16 de mayo de 2013

RELAMPAGO SOBRE EL AGUA De Win Wenders y Nicholas Ray. La muerte del Rey Ray


Wenders llega en la madrugada a una zona deprimida de Nueva York, se baja del carro, entra a un edificio y sube una escalera. Toca una puerta, le abre Tom, su montajista de muchas películas. Uno de sus ojos luce apagado, una herida de estar expuesto tanto tiempo a las emulsiones del cine. Wenders entra y al fondo se escucha la tos desesperada de un hombre que no puede respirar. El director alemán quiere despertarlo pero es mejor dejarlo dormir, sentarse en un sillón, tratar de descansar algo.

 Cruzar el Atlántico altera el organismo. Win piensa en el hombre que detrás de la pared tose, unos quince años atrás era uno de los directores más personales de Hollywood. Una de sus películas Rebelde sin causa se adelantó diez años a la revolución cultural de los sesenta y ayudó a cimentar el mito de James Dean. Con En un lugar solitario hizo en Dixon Steele, el guionista interpretado por Bogart, un auto retrato donde reflejaba la ira que lo llevó entre otras cosas a separarse del gran amor de su vida, la actriz Gloria Grahame.
Ignorado en los Estados Unidos, idolatrado por los jóvenes autores europeos, Nicholas Ray no sabía que era un artista hasta que los muchachos de Cahiers du Cinemá lo escribieron, una y otra vez, una y otra vez. Todo iba bien hasta que se cruzó a mediados de la década del sesenta con 55 días de Pekín una súper producción completamente anacrónica, en esa época el público buscaba historias que hablaran sobre la rebeldía juvenil, algo que a Ray le hubiera encantado, pero lamentablemente estaba atrapado en las manos de los productores que como vampiros sedientos chuparon su talento hasta dejarlo seco. Y una vez quedó el bagazo lo arrojaron al callejón del olvido. Nunca más volvería a un plató, los años de excesos y la ruina ayudaron a que un agresivo cáncer de pulmón lo destruyera por completo.

En los últimos años de vida apareció uno de esos jóvenes que lo idolatraba. Wenders lo incluyó como un misterioso padrino en El amigo americano y un par de años después, cuando la muerte ya había puesto los ojos sobre él, le propuso hacer una película a cuatro manos. La idea era ni más ni menos que mostrar la agonía de un hombre. Los miedos del director alemán son comprensibles, ¿Cómo hacer esta película sin caer en exhibicionismos, sin explotar el dolor de alguien que tiene la certeza de morir? Con los hombres duros no se corren esos riesgos y Nick Ray era el más duro de todos. El aire que respira se le clava en los pulmones como si fueran puñales, tiene que abrir completamente la boca inhalando, aferrándose. Su rostro no está lleno de arrugas sino de marcas, las marcas del padecimiento, las caricias de la muerte. Pero estamos ante un apasionado. En las mañanas, en vez de revolcarse en la cama, se limpia y va a una universidad a presentar la maravillosa Hombres errantes, Robert Mitchum y el mejor regreso a casa que se haya filmado jamás, mientras los jóvenes estudiantes contemplan la película, en el pasillo Ray se niega a ver lo que filmó, está tendido en un sofá, esperando a que se acabe, su círculo de confianza lo acompaña.
Las luces se encienden, Ray camina con dificultad hasta el escenario y allí desplegaba de nuevo su clara inteligencia. Un pensamiento que nunca se apagó, ni siquiera cuando en ese extraño sueño Ray se despide del mundo diciendo su último “Corten”.

Relámpago sobre el agua no es un documental ni una película de ficción, tampoco tiene la pedantería de una película experimental, este es el testimonio de un hombre grande muriendo. Si Sócrates hubiera tenido una cámara hubiera hecho lo mismo. No hay nada patético ni lastimero, la sensación es fuerte, estás ante un hombre al que ni siquiera la muerte puede detenerlo en su intención de seguir creando. Es una pena que no hubieran existido más películas de Ray, es una vergüenza que los estudios no perdonasen los fracasos. Cuando Ray tuvo libertad pudo hacer películas como Johnny Guitar o Mejor que la vida. Cuando tuvo que salir a filmar para ganarse un vergonzoso fajo de dólares el desgano se le notaba, como así lo atestiguan las imágenes de 55 días en Pekín.

El Rey Ray muere ante nuestros ojos, lejos de llorarlo el mejor homenaje es salir en una barcaza por el mar y poner sus cenizas en una vasija china. Sus discípulos que lo amaron hasta el final no paran de contar anécdotas de este rebelde al que ni siquiera la muerte pudo detenerlo. Entre trago y trago Wenders se aleja y contempla el mar. Una era terminaba, era 1979 y las películas cambiarían para siempre. La tecnología suplantaría al arte, la rueda de la fortuna ya había dado su dictamen.  La muerte de Ray fue el presagio definitivo, la espada de fuego en el cielo, el niño con dos cabezas.
Con la muerte del último rebelde los directores se convertirían en asesinos a sueldo.

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