caen abaleados por los viejos canónes, por la brutalidad que solo puede generar la ignorancia. Pero lo más grave, lo triste de Easy Ryder es que anticipan los tiempos que vendrían después de que Reagan se asentara en el poder y sobre todo de que ese robot fabricado para hacer dinero llamado George Lucas impusiera su aburrido régimen después del éxitos de La guerra de las galaxias. Lo triste es que fueron ellos mismos los que la cagaron todo, eso se lo dice Peter Fonda a Dennis Hopper mientras le pasa un porro “La cagamos” tuvieron todo para triunfar pero que se le va a hacer, un artista por lo general es autodestructivo y ellos quemaron todo, hasta las sillas del teatro. Diez años después no quedaría nada.
La película recaudó más de cuarenta millones de dólares, un éxito total, arrollador sobre todo si se tiene en cuenta que había costado menos de un millón. Arrasó en Cannes y con las pocas neuronas que le quedaban a Dennis Hopper quien literalmente se enloqueció. Sus escándalos solo fueron superados por sus megalomaniacas declaraciones. No le temblaba la voz para decir que el era el nuevo Dios del cine. Inmediatamente las compañías al ver el éxito que podía generar este tipo de cine donde ya no cabía la super estrella, donde los personajes principales se parecían mas a la gente que hacía la fila en el supermercado decidió rendirse a los pies de los artistas.
Los éxitos se sucedían a los excesos. Aparece The King of Marving Gardens de Bob Rafelson y lo mismo poca inversión monetaria, excelente producción artística y buenos réditos en taquilla. Lo mismo pudo decirse de Alicia ya no vive acá y Alguien toca mi puerta de Martin Scorsese. No fueron pues taquillazos absolutos pero ganaban algo y lo mejor hacía ver a los productores de cine como si fueran mecenas renacentistas.
Pero dos obras maestras absolutas cambiaron el destino de la joven generación. Contacto en Francia rompió todo en mil pedazos. Una película policiaca, entretenida, con un malo de la talla de Fernando Rey que parece más un artista que un hampón. La escena del metro donde Gene Hackman persigue al “Elegante” malvado es una coreografía digna de Bubsy Berkeley. William Friedkin el joven director judío demostró su apego por el cinema verité porque no le dio miedo sacar la cámara a la calle dándole al filme un aire de cuasi documental. La influencia europea se empezaba a notar. Al impresionante logro estético se le sumaban los setenta millones de dólares que la película hizo en todo el mundo. Friedkin como Hopper empezó a sentir fiebre, una verborrea incontenible lo atacaba. Dejó de rezarle a su Dios, se volvió ateo y cuando quería conversar con el creador tan solo tenía que hablarle al espejo.
En el mismo año Bogdanovich, el niño que a los 19 años era el curador de la cinemateca del MOMA, el hombre que redescubrió a los 21 Freaks de Tod Browning, que era íntimo de Howard Hawks, Fritz Lang y Alfred Hitchcock, que a los 25 adoptó a ese niño gigante venido a menos llamado Orson Welles y que a los 27 con la ayuda de Corman pudo pasar de la crítica a la realización con Targets, creaba a los 32 años su primera y última obra maestra. La última película es para mí el mejor filme de esa generación. Una película clara, hermosamente desesperanzadora. Logró con una madurez inusitada plasmar a la sociedad nortemaericana en un pueblito pequeño de Texas, pequeño y miserable y aburrido, donde solo la fuerza de Ben Johnson y sus billares y su cine cochambroso le da alguna vida al lúgubre lugar. Las críticas fueron unánimes, existía un nuevo Hollywood poblado de rostros como uno, situaciones que le podrían suceder a uno. había un público que acudía en masa a ver estas maravillosas películas y entre todas ellas The last picture show brillaba como la plata. Dicen que la merma en calidad que sufrió la obra de Bogdanovitch después de que se separara de Polly Platt insuflado por la gloria artística, el éxito millonario y haberse levantado Cibill Chepperd se debió a que era su esposa el genio detrás del niño mimado y sabelotodo. Vaya a saber si es verdad. En Hollywood como en ningún otro lugar del mundo los chismes se cuecen como si fueran habas.
El punto es que el ego de Bogdie (Como cariñosamente lo llamaba su amigo Cassavetes) crecía de tal forma que su vida corría peligro: amenazaba con romperle el pecho como si fuera un aliens. Ya eran tres los megalómanos.
Mientras el cine de autor de norteamerica se instauraba como una guerrilla. Ellos no solo eran los directores sino en el caso de Coppola insuflado por el éxito sin precedentes de las dos primeras partes del padrino decidió fortalecer Zoetrope que sería la compañía donde los cineastas de todo el mundo harían realidad sus alocados sueños.
La buena racha parecía no tener fin. Mi vida es mi vida de Bob Rafelson catapultó la carrera de Jack Nicholson, Chinatown de Polansky lo convertiría en una súper estrella. Su pinta no tenía nada que ver con Gary Cooper, era un hombre del común como lo eran Bruce Dern, Al Pacino, Robert de Niro, John Cazale, Timmothy Buttons, Dustin Hoffman, Roy Sheider la generación de actores que le darían vida a esos personajes difusos, atormentados que mostraban un rostro duro y cruel de la América que veían sus autores.
1975 fue el año donde se empezó a percibir que el golpe de la ola del nuevo Hollywood podía comenzar a retroceder. Tiburón era una obra exclusivamente hecha para el entretenimiento de las masas. Creó una nueva forma de distribución y estreno, a partir del monstruo de Spielberg las películas se estrenarían en mil salas a la vez. Los resultados no se hicieron esperar: en un mes Tiburón se convertía en la película más taquillera de la historia. Un monstruo mecánico era más importante que Vito Corleone y su familia.
Entonces el blockbuster de Spielberg se convertiría en un mal presagio para los ya no tan jóvenes autores. Si bien con Luna de Papel y Que pasa Doctor? Bogdanovitch recibiría buenas críticas e ingresos la debacle de Daysy Miller, la estrambótica adaptación de la novela homónima de Henry James hizo que la industria quitara los ojos inmediatamente en la figura del pretencioso director. Él fue el único culpable del fracaso. Enfrascado en una turbia pasión con Shepherd decidió darle el papel principal (completamente inadecuado) y para acabar de completar el desastroso casting embebido en sus celos le puso al lado a puros actores feos deformando por completo la historia.
La fama de engreído de Bogdanovitch se evidenció con el agrado con que Hollywood recibió el hundimiento de sus proyectos. Decía Billy Wilder con su sardónico humor que “La noche del estreno de Daysy Miller lo único que se escuchaba era el sonido de las botellas de champaña descorchándose” Fueron años muy duros para el creador de La última película. La tragedia personal lo acompañó y entró rápidamente en banca rota. Veinte años después el otrora todo poderoso director vivía de arrimado en el apartamento de un amigo en Manhatan.
Suerte parecida tuvo William Friedkin. Si bien el éxito lo siguió acompañando con El exorcista, enceguecido por la pasión que sobre si mismo tenía decidió arriesgarse y adaptar El salario del miedo solo por una promesa hecha en una noche de tragos a su director, el admirado Henri Clouzot. Sourcerer sería su más rotundo fracaso del cual tampoco jamás se podría levantar. Su talento como el de Bogdanotich se evaporó como la espuma. Esto se explica porque nunca más volvieron a tener el control absoluto de sus obras, de ahora en adelante tuvieron la necesidad de trabajar por el dinero, obedeciendo casi siempre lo que la compañía les pedía. A Orson Welles después de perder el control en Los Magnificos Amberson le sucedió algo parecido pero el genio se escapó de la botella a la que lo querían meter y se fugó a Europa donde después de un penoso y larguísimo rodaje (Casi cinco años) pudo financiarse solito su Otelo en una clara prefiguración de lo que sería conocido como el cine independiente. Friedkin y Bogdie se sumieron en sus depresiones, hoy en día el director de Luna de papel es famoso más como escritor de cine que como realizador.
Hal Hashby un ejemplo claro de talento quien con El regreso, Harold y Maude y Sahmpoo logró posicionarse como uno de los estandartes del Nuevo Hollywood cayó preso en la cárcel que el mismo se hizo con barrotes de marihuana. Todo un talento desperdiciado, el talento más fresco y renovador de todos ellos. Robert Altman contemporáneo de Hashby demostró con Mash que la gente podía reírse del conflicto y que se podían decodificar los géneros hasta convertir una película en algo inclasificable con su genial Nashville. Tuvo la suficiente intuición para irse del país antes de que Michael Cimino por un lado y George Lucas por el otro terminaran de destruir ese imperio que nunca tuvo oportunidad de contraatacar.
Taxi Driver fue otro sonoro éxito de esa época y una de las grandes películas del cine americano. Tuvo un respetable ingreso en taquilla y vino a confirmar que Scorsese tenía un próspero futuro dentro del cine americano. Fue presa del delirio que a todos los ya veteranos directores embargaba el ser artista y a la vez adorado por las masas y se enfrasco en el carísimo música New Yor New York, hace poco la volví a ver y me sigue pareciendo una película maravillosa donde Robert De Niro puede tocar el saxofón como todo un profesional pero lamentablemente en 1977 nadie quería ir al cine a ver un musical que no estuviera dirigido por Bob Fosse. La amarga experiencia hizo que Scorsese tuviera desesperantes ataques de asma que él supo atenuar con las poco aconsejables nebulizaciones de cocaína. Unos meses después su matrimonio colapsaría y el estaría muy cerca de la muerte cuando a mediados de 1979 es ingresado a un hospital presentando un avanzado estado de neumonía. Quería no salir nunca más de ese estado ya que le habían afirmado que después del descalabro monumental de New York, New York nunca más volvería a hacer una película, sin embargo su amigo De Niro le llevó una autobiografía escrita por Jake La Motta y bueno apareció la que al juicio de muchos es la mejor película de todos los tiempos, Toro Salvaje, que fue es su momento un notable descalabro económico.
Pero es que era 1980 y ya George Lucas había sacado episodio IV y V de ese video juego tonto llamado La guerra de las galaxias y chao man, ningún productor volvería a apostarle a esas obras depresivas hechas en blanco y negro. Además Cimino empezó a creerse la reencarnación de Eric Von Stroheim e hizo su brillante pero ininteligible Puerta al Cielo con 44 millones de dólares cuando el presupuesto inicialmente se había pautado en 7. La megalomanía de Cimino convirtió a la producción en un grifo abierto. Se esperaba recuperar la inversión pero nadie fue a verla. Solo recaudó poco mas de un millón de dólares. Un desastre que terminó acabando con United Artist, la compañía que a principios de los años 20 habían fundado Douglas Fairbanks, Mary Pickford y Chaplin dizque para que los artistas no dependieran de nadie.
Un año antes Dennis Hopper le había pegado un tiro a su carrera con la desagradable, pretenciosa, torpe y fascistoide The Last Movie (No confundir con la de Bogdanovitch) todo un ejemplo de mala edición, mala dirección, una de las peores películas jamás hechas pero como no se entendía encantó en Cannes y le otorgaron el premio de la crítica. En Estados Unidos fue abucheada y no llegó a recuperar ni el cinco por ciento de lo invertido. Hopper se enfocaría en la actuación siguiendo una irregular carrera. Eso si durante los 73 años que vivió en esta tierra su fama de desequilibrado le daría un lugar privilegiado dentro de la prensa rosa.
En el ochenta después del Vietnam todos querían escapar de la realidad. La lucha social cedió y los jóvenes revolucionarios ya tenían cuarenta años y la verdad estaban cansados. Hollywood se entregó de lleno a las sagas de Rocky, de Rambo y a toda esa porquería donde trabajaba Schwarzennegger. La guerra fría vivió su momento álgido y con Reagan en el poder el fascismo tuvo su cuarto de hora en los Estados Unidos. El mundo también compartió esa frivolidad. En 1983 los viejos maestros habían muerto, solo quedaba Billy Wilder pero era mirado como un artículo de museo. De la generación del nuevo Hollywood solo quedarían vigentes De Palma, Spielberg y Lucas los directores que menos cosas tenían para decir, los menos peligrosos, los mas escapistas. Scorcese fue coherente con su discurso y pudo aferrarse en una tabla y llegar hasta este siglo donde su carrera está más viva que nunca hasta el punto de que sus dos éxitos mas rotundos de taquilla, Los infiltrados y La isla siniestra son de 2006 y 2009 respectivamente. Woody Allen es otro que ha sabido mantenerse activo e incluso de moda, su más reciente película Medianoche en París es todo un suceso mundial.
El resto solo es un buen recuerdo, unas figuras de bronce expuestas sobre una repisa. Están petrificados pero sus obras quedaron para siempre. Hoy pensar en que el director pueda tener el control absoluta de una obra en Hollywood se convierte en toda una obra de ficción. Hace cuarenta años esa oportunidad estuvo latente pero el ego, la cocaína y Hans Solo destruyeron en mil pedazos otro sueño americano.
5 de septiembre de 2011
EL SOPOR
Dicen que en la madrugada uno entiende mejor las cosas. Durante años solo conocí el alba cuando sometido a los rigores de una fiesta me quedaba bebiendo en un balcón hasta que el sol me estallaba en la cara. La madurez no es más que la pérdida gradual de la energía vital y a mis 33 años he visto que esa hiperkinesis que me embargaba está empezando a ceder. Eso se refleja en el hecho de que a las once de la noche el sueño le empieza a ganar la batalla a las imágenes en movimiento. La de anoche fue la tercera película en línea que dejo a medio acabar. Responsables somos los dos, las películas y yo. No tengo la culpa de que La casa muda no sea más que un experimento efectista. Lo que importa en este filme uruguayo es la rareza técnica de filmar con una cámara fotográfica en un plano secuencia de 74 minutos. De resto el mismo gore, los mismos lugares comunes. Hace unos años confié plenamente en que el género del terror tendría mucha tela de donde cortar pero a medida que veo nuevas películas me doy cuenta de que las historias góticas han empezado a agotarse. No pude acabarla y eso que duraba menos que hora y media, me subí a seguir releyendo El impero, la visión infernal (¿Verdadera?) que hace Kapuscinski de los setenta y tres años que duró la Unión Soviética. Por más que me interesaran los relatos escabrosos del periodista polaco el sueño pudo vencerse. Serían las diez y treinta de la noche.
La luz lechosa de la madrugada fue la primero que vi cuando me desperté ahogado. A tientas busqué mi inhalador y pude tranquilizarme. Me quedé mirando el techo y por un momento no sabía en qué parte del mundo estaba. Retomé la lectura unos diez minutos y luego me levanté. El ahogo había desaparecido. Eran las cinco y media de la mañana y el sol ya esparcía sus temibles rayos. En dos horas esto sería un infierno.
Cúcuta sería un buen lugar para vivir si uno se quedara encerrado en la casa. Es la ciudad ideal para los cuadrapléjicos. Acá solo necesitas un millar de películas y una televisión por cable que te garantice ver en su totalidad los grandes torneos del fútbol europeo. No hay nada afuera que te pueda distraer. Yo tengo que salir para ganarme la vida pero si fuera por mi me quedaría encerrado escribiendo todas esas historias que nunca he tenido tiempo para escribir. Acá no hay cines ni teatros ni gente a quien visitar. Sin embargo los pocos poetas que mendigan por sus calles se quejan de la falta de tiempo que tienen para escribir. El talento del cucuteño se desperdicia en hablar y chismosear constantemente. Muchos talentos se han perdido así, como la espuma de la champaña Ivan Kuprin desperdició sus mejores años en los bares de mala muerte de San Petersburgo. La lista es grande y no incluye poetas cucuteños.
No busquen París ni Praga. Son ciudades muy hermosas. En París no desperdiciaría un solo día escribiendo, me la pasaría recorriendo sus calles, hacer la gran Owen Wilson y soñar un poco con todos esos escritores que se sentaron a garrapatear en sus libretas mientras se intoxicaban con la infalible absenta. Total no tengo muchas cosas que decir. Las paredes de mi cuarto están empapeladas con todas esas novelas que otros escribieron por mi, un día de estos voy a callarme ese será mi mejor escrito.
Antes de poner un pie afuera ya el cuerpo se llena de sudor. El vapor te oprime la cabeza, te hunde. Acá la única motivación para salir sería irse a una de esas tiendas de las esquinas y emborracharse a punta de cerveza, me cuento los billetes que tengo en el bolsillo; lo mejor es ir a trabajar.
La luz lechosa de la madrugada fue la primero que vi cuando me desperté ahogado. A tientas busqué mi inhalador y pude tranquilizarme. Me quedé mirando el techo y por un momento no sabía en qué parte del mundo estaba. Retomé la lectura unos diez minutos y luego me levanté. El ahogo había desaparecido. Eran las cinco y media de la mañana y el sol ya esparcía sus temibles rayos. En dos horas esto sería un infierno.
Cúcuta sería un buen lugar para vivir si uno se quedara encerrado en la casa. Es la ciudad ideal para los cuadrapléjicos. Acá solo necesitas un millar de películas y una televisión por cable que te garantice ver en su totalidad los grandes torneos del fútbol europeo. No hay nada afuera que te pueda distraer. Yo tengo que salir para ganarme la vida pero si fuera por mi me quedaría encerrado escribiendo todas esas historias que nunca he tenido tiempo para escribir. Acá no hay cines ni teatros ni gente a quien visitar. Sin embargo los pocos poetas que mendigan por sus calles se quejan de la falta de tiempo que tienen para escribir. El talento del cucuteño se desperdicia en hablar y chismosear constantemente. Muchos talentos se han perdido así, como la espuma de la champaña Ivan Kuprin desperdició sus mejores años en los bares de mala muerte de San Petersburgo. La lista es grande y no incluye poetas cucuteños.
No busquen París ni Praga. Son ciudades muy hermosas. En París no desperdiciaría un solo día escribiendo, me la pasaría recorriendo sus calles, hacer la gran Owen Wilson y soñar un poco con todos esos escritores que se sentaron a garrapatear en sus libretas mientras se intoxicaban con la infalible absenta. Total no tengo muchas cosas que decir. Las paredes de mi cuarto están empapeladas con todas esas novelas que otros escribieron por mi, un día de estos voy a callarme ese será mi mejor escrito.
Antes de poner un pie afuera ya el cuerpo se llena de sudor. El vapor te oprime la cabeza, te hunde. Acá la única motivación para salir sería irse a una de esas tiendas de las esquinas y emborracharse a punta de cerveza, me cuento los billetes que tengo en el bolsillo; lo mejor es ir a trabajar.
4 de septiembre de 2011
10 PEORES PELICULAS. 6. THE DOORS DE Oliver Stone.
Recuerdo el día que vi Los Doors. Me regaló una copia en VHS Juan Pablo Díaz, la vimos en el salón de audiovisuales del colegio, esa tarde cambió mi vida por completo. Íbamos a la parte de Minas donde está ahora ubicado el anillo vial, era el desierto donde buscábamos conectarnos con la serpiente que mide ocho kilómetros, con ese gran monstruo revestido de energía. No habían cactus así que debíamos conformarnos con los porros. Una y otra vez volvíamos a ver la película y hasta escribimos a cuatro manos una obra de teatro que afortunadamente nunca se pudo montar. He buscado entre mis papeles viejos la obra para dimensionar la clase de estúpido que fui pero no lo he conseguido. Alguien me hizo el favor de prenderle fuego.
Con el tiempo logré sacudirme de su influencia y en la universidad conocí gente que había quedado realmente dañada por su influencia. Se ponían pantalones de cuero en el calor infernal de Bucaramanga, hacían ritos con coca y sangre y hablaban como si un cáncer azotara con violencia su cerebro. Además a principios del siglo Enrique Bunbury se hizo famoso por hacer de su imagen una copia barata de Jim Morrison. Él era la reencarnación española del Rey Lagarto. No importa se hiciera rancheras o cantara con Luis Miguel, él era el rockstar, el creador de lo que muchos imbéciles denominan “El rockcito”. Escribí una novela contra los fans de Morrison que a la vez son fans de Bunbury. Sé que lo citan todo el tiempo como un académico citando a Carlyle. Me gané una demanda en la fiscalía por culpa de Las naves ardiendo pero me desquité de todos esos imbéciles que me escupían mientras cantaban camanbeibilaitmaifair.
Anoche después de 14 años volví a verla. Ya tenía claro que clase de mequetrefe oportunista era Oliver Stone así que no me hacía muchas ilusiones. Estaba prevenido de que la imagen que daba el director de Pelotón del bardo de Los Angeles era completamente equivocada. Morrison no es ese imbécil que golpea y tortura a su novia, no es el cretino que todo el tiempo habla como si estuviera recitando. No se creía el Dios del rock solo sabía que era el rey lagarto. Está bien haber hecho del filme un musical, ¿Qué mejor homenaje para un artista que sea la música el leit-motiv de una película? Pero Stone en su desproporcionada y constante prepotencia lo quería todo. Por más de que muchos poetuchos de provincia piensen que un bardo es un borracho drogadicto que viva todo el tiempo leyendo en voz alta el último mamarracho que escribieron, Morrison estaba más cerca de ser Rimbaud que de ser un Gómez-Jattin. Además a Stone se le olvidó el sentido del humor que tanto reclamó Ray Manzarek cuando vio la película “Jimmy no se daba tanta importancia” decía el indignado organista que hasta pensó en demandar el filme por presentar una imagen distorsionada y enferma del líder de su banda.
Uno puede encontrar biografías que se toman la libertad de construir un personaje completamente diferente al que presuntamente fue. En su maravillosa Amadeus Milos Forman a falta de fuentes decide construir un relato propio, acercándose más a lo que Paul Shaffer había esbozado sobre Mozart en su musical. En esa construcción del personaje el realizador checo pudo construir y darle a su creación una estructura sicológica a pesar de que su risa y su vida desordenada pudo haber convertido a su Mozart en una pálida caricatura del genio. Obvio que Stone no es Forman ni mucho menos Val Kilmer es Tom Hulce, sin duda que Val Kilmer se podría ganar los 500 millones que regala el concurso Yo me llamo, su imitación es perfecta hasta el punto de que en muchos afiches se confunde su imagen con la de Morrison, pero la actuación es mucho más que adoptar una pose, es una construcción constante y propia de una vida absolutamente autónoma y eso es más que imitar la voz y los comportamientos de una estrella del rock usando todos sus podridos clichés.
Es precisamente eso lo que más molesta de The Doors, la tendencia a convertirlo todo en un cliché, un estereotipo de una época y de un personaje maravilloso que hizo mucho más que vivir pegado a una botella de White Horses. Para Stone la revolución es una orgía y el rock no es más que una bebeta interminable. Si esto lo hiciera porque detesta los sesenta y el comunismo se explicaría su posición pero Oliver Stone es un profundo admirador de esa época incluso fue compañero de Morrison en UCLA y se presenta estos estereotipos monstruosos es por su propia incapacidad de plasmar una idea.
Fue un éxito absoluto de taquilla y hoy en día es considerado un clásico de todos los tiempos. Para mi gusto fue la culpable de la creación de todos esos seudo intelectuales que parchan en las esquinas de las provincias despachando sendas botellas de bola de gancho, además de ser un filme muy pobre en imágenes, depresivo y con puras marionetas borrachas que deambulan de un lado para otro como zombies desdibujando peligrosamente la última época de esplendor que vivió esta pobre humanidad.
Con el tiempo logré sacudirme de su influencia y en la universidad conocí gente que había quedado realmente dañada por su influencia. Se ponían pantalones de cuero en el calor infernal de Bucaramanga, hacían ritos con coca y sangre y hablaban como si un cáncer azotara con violencia su cerebro. Además a principios del siglo Enrique Bunbury se hizo famoso por hacer de su imagen una copia barata de Jim Morrison. Él era la reencarnación española del Rey Lagarto. No importa se hiciera rancheras o cantara con Luis Miguel, él era el rockstar, el creador de lo que muchos imbéciles denominan “El rockcito”. Escribí una novela contra los fans de Morrison que a la vez son fans de Bunbury. Sé que lo citan todo el tiempo como un académico citando a Carlyle. Me gané una demanda en la fiscalía por culpa de Las naves ardiendo pero me desquité de todos esos imbéciles que me escupían mientras cantaban camanbeibilaitmaifair.
Anoche después de 14 años volví a verla. Ya tenía claro que clase de mequetrefe oportunista era Oliver Stone así que no me hacía muchas ilusiones. Estaba prevenido de que la imagen que daba el director de Pelotón del bardo de Los Angeles era completamente equivocada. Morrison no es ese imbécil que golpea y tortura a su novia, no es el cretino que todo el tiempo habla como si estuviera recitando. No se creía el Dios del rock solo sabía que era el rey lagarto. Está bien haber hecho del filme un musical, ¿Qué mejor homenaje para un artista que sea la música el leit-motiv de una película? Pero Stone en su desproporcionada y constante prepotencia lo quería todo. Por más de que muchos poetuchos de provincia piensen que un bardo es un borracho drogadicto que viva todo el tiempo leyendo en voz alta el último mamarracho que escribieron, Morrison estaba más cerca de ser Rimbaud que de ser un Gómez-Jattin. Además a Stone se le olvidó el sentido del humor que tanto reclamó Ray Manzarek cuando vio la película “Jimmy no se daba tanta importancia” decía el indignado organista que hasta pensó en demandar el filme por presentar una imagen distorsionada y enferma del líder de su banda.
Uno puede encontrar biografías que se toman la libertad de construir un personaje completamente diferente al que presuntamente fue. En su maravillosa Amadeus Milos Forman a falta de fuentes decide construir un relato propio, acercándose más a lo que Paul Shaffer había esbozado sobre Mozart en su musical. En esa construcción del personaje el realizador checo pudo construir y darle a su creación una estructura sicológica a pesar de que su risa y su vida desordenada pudo haber convertido a su Mozart en una pálida caricatura del genio. Obvio que Stone no es Forman ni mucho menos Val Kilmer es Tom Hulce, sin duda que Val Kilmer se podría ganar los 500 millones que regala el concurso Yo me llamo, su imitación es perfecta hasta el punto de que en muchos afiches se confunde su imagen con la de Morrison, pero la actuación es mucho más que adoptar una pose, es una construcción constante y propia de una vida absolutamente autónoma y eso es más que imitar la voz y los comportamientos de una estrella del rock usando todos sus podridos clichés.
Es precisamente eso lo que más molesta de The Doors, la tendencia a convertirlo todo en un cliché, un estereotipo de una época y de un personaje maravilloso que hizo mucho más que vivir pegado a una botella de White Horses. Para Stone la revolución es una orgía y el rock no es más que una bebeta interminable. Si esto lo hiciera porque detesta los sesenta y el comunismo se explicaría su posición pero Oliver Stone es un profundo admirador de esa época incluso fue compañero de Morrison en UCLA y se presenta estos estereotipos monstruosos es por su propia incapacidad de plasmar una idea.
Fue un éxito absoluto de taquilla y hoy en día es considerado un clásico de todos los tiempos. Para mi gusto fue la culpable de la creación de todos esos seudo intelectuales que parchan en las esquinas de las provincias despachando sendas botellas de bola de gancho, además de ser un filme muy pobre en imágenes, depresivo y con puras marionetas borrachas que deambulan de un lado para otro como zombies desdibujando peligrosamente la última época de esplendor que vivió esta pobre humanidad.
3 de septiembre de 2011
ADOLFO HITLER, CREADOR DEL PEINADO EMO
Cuando en abril de 1945 Adolfo Hitler decidió pegarse un tiro en la sien después de tener la certeza de que su sueño se había destruido pocos pensaron que su legado tendría alguna posibilidad de sobrevivir al paso del tiempo. Además pocos días después el ejército entró a Bensen y Treblinka y pudo ver lo que muchos alemanes sabían pero aceptaban, el horror concebido en cientos de miles de cuerpos apilados en una montaña.
Nadie contaba con que este legado diabólico fuera a volver a tener alguna fuerza, sin embargo vemos con preocupación cómo la desinformación y la imbecilidad de la juventud está permitiendo que esos demonios vuelvan a salir de las cuevas a las que han estado confinados en los últimos sesenta y cinco años. Thomas Bernhard un crítico feroz de la malvada sociedad austriaca anticipó lo que muchos turistas afirman que está sucediendo en Viena. Al parecer alguien que no sea completamente ario no puede tomarse tranquilo un cafecito en esta ciudad sin que un grupo de skinheads venga a pechearlo, a hacerlo sentirse extranjero. El hecho no solo está documentado en las revistas que informan de esta xenofobia exacerbada sino que uno de los afectados, el crítico de cine Eduardo Russo me lo confirmó el año pasado. Estaba con su familia tomando un helado en el invierno austriaco cuando un grupo de cabeza rapadas acudió a su mesa a hostigarlo “Todas las caras de la gente exhalan ese aire de rechazo hacia lo extranjerizante”. En Heldenplatz y sobre todo en Maestros Antiguos Bernhard llega a retratar esta hostilidad siempre latente del vienés. En el aire siempre flota la pesada idea de que en cualquier momento el horror volverá a salir de las alcantarillas.
Si bien produce horror que esto suceda en la Viena de hoy resulta ridículo que más de 1500 personas con apellidos como Sumapáz, Siachoque o Hernandez llene el auditorio de un prestigioso hotel capitalino para rendirle culto al Fuhrer en su aniversario. Revistas como Semana o periódicos como El tiempo informaron del evento pero presentaban la noticia como si fuera un hecho estrafalario, estrambótico, raro y sobre todo ridículo. Pero sin entrar en la paranoia creo que el clima de estupidez que se respira desde los mismos centros del saber cómo son las universidades sirven de pasto para que la maleza pueda crecer. Pregunten a los estudiantes que imagen tienen de Hitler y se van a espantar con la alta favorabilidad que tiene el dictador austriaco. Incluso los que creen que su mandato de 12 años significó la destrucción absoluta de Europa afirman de que el cabo era un hombre inteligente “Brillante”. Al interpelar al estudiante porque creían que era un genio todos divagaron. Es común en la juventud de hoy emitir conceptos sin que estos puedan ser argumentados. La razón ha pasado a ser una antigüedad.
Todos los morenitos que apoyan al Fuhrer ignoran que si el hombre de bigotito mosca hubiera logrado vencer a los aliados ellos no serían hombres sino pastillas de jabón. La aparición de estos neonazis en Colombia explican porque un dictador como Uribe poseyó hasta hace un año un 91 por ciento de imagen favorable dentro de la juventud colombiana. Los muchachos dicen que Hitler “cometió algunos errores” pero que en líneas generales “Siempre buscó lo mejor para su pueblo” Estos muchachos perdidos seguramente no han visto como quedó arrasado Berlín por culpa de la tozudez de dictador al que nunca le tembló la mano para llevar a su pueblo al desbarrancadero. Él pretendía como Uribe que él era su propio país y que si él tenía que morir lo debían hacerlo todos. Los años de fascismo soterrado que ha vivido este país ya comienza a dar sus frutos. Tenemos una de las juventudes más obedientes y sanas del mundo. Las muchachas han vuelto a ver peliculitas donde el malo es el novio que pretende acostarse con ellas antes de pasarlas por el altar. Atacan con unanimidad el aborto y defienden a un borracho que en sus horas libres oficiaba como entrenador de un equipo de fútbol y golpeador nocturno de mujeres. Toda la lucha feminista de los sesenta y setenta se ha perdido en los últimos treinta años. El resultado ha sido la obediente y estúpida jovencita que se pavonea por nuestras calles en estos oscuros días.
De los muchachos no hablar. La mayoría viven aburridos, aislados, están cansados sin fuerza vital, sin intereses particulares. Son los hijos de la derrota. Están sometidos al último invento tecnológico, son hinchas de equipos pertenecientes a ciudades que ellos nunca han conocido. Por supuesto no saben ni siquiera como forman los equipos que aman y por los cuales muchas veces dan la vida. No teman por el 2012, el apocalipsis hace rato sucedió.
Se de un joven de 17 años estudiante de La Salle que tiene un blog interesantísimo que incluso es publicado por El espectador. Conozco una jovencita de 16 que está leyendo por segunda vez Guerra y Paz, una amiga de 20 años será dentro de pocos años una maravillosa y sobre todo honesta fiscal, esperemos por el bien de este país de gente mala que la bota del nazismo que pulula en los callejones, en los plantío de café, en los sanandresitos, en los parques y plazas de mercado pero sobre todo en las universidades no los termine aplastando.
Nadie contaba con que este legado diabólico fuera a volver a tener alguna fuerza, sin embargo vemos con preocupación cómo la desinformación y la imbecilidad de la juventud está permitiendo que esos demonios vuelvan a salir de las cuevas a las que han estado confinados en los últimos sesenta y cinco años. Thomas Bernhard un crítico feroz de la malvada sociedad austriaca anticipó lo que muchos turistas afirman que está sucediendo en Viena. Al parecer alguien que no sea completamente ario no puede tomarse tranquilo un cafecito en esta ciudad sin que un grupo de skinheads venga a pechearlo, a hacerlo sentirse extranjero. El hecho no solo está documentado en las revistas que informan de esta xenofobia exacerbada sino que uno de los afectados, el crítico de cine Eduardo Russo me lo confirmó el año pasado. Estaba con su familia tomando un helado en el invierno austriaco cuando un grupo de cabeza rapadas acudió a su mesa a hostigarlo “Todas las caras de la gente exhalan ese aire de rechazo hacia lo extranjerizante”. En Heldenplatz y sobre todo en Maestros Antiguos Bernhard llega a retratar esta hostilidad siempre latente del vienés. En el aire siempre flota la pesada idea de que en cualquier momento el horror volverá a salir de las alcantarillas.
Si bien produce horror que esto suceda en la Viena de hoy resulta ridículo que más de 1500 personas con apellidos como Sumapáz, Siachoque o Hernandez llene el auditorio de un prestigioso hotel capitalino para rendirle culto al Fuhrer en su aniversario. Revistas como Semana o periódicos como El tiempo informaron del evento pero presentaban la noticia como si fuera un hecho estrafalario, estrambótico, raro y sobre todo ridículo. Pero sin entrar en la paranoia creo que el clima de estupidez que se respira desde los mismos centros del saber cómo son las universidades sirven de pasto para que la maleza pueda crecer. Pregunten a los estudiantes que imagen tienen de Hitler y se van a espantar con la alta favorabilidad que tiene el dictador austriaco. Incluso los que creen que su mandato de 12 años significó la destrucción absoluta de Europa afirman de que el cabo era un hombre inteligente “Brillante”. Al interpelar al estudiante porque creían que era un genio todos divagaron. Es común en la juventud de hoy emitir conceptos sin que estos puedan ser argumentados. La razón ha pasado a ser una antigüedad.
Todos los morenitos que apoyan al Fuhrer ignoran que si el hombre de bigotito mosca hubiera logrado vencer a los aliados ellos no serían hombres sino pastillas de jabón. La aparición de estos neonazis en Colombia explican porque un dictador como Uribe poseyó hasta hace un año un 91 por ciento de imagen favorable dentro de la juventud colombiana. Los muchachos dicen que Hitler “cometió algunos errores” pero que en líneas generales “Siempre buscó lo mejor para su pueblo” Estos muchachos perdidos seguramente no han visto como quedó arrasado Berlín por culpa de la tozudez de dictador al que nunca le tembló la mano para llevar a su pueblo al desbarrancadero. Él pretendía como Uribe que él era su propio país y que si él tenía que morir lo debían hacerlo todos. Los años de fascismo soterrado que ha vivido este país ya comienza a dar sus frutos. Tenemos una de las juventudes más obedientes y sanas del mundo. Las muchachas han vuelto a ver peliculitas donde el malo es el novio que pretende acostarse con ellas antes de pasarlas por el altar. Atacan con unanimidad el aborto y defienden a un borracho que en sus horas libres oficiaba como entrenador de un equipo de fútbol y golpeador nocturno de mujeres. Toda la lucha feminista de los sesenta y setenta se ha perdido en los últimos treinta años. El resultado ha sido la obediente y estúpida jovencita que se pavonea por nuestras calles en estos oscuros días.
De los muchachos no hablar. La mayoría viven aburridos, aislados, están cansados sin fuerza vital, sin intereses particulares. Son los hijos de la derrota. Están sometidos al último invento tecnológico, son hinchas de equipos pertenecientes a ciudades que ellos nunca han conocido. Por supuesto no saben ni siquiera como forman los equipos que aman y por los cuales muchas veces dan la vida. No teman por el 2012, el apocalipsis hace rato sucedió.
Se de un joven de 17 años estudiante de La Salle que tiene un blog interesantísimo que incluso es publicado por El espectador. Conozco una jovencita de 16 que está leyendo por segunda vez Guerra y Paz, una amiga de 20 años será dentro de pocos años una maravillosa y sobre todo honesta fiscal, esperemos por el bien de este país de gente mala que la bota del nazismo que pulula en los callejones, en los plantío de café, en los sanandresitos, en los parques y plazas de mercado pero sobre todo en las universidades no los termine aplastando.
1 de septiembre de 2011
MIS CUATRO ESQUINAS
A las seis de la mañana el vaho baja del tasajero y se posa encima de la ciudad como una nube soporífera. Los pocos comercios del centro abren sus puertas, los empleados que a esa hora han roto con la resaca de la noche anterior reflejan en sus rostros el malestar de haberse levantado temprano. Debajo otra ciudad pervive como un fantasma, cientos de cuerpos yacen sepultados entre los escombros de la primera villa. De noche entre las ruinas de lo que fue suben a la superficie los fantasmas de los sacrificados.
Nerón alguna vez compuso un poema, por consejo de Petronio, su asesor literario, decidió imponer una imagen apocalíptica a su escrito. “No existe nada más dramático que un poblado ardiendo” para obtener esa imagen, para retratarla se ayudó incendiando a Roma. Desde su balcón su cara se teñía de rojo y escuchaba con placer los gritos de sus súbditos pidiendo auxilio. Fue el comienzo del final de un imperio. En el año 29 de nuestra era el Vesubio decidió borrar del mapa a Pompeya. Todavía los cuerpos de las víctimas brotan de dentro de la tierra congelados en el momento en que sintieron que la lava y la lluvia de piedras los borraría de la existencia.
Pocas ciudades han soportado una hecatombe y han formado después otro poblado encima de los escombros. Los bombardeos ocurridos en la Segunda Guerra borraron del mapa a los centros industriales de Europa. Localidades como Dresde fueron borradas de un solo plumazo de fuego. Sobre esos escombros surgió una ciudad todavía más prospera, más civilizada. Hubo un plan económico impulsado desde Estados Unidos, una organización, pero en 1875 nada de esto existía. Cúcuta ese mediodía tenía solo un telégrafo, no existía la radio ni el cine. El único lujo de la ciudad era un mercado cubierto recién hecho una botica alemana, un par de casas gigantes y lujosas que parecían palacios. Unos días antes habían notado los presagios pero la villa que empezaba a florecer estaba demasiado ocupada para preocuparse por el resplandor fulgurante de los dos cometas que invadieron su cielo, por el hecho de que los pájaros no volvieran a posarse sobre los árboles, por el llanto de mujer que despertaba a los habitantes de la plaza mayor un día antes de que la tierra se tragara con sus poderosas fauces a San José de Guasimal.
“Salgo a recorrer tus calles como quien persigue la salida de un laberinto, quisiera que fueras un libro y quemarte, una letra y borrarte, pero ni el apocalipsis pudo contigo” Piensa un hombre recién llegado de afuera que vuelve a caer como un vicioso en su monótono juego de calles. Uno no escoge ni a sus amigos ni la ciudad donde nació. Uno no elige amar. A las siete ya el calor es intolerable y si te gusta caminar este no es el poblado hermano mío, la camisa se te pega al pecho, sientes mareos, sientes como el colesterol se te agolpa en la sien como un revolver. Si te gusta el jazz, si no gritas, si te gusta leer en las plazas, si buscas las enseñanzas de un maestro, si quieres deleitarte con la obra de un pintor, esta no es la ciudad mi hermano, lo mejor es que alistes tu balsa, la llenes de pertrechos y huyas rápido de acá antes de que el volcán de Ureña se despierte de su sueño milenario.
Me cansé de estar fuera, de vivir condenado a extrañar su abrazo sofocante y húmedo, ya vi lo que hay después de la recta al Corozal, vi como la cordillera se sigue extendiendo en su ramillete de montañas, como languidece en colinas erosionadas hasta ir a perderse en el mar. Es el mismo cielo, las mismas nubes, a donde vaya siempre va a estar el sol de los venados. Me atrinchero en mi ciudad, los enemigos pueden verme en el visor de sus rifles, solo tienen que oprimirlo y estos dedos dejarán de teclear. Prefiero el desprecio, la muerte, el sofoco del mediodía al destierro. No me den un campo, desde mi casa veo el valle, los chulos hacen anillos negros encima del patio, no es un buen momento para salir a regar las plantas, el sol calcina y los gallinazos se comen el resto.
Los vendedores me miran rallado, creen que los voy a robar. Tienen razón en desconfiar, mil robos al día, mil muertes al día. No tengo cara de matón pero es mejor protegerse. Son las siete de la mañana y ya los cujíes hacen la sombra de la tarde. No importa la hora en que salgas siempre habrán los mismos ceños fruncidos el mismo sol, el mismo viento. Son cuatro esquinas miserables de gente que me odia, son cuatro esquinas mugrosas pero son mías.
Jamás me volveré a desaprenderme de ellas.
Nerón alguna vez compuso un poema, por consejo de Petronio, su asesor literario, decidió imponer una imagen apocalíptica a su escrito. “No existe nada más dramático que un poblado ardiendo” para obtener esa imagen, para retratarla se ayudó incendiando a Roma. Desde su balcón su cara se teñía de rojo y escuchaba con placer los gritos de sus súbditos pidiendo auxilio. Fue el comienzo del final de un imperio. En el año 29 de nuestra era el Vesubio decidió borrar del mapa a Pompeya. Todavía los cuerpos de las víctimas brotan de dentro de la tierra congelados en el momento en que sintieron que la lava y la lluvia de piedras los borraría de la existencia.
Pocas ciudades han soportado una hecatombe y han formado después otro poblado encima de los escombros. Los bombardeos ocurridos en la Segunda Guerra borraron del mapa a los centros industriales de Europa. Localidades como Dresde fueron borradas de un solo plumazo de fuego. Sobre esos escombros surgió una ciudad todavía más prospera, más civilizada. Hubo un plan económico impulsado desde Estados Unidos, una organización, pero en 1875 nada de esto existía. Cúcuta ese mediodía tenía solo un telégrafo, no existía la radio ni el cine. El único lujo de la ciudad era un mercado cubierto recién hecho una botica alemana, un par de casas gigantes y lujosas que parecían palacios. Unos días antes habían notado los presagios pero la villa que empezaba a florecer estaba demasiado ocupada para preocuparse por el resplandor fulgurante de los dos cometas que invadieron su cielo, por el hecho de que los pájaros no volvieran a posarse sobre los árboles, por el llanto de mujer que despertaba a los habitantes de la plaza mayor un día antes de que la tierra se tragara con sus poderosas fauces a San José de Guasimal.
“Salgo a recorrer tus calles como quien persigue la salida de un laberinto, quisiera que fueras un libro y quemarte, una letra y borrarte, pero ni el apocalipsis pudo contigo” Piensa un hombre recién llegado de afuera que vuelve a caer como un vicioso en su monótono juego de calles. Uno no escoge ni a sus amigos ni la ciudad donde nació. Uno no elige amar. A las siete ya el calor es intolerable y si te gusta caminar este no es el poblado hermano mío, la camisa se te pega al pecho, sientes mareos, sientes como el colesterol se te agolpa en la sien como un revolver. Si te gusta el jazz, si no gritas, si te gusta leer en las plazas, si buscas las enseñanzas de un maestro, si quieres deleitarte con la obra de un pintor, esta no es la ciudad mi hermano, lo mejor es que alistes tu balsa, la llenes de pertrechos y huyas rápido de acá antes de que el volcán de Ureña se despierte de su sueño milenario.
Me cansé de estar fuera, de vivir condenado a extrañar su abrazo sofocante y húmedo, ya vi lo que hay después de la recta al Corozal, vi como la cordillera se sigue extendiendo en su ramillete de montañas, como languidece en colinas erosionadas hasta ir a perderse en el mar. Es el mismo cielo, las mismas nubes, a donde vaya siempre va a estar el sol de los venados. Me atrinchero en mi ciudad, los enemigos pueden verme en el visor de sus rifles, solo tienen que oprimirlo y estos dedos dejarán de teclear. Prefiero el desprecio, la muerte, el sofoco del mediodía al destierro. No me den un campo, desde mi casa veo el valle, los chulos hacen anillos negros encima del patio, no es un buen momento para salir a regar las plantas, el sol calcina y los gallinazos se comen el resto.
Los vendedores me miran rallado, creen que los voy a robar. Tienen razón en desconfiar, mil robos al día, mil muertes al día. No tengo cara de matón pero es mejor protegerse. Son las siete de la mañana y ya los cujíes hacen la sombra de la tarde. No importa la hora en que salgas siempre habrán los mismos ceños fruncidos el mismo sol, el mismo viento. Son cuatro esquinas miserables de gente que me odia, son cuatro esquinas mugrosas pero son mías.
Jamás me volveré a desaprenderme de ellas.