29 de julio de 2013

30 AÑOS SIN DON LUIS. BUÑUEL, LORCA Y DALÍ, OBSESIONES COMPARTIDAS

No es una coincidencia que los tres españoles más universales del siglo XX hayan compartido una adolescencia juntos. Si eras de provincia,  procedías de una familia acomodada y tus padres no pensaban en que faltar a misa era un pecado que se pagaba tostándose en el infierno, lo más seguro es que se pensara en la Residencia de Estudiantes de Madrid como el lugar ideal para que un muchacho viviera en la capital española mientras estudiaba en la universidad.
En la residencia no sólo se dormía y se comía. La Residencia era todo un centro del saber. A ella iban los sabios de la época a dictar conferencias. Se sabe que Freud, Einstein, Eisenstein, Miró, entre otros artistas y científicos eran visitantes asiduos. La totalidad de las conferencias se grabaron pero lamentablemente después de la guerra civil española el gobierno de Franco mandó a quemar este invaluable material de archivo.
Este lugar era el espacio perfecto para que tres espíritus iluminados se encontraran y se desarrollaran juntos. Mientras que García Lorca y Dalí desde muy chicos tenían definida su vocación, a Buñuel le costó más trabajo entender que era lo que quería hacer.
Lorca fue el primero en llegar. El elegante andaluz llegó a Madrid con el firme propósito de estudiar derecho. No pasaría mucho tiempo para que las peñas organizadas en los cafés, el contacto directo con Juan Ramón Jiménez y el ambiente cosmopolita que vivía España en la década del veinte descarriaran al muchacho. Lo de él no eran las leyes si no los versos. Su cuarto en la Residencia se convirtió en el lugar nocturno más popular de todo Madrid. Los que lo conocieron que su verdadero encanto no era como dramaturgo o poeta sino como persona. Era un portento, una maravilla de la naturaleza.
Después estaba el que llamaban El pintor checoslovaco. Un catalán de mirada desorbitada que se la pasaba todo el día encerrado en su cuarto pintando cuadros compulsivamente. Buñuel recuerda que no se podía entrar a la habitación sin pisar el reguero de lienzos que estaban en el suelo. A veces lograban sacarlo de allí y se lo llevaban al bar más cercano. Dalí era la imagen misma de la provocación. Tenía el pelo largo, los ojos saltones y llevaba todo el tiempo una bata blanca curtida de mugre. En los bares no faltaba quien lo insultara, detalle que le encantaba a Buñuel ya que le daba la excusa perfecta para liarse a golpes.
Y es que el aragonés era el polo opuesto de sus dos refinados compañeros. De biotipo grueso y tosco, Luis Buñuel había llegado a Madrid con el firme propósito de hacerse ingeniero agrónomo. Pero en las primeras semanas de estar en la universidad descubrió que lo suyo no eran los números. Al joven le encantaba el boxeo. Tuvo varias peleas con resultados desiguales. Los que lo conocieron en esa época decían que era medio cobardón, que solo era valiente en su imaginación. Después de perder un combate se replanteó su carrera boxística y empezó a tomarse en serio la posibilidad de ser escritor.
El contacto con Lorca, y con otros compañeros de la Residencia como Alberti o Pepin Bello hizo que en el joven aragonés se le despertara la inquietud de saber si tenía algo que decir o no. Pronto se daría cuenta de que a pesar de que no estaba desprovisto de talento, se encontraba a años luz de sus contemporáneos. Frustrado decidió intentarlo con el cine, algo que en esa época era más una curiosidad científica que un arte. Es así que en las escapadas fortuitas que hizo a París tomara contacto con Jean Epstein, cineasta con el cual empezaría a aprender la técnica necesaria para hacer películas.
La influencia en cada una de sus obras de esa juventud compartida es notoria. En La miel es más dulce que la sangre, el célebre cuadro de Dali, se ve un brazo de boxeador y un busco de Lorca tendido en el suelo. Mariana Pineda la inmortal obra de teatro de Lorca, fue corregida por el pintor y el cineasta en ciernes, mientras que el autor de El discreto encanto de la burguesía recolectó a lo largo de su obra una colección de chistes, anécdotas y situaciones sacadas directamente de sus años de residencia.
Es tan visible esa influencia que después de ver El ángel exterminador Pepín Bello comentara intrigado de que como era posible que la gente del común pudiera entender esa colección de “Chistes Privados”. Su cine es toda una colección de recuerdos sacados de una época muy querida y añorada por Don Luis.
La influencia que ejercería Dalí sobre él fue tan fuerte que incluso en sus dos primeras películas, Un perro andaluz (Directa alusión al autor de La casa de Bernarda Alba) y La edad de oro trabajaría a cuatro manos con el artista catalán. En la primera, catalogada como un manifiesto surrealista, la armonía en el trabajo fue notoria. Parecían un solo cerebro. Entre los dos hicieron este “Desesperado llamado al asesinato” que escandalizaría al mundo entero. En La edad de oro, a pesar de que la mitad de las imágenes que se ven en la provocadora película salieron de la mente de Dalí, Buñuel se llevaría todos los créditos, lo cual, sumado a que Salvador comenzara su relación con Gala, llevaría a que los dos amigos se empezaran a alejar progresivamente.

Este alejamiento se convertía en ruptura definitiva cuando en plena guerra civil española, las fuerzas franquistas fusilaran y desaparecieran después a Federico García Lorca. La descarada adhesión de Dalí al general Francisco Franco y su posterior declaración de que cuando se enteró de que el poeta había muerto había exclamado “Olé” indignaron a Luis.
Se volverían a ver en Nueva York, en plena década del cuarenta. El autor de El enigma sin fin ya era un pintor reconocido mundialmente y multimillonario, mientras que Buñuel estaba pasando por su momento más crítico. Acababa de ser expulsado del MOMA víctima de la Caza de brujas adelantada por el senador Joseph McCarthy. Si bien se rieron y alcanzaron a desocupar varias botellas de champaña la amistad estaba rota. A pesar de que vivirían cuarenta años más nunca más volverían a verse. En su libro de memorias Buñuel escribiría todavía resentido “Cuando pienso en él, pese a todos los recuerdos de nuestra juventud, pese a la admiración que todavía me inspira hoy una parte de su obra, me es imposible perdonarle su exhibicionismo ferozmente egocéntrico, su cínica adhesión al franquismo y, sobre todo, su odio declarado a la amistad”.

Sin embargo, unos meses antes de su muerte, en febrero de 1983, el cineasta dijo públicamente que le encantaría tomarse una copa con su amigo antes de morir. Al cabo de los días Salvador Dalí contestaría con su satánico sentido del humor “A mi también… pero ya no bebo.”

DE ROLLING POR COLOMBIA DE HAROLD TROMPETERO

Pacho y Chucho tienen una emisora de radio que está a punto de quebrar. Lo que se les ocurre para recuperar audiencia y atraer patrocinadores es hacer una falsa transmisión de la Vuelta a Colombia en bicicleta. Es 1952, Bogotá se está recuperando de la muerte de Gaitán y el país está entrando en una etapa crítica de violencia. El ciclismo es lo único que puede curar la amargura e impotencia generalizada. En torno a la radio se agolpaban miles de personas a hacerle fuerza a “Pajarito” Buitrago, Ramón Hoyos, Efraín “El Zipa” Forero o tantos otros guerreros del pedal. Las condiciones para transmitir la vuelta eran tan precarias que en muchos tramos el locutor al quedar muy lejos de donde estaba la cabeza de la carrera no tenía otra opción que inventarse grandes trozos de la competencia.
Partiendo de esa idea los dos amigos deciden transmitir desde el sótano donde funciona la emisora toda la vuelta ciclística. Al principio, a pesar de que Pacho comete terribles errores geográficos,  como por ejemplo decir que en Honda se puede ver una manada de hipopótamos retozando en el barro, o que en Paipa se veían a las jirafas comer hojas de las copas de los árboles más grandes, había un interés de parte de la emisora de contar parte de la verdad, por ejemplo tomarse el trabajo de avierguar quien era el ganador de cada fracción. Pero al ver que la vuelta era ganada con contundencia por los franceses y argentinos, decidieron olvidarse de la realidad e imponer una competencia donde los únicos ganadores serían los integrantes del conjunto colombiano.

La gente alborozada dejó de escuchar masivamente la verdad y empezaron a sintonizar el dial de la emisora donde siempre ganaba el ídolo nacional “El cuchuco” Ramírez y en ese momento la película se convierte no en un sainete colegial sino en toda una recocha.
Desde el inicio de los créditos cuando en las imágenes de archivo sacadas  del documental Rapsodia bogotana de José María Arzuaga, empecé a preocuparme. Si esta película había sido realizada por el español en la década del sesenta, entonces ¿Para qué mostrar estas imágenes  al principio si la historia de De rolling por Colombia transcurría en 1952? ¿Sería que Trompetero quería hacerle un homenaje a uno de los padres del cine de autor en Colombia? Una vez empieza la película y ves la granulienta imagen de la película, absolutamente televisiva, los constantes anacronismos, la ausencia casi completa de guión y el irrespeto absoluto hacia la historia de la vuelta a Colombia, nos empezamos a dar cuenta que todo está puesto así, amontonado, a la brava, sólo porque no había tiempo ni billete para dedicarse a nimiedades como realizar una investigación o una impecable dirección de arte que sitúe al público en un contexto histórico ya que a la larga eso al espectador que va a ver y que disfrutan con este tipo de películas esos detalles no le interesan.
Entonces mejor invertir los pocos recursos que se tienen en pagarle a Andrés López para que haga de… Andrés López, la estrategia funciona, la gente se ríe a carcajadas, no es sino que el comediante levante una ceja o haga uno de esos extraños sonidos para que el público se ría. La historia ya ha dejado de importar, nadie quiere saber de detalles,  lo importante es que se están divirtiendo y para eso es que van al cine o encienden el televisor, para que el baño de luz les resetee la mente.
 Los asistentes a la proyección están de acuerdo con lo que se les plantea; los medios de comunicación deben estar no para informar, que eso es muy aburrido y hasta deprimente, sino para entretener. No queremos verdades que nos hagan sentir mal sino mentiras que nos pongan felices, mentiras que nos sigan manteniendo como el segundo país más feliz del planeta.
Nada como el humor para burlarse del orden establecido. Desde Mark Twain a Monty Phyton pasando por Peter Capusotto y Jaime Garzón, el humor está allí para hacer política, para demostrar que por medio de la risa se puede atacar despiadadamente a los regímenes más conservadores y autoritarios. A pesar de lo graciosos que creemos ser nosotros no tenemos humor, tenemos una serie de contadores de chistes anacrónicos, locales y viejos. Chistes inofensivos que no apelan a la curiosidad y a la anarquía sino al conformismo y la pereza. Humor que está allí para alienar, para mentir, morfina para no sentir el dolor que nos atormenta, opio para un pueblo sin sensibilidad ni emociones.

Cuando el humor es un instrumento de alienación en un país como Colombia que en los últimos 54 años ha tenido más de 200 mil muertos en una guerra no declarada, es algo triste. Triste e indignante.

11 de julio de 2013

LA TRAICION A QUE VIVA LA MUSICA


El muchacho largo y flaco terminó de teclear la última página de su monólogo. La puso a un lado de la máquina de escribir y observó  satisfecho el montón de hojas plagadas de palabras suyas. Había hablado. Allí estaba en ese montón de páginas el testamento de su generación, la náusea que había comenzado precisamente con el álbum blanco de los Beatles y que se había convertido en un vómito espeso y nauseabundo cuando la familia Manson decidió enterrar el movimiento Hippie clavando una y otra vez el cuchillo en el inflamado vientre de Sharon Tate, se transformaba en un libro, narrado por una rubia, rubísima que era él mismo, el muchacho pálido y de mirada nublosa que cada vez soportaba menos a la gente y que en su piel translucida empezaba a revelarse la tragedia del vampiro.

Andrés se levantó y miró la madrugada Las nubes salían corriendo y se levantaba una prematura resolana. Con el calor viene la fiebre, la sien empieza a palpitar, se nubla mirada y la única forma de encontrar un poco de aire en el sofoco eterno de la ciudad de Cali es encontrar un alter ego, tomar posesión de él y comenzar a hablar. Encontrar otro cuerpo que le sirviera de escudo y así “Los que vengan después de mi escupirán sobre ella, no sobre mi” Le pareció un poco pretencioso esa sentencia pero mejor era blindarse de una vez, no fuera a ser que los inconvenientes de una idolatría póstuma lo viniera a sorprender en la confortabilidad de su ataúd.
Se alejó de la ventana, el sol ya irradiaba su veneno. Se escondió en las sombras de su escritorio y volvió a mirar el voluminoso manuscrito. Esta vez la satisfacción masturbatoria de haber escrito una novela le dio paso al miedo. Él no estaría más acá para defender a su hijo. Le provocó en un acto de amor demencial asesinarlo antes de que tuviera piernas, creciera y se convirtiera en un mito, en una parte de él que jamás sería enterrada. A Andrés no le gustaba la idea de una muerte incompleta.
Andrés Caicedo nunca sospechó que entre todos los riesgos que conllevaba convertirse en un mito estaba el de que treinta y cinco años después a los niños bien de Cali les diera por adaptar al cine su única novela. Los que estamos vivos nos asombramos todavía cuando en youtube vemos la infamia que ha montado cada semana la productora Dynamo. Muchachitas extasiadas bailando frenéticamente la rumba del D’J de moda, una actriz cuyo único mérito en su raquítico curriculum fue haber imitado una tarde a Shakira en el parque de la 93, parte el panorámico de un auto en una escena que seguramente fue ideada por el genial Carlos Moreno, el brillante Carlos Moreno, quien en un ataque de megalomanía ha dicho en una entrevista que “Nunca pensé en una adaptación sino una desadaptación de la novela”. El director de El cartel de los sapos está convencido de que él puede mejorar una obra maestra sacándola de su contexto, agregando y quitando nuevos personajes, tomando la novela solo porque está comprobado que la marca Andrés Caicedo vende y vende bien.

Treinta y nueve años atrás el muchacho con aire lewisiano revisó una vez más el manuscrito, hoja por hoja, palabra por palabra y un fresquito que no tenía nada que ver con el viento que a veces se levanta en la madrugada le recorrió la espalda. Había convertido sus angustias, sus miedos, sus frustraciones en un personaje. Él era por fin la hermosa muchacha que en manada va buscando rumba desde las tres de la tarde y que tiene como único objetivo aprovisionarse bien de música y de algo de La Cultura de Mi Tierra, para descender por el abismo de la derrota tarareando Moonlight Mile. Una muchacha que si tenía cara no sería si no la de él mismo, una rubia, rubísima con cara de ángel de día y que de noche se volvía a poner sus gafas de culo de botella y se encerraba a teclear con el frenesí de una metralleta disparando hasta que lo sorprendía de nuevo el sol. ¿Qué iba a sospechar Andrés Caicedo que la búsqueda de Maria Del Carmen Huerta se convertiría en una estrategia de marketing por las redes sociales? Cientos de muchachas prepararon su monólogo y lo subieron a la red. Al final se lo dieron a una rubiecita tonta, que venía de hacer unas novelitas en México y un par de comerciales, que Soho le dio cierta celebridad al imitar por una tarde a otra rubiecita imbécil y oxigenada como Shakira. Maria del Carmen tenía rostro y no era el de Andrés.

Metió los papeles en un sobre de manila, lo selló con su saliva y escribió una dirección. Sus días estaban contados. La eternidad lo esperaba con los brazos abiertos. Sesenta pastillas de Seconal acabaron con su angustia. Treinta y cinco años después su nombre es coreado por cientos de jovencitos alegres que sin haber leído sus libros ahora llevan orgullosos camiseticas con su rostro estampado en ella, el rostro del Santo Patrón de la Rumba. Cientos de miles de jovencitas llevarán entre sus pastillas azules un ejemplar de su libro para demostrar que ellas también están en onda.

 Todas querrán ser como María del Carmen, la de la película, un personaje frívolo, sin ninguna tragedia, sin angustias que le hagan peso en la espalda. La deslumbrante hembra de Carlos Moreno es sólo un mamarracho fabricado sólo para recuperar la inversión, su agresivo exhibicionismo denota un afán de llenar las salas de cine de incautos. Que lo haga con un personaje de su propia invención vaya y venga, pero que tenga que explotar a Caicedo y su legado para hacer de su película un hit es lo que hace que en este momento, desde cualquier lugar de la eternidad Andrés se esté arrepintiendo de no haber destruido ese manuscrito aquella soleada madrugada de 1974.

3 de julio de 2013

LA GUERRA DE LOS MUNDOS De Steven Spielberg. Las invasiones están destinadas a fracasar.

Las invasiones marcianas en el cine se recrudecen con la paranoia de la Guerra Fría. Títulos como El ataque del planeta rojo dejaba muy en claro el miedo que podía generar en la sana y pura población norteamericana las infiltraciones comunistas. Con el desplome de la Unión Soviética las invasiones tienen otro tipo de significado. En El día de la independencia (1996) Rolan Emmerich demostró que nadie puede con los Estados Unidos y que el cuatro de julio debería ser una fecha que se celebrara en todo el mundo. 

Fue la confirmación absoluta de que el capitalismo había ganado y sólo quedaba en pie una sola potencia, algo que parodió con maestría Tim Burton con su Mars Attacks maravillosa ópera bufa que no sólo es un homenaje a la obra de Ed Wood sino toda una sátira a la prepotencia yankee.
Pero entre todas las películas de invasiones extraterrestre post- guerra fría me quedo sin dudarlo con La guerra de los mundos. Cuando salió en el verano del 2005 los críticos la acribillaron por completo, fue tal el rechazo que Spielberg no volvió a incursionar en el género en el cual es todo un maestro; la ciencia ficción. Tomando con cierta fidelidad la novela homónima de H.G Wells, el autor de E.T mostró una vez más el miedo que sienten los americanos hacia las invasiones bárbaras. La particular ferocidad con que los trípodes aniquilan todo lo que ven tiene que ver con las imágenes aún frescas de los ataques del 11 de septiembre. Esta vez los norteamericanos habían visto cómo sus miedos ancestrales se hacían realidad. La realidad le había copiado a la ficción.
Tom Cruise y sus hijos no vivirán un solo momento de paz. La impresionante escena de los campos regados con sangre nos da una visión directa de lo que es el infierno. Spielberg, reconocido en todo el mundo por ser un director “Para toda la familia” cuando muestra el horror es implacable, o si no vuelvan a ver La lista de Schindler o la soledad absoluta del androide que quería ser niño en la infravalorada Inteligencia Artificial.
Las invasiones no podrían ser mostradas de la misma manera. El horror de ver como las dos torres que simbolizaban el capitalismo se desplomaban no por un ataque comunista, sino un ataque talibán, los mismos muchachos que aparecían como héroes repeliendo a los soviéticos en Afganistán, ahora venían a Estados Unidos con la seria intención de, como cualquier Godzilla, destruir Nueva York. Por eso vemos el miedo reflejado en cada uno de los protagonistas principales. El hijo le pregunta a Cruise en algún momento si el ataque no lo están haciendo “Los europeos” respondiendo al terror ancestral que tienen los gringos hacia ese continente.

Esta invasión tiene un fuerte componente de autocrítica. Los trípodes que aplastan como gusanos a los humanos y que los secuestran para después succionarles la sangra también simboliza la ocupación norteamericana en Irak. La superioridad de la potencia atacando a un país pobre, la frialdad con la que se mata y al final la sentencia de Ovigly “Todas las invasiones están destinadas a fracasar” deja entrever la abierta postura anti-bush del director de esta película.
Pero Spielberg no se conforma con mostrar la invasión sino que a la trama le agrega un ingrediente más y es justamente el problema que tiene el personaje de Cruise para interactuar con sus hijos. Al parecer su vida es un desastre y los chicos lo saben. Otra vez la figura paterna ausente aparece en una de sus películas, lo interesante de La guerra de los mundos es ver como el papá vuelve a ganarse la confianza de sus hijos. No se puede dejar toda la tensión en los efectos especiales, para hacer una buena película se necesita crear desde el guión personajes con los cuales nos podemos identificar.
A pesar de que ganamos porque las invasiones están destinadas a fracasar, ha sido tanto el horror que hemos visto en la hora y media que dura el imperio de los trípodes, que el final no atenúa el dolor que sentimos. La volví a ver hace unos días, tenía ganas de no hacer nada, de relajarme, de disfrutar cualquier porquería y me encontré con una de las mejores películas que se han hecho en Hollywood en los últimos años.

Nunca hay que despreciar a Spielberg.

2 de julio de 2013

GUERRA MUNDIAL Z. La taquilla por encima de todo

Lejos estaba George Romero de creer que estaba fundando un imperio de billetes verdes cuando estrenó esa peliculita medio amateur a la que bautizó La noche de los muertos vivientes. Cuarenta y pico años después los zombies han llegado para quedarse. En algunas ocasiones ha dejado de ser un simple placer culposo para convertirse en obras maestras, no sólo del cine (28 días después), la televisión (The Walking dead… que duda cabe) sino que también de la literatura.
Tengo que confesar que no he podido leer Guerra Mundial Z, la novela escrita por Max Brooks.  Los que la han leído afirman que la novela no es más que una sátira hacia el sistema político y económico norteamericano. Es mucho más que gore gratuito, así la sangre abunde en el relato. El hijo menor del genial cómico Mel Brooks ya había demostrado su talento y su obsesión por esos muertos que caminan con su Guía para sobrevivir a la invasión Zombie pero fue con su Guerra Mundial que se ganó el respeto absoluto de la crítica.

Harto hemos recalcado que la literatura y el cine son dos lenguajes absolutamente diferentes. Tenemos una imagen del libro en la cabeza que por lo general no corresponde a la lectura que puede hacer el director simple y llanamente porque son dos mentes completamente distintas y separadas. Además que existe un tiempo, un espacio en cada una de estas artes que hace incompatible una manera de narrar de la otra. No se puede esperar que la novela pueda ser llevada al cine de una manera literal. Habrán algunos aspectos que se dejaran por fuera ya sea por qué estos funcionen como literatura pero fracasen a la hora de ser transformados en imagen.
Pero cuando el sentido completo del libro es trastocado sólo para explotar una parte del relato con el único fin de llevar más incautos a la sala del cine, la adaptación se convierte en una traición absoluta. Nada de lo que plantea Brooks en su libro aparece en esta película dirigida por el siempre competente e impersonal Marc Foster. Cuando Plan B Enterteiment, la productora de Brad Pitt ganó la puja por los derechos de la novela en el 2006 se contrató a Matthew Michael Carnahan para que escribiera el guión. El resultado al parecer no dejó conforme a los altos ejecutivos quienes veían alarmados como su soñada invasión zombie se convertía en una trama de conspiración política que sin duda respetaba la intención del autor de la novela.
Es por eso que después de entregar el primer borrador se le da la responsabilidad a Damon Lidelof de aligerar un poco la carga política y acercarse más al blockbuster esperado. El resultado fue que el escritor de Prometeo quedó encerrado en un laberinto y tuvo que venir el eficaz Drew Goddard, guionista entre otras de muchos capítulos de Lost, Buffy la cazavampiros y director de la interesante La cabaña en el bosque, para terminar de escribir esta historia plagada de clichés, de citas, de lugares y situaciones comunes. Con Goddard se limpiaría la historia de sangre y situaciones y frases inteligentes asegurándole a Plan B la entrada masiva del público a la sala de cine.

Después de todas las dificultades que tuvieron que pasar, de los cambios de guión, de la supreción completa de algunos personajes en escenas que ya había sido robadas y que por culpa de ese despelote el presupuesto del filme se disparara dramáticamente de 60 a 175 millones de dólares se estrenó por fin Guerra Mundial Z.
Para alivio de Brad Pitt y su naciente productora la película consiguió solo en su primer fin de semana la friolera de 65 millones de dólares. La inversión al menos se recuperará con creces. Por momentos sientes que la historia te engancha. El fin del mundo es un espectáculo muy atractivo visualmente, sobre todo si el golpe lo propina una horda de cadáveres caminando. Sin ningún tipo de inconveniente ya te están manipulando, los problemas han dejado de existir y el cine cumple con su misión de alienarte. El problema es que una producción que tenía la historia para ser un clásico sucumbió ante la exigencia comercial.
Independientemente de que el entramado político ya no esté allí, los tres guionistas encargados de escribir la historia debieron haber creado personajes creíbles, por los cuales uno pudiera sufrir. Hacer la historia porque no de una familia disfuncional que ante un apocalipsis zombie podrá reafirmar sus valores. Pero no, al parecer al único personaje que se le prestó atención fue al del propio Brad Pitt quien aparece en cada una de las escenas limitando seriamente el relato.


Queda claro con las cifras recogidas esta semana que la intención de los productores de hacer un final abierto para hacer de la novela de Brooks una trilogía ha funcionado a la perfección. Viendo el paso veloz de los zombies, sus movimientos completamente increíbles nos imaginamos que para la segunda parte estos muertos vivientes volarán de un edificio a otro y porque no botaran fuego por sus fauces. Que se le va a hacer… son las exigencias del mercado. Las películas ahora se hacen con la misma eficacia con la que fabrican las salchichas. Son sólo productos en serie, destinados para el consumo masivo. Ya no se trata de pensar mi querido amigo, ahora solo se trata de masticar.