No recuerdo en cual de los episodios de La Guerra de las Galaxias, la estrella de la muerte, comandada por Darth Vader decide, para dar una muestra simple de poderío, destruir un planeta. Un dedo en el botón y un rayo salía limpio, verde y hacía volar un planeta entero. Toda la vida que en él se albergara, la historia, los sueños y los recuerdos, todas las posibilidades evaporadas, en un instante sin reversa, por una razón vana y con alevosía absoluta. La muerte de cada ser, más allá de las circunstancias se asemeja a ese planeta reventado, todo un universo destruido en un instante que deja una hueco en el espacio que lo rodea. Pero cuando esa destrucción absoluta e irreversible, que ya de por sí carece de justificaciones válidas, se ejecuta por motivos perversos, ruines e inequiparables tan siquiera a un soplo de la vida que se llevan por delante, aunado a la premeditación y al aprovechamiento abusivo de las necesidades de la población más vulnerable, la cosa alcanza unas dimensiones de una barbarie y de desmoronamiento social pocas veces visto en la historia de la humanidad.
Silencio en El Paraíso es una aproximación conmovedora a la dimensión de esos mundos destruidos en uno de los más oscuros y macabros sucesos de nuestra historia de guerra, los llamados, con ignorante cinismo, “falsos positivos”, como si hubiera algo de positivo en la muerte de cualquier persona. La sombra de la muerte, que se pasea por la película por pocos minutos, los suficientes para darnos el horror, cede ante la inocencia de una historia simple de amor, que brota como hierba entre el cemento, en la polvareda de un barrio de Soacha que capotea, como tantos otros el drama de la falta de oportunidades, de la ausencia del Estado y del poder de la justicia privada. Al igual que esa hierba que nace donde se supone que no, la vida que se muestra aquí se rebela ante la pesada realidad, lo intenta, busca caminos y aprende a moverse en contra del viento. Hasta el ángel de la muerte muestra aquí alguna compasión, pero el destino y la presión de las circunstancias obligan a la bolita a caer en el número nefasto.
Hace un par de años en un texto sobre Vals con Bashir, de Ari Foldman, decía que tenía certeza de que el cine nuestro, alejado de los comerciales y los cambios de canal propios de la televisión, tenía el encargo de contarnos, aunque no quisiéramos, la verdad y la dimensión entera de lo que nuestro país ha vivido por fuera de las reinas y los goles con los que no mantienen embobados, para entender que lo que sabemos de lugares como Rwanda, Camboya, Argentina o El Líbano, también ocurrió aquí, con nuestros vecinos, compañeros de buseta, o empleados de nuestra empresas. Que ocurrió y no fue una película de domingo.
A alguien le escuche decir alguna vez que sí, que eso había sucedido, pero que no había sido a ella directamente y que por tanto prefería no saber, para no afectar su vida, que ya mucha cosa tenía que manejar a diario como para meterle más drama.
Lamentablemente, esa y todas las tragedias de esta guerra en la que nos empeñamos ciegamente, son tan innegables como el sol, y aunque cerremos los ojos existen y nos quemarán tarde que temprano en una esquina, en cualquiera de las formas que tienen los odios exacerbados, los fragmentos de los planetas que reventamos cada día. Y quizás la única forma de detener ese dolor es poder entenderlo sabiéndolo de cerca, así sea en una película.
3 de diciembre de 2011
28 de noviembre de 2011
ERAN PRISIONEROS DE GUERRA, NO SECUESTRADOS
No se necesitaba ser un gran analista político para prever que el baño de sangre vivido hace tres semanas en Páez, un olvidado caserío del Cauca debería tener sus retaliaciones. Estas no se hicieron esperar. La ejecución de los cuatro prisioneros de guerra es desde todo punto de vista lamentable pero vale la pena aclarar que el gatillo no solo fue apretado por los dedos asesinos de las FARC sino que el gobierno también ayudó a oprimirlo.
No se puede hablar de diálogo sino existe una voluntad para sentarse a hablar no solo por parte de las Farc sino de parte del gobierno. Los más de 2.000 secuestrados que todavía están en manos de ese ejército serían en un país medianamente civilizado una garantía para realizar una mediación. ¿Cómo es que el estado no hace nada, no demuestra ni siquiera la voluntad para devolverlos sanos y salvos a la cotidianidad de sus días?.
Cano era de un corte más político que Timochenko. Él era el hombre que podía convencer a sus tropas de entregar las armas. Los tiros de gracia encontrados en el cuerpo de Cano sepultaron cualquier tipo de esperanza de que el conflicto por fin tuviera un desenlace. Timochenko confirmó el sábado su corte guerrerista. Los cuatro cuerpos masacrados de los uniformados son todo un manifiesto de lo que va a seguir de ahora en adelante. Herida de muerte, la guerrilla es una fiera que se va a defender atacando y muchas veces lo va a hacer con crueldad. Las bombas caerán inclementes sobre la selva colombiana y los pedacitos de cráneos insurgentes ensuciarán la espesa vegetación. Pero el gobierno colombiano ya debe empezar a pensar que todavía no se han hecho las bombas para desmoralizar a este ejército en sus 60 años de existencia. Esa resistencia, apoyada en métodos tan despreciables como el secuestro, el asesinato, la extorción y el narcotráfico, ya en si misma es digna de reconocimiento. El pueblo colombiano no puede ser tan ciego, ellos están allí como una garrapata gigante pegada al cuello de la nación, una garrapata que se ha insertado en la carne con sus aguijones de acero.
Los medios no han desaprovechado la oportunidad para azuzar con su característica sevicia el fuego de la guerra. RCN vuelve a entrar al juego y en los titulares la figura de Uribe ha reaparecido. Las presentadoras de noticiero van a trabajar vestidas de negro para despertar la indignación de un pueblo lobotomizado. Hablan hasta la saciedad del asesinato a mansalva de los secuestrados olvidando que los oficiales no eran sino prisioneros de guerra y que no fueron masacrados sino ejecutados. El colombiano promedio ya empieza a pedir cabezas. Cabezas para el desayuno, hacer sancochos con las vísceras de los guerrilleros monstruosos. No hay forma de que los colombianos de bien, que lamentablemente están volviendo a aparecer, entiendan que demonios es un conflicto.
Las FARC han demostrado que la opinión pública le importa poco. Ellos saben que no pueden aspirar a hacer política porque solo uno de esos chavistas rabiosos que abundan en los parques colombianos podría votar por ellos. Una negociación con este grupo consistiría en sacarlos del país, en vivir al lado de un lago en Ginebra donde tanto los respetan. Con estas ejecuciones las FARC se han distanciado aún más del pueblo colombiano y lo que es peor ha despertado el espíritu fascista que albergan en sus corazones y al que tanto apeló Uribe para mantener su régimen sangriento durante ocho años.
Viendo lo que coloca la mayoría de los amigos de Facebook veo que ha vuelto el espíritu de odio, de irracionalidad. Ha vuelto el uribismo. Y eso hay que agradecérselo a la guerrilla y a esa necesidad que tiene para cerrar todos los caminos. Se ha perdido otra oportunidad y ellos han elegido cerrar con candado la puerta del diálogo. El gobierno planea nuevos ataques, abundantes bombardeos para borrar de la faz de la tierra a todo el secretariado. Correrá más sangre, más odio, nuevas cabezas que servirán como dijes para el collar de un gigante. La tierra será de nuevo martirizada y la paz será solo la más lejana de las utopías
No se puede hablar de diálogo sino existe una voluntad para sentarse a hablar no solo por parte de las Farc sino de parte del gobierno. Los más de 2.000 secuestrados que todavía están en manos de ese ejército serían en un país medianamente civilizado una garantía para realizar una mediación. ¿Cómo es que el estado no hace nada, no demuestra ni siquiera la voluntad para devolverlos sanos y salvos a la cotidianidad de sus días?.
Cano era de un corte más político que Timochenko. Él era el hombre que podía convencer a sus tropas de entregar las armas. Los tiros de gracia encontrados en el cuerpo de Cano sepultaron cualquier tipo de esperanza de que el conflicto por fin tuviera un desenlace. Timochenko confirmó el sábado su corte guerrerista. Los cuatro cuerpos masacrados de los uniformados son todo un manifiesto de lo que va a seguir de ahora en adelante. Herida de muerte, la guerrilla es una fiera que se va a defender atacando y muchas veces lo va a hacer con crueldad. Las bombas caerán inclementes sobre la selva colombiana y los pedacitos de cráneos insurgentes ensuciarán la espesa vegetación. Pero el gobierno colombiano ya debe empezar a pensar que todavía no se han hecho las bombas para desmoralizar a este ejército en sus 60 años de existencia. Esa resistencia, apoyada en métodos tan despreciables como el secuestro, el asesinato, la extorción y el narcotráfico, ya en si misma es digna de reconocimiento. El pueblo colombiano no puede ser tan ciego, ellos están allí como una garrapata gigante pegada al cuello de la nación, una garrapata que se ha insertado en la carne con sus aguijones de acero.
Los medios no han desaprovechado la oportunidad para azuzar con su característica sevicia el fuego de la guerra. RCN vuelve a entrar al juego y en los titulares la figura de Uribe ha reaparecido. Las presentadoras de noticiero van a trabajar vestidas de negro para despertar la indignación de un pueblo lobotomizado. Hablan hasta la saciedad del asesinato a mansalva de los secuestrados olvidando que los oficiales no eran sino prisioneros de guerra y que no fueron masacrados sino ejecutados. El colombiano promedio ya empieza a pedir cabezas. Cabezas para el desayuno, hacer sancochos con las vísceras de los guerrilleros monstruosos. No hay forma de que los colombianos de bien, que lamentablemente están volviendo a aparecer, entiendan que demonios es un conflicto.
Las FARC han demostrado que la opinión pública le importa poco. Ellos saben que no pueden aspirar a hacer política porque solo uno de esos chavistas rabiosos que abundan en los parques colombianos podría votar por ellos. Una negociación con este grupo consistiría en sacarlos del país, en vivir al lado de un lago en Ginebra donde tanto los respetan. Con estas ejecuciones las FARC se han distanciado aún más del pueblo colombiano y lo que es peor ha despertado el espíritu fascista que albergan en sus corazones y al que tanto apeló Uribe para mantener su régimen sangriento durante ocho años.
Viendo lo que coloca la mayoría de los amigos de Facebook veo que ha vuelto el espíritu de odio, de irracionalidad. Ha vuelto el uribismo. Y eso hay que agradecérselo a la guerrilla y a esa necesidad que tiene para cerrar todos los caminos. Se ha perdido otra oportunidad y ellos han elegido cerrar con candado la puerta del diálogo. El gobierno planea nuevos ataques, abundantes bombardeos para borrar de la faz de la tierra a todo el secretariado. Correrá más sangre, más odio, nuevas cabezas que servirán como dijes para el collar de un gigante. La tierra será de nuevo martirizada y la paz será solo la más lejana de las utopías
23 de noviembre de 2011
EL CINE Y EL DERECHO EN LA EPOCA DORADA DE HOLLYWOOD
En una época donde los estudiantes son renuentes a la lectura, donde cada vez más es difícil impulsar por parte del maestro inculcar la curiosidad el cine aparece como un instrumento educativo de suma utilidad. Si bien resulta imposible por lo complejo que resulta el derecho para ser estudiado que el alumno pueda cubrir todas las lagunas que el pavor al conocimiento produce, el cine es el complemento ideal para que el abogado en ciernes pueda acercarse al amor a las leyes.
Ver reflejado en la pantalla un juicio así este sea efectuado en sistemas legislativos tan diferentes como el norteamericano sirve para que el joven entienda que no importa el idioma para entender que lo más importante es el sentido de justicia que se tiene que defender a la hora de defender a una persona. La integridad es justamente el talón de Aquiles que puede tener un abogado en este tiempo donde la tecnocracia le ha ganado la batalla a la academia.
El amor a la justicia es propio de los hombres cultos y civilizados. La frialdad que pueda proporcionar una constitución o un conjunto de normas pierden fuerza y sentido si no son interpretados por hombres sabios. En el siglo XIX un jurista se internaba en la conciencia de los hombres no solo amparados en el conocimiento de la ley sino en la pasión que les despertaba la literatura. En Balzac por ejemplo entendemos como pensaba un comerciante en el siglo donde las monarquías se hundieron y la burguesía emergió como clase dominante. En Dostoyevsky nos asomamos al infierno que se acumulaba dentro de cada espíritu ruso, en la obra de este epiléptico ya se prefiguraba la revolución de octubre de 1917 que acabaría para siempre con el orden establecido.
En la era post-literaria, el cine qué duda cabe aparece como sucedáneo de la literatura. Las historias se cuentan ahora por medio de imágenes. Como cavernícolas en torno al fuego se reúnen cada noche a ver las imágenes en movimiento. Teniendo en cuenta esta premisa es labor del educador acomodarse a las necesidades de sus estudiantes y en vez de perder el tiempo elaborando planes de lectura, se debería establecer una lista de películas que el alumno debería ver en cada semestre, películas que no solo fortalecerían sus conocimientos sobre el derecho sino sobre la cultura general. He acá esta lista.
Desde el origen mismo del cinematógrafo encontramos la necesidad que existía de llevar a la pantalla filmes donde la trama se desarrollara en tribunales. En 1899 ya encontramos la primera película donde se emparentan el derecho y el cine. El escándalo suscitado por la detención del ingeniero politécnico Alfred Dreyfus de origen judío acusado de haber traicionado a la patria al entregar unos documentos secretos al gobierno alemán despertó toda una campaña de especulación en Francia. Algunos acusaron que la detención no era más que una prueba del antisemitismo francés. El pionero George Melies aprovechó la coyuntura e hizo el primero de los muchos filmes que existen sobre el caso Dreyfus. Alejado de sus atmósferas fantásticas esta es una película absolutamente sui generis en su vasta filmografía.
Pero tenemos que esperar hasta 1939 para que John Ford nos entregue El joven señor Lincon , la película donde nos muestra los orígenes de ese gran jurista que fue el mas tarde presidente de Estados Unidos. Con una magnífica actuación de Henry Fonda, Ford nos muestra la integridad que debe tener un hombre de leyes sumado a una inteligencia prodigiosa y a una devastadora ironía. La obsesión por la justicia llevaría a este hombre de férrea voluntad a llevar proyectos de ley tan revolucionarios como la mismísima abolición de la esclavitud, hecho que al final le costaría la vida. Ford era un republicano convencido de los valores de su país. A pesar de ese fervor nacionalista el personaje de Lincon está lleno de matices que lo convierten no solo en la típica estatua de cera a los que nos tiene acostumbrados el cine sobre grandes personajes sino que nos lo muestra como un hombre más brillante que todos los demás pero hombre al fin y al cabo. La película despertó una fiebre inusitada por aprehender los conocimientos del derecho. Cada vez eran más los jóvenes que deseaban emular a paladines de la justicia como Lincon. Y es que al ver como un provinciano con escazas posibilidades para sobresalir pudo llegar a ser presidente gracias al amor que sentía por los libros de leyes. Fue un autodidacta en todo el sentido de la palabra, un político que se inclinó siempre por defender causas perdidas.
La película recrea el primer caso de su exitosa carrera. Dos jóvenes de extracción humilde son acusados de haber asesinado a un rico comerciante de la ciudad. El fervor popular hizo que los amigos del hombre muerto (Un reconocido agiotista de nombre Stevenson que era conocido por su crueldad) movilizaran una expedición a la cárcel con el fin de linchar a los acusados. Por un pedido expreso de la madre de los jóvenes Lincoln fue hasta la entrada de la cárcel a intentar persuadir a la turba embravecida. Después de efectuar su primer gran discurso la multitud se disgrega y espera el juicio. Contra todos los pronósticos el abogado autodidacta logra ganar el caso. Fue el primero de muchos casos donde salió victorioso.
A Ford como a los grandes cineastas no se le escapa ningún detalle. La conformación del jurado, un aspecto tan importante en cualquier juicio también aparece en El joven mister Lincoln. Para conformarlo el futuro presidente escoge prácticamente a cada representante del género humano. Los doce hombres que conforman la palestra representan un estado social, intelectual y cultural. Hasta un borracho es elegido porque cada quien puede presentar su particular versión de los hechos. Está en tela de juico la vida e integridad de un hombre. Cualquier detalle, por mas nimio que sea debe ser cuidadosamente sopesado.
El cine de la época de oro de Hollywood tuvo debilidad por mostrar a provincianos humildes que están obsesionados por comprender e interpretar la ley. Tal es el caso de Jefferson Smith, protagonista de Caballero sin espada, un hombre perdido en una ciudad intermedia que sueña con llegar a Washington y limpiarlo de todo tipo de corrupción. También estrenada en 1939 y dirigida por Frank Capra , tiene la estructura de un cuento de hadas político. Al verla uno no puede evitar sentir la necesidad de creer en que en medio del lodazal en que se ha convertido la política mundial uno no puede desconocer que la democracia puede ser la mejor de las desgracias.
Otro provinciano humilde, dedicado a la pesca y con cara de bonachón es el Paul Biegler de Anatomía de un asesinato. El filme empieza con los fascinantes créditos creados por Saul Bass. En los créditos vemos el croquis de un hombre asesinado. El croquis es desmembrado gracias a la atronadora música de Duke Ellington que sirve no solo de entrada de la película sino que es casi un prólogo de la misma. Vemos llegar al abogado Biegler (Maravillosamente encarnado por James Stewart) en un auto, vemos también su caña de pescar y su sombrero de safari. Pocos podrían reconocer en él a un exitoso jurista que incluso estuvo a punto de ser fiscal pero que sencillamente no tuvo el estómago para hacerlo. Está retirado en su casa sencilla, la pesca y el jazz lo alejan por completo de la hostil realidad. Sin embargo puede más la pasión que el raciocinio. La pasión está encarnada en la destartalada figura de Parnell Emerth McCarthy, un abogado que abandonó el oficio por culpa de su afición a la bebida. Pero su beodez no es óbice para seguir amando el derecho. Su pasatiempo preferido es pasar las noches con Biegler leyendo juicios que pasaron a la historia por complicidad. Ahora después de un largo receso ha llegado la oportunidad que han estado esperando: van a defender a un homicida, un joven soldado que ciego de celos asesinó a otro compañero por andar este husmeando en las faldas de su esposa. La esposa es una rubia voluptuosa que no para de coquetearle al viejo Biegler, este no solo debe defenderse de la fiscalía férreamente representada por un impresionante George C. Scott sino de esas curvas insolentes que buscan desesperadamente hacerlo estrellar.
Lo realmente importante de Anatomía de un asesinato es el nivel de detalle que tiene el filme. Acá se ve como la defensa prepara el caso, queda claro como y cuanto tiene que leer un abogado para presentar un alegato. La historia se trama en la misma investigación. Los libros grandes y hermosos tienen la misma importancia que los hombres que llevan el caso. Dirigida por la mano de hierro de Otto Preminguer, Anatomía como toda obra maestra está plagada de detalles importantísimos. Nos muestra los peces que pescan, el licor con el que se emborrachan, la astucia del acusado, encarnado con maestría por un jovencísimo Ben Gazzara, la sensualidad de la esposa y sobre todo la inteligencia de un gran juez. Todos los elementos de un juicio son puestos en la mesa con extremada sabiduría por el director alemán.
Anatomía de un asesinato es una joya que a pesar de sus sesenta años se sigue disfrutando como si hubiera sido hecha ayer.
Después de haber realizado Perdición Billy Wilder no solo se metió en el panteón de los grandes directores del cine negro sino que se perfiló como el más grande colega de Hitchcock. Testigo de cargo no solo fue su película más hitchconiana sino que es su aporte a los filmes de tribunales. De final sorpresivo, Testigo de cargo se centra en la figura de un juez muy viejo y muy sabio, dotado de un sentido del humor devastador. El juez sobre el cual un hombre podría descansar tranquilo su cabeza en su regazo. Esta vez su sentido común no superará el de una mujer tan avispada como Marlene Dietrich, una esposa que hará cualquier cosa por salvar a su marido. La cinta está dotada de la clásica sorna wilderiana pero además reviste un profundo conocimiento del sistema legal norteamericano.
El director Sidney Lumet, consigue adentrarse en la América Profunda sin necesidad de salir de un cuarto donde doce hombres debaten sobre la vida de un joven que ha sido acusado de haber asesinado a su padre. En esa docena de personas están sintetizados los caracteres de todos y cada uno de los norteamericanos y porque no de los seres humanos. Desde el racista hasta el frívolo que solo le importa la camorra y los deportes, del hombre justo al que está sesgado por algún prejuicio personal, del joven al viejo, ninguno de los jurados se pudo ver mas heterodoxo que el que conforman estos doce hombres en pugna. Otra vez Henry Fonda carga sobre sus espaldas el peso de una soberbia actuación. Lo que parece un juicio fácil donde es demasiado evidente que el acusado es culpable el personaje de Fonda va tumbando cada una de las pruebas que en teoría resultan irrefutables. No sabemos si el acusado es inocente, lo que si sabes es que las pruebas son endebles y sin pruebas no existe el delito.
Doce hombres en pugna habla sobre la relatividad de las cosas, sobre lo frágil que puede ser un argumento cuando se trata de acusar a alguien, cuando se busca castigar quitándole la vida a otra persona por más atroz que pueda ser el crimen cometido. Hay que pensar, la responsabilidad de un buen jurado radica en el hecho de sentir, de analizar, de quitarse cualquier tipo de velo que pueda impedir emitir un juicio justo y sin prejuicios. No se necesita mostrar imágenes o grandes escenas para generar tensión, la película de Lumet es una muestra fehaciente de ello. En un solo cuarto están metidos los 120 minutos que conforman este filme maravilloso. Una película sostenida completamente en los maravillosos diálogos construidos por el guionista Reginald Rose rehúsa a presentar cualquier tipo de flashback, de imágenes gratuitas que nos puedan sacar de la claustrofobia que pueden sufrir 12 hombres deliberando sobre la vida de un prójimo.
En 1959 Holcomb, un pequeño y pacífico poblado al este de Kansas dos hombres entraron a la casa de los Clutter, una próspera familia tan americana como un cuadro de Norman Rockwell, después de discutir un poco con el jefe de la familia, los dos hombres decidieron estremecer la noche con los disparos que salieron de su escopeta. Los cuatro integrantes de la familia murieron destrozados por las balas. Los asesinos se llevaron de la casa de los Clutter cuarenta dólares y un radio de pilas. Después de ocho meses de investigación encontraron las pistas suficientes para agarrar a los dos sospechosos, Perry Smith y Richard Hitchcock. Los asesinatos hicieron que el conocido periodista y escritor Truman Capote se interesó por el caso. No demoraron mucho para determinar que los sospechosos eran culpables. Fueron condenados a morir ahorcados. A pesar de la crueldad con que perpetraron los asesinatos fue inevitable que Capote no descubriera el alma que había detrás de los sicópatas. Es inevitable después de leer el libro que escribió sobre los hechos uno no sentir simpatía hacia ellos.
A sangre fría cambió la historia de los artículos periodísticos para siempre. A partir de este libro las crónicas pasaban a estar más cerca del terreno de la literatura que del mismo periodismo. Fue un éxito inmediato de ventas y de críticas. Un éxito que al final echaría a perder para siempre la carrera de Capote. El contacto que tuvo con Perry Smith, una amistad que incluso llegó a frisar los terrenos del amor, hizo sentir culpable al escritor norteamericano. Siempre creyó que se había aprovechado de la situación de los condenados a muerte para escribir su obra maestra.
Cuatro años después de la publicación del libro, el director Richard Brooks lo adaptó a la pantalla grande. La película estuvo a la altura de la obra de Capote. A sangre fría no habla solo de la frialdad con la que fueron ejecutados los asesinatos sino por la forma en que el estado de Kansas pudo mandar al cadalso a dos jóvenes que habían tenido infancias difíciles, vidas llenas de maltratos, de injusticia. Estados Unidos el adalid de la libertad era incapaz de cuidar a sus hijos. En busca de venganza el sistema judicial actuó como una partida de hombres guiados por John Lynch. Después de ver el maravilloso filme de Brooks uno no puede dejar de pensar que la pena de muerte no es sino otro resquicio de la barbarie. Un país que se supone libre y justo no debería tener este tipo de condenas.
Harper Lee acompañó a Capote a Holcomb a realizar la investigación. En el viaje la llamó su editor informándole que su libro Para matar a un ruiseñor se publicaría inmediatamente. Esa noche bebieron hasta hartarse para celebrar el acontecimiento. El libro fue un clásico inmediato. Las ofertas para llevar al cine su historia no tardaron en amontonarse en su puerta. La señora Lee siempre se ha caracterizado por su timidez. Nunca ha dado una entrevista y a diferencia de su amigo Capote detestaba todo el glamour de Hollywood. Estuvo de acuerdo con que adaptaran su obra pero no quería saber nada de tener que escribir un guión sobre su propio libro.
La novela habla de la acusación de un negro de un asesinato que no cometió. El racismo, la ignorancia y el prejuicio serán los elementos con los cuales el pueblo busca hacer justicia despedazando el cuerpo del sospechoso. En los hombros de Atticus Finch, el abogado que no tiene nada, el hombre al que sus pobres clientes le pagan con sacos de arroz su trabajo, recae la responsabilidad de impartir lecciones de moral, amor y justicia. Él se hace cargo del caso, defiende al acusado cuando todo el mundo lo señala y contra todo pronóstico logra ganarlo, descubriendo que el asesino no es más que el tonto del pueblo.
La responsabilidad de dirigir la adaptación de este gran libro (Ganador del Pulitzer) recayó en el joven director de televisión Robert Mulligan. Harper Lee cuenta su historia a través de los ojos de una niña, una niña que por supuesto es ella misma. Lo que convierte a la película en una obra maestra es que a partir del comportamiento de tres niños podemos ver como los adultos abordan un juicio. Pocas veces en el cine se ha visto un tema tan espinoso a través de los ojos sabios e inocentes de tres menores. “La visión infantil de la película se subraya desde el principio mismo de la película se subraya desde el principio mismo de la cinta, pues en los créditos vemos que se abre ante nosotros la caja de tesoros de Jen, el hijo mayor de los Finch, en ella encontramos un par de muñecos tallados, unas canicas.” Esta visión del niño engrandece sin duda la figura de Atichus. Más que un abogado el señor Finch es un súper héroe, engrandecido en la pantalla por Gregory Peck . Después de ver la película uno no puede dejar de admirar a alguien que ha demostrado a raja tabla su apego a la justicia y a las leyes.
A pesar de que la AFI puso en el primer lugar a Para Matar un ruiseñor entre las mejores películas de tribunales de todos los tiempos no debemos olvidar la importancia de un filme como El juicio de Nuremberg por la complejidad que significó el hecho real. Después de que terminara la Segunda Guerra Mundial se iniciaron los juicios contra los criminales nazis. El momento más álgido fue cuando los jefes de las fuerzas de ocupación tuvieron que juzgar a los jueces alemanes que demolieron la constitución de Weimar para dejar el camino jurídico expedito al régimen Nazi. ¿Con que argumentos puedes acusar a hombres que forjaron una ley por más inmoral y atroz que esta sea? Con las impresionantes actuaciones de Spencer Tracy y Burt Lancaster, El juicio de Nuremberg es una reconstrucción histórica exhaustiva, un fresco de un hito donde se dejó claro que antes de la construcción de cualquier ley está el sentido de igualdad y justicia que debe imperar en el espíritu de los hombres de bien.
La época dorada de Hollywood sin duda nos dejó grandes filmes sobre tribunales. En los últimos 30 años películas como El Cliente , Mi primo Vinny , En el nombre del padre o Cuestión de honor entre otras supieron llevar la tensión de un juicio, mostraron las flaquezas de la justicia penal militar o de la justicia norteamericana o inglesa. Tienen un mensaje más desalentador ya que el cine como toda manifestación artística es hija de la época que le tocó vivir. Lo que más impresiona en estos filmes de tribunales es la vigencia que tienen todavía. Películas de 1939 como el Joven Señor Lincoln que tienen aún un aire fresco, una rebeldía que te incita a conocer de cerca y mejor las leyes.
Un hombre de leyes puede ser un súper héroe. En el año 2003 el AFI hizo un conteo de los 50 héroes más importantes de la historia del cine. Según ese conteo, para sorpresa de muchos que esperaban ver a Batman, Superman o Rocky en el primer lugar el American Film Institute eligió a un hombre común y corriente, un debilucho con gafas y aspecto pálido. Un hombre que desde la abogacía le ha enseñado a sus hijos y a sus prójimos la importancia de la justicia, la importancia de ser un hombre bueno. El héroe de todos los tiempos era un abogado y se llamaba Atticus Finch. El sentido de equidad puede ser un arma más efectiva que la más poderosa de las ametralladoras.
Ver reflejado en la pantalla un juicio así este sea efectuado en sistemas legislativos tan diferentes como el norteamericano sirve para que el joven entienda que no importa el idioma para entender que lo más importante es el sentido de justicia que se tiene que defender a la hora de defender a una persona. La integridad es justamente el talón de Aquiles que puede tener un abogado en este tiempo donde la tecnocracia le ha ganado la batalla a la academia.
El amor a la justicia es propio de los hombres cultos y civilizados. La frialdad que pueda proporcionar una constitución o un conjunto de normas pierden fuerza y sentido si no son interpretados por hombres sabios. En el siglo XIX un jurista se internaba en la conciencia de los hombres no solo amparados en el conocimiento de la ley sino en la pasión que les despertaba la literatura. En Balzac por ejemplo entendemos como pensaba un comerciante en el siglo donde las monarquías se hundieron y la burguesía emergió como clase dominante. En Dostoyevsky nos asomamos al infierno que se acumulaba dentro de cada espíritu ruso, en la obra de este epiléptico ya se prefiguraba la revolución de octubre de 1917 que acabaría para siempre con el orden establecido.
En la era post-literaria, el cine qué duda cabe aparece como sucedáneo de la literatura. Las historias se cuentan ahora por medio de imágenes. Como cavernícolas en torno al fuego se reúnen cada noche a ver las imágenes en movimiento. Teniendo en cuenta esta premisa es labor del educador acomodarse a las necesidades de sus estudiantes y en vez de perder el tiempo elaborando planes de lectura, se debería establecer una lista de películas que el alumno debería ver en cada semestre, películas que no solo fortalecerían sus conocimientos sobre el derecho sino sobre la cultura general. He acá esta lista.
Desde el origen mismo del cinematógrafo encontramos la necesidad que existía de llevar a la pantalla filmes donde la trama se desarrollara en tribunales. En 1899 ya encontramos la primera película donde se emparentan el derecho y el cine. El escándalo suscitado por la detención del ingeniero politécnico Alfred Dreyfus de origen judío acusado de haber traicionado a la patria al entregar unos documentos secretos al gobierno alemán despertó toda una campaña de especulación en Francia. Algunos acusaron que la detención no era más que una prueba del antisemitismo francés. El pionero George Melies aprovechó la coyuntura e hizo el primero de los muchos filmes que existen sobre el caso Dreyfus. Alejado de sus atmósferas fantásticas esta es una película absolutamente sui generis en su vasta filmografía.
Pero tenemos que esperar hasta 1939 para que John Ford nos entregue El joven señor Lincon , la película donde nos muestra los orígenes de ese gran jurista que fue el mas tarde presidente de Estados Unidos. Con una magnífica actuación de Henry Fonda, Ford nos muestra la integridad que debe tener un hombre de leyes sumado a una inteligencia prodigiosa y a una devastadora ironía. La obsesión por la justicia llevaría a este hombre de férrea voluntad a llevar proyectos de ley tan revolucionarios como la mismísima abolición de la esclavitud, hecho que al final le costaría la vida. Ford era un republicano convencido de los valores de su país. A pesar de ese fervor nacionalista el personaje de Lincon está lleno de matices que lo convierten no solo en la típica estatua de cera a los que nos tiene acostumbrados el cine sobre grandes personajes sino que nos lo muestra como un hombre más brillante que todos los demás pero hombre al fin y al cabo. La película despertó una fiebre inusitada por aprehender los conocimientos del derecho. Cada vez eran más los jóvenes que deseaban emular a paladines de la justicia como Lincon. Y es que al ver como un provinciano con escazas posibilidades para sobresalir pudo llegar a ser presidente gracias al amor que sentía por los libros de leyes. Fue un autodidacta en todo el sentido de la palabra, un político que se inclinó siempre por defender causas perdidas.
La película recrea el primer caso de su exitosa carrera. Dos jóvenes de extracción humilde son acusados de haber asesinado a un rico comerciante de la ciudad. El fervor popular hizo que los amigos del hombre muerto (Un reconocido agiotista de nombre Stevenson que era conocido por su crueldad) movilizaran una expedición a la cárcel con el fin de linchar a los acusados. Por un pedido expreso de la madre de los jóvenes Lincoln fue hasta la entrada de la cárcel a intentar persuadir a la turba embravecida. Después de efectuar su primer gran discurso la multitud se disgrega y espera el juicio. Contra todos los pronósticos el abogado autodidacta logra ganar el caso. Fue el primero de muchos casos donde salió victorioso.
A Ford como a los grandes cineastas no se le escapa ningún detalle. La conformación del jurado, un aspecto tan importante en cualquier juicio también aparece en El joven mister Lincoln. Para conformarlo el futuro presidente escoge prácticamente a cada representante del género humano. Los doce hombres que conforman la palestra representan un estado social, intelectual y cultural. Hasta un borracho es elegido porque cada quien puede presentar su particular versión de los hechos. Está en tela de juico la vida e integridad de un hombre. Cualquier detalle, por mas nimio que sea debe ser cuidadosamente sopesado.
El cine de la época de oro de Hollywood tuvo debilidad por mostrar a provincianos humildes que están obsesionados por comprender e interpretar la ley. Tal es el caso de Jefferson Smith, protagonista de Caballero sin espada, un hombre perdido en una ciudad intermedia que sueña con llegar a Washington y limpiarlo de todo tipo de corrupción. También estrenada en 1939 y dirigida por Frank Capra , tiene la estructura de un cuento de hadas político. Al verla uno no puede evitar sentir la necesidad de creer en que en medio del lodazal en que se ha convertido la política mundial uno no puede desconocer que la democracia puede ser la mejor de las desgracias.
Otro provinciano humilde, dedicado a la pesca y con cara de bonachón es el Paul Biegler de Anatomía de un asesinato. El filme empieza con los fascinantes créditos creados por Saul Bass. En los créditos vemos el croquis de un hombre asesinado. El croquis es desmembrado gracias a la atronadora música de Duke Ellington que sirve no solo de entrada de la película sino que es casi un prólogo de la misma. Vemos llegar al abogado Biegler (Maravillosamente encarnado por James Stewart) en un auto, vemos también su caña de pescar y su sombrero de safari. Pocos podrían reconocer en él a un exitoso jurista que incluso estuvo a punto de ser fiscal pero que sencillamente no tuvo el estómago para hacerlo. Está retirado en su casa sencilla, la pesca y el jazz lo alejan por completo de la hostil realidad. Sin embargo puede más la pasión que el raciocinio. La pasión está encarnada en la destartalada figura de Parnell Emerth McCarthy, un abogado que abandonó el oficio por culpa de su afición a la bebida. Pero su beodez no es óbice para seguir amando el derecho. Su pasatiempo preferido es pasar las noches con Biegler leyendo juicios que pasaron a la historia por complicidad. Ahora después de un largo receso ha llegado la oportunidad que han estado esperando: van a defender a un homicida, un joven soldado que ciego de celos asesinó a otro compañero por andar este husmeando en las faldas de su esposa. La esposa es una rubia voluptuosa que no para de coquetearle al viejo Biegler, este no solo debe defenderse de la fiscalía férreamente representada por un impresionante George C. Scott sino de esas curvas insolentes que buscan desesperadamente hacerlo estrellar.
Lo realmente importante de Anatomía de un asesinato es el nivel de detalle que tiene el filme. Acá se ve como la defensa prepara el caso, queda claro como y cuanto tiene que leer un abogado para presentar un alegato. La historia se trama en la misma investigación. Los libros grandes y hermosos tienen la misma importancia que los hombres que llevan el caso. Dirigida por la mano de hierro de Otto Preminguer, Anatomía como toda obra maestra está plagada de detalles importantísimos. Nos muestra los peces que pescan, el licor con el que se emborrachan, la astucia del acusado, encarnado con maestría por un jovencísimo Ben Gazzara, la sensualidad de la esposa y sobre todo la inteligencia de un gran juez. Todos los elementos de un juicio son puestos en la mesa con extremada sabiduría por el director alemán.
Anatomía de un asesinato es una joya que a pesar de sus sesenta años se sigue disfrutando como si hubiera sido hecha ayer.
Después de haber realizado Perdición Billy Wilder no solo se metió en el panteón de los grandes directores del cine negro sino que se perfiló como el más grande colega de Hitchcock. Testigo de cargo no solo fue su película más hitchconiana sino que es su aporte a los filmes de tribunales. De final sorpresivo, Testigo de cargo se centra en la figura de un juez muy viejo y muy sabio, dotado de un sentido del humor devastador. El juez sobre el cual un hombre podría descansar tranquilo su cabeza en su regazo. Esta vez su sentido común no superará el de una mujer tan avispada como Marlene Dietrich, una esposa que hará cualquier cosa por salvar a su marido. La cinta está dotada de la clásica sorna wilderiana pero además reviste un profundo conocimiento del sistema legal norteamericano.
El director Sidney Lumet, consigue adentrarse en la América Profunda sin necesidad de salir de un cuarto donde doce hombres debaten sobre la vida de un joven que ha sido acusado de haber asesinado a su padre. En esa docena de personas están sintetizados los caracteres de todos y cada uno de los norteamericanos y porque no de los seres humanos. Desde el racista hasta el frívolo que solo le importa la camorra y los deportes, del hombre justo al que está sesgado por algún prejuicio personal, del joven al viejo, ninguno de los jurados se pudo ver mas heterodoxo que el que conforman estos doce hombres en pugna. Otra vez Henry Fonda carga sobre sus espaldas el peso de una soberbia actuación. Lo que parece un juicio fácil donde es demasiado evidente que el acusado es culpable el personaje de Fonda va tumbando cada una de las pruebas que en teoría resultan irrefutables. No sabemos si el acusado es inocente, lo que si sabes es que las pruebas son endebles y sin pruebas no existe el delito.
Doce hombres en pugna habla sobre la relatividad de las cosas, sobre lo frágil que puede ser un argumento cuando se trata de acusar a alguien, cuando se busca castigar quitándole la vida a otra persona por más atroz que pueda ser el crimen cometido. Hay que pensar, la responsabilidad de un buen jurado radica en el hecho de sentir, de analizar, de quitarse cualquier tipo de velo que pueda impedir emitir un juicio justo y sin prejuicios. No se necesita mostrar imágenes o grandes escenas para generar tensión, la película de Lumet es una muestra fehaciente de ello. En un solo cuarto están metidos los 120 minutos que conforman este filme maravilloso. Una película sostenida completamente en los maravillosos diálogos construidos por el guionista Reginald Rose rehúsa a presentar cualquier tipo de flashback, de imágenes gratuitas que nos puedan sacar de la claustrofobia que pueden sufrir 12 hombres deliberando sobre la vida de un prójimo.
En 1959 Holcomb, un pequeño y pacífico poblado al este de Kansas dos hombres entraron a la casa de los Clutter, una próspera familia tan americana como un cuadro de Norman Rockwell, después de discutir un poco con el jefe de la familia, los dos hombres decidieron estremecer la noche con los disparos que salieron de su escopeta. Los cuatro integrantes de la familia murieron destrozados por las balas. Los asesinos se llevaron de la casa de los Clutter cuarenta dólares y un radio de pilas. Después de ocho meses de investigación encontraron las pistas suficientes para agarrar a los dos sospechosos, Perry Smith y Richard Hitchcock. Los asesinatos hicieron que el conocido periodista y escritor Truman Capote se interesó por el caso. No demoraron mucho para determinar que los sospechosos eran culpables. Fueron condenados a morir ahorcados. A pesar de la crueldad con que perpetraron los asesinatos fue inevitable que Capote no descubriera el alma que había detrás de los sicópatas. Es inevitable después de leer el libro que escribió sobre los hechos uno no sentir simpatía hacia ellos.
A sangre fría cambió la historia de los artículos periodísticos para siempre. A partir de este libro las crónicas pasaban a estar más cerca del terreno de la literatura que del mismo periodismo. Fue un éxito inmediato de ventas y de críticas. Un éxito que al final echaría a perder para siempre la carrera de Capote. El contacto que tuvo con Perry Smith, una amistad que incluso llegó a frisar los terrenos del amor, hizo sentir culpable al escritor norteamericano. Siempre creyó que se había aprovechado de la situación de los condenados a muerte para escribir su obra maestra.
Cuatro años después de la publicación del libro, el director Richard Brooks lo adaptó a la pantalla grande. La película estuvo a la altura de la obra de Capote. A sangre fría no habla solo de la frialdad con la que fueron ejecutados los asesinatos sino por la forma en que el estado de Kansas pudo mandar al cadalso a dos jóvenes que habían tenido infancias difíciles, vidas llenas de maltratos, de injusticia. Estados Unidos el adalid de la libertad era incapaz de cuidar a sus hijos. En busca de venganza el sistema judicial actuó como una partida de hombres guiados por John Lynch. Después de ver el maravilloso filme de Brooks uno no puede dejar de pensar que la pena de muerte no es sino otro resquicio de la barbarie. Un país que se supone libre y justo no debería tener este tipo de condenas.
Harper Lee acompañó a Capote a Holcomb a realizar la investigación. En el viaje la llamó su editor informándole que su libro Para matar a un ruiseñor se publicaría inmediatamente. Esa noche bebieron hasta hartarse para celebrar el acontecimiento. El libro fue un clásico inmediato. Las ofertas para llevar al cine su historia no tardaron en amontonarse en su puerta. La señora Lee siempre se ha caracterizado por su timidez. Nunca ha dado una entrevista y a diferencia de su amigo Capote detestaba todo el glamour de Hollywood. Estuvo de acuerdo con que adaptaran su obra pero no quería saber nada de tener que escribir un guión sobre su propio libro.
La novela habla de la acusación de un negro de un asesinato que no cometió. El racismo, la ignorancia y el prejuicio serán los elementos con los cuales el pueblo busca hacer justicia despedazando el cuerpo del sospechoso. En los hombros de Atticus Finch, el abogado que no tiene nada, el hombre al que sus pobres clientes le pagan con sacos de arroz su trabajo, recae la responsabilidad de impartir lecciones de moral, amor y justicia. Él se hace cargo del caso, defiende al acusado cuando todo el mundo lo señala y contra todo pronóstico logra ganarlo, descubriendo que el asesino no es más que el tonto del pueblo.
La responsabilidad de dirigir la adaptación de este gran libro (Ganador del Pulitzer) recayó en el joven director de televisión Robert Mulligan. Harper Lee cuenta su historia a través de los ojos de una niña, una niña que por supuesto es ella misma. Lo que convierte a la película en una obra maestra es que a partir del comportamiento de tres niños podemos ver como los adultos abordan un juicio. Pocas veces en el cine se ha visto un tema tan espinoso a través de los ojos sabios e inocentes de tres menores. “La visión infantil de la película se subraya desde el principio mismo de la película se subraya desde el principio mismo de la cinta, pues en los créditos vemos que se abre ante nosotros la caja de tesoros de Jen, el hijo mayor de los Finch, en ella encontramos un par de muñecos tallados, unas canicas.” Esta visión del niño engrandece sin duda la figura de Atichus. Más que un abogado el señor Finch es un súper héroe, engrandecido en la pantalla por Gregory Peck . Después de ver la película uno no puede dejar de admirar a alguien que ha demostrado a raja tabla su apego a la justicia y a las leyes.
A pesar de que la AFI puso en el primer lugar a Para Matar un ruiseñor entre las mejores películas de tribunales de todos los tiempos no debemos olvidar la importancia de un filme como El juicio de Nuremberg por la complejidad que significó el hecho real. Después de que terminara la Segunda Guerra Mundial se iniciaron los juicios contra los criminales nazis. El momento más álgido fue cuando los jefes de las fuerzas de ocupación tuvieron que juzgar a los jueces alemanes que demolieron la constitución de Weimar para dejar el camino jurídico expedito al régimen Nazi. ¿Con que argumentos puedes acusar a hombres que forjaron una ley por más inmoral y atroz que esta sea? Con las impresionantes actuaciones de Spencer Tracy y Burt Lancaster, El juicio de Nuremberg es una reconstrucción histórica exhaustiva, un fresco de un hito donde se dejó claro que antes de la construcción de cualquier ley está el sentido de igualdad y justicia que debe imperar en el espíritu de los hombres de bien.
La época dorada de Hollywood sin duda nos dejó grandes filmes sobre tribunales. En los últimos 30 años películas como El Cliente , Mi primo Vinny , En el nombre del padre o Cuestión de honor entre otras supieron llevar la tensión de un juicio, mostraron las flaquezas de la justicia penal militar o de la justicia norteamericana o inglesa. Tienen un mensaje más desalentador ya que el cine como toda manifestación artística es hija de la época que le tocó vivir. Lo que más impresiona en estos filmes de tribunales es la vigencia que tienen todavía. Películas de 1939 como el Joven Señor Lincoln que tienen aún un aire fresco, una rebeldía que te incita a conocer de cerca y mejor las leyes.
Un hombre de leyes puede ser un súper héroe. En el año 2003 el AFI hizo un conteo de los 50 héroes más importantes de la historia del cine. Según ese conteo, para sorpresa de muchos que esperaban ver a Batman, Superman o Rocky en el primer lugar el American Film Institute eligió a un hombre común y corriente, un debilucho con gafas y aspecto pálido. Un hombre que desde la abogacía le ha enseñado a sus hijos y a sus prójimos la importancia de la justicia, la importancia de ser un hombre bueno. El héroe de todos los tiempos era un abogado y se llamaba Atticus Finch. El sentido de equidad puede ser un arma más efectiva que la más poderosa de las ametralladoras.
22 de noviembre de 2011
NO LE TEMAS A LA OSCURIDAD. Los duendes no existen
Cuando llega una película de terror a cartelera uno entra con la esperanza de que va a salir con el corazón en la boca, de que el pulso va a explotar y en las noches vas a tener que envolverte hasta la cabeza con el cubre lecho que ha comprado tu mami para ti. Pero cada nueva película de terror no es más que una decepción. Desde Los otros, del otrora cineasta Alejandro Amenábar no vivimos un momento de miedo real. A mí en lo particular me sucede que esos muñecos hechos por computador me resultan irreales y de entrada lo irreal y tangible no me da miedo.
Al hablar de irrealidad me refiero a todos esos monstruos realizados por un niño tonto con la computadora del Papá, ingenieros brillantes que chuparon del mas puro y hermoso gore para venir a traernos sus disquisiciones demoniacas. En No le temas a la oscuridad el nombre de Guillermo del Toro no le aporta a la película la dosis necesaria de imaginación que le falta a un género que lamentablemente se seca como un río en verano.
Y eso que los primeros minutos daban para esperanzarse. Esa mansión lúgubre, ese ambiente victoriano, los sótanos, las puertas que se abren a pasadizos secretos y la presión maligna de hiperactivos duendes. La narrativa se abría a un cuento de Arthur Machen donde hadas y duendes se entrelazarían en fiera lucha por obtener un pedazo de la tierna carne de un niño. Lamentablemente nunca se pudo hacer dentro del filme una atmósfera adecuada para que sus personajes pudieran caminar en los oscuros recovecos de esa casa maldita y sin la atmósfera adecuada lamentablemente no puede haber una historia de terror que te atenace.
Si tienes una mansión antigua y gigante lo mejor que puedes hacer con ella es convertirla en la protagonista de la historia. Usar a uno de los personajes para que nos vaya mostrando el lugar, sus cuadros enigmáticos, sus sótanos lúgubres, pero no, solo vemos la antesala y dos de sus cuartos. Un ejemplo magnífico de como se convierte un espacio en el protagonista principal de la historia es lo que hizo Kubrick en el resplandor. El niño en su triciclo nos va mostrando los pasillos de ese hotel infernal y sobre todo nos muestra lo solo que está ese niño en esa enorme construcción perdida en las montañas. Nada de eso sucede acá. No tiene nada de mal recurrir al cliché a la hora de asustarnos. Los elementos son los mismos que usaba Hoffman en sus cuentos, casas grandes, rincones oscuros, viejos perversos y cosas que se mueven en medio de tus sábanas. Pero cuando no sabes usar los recursos no puedes aspirar no solo a hacer una gran película sino a que él espectador pueda comerse sus palomitas de maíz en paz.
Lo anterior es imperdonable que te pase en un filme de terror. Que mires inquieto el reloj para ver a que horas se van a encender las luces, no para que el horror deje de sofocarte sino porque tienes algo mejor que hacer cuando llegues a tu casa. Nada funciona, Guy Pearce otra vez demostrando que sus trabajos en Memento y en L.A. Confidential fueron mera casualidad. Es incapaz de definir su personaje a veces es diseñador de interiores en otras restaurador de arte y en sus ratos libres hace de papá. La relación con su hija es de lo más incongruente que hemos visto en los últimos años. Al principio pareciera que la quiere recuperar a como de lugar y después lo vemos como un padre despótico e injusto, al final le vuelve el amor. Esta es una de las debilidades más notorias del guión, la incapacidad que tuvo para darle vida a los personajes. Katie Holmes está estampillada en la pantalla haciendo lo que sabe hacer que es más bien poco. Una madrastra que quiere ganarse el corazón de la niña pero que no sabe cómo hacerlo. Esto ya de entrada podría ser la premisa de una buena película. Usar un Macguffin y que los duendes sean lo menos importante, que sean solo una excusa para mostrarnos estas escenas de familias disfuncionales, los duendes como una metáfora de lo que sucede con el padre, la madrastra y la niña. Pero existen exigencias queridos míos y en el cine de nuestros días está terminantemente prohibido hablar sobre seres humanos.
Entonces asistimos a la creación de Troy Nixey, esos malditos duendes que resultan ridículos, pequeños gremlins jorobados, rostros robados de cualquier parte (Me pareció que uno era idéntico al Perro más feo del mundo), la relación de la niña con los duendes es algo extraña, primero la necesidad que tiene de sacarlos, el hecho de que no le de miedo y tal y después la histeria, el miedo terrible un miedo que sin embargo no le impide tomar baños de tina cuando la casa está prácticamente sola.
La película puede ser una buena terapia para todos aquellos que creen vivir en una casa atestada de duendes. Después de ver los que habitan en esta mansión comprobarán que no existen, que solo es una creación de la mente de un imbécil llamado Troy Nixey.
Al hablar de irrealidad me refiero a todos esos monstruos realizados por un niño tonto con la computadora del Papá, ingenieros brillantes que chuparon del mas puro y hermoso gore para venir a traernos sus disquisiciones demoniacas. En No le temas a la oscuridad el nombre de Guillermo del Toro no le aporta a la película la dosis necesaria de imaginación que le falta a un género que lamentablemente se seca como un río en verano.
Y eso que los primeros minutos daban para esperanzarse. Esa mansión lúgubre, ese ambiente victoriano, los sótanos, las puertas que se abren a pasadizos secretos y la presión maligna de hiperactivos duendes. La narrativa se abría a un cuento de Arthur Machen donde hadas y duendes se entrelazarían en fiera lucha por obtener un pedazo de la tierna carne de un niño. Lamentablemente nunca se pudo hacer dentro del filme una atmósfera adecuada para que sus personajes pudieran caminar en los oscuros recovecos de esa casa maldita y sin la atmósfera adecuada lamentablemente no puede haber una historia de terror que te atenace.
Si tienes una mansión antigua y gigante lo mejor que puedes hacer con ella es convertirla en la protagonista de la historia. Usar a uno de los personajes para que nos vaya mostrando el lugar, sus cuadros enigmáticos, sus sótanos lúgubres, pero no, solo vemos la antesala y dos de sus cuartos. Un ejemplo magnífico de como se convierte un espacio en el protagonista principal de la historia es lo que hizo Kubrick en el resplandor. El niño en su triciclo nos va mostrando los pasillos de ese hotel infernal y sobre todo nos muestra lo solo que está ese niño en esa enorme construcción perdida en las montañas. Nada de eso sucede acá. No tiene nada de mal recurrir al cliché a la hora de asustarnos. Los elementos son los mismos que usaba Hoffman en sus cuentos, casas grandes, rincones oscuros, viejos perversos y cosas que se mueven en medio de tus sábanas. Pero cuando no sabes usar los recursos no puedes aspirar no solo a hacer una gran película sino a que él espectador pueda comerse sus palomitas de maíz en paz.
Lo anterior es imperdonable que te pase en un filme de terror. Que mires inquieto el reloj para ver a que horas se van a encender las luces, no para que el horror deje de sofocarte sino porque tienes algo mejor que hacer cuando llegues a tu casa. Nada funciona, Guy Pearce otra vez demostrando que sus trabajos en Memento y en L.A. Confidential fueron mera casualidad. Es incapaz de definir su personaje a veces es diseñador de interiores en otras restaurador de arte y en sus ratos libres hace de papá. La relación con su hija es de lo más incongruente que hemos visto en los últimos años. Al principio pareciera que la quiere recuperar a como de lugar y después lo vemos como un padre despótico e injusto, al final le vuelve el amor. Esta es una de las debilidades más notorias del guión, la incapacidad que tuvo para darle vida a los personajes. Katie Holmes está estampillada en la pantalla haciendo lo que sabe hacer que es más bien poco. Una madrastra que quiere ganarse el corazón de la niña pero que no sabe cómo hacerlo. Esto ya de entrada podría ser la premisa de una buena película. Usar un Macguffin y que los duendes sean lo menos importante, que sean solo una excusa para mostrarnos estas escenas de familias disfuncionales, los duendes como una metáfora de lo que sucede con el padre, la madrastra y la niña. Pero existen exigencias queridos míos y en el cine de nuestros días está terminantemente prohibido hablar sobre seres humanos.
Entonces asistimos a la creación de Troy Nixey, esos malditos duendes que resultan ridículos, pequeños gremlins jorobados, rostros robados de cualquier parte (Me pareció que uno era idéntico al Perro más feo del mundo), la relación de la niña con los duendes es algo extraña, primero la necesidad que tiene de sacarlos, el hecho de que no le de miedo y tal y después la histeria, el miedo terrible un miedo que sin embargo no le impide tomar baños de tina cuando la casa está prácticamente sola.
La película puede ser una buena terapia para todos aquellos que creen vivir en una casa atestada de duendes. Después de ver los que habitan en esta mansión comprobarán que no existen, que solo es una creación de la mente de un imbécil llamado Troy Nixey.
17 de noviembre de 2011
EL ARBOL DE LA VIDA. Fragmentos de una obra maestra
Hasta que por fin estuvo en mis manos el Árbol de la vida, la tan ansiada película de Terence Mallick. Con el pulso tembloroso la puse en el reproductor. Previamente me puse el filtro que me da la cannabis para ver el cine que me gusta. Las imágenes ante mí, el infinito ante mí. Una familia de clase media, un padre republicano y exigente, una madre condescendiente, tres hijos que se quieren rebelar y después el drástico falshback, volver a la gran explosión, a los pedazos de la misma flotando en un espacio infinito y en uno de esos pedacitos, por un extraño accidente la vida formándose, el agua, la arena, los dinosaurios, el hielo, el hombre.
Un vuelo ideal para alguien que usa al cine para viajar en el tiempo. “La película perfecta para un marihuanero” decían mis amigos. Yo era el único en la sala que estaba trabado, el único que me había visto La delgada línea roja y sin embargo estaba mareado y fastidiado.
La sensación duró casi toda la película. Esa confusión me molestaba, saber si me gustaba o no. No entendía nada. Los monólogos interiores, ese personaje por allá perdido en los confines de los años que interpreta Sean Penn, Un velocirraptor acariciando a otro reptil de nombre impronunciable. Las impresionantes escenas del mar, de las erupciones volcánicas, muy lindo y todo pero ¿Qué coño es esto? ¿Nat Geo?.
Por momentos El árbol de la vida parece la película de un hombre muy viejo y muy sabio. De todos los cineastas vivos el único que podía hablar de un tema tan ambicioso como la existencia humana en todo el significado de la palabra era el autor de Tierras malas. Era un proyecto de hace más de una década, el guión se reescribió treinta veces, el propio director se encargó de crear una cámara, a lo Kubrick y el mismo dirigir la fotografía. Obsesivo como sus contemporáneos, Mallick aspira al control total de su producción. Por eso se demora tanto entre filme y filme, son empresas mega ambiciosas de presupuestos muy elevados. En la tecnocracia en que vivimos es un verdadero milagro que exista alguien que pueda invertir en una propuesta tan arriesgada, tan hermosamente compleja, tan extraña. A partir de la vida de una familia sacada de un cuadro de Norman Rockwell pensar en los orígenes de la vida. Desde 2001 Odisea del espacio no ocurría algo así, la película de un filósofo, de un hombre que quiso escribir sobre Heidegger y en vez de una pluma usó una cámara.
Pero resulta que me sentí incómodo, me aburrí. Yo creo que lo que me molesta de las películas de Terence Mallick es la completa ausencia de sentido del humor. Como si esa timidez crónica que lo aleja de cualquier rueda de prensa, de cualquier entrevista o contacto humano ha convertido a su cine en una cosa perfecta, hermosa y fría. En HAL-9000 puedes encontrar más humor (Que seguro la tiene, la máquina maneja una punzante ironía) que en el menor de los hijos de Brad Pitt en el filme. Además yo sentí a veces que veía los retazos de una obra maestra y uno puede imaginarse como fueron las peleas en la sala de montaje, la cantidad de escenas preciosas que fueron al cesto de la basura solo porque a Mallick no le interesaba la historia, lo único que le interesaba era ser recordado como un visionario, como un loco, como el más grande de los autores norteamericanos. Y a mi juicio fracasó.
Su fracaso es parecido al que sufrió Coppola con Apocalypse Now, son fragmentos de un clásico, de una obra imperecedera. Todo por la desesperación de ser Orson Welles, de ser el genio incomprendido, el que sentó las pautas de toda una generación. Es cierto a mí me cae gordo Sean Penn, pienso que su rostro solo puede destilar preocupación, tensión pero que está incapacitado para demostrar cualquier tipo de alegría. Sin embargo trabajar con un tipo tan serio como Mallick lo entusiasmó. Lo que lo habrá desalentado un poco fue ver como su actuación era destruida en la edición. Solo vemos en pantalla el quince por ciento del papel que en el guión estaba designado. Con todo y lo gordo que me cae hubiera preferido saber que taras le habrán quedado al haber crecido con ese padre controlador y con la sombra de la muerte de su hermano. Hubiera preferido ver eso a asistir a la clase de cómo se forma un ADN. Penn no ha hecho pública su decepción pero el hecho de que no haya querido aparecer en ninguna de las ruedas de prensa es sospechoso.
Con todos los problemas que pueda tener, El árbol de la vida es sin duda la propuesta más interesante que podamos disfrutar ahora cuando los tecnócratas han ganado la guerra. Es una buena oportunidad para que lleven a sus hijos y al verla le muestren que el cine algún día fue mucho más que autos incendiados cayendo por un barranco
Un vuelo ideal para alguien que usa al cine para viajar en el tiempo. “La película perfecta para un marihuanero” decían mis amigos. Yo era el único en la sala que estaba trabado, el único que me había visto La delgada línea roja y sin embargo estaba mareado y fastidiado.
La sensación duró casi toda la película. Esa confusión me molestaba, saber si me gustaba o no. No entendía nada. Los monólogos interiores, ese personaje por allá perdido en los confines de los años que interpreta Sean Penn, Un velocirraptor acariciando a otro reptil de nombre impronunciable. Las impresionantes escenas del mar, de las erupciones volcánicas, muy lindo y todo pero ¿Qué coño es esto? ¿Nat Geo?.
Por momentos El árbol de la vida parece la película de un hombre muy viejo y muy sabio. De todos los cineastas vivos el único que podía hablar de un tema tan ambicioso como la existencia humana en todo el significado de la palabra era el autor de Tierras malas. Era un proyecto de hace más de una década, el guión se reescribió treinta veces, el propio director se encargó de crear una cámara, a lo Kubrick y el mismo dirigir la fotografía. Obsesivo como sus contemporáneos, Mallick aspira al control total de su producción. Por eso se demora tanto entre filme y filme, son empresas mega ambiciosas de presupuestos muy elevados. En la tecnocracia en que vivimos es un verdadero milagro que exista alguien que pueda invertir en una propuesta tan arriesgada, tan hermosamente compleja, tan extraña. A partir de la vida de una familia sacada de un cuadro de Norman Rockwell pensar en los orígenes de la vida. Desde 2001 Odisea del espacio no ocurría algo así, la película de un filósofo, de un hombre que quiso escribir sobre Heidegger y en vez de una pluma usó una cámara.
Pero resulta que me sentí incómodo, me aburrí. Yo creo que lo que me molesta de las películas de Terence Mallick es la completa ausencia de sentido del humor. Como si esa timidez crónica que lo aleja de cualquier rueda de prensa, de cualquier entrevista o contacto humano ha convertido a su cine en una cosa perfecta, hermosa y fría. En HAL-9000 puedes encontrar más humor (Que seguro la tiene, la máquina maneja una punzante ironía) que en el menor de los hijos de Brad Pitt en el filme. Además yo sentí a veces que veía los retazos de una obra maestra y uno puede imaginarse como fueron las peleas en la sala de montaje, la cantidad de escenas preciosas que fueron al cesto de la basura solo porque a Mallick no le interesaba la historia, lo único que le interesaba era ser recordado como un visionario, como un loco, como el más grande de los autores norteamericanos. Y a mi juicio fracasó.
Su fracaso es parecido al que sufrió Coppola con Apocalypse Now, son fragmentos de un clásico, de una obra imperecedera. Todo por la desesperación de ser Orson Welles, de ser el genio incomprendido, el que sentó las pautas de toda una generación. Es cierto a mí me cae gordo Sean Penn, pienso que su rostro solo puede destilar preocupación, tensión pero que está incapacitado para demostrar cualquier tipo de alegría. Sin embargo trabajar con un tipo tan serio como Mallick lo entusiasmó. Lo que lo habrá desalentado un poco fue ver como su actuación era destruida en la edición. Solo vemos en pantalla el quince por ciento del papel que en el guión estaba designado. Con todo y lo gordo que me cae hubiera preferido saber que taras le habrán quedado al haber crecido con ese padre controlador y con la sombra de la muerte de su hermano. Hubiera preferido ver eso a asistir a la clase de cómo se forma un ADN. Penn no ha hecho pública su decepción pero el hecho de que no haya querido aparecer en ninguna de las ruedas de prensa es sospechoso.
Con todos los problemas que pueda tener, El árbol de la vida es sin duda la propuesta más interesante que podamos disfrutar ahora cuando los tecnócratas han ganado la guerra. Es una buena oportunidad para que lleven a sus hijos y al verla le muestren que el cine algún día fue mucho más que autos incendiados cayendo por un barranco
16 de noviembre de 2011
RENUNCIO A SER HINCHA
Después de haber sufrido desde el viernes con la maldita selección decidí no volver a ver fútbol. Si tan solo pudiera controlarme entender que mi vida no está en juego pero la pasión me domina en esos fatídicos 90 minutos. Como el adicto vuelvo a necesitar de esa droga que se llama fe. Entonces no es suficiente que en segunda ronda de Copa América nos saque un equipito como Perú o que le regalemos el empate a la mediocre Venezuela. No, ayer en la tarde volví a dejar de cumplir con mis deberes para estar frente al televisor y volver a gritar e ilusionarme para después volver a ver la realidad. Una Argentina con nombres casi que desconocidos donde solo se destacaba el mejor futbolista del planeta y un delantero temible prácticamente nos bailó en el fortín sagrado de la selección. Hice negación, salí a comer con mi esposa, intenté sonreír pero otra vez volvía a sentirme usado. En las últimas24 horas he estado envuelto en la peor de las depresiones.
Me concentro con fuerza en el trabajo. La última parte del guión ha venido fluyendo como un caudal en los últimos días. Me aferro a él como una piraña a la pantorrilla de un niño gordo pero cuando me canso de escribir y vuelvo a hacer el zapping de internet, mi zapping diario que consiste en revisar que se ha escrito en futbolred, en Marca, en Olé, me acuerdo que no puedo entrar porque estarán hablando de nuevo de la selección, de lo mal que jugamos e invocaran de nuevo la generación de oro que nunca ganó nada, que lo máximo que pudo hacer fue entrar en los dieciséis mejores de un mundial y parece ser que eso es a lo más grande que podemos aspirar, a ser diesciseis avo en un torneo de 32 equipos.
Voy a cambiar las rutinas, ya no me ejercitaré mientras veo sportscenter o Minuto cero, me distraeré viendo las aventuras de Charlie Harper o las insoportables genialidades de Sheldon Cooper pero no volveré a caer en la manipulación de los medios. Tengo una pila de libros en la cabecera de mi cama y un cuarto lleno de películas, tengo un blog y varios proyectos, no puede afectarme lo que once jugadores hagan en un campo de fútbol, tengo que ser más grande que eso, tengo que serlo o nacionalizarme español y ser hincha del barsa.
Mi drama es que soy colombiano y aparte de la selección el único equipo que puedo amar es al Cúcuta Deportivo, una institución condenada eternamente al fracaso y que justo acaba de perder su reconocimiento deportivo. No tengo ningún tipo de consuelo. Ayer mientras Agüero hizo el segundo gol la televisión mostró a los pocos hinchas argentinos que fueron al Metropolitano, eran cinco rolos de piel cobriza que celebraban a rabiar el gol. Envidié tanto su esnobismo, su estupidez. Estos pobres miserables son sin duda más felices que yo. No importa lo mal que le pueda ir a Argentina ahí tienen cada ocho días y una vez entre semana a Lionel Messi dirigiendo la banda del Barcelona. Seguramente gritarán los goles. Uno no es donde nace sino donde se cría y ellos se criaron en el televisor.
El consuelo lo encuentro en el País de la canela, el gran libro de William Ospina, en la biografía de Cassavetes que estoy terminando de leer y en la maravillosa compañía de mi esposa. El fútbol al menos por este año, es un tema que no volveré a tocar en mis conversaciones y ojalá en mis pensamientos.
Me concentro con fuerza en el trabajo. La última parte del guión ha venido fluyendo como un caudal en los últimos días. Me aferro a él como una piraña a la pantorrilla de un niño gordo pero cuando me canso de escribir y vuelvo a hacer el zapping de internet, mi zapping diario que consiste en revisar que se ha escrito en futbolred, en Marca, en Olé, me acuerdo que no puedo entrar porque estarán hablando de nuevo de la selección, de lo mal que jugamos e invocaran de nuevo la generación de oro que nunca ganó nada, que lo máximo que pudo hacer fue entrar en los dieciséis mejores de un mundial y parece ser que eso es a lo más grande que podemos aspirar, a ser diesciseis avo en un torneo de 32 equipos.
Voy a cambiar las rutinas, ya no me ejercitaré mientras veo sportscenter o Minuto cero, me distraeré viendo las aventuras de Charlie Harper o las insoportables genialidades de Sheldon Cooper pero no volveré a caer en la manipulación de los medios. Tengo una pila de libros en la cabecera de mi cama y un cuarto lleno de películas, tengo un blog y varios proyectos, no puede afectarme lo que once jugadores hagan en un campo de fútbol, tengo que ser más grande que eso, tengo que serlo o nacionalizarme español y ser hincha del barsa.
Mi drama es que soy colombiano y aparte de la selección el único equipo que puedo amar es al Cúcuta Deportivo, una institución condenada eternamente al fracaso y que justo acaba de perder su reconocimiento deportivo. No tengo ningún tipo de consuelo. Ayer mientras Agüero hizo el segundo gol la televisión mostró a los pocos hinchas argentinos que fueron al Metropolitano, eran cinco rolos de piel cobriza que celebraban a rabiar el gol. Envidié tanto su esnobismo, su estupidez. Estos pobres miserables son sin duda más felices que yo. No importa lo mal que le pueda ir a Argentina ahí tienen cada ocho días y una vez entre semana a Lionel Messi dirigiendo la banda del Barcelona. Seguramente gritarán los goles. Uno no es donde nace sino donde se cría y ellos se criaron en el televisor.
El consuelo lo encuentro en el País de la canela, el gran libro de William Ospina, en la biografía de Cassavetes que estoy terminando de leer y en la maravillosa compañía de mi esposa. El fútbol al menos por este año, es un tema que no volveré a tocar en mis conversaciones y ojalá en mis pensamientos.
15 de noviembre de 2011
HAL ASHBY. UN CORAZON ROTO
Era la época en la que todo se creía posible. Desde la periferia se gestaba la gran toma. Los estudios serían sitiados por la nueva camada de cineastas salidos de las universidades, de la cinefilia, de las cloacas. Todos eran jóvenes menos Robert Altman y Hal Hashby. Sin embargo Hal parecía la encarnación misma del hipismo. Gafas oscuras, barba frondosa, pelo largo hasta los hombros y unas camisas que parecían bordadas por cherokees. Había empezado como montajista, era conocido por su compulsión hacia el trabajo, podía durar tres días frente a una pantalla acomodando las imágenes filmadas por otros directores construyendo con planos prestados lo que para él tenía que ser un filme.
Pacientemente esperó hasta que la oportunidad surgió. Después de ganar el Oscar por su montaje en In the heat of the night las puertas de los estudios se le abrieron de par en par. Si bien El casero no le traería un éxito inmediato de taquilla si se hizo ganar el reconocimiento de los actores. Hasta en sus peores épocas los actores querían trabajar con él. Era como una especie de universidad, como lo que significa hoy en día trabajar con Woody Allen. Todo lo que se esperaba de él se confirmó con su tercer trabajo como director, El último deber, filme que de pasó significó la consagración absoluta de Jack Nicholson. Dos marines deben custodiar a un joven recluta hasta una cárcel de máxima seguridad solo porque se robó unas cuantos dólares de una colecta de la beneficencia. En el camino hasta la cárcel se hace inevitable que la camaradería no surja dentro de los tres colegas. La cerveza, Nueva York y la vida serán los puntos en común que tendrán. Además está la cara de ese inocente, de ese pobre muchacho sin familia que se aferró al ejército como un náufrago aferrándose a un pedazo de madera. Es holgazán y cleptómano, es distraído y tonto. No durará una semana en la cárcel por eso lo mejor sería dejarlo ir, salvar a ese pobre pájaro de las fauces de los linces. Pero la tentación no llega a ser tan fuerte y siempre se antepondrá la responsabilidad a cualquier resquicio de libertad. Nicholson obtuvo su segunda nominación a un Óscar al igual que Randy Quaid. Se empezaba a ver de que trabajar con el director de Harold and Maude significaba para un actor ampliar su caché.
En el último deber está prácticamente sintetizado el nuevo Hollywood. Una historia sencilla pero poderosa escrita por el guionista insigne de la década del setenta, Robert Towne. Cuestionamiento absoluto ante las instituciones y una declaración de principios a favor siempre del antihéroe. Principios que se mantendrían en otro de sus trabajos más representativos, Shampoo.
De la mano del todopoderoso Warren Beatty y otra vez con la férrea mano del guionista Towne, Ashby construye a un peluquero que enloquece a sus clientes no solo con sus raros peinados nuevos sino con su sexualidad irrefrenable. La película puede ser la más famosa de las que dirigió pero también se hizo célebre por la lucha sin cuartel que tuvo con Beatty por el control de la película. Montador por naturaleza Ashby dirigía tal vez con el único anhelo de poder tener la libertad absoluta en la sala de montaje. A Beatty no solo le interesaba ser una cara bonita. Le encantaba tener el poder en sus manos, que cada película que protagonizara fuera de paso una obra absolutamente suya. Dicen que quedó destrozado de esa lucha y que al ver la edición final no reconoció su película.
Para recoger sus pedazos se valió de cantidades industriales de Cannabis Sativa. Como un desesperado consumía porro tras porro. Parecía que vivía en una burbuja, sus matrimonios se iban a pique porque en su mundo parecía tener asientos solo para su compulsión a la hora de construir montaje y armas baretos. Además estaba el ron, el vodka, en la botella siempre encontró las respuestas que la vida le ocultaba.
Si bien con El regreso otro de sus actores, Jon Voight, ganó un Oscar significó tal vez su éxito mas rutilante sus días como director estaban contados. Los estudios le cerraron las puertas en la cara a todos los autores que se destacaron en la década del setenta. Michael Cimino y su Puerta al cielo ayudó a que los productores volvieran a tener el control de las películas. El sueño había terminado. Su alcoholismo y obsesión por la marihuana, aunque parece imposible, aumentaron. A mediados de la década del ochenta y con casi una década sin dirigir Ahsby cambió su manera de vestir y dejó los vicios a un lado. Se cortó el pelo y comenzó a vestirse con blazers azules. Quería que los productores vieran que había cambiado y que perfectamente podían darle un proyecto. Justo cuando parecía que iba volver al plató, estando en la mansión de Warren Beatty, el protagonista de Bonnie and Clyde le notó unas extrañas manchas en las piernas. Pensó que era flebitis y efectivamente era eso y mucho más. La flebitis era producto de un avanzado cáncer de páncreas.
Beatty lo convenció de que fuera al médico, a regañadientes fue. Le quitaron un pedazo de hígado, le aplicaron quimioterapias pero de nada sirvió. Sus últimas días estuvo postrado y amargado maldiciendo a Warren por haberlo obligado a operarse. Murió a los 59 años, en 1989. La ceremonia estuvo plagado de actores. Jeff Bridges leyó uno de los discursos, Bruce Dern también al igual que Nicholson. Ni la crítica, ni las taquillas le dieron el cariño y el reconocimiento que le otorgaron sus propios actores. Fue testigo en la última etapa de su vida de como un sueño se hacía pedazos, de cómo se hundió el imperio que los autores habían logrado construir.
Algunos dicen que Ashby no murió de cáncer de páncreas sino de corazón roto.
Pacientemente esperó hasta que la oportunidad surgió. Después de ganar el Oscar por su montaje en In the heat of the night las puertas de los estudios se le abrieron de par en par. Si bien El casero no le traería un éxito inmediato de taquilla si se hizo ganar el reconocimiento de los actores. Hasta en sus peores épocas los actores querían trabajar con él. Era como una especie de universidad, como lo que significa hoy en día trabajar con Woody Allen. Todo lo que se esperaba de él se confirmó con su tercer trabajo como director, El último deber, filme que de pasó significó la consagración absoluta de Jack Nicholson. Dos marines deben custodiar a un joven recluta hasta una cárcel de máxima seguridad solo porque se robó unas cuantos dólares de una colecta de la beneficencia. En el camino hasta la cárcel se hace inevitable que la camaradería no surja dentro de los tres colegas. La cerveza, Nueva York y la vida serán los puntos en común que tendrán. Además está la cara de ese inocente, de ese pobre muchacho sin familia que se aferró al ejército como un náufrago aferrándose a un pedazo de madera. Es holgazán y cleptómano, es distraído y tonto. No durará una semana en la cárcel por eso lo mejor sería dejarlo ir, salvar a ese pobre pájaro de las fauces de los linces. Pero la tentación no llega a ser tan fuerte y siempre se antepondrá la responsabilidad a cualquier resquicio de libertad. Nicholson obtuvo su segunda nominación a un Óscar al igual que Randy Quaid. Se empezaba a ver de que trabajar con el director de Harold and Maude significaba para un actor ampliar su caché.
En el último deber está prácticamente sintetizado el nuevo Hollywood. Una historia sencilla pero poderosa escrita por el guionista insigne de la década del setenta, Robert Towne. Cuestionamiento absoluto ante las instituciones y una declaración de principios a favor siempre del antihéroe. Principios que se mantendrían en otro de sus trabajos más representativos, Shampoo.
De la mano del todopoderoso Warren Beatty y otra vez con la férrea mano del guionista Towne, Ashby construye a un peluquero que enloquece a sus clientes no solo con sus raros peinados nuevos sino con su sexualidad irrefrenable. La película puede ser la más famosa de las que dirigió pero también se hizo célebre por la lucha sin cuartel que tuvo con Beatty por el control de la película. Montador por naturaleza Ashby dirigía tal vez con el único anhelo de poder tener la libertad absoluta en la sala de montaje. A Beatty no solo le interesaba ser una cara bonita. Le encantaba tener el poder en sus manos, que cada película que protagonizara fuera de paso una obra absolutamente suya. Dicen que quedó destrozado de esa lucha y que al ver la edición final no reconoció su película.
Para recoger sus pedazos se valió de cantidades industriales de Cannabis Sativa. Como un desesperado consumía porro tras porro. Parecía que vivía en una burbuja, sus matrimonios se iban a pique porque en su mundo parecía tener asientos solo para su compulsión a la hora de construir montaje y armas baretos. Además estaba el ron, el vodka, en la botella siempre encontró las respuestas que la vida le ocultaba.
Si bien con El regreso otro de sus actores, Jon Voight, ganó un Oscar significó tal vez su éxito mas rutilante sus días como director estaban contados. Los estudios le cerraron las puertas en la cara a todos los autores que se destacaron en la década del setenta. Michael Cimino y su Puerta al cielo ayudó a que los productores volvieran a tener el control de las películas. El sueño había terminado. Su alcoholismo y obsesión por la marihuana, aunque parece imposible, aumentaron. A mediados de la década del ochenta y con casi una década sin dirigir Ahsby cambió su manera de vestir y dejó los vicios a un lado. Se cortó el pelo y comenzó a vestirse con blazers azules. Quería que los productores vieran que había cambiado y que perfectamente podían darle un proyecto. Justo cuando parecía que iba volver al plató, estando en la mansión de Warren Beatty, el protagonista de Bonnie and Clyde le notó unas extrañas manchas en las piernas. Pensó que era flebitis y efectivamente era eso y mucho más. La flebitis era producto de un avanzado cáncer de páncreas.
Beatty lo convenció de que fuera al médico, a regañadientes fue. Le quitaron un pedazo de hígado, le aplicaron quimioterapias pero de nada sirvió. Sus últimas días estuvo postrado y amargado maldiciendo a Warren por haberlo obligado a operarse. Murió a los 59 años, en 1989. La ceremonia estuvo plagado de actores. Jeff Bridges leyó uno de los discursos, Bruce Dern también al igual que Nicholson. Ni la crítica, ni las taquillas le dieron el cariño y el reconocimiento que le otorgaron sus propios actores. Fue testigo en la última etapa de su vida de como un sueño se hacía pedazos, de cómo se hundió el imperio que los autores habían logrado construir.
Algunos dicen que Ashby no murió de cáncer de páncreas sino de corazón roto.
14 de noviembre de 2011
SOBRE LOS PELIGROS QUE ACARREA ENFRENTARSE ANTE UN HOMBRE SIN CABEZA
Tres tiros tenía incrustados en la nuca Alfonso Cano. Los disparos no provenían del francotirador más preciso sino de una ejecución arbitraria. Para el gobierno Cano valía más muerto que vivo. Los vivos hablan. En la selva de Colombia y de Venezuela tres tristes tigres están paranoicos. En cualquier momento una bomba puede sorprenderlos en la tranquilidad de sus campamentos por eso lo mejor es sentarse a negociar, no para ganar tiempo sino ya para pensar en vivir los últimos años en la comodidad de un colchón ortopédico y una almohada de plumas. El proceso de paz llegará no como una solución pensada del conflicto, no se tendrán en cuenta aspectos tan importantes en cualquier negociación de una guerra civil como lo son la justicia social y la necesidad que tenga un grupo armado de ganar poder político. Nadie le cree a las Farc, hace rato se sabe que en el negocio del narcotráfico trabajan en llave con las Bacrim, que tal vez haya sido Cano el último de los guerrilleros que tenía una verdadera estructura ideológica. Ninguno de los sobrevivientes del secretariado se va a sentar a negociar pensando en el pueblo por el cual según ellos han luchado. No, se sentaran a ver que parte pueden comerse de la torta. El gobierno desesperado les concederá un chalet en Zurich con una abultada cuenta bancaria en algún banco suizo. El gobierno busca la noticia, Santos con desespero pretende pasar a la historia como el presidente que pacificó al país pero que va, será otra farsa como el famoso acuerdo de Santa fé de Rialito.
Dicen que los decapitados pueden vivir cinco segundos después de que la guillotina separe la cabeza del cuerpo. En las Memorias de ultratumba Chateabriand narra como muchas de las víctimas del régimen del terror impuesto por Robespierre podían levantarse a buscar la cabeza que en nombre de la revolución se les había cercenado. ¿Te imaginas el terror que debes sentir al ver como un cuerpo acéfalo viene hasta ti y con el último resquicio de vida se aferre a tu pescuezo y te estrangule? En eso es en lo que va a quedar convertida las FARC después de que su estructura política se desmonte. Van a quedar bandas desperdigadas por los matorrales aferradas a sus cientos de hectáreas de coca. Lo peor es que a los pocos meses olvidaran toda la mierda marxista que sus comandantes tardaron años en inculcarles. Serán simples bandoleros sin ningún control que azotarán continuamente a los pobres moradores que habitan nuestros míseros municipios.
Un gobierno no puede esgrimir un asesinato como un logro. Hace unos meses vimos el cuerpo en descomposición de Gadafi ahora vemos el rostro hinchado de Cano. Son los tiempos donde todo vale, donde el pueblo con más ahínco pide sangre. Para mí el verdadero logro del gobierno de Santos fue ponerse a pensar si son válidas las estrategias para combatir el narcotráfico. Históricamente se ha comprobado que la droga siempre va a estar al lado de cualquier ser humano como una tentación. La vida es muy dura y uno no puede afrontarla sin un incentivo, un incentivo que al final terminará destruyéndote. No importa si la droga se llame Dios, amor o marihuana, tu destino será descansar para siempre en una tumba. Lo primero que hace un gobierno mafioso es penalizar la dosis mínima. Eso fue lo que hizo Uribe, penalizar para que automáticamente el precio se dispare. Santos no ha propuesto nada pero en el país de la irracionalidad al menos insinuó que se podía pensar en despenalizar el consumo. Lo dijo no hubo golpe de estado al otro día. Eso ya de por si es un logro.
Para acallar las críticas que le hacía desde un Blackberry el innombrable, Santos le ha presentado a la opinión pública la cabeza sin vida de Alfonso Cano. Ya le dio a su pueblo la acostumbrada dosis de sangre que año a año necesita. Ahora necesita pensar en una estrategia para que exista una verdadera paz. Eso es lo más complicado lo que se me antoja harto difícil. Debido a la ofensiva desplegada por el anterior gobierno y a las pujas internas la estructura de las Farc está resquebrajada. Ni Iván Márquez, ni Timochenko los más probables sucesores dentro del diezmado secretariado para reemplazar a Cano tienen el control total sobre sus hombres. Una paz así solo es el principio de una guerra todavía más sucia y cruel de la que hemos soportado en los últimos 63 años.
Dicen que los decapitados pueden vivir cinco segundos después de que la guillotina separe la cabeza del cuerpo. En las Memorias de ultratumba Chateabriand narra como muchas de las víctimas del régimen del terror impuesto por Robespierre podían levantarse a buscar la cabeza que en nombre de la revolución se les había cercenado. ¿Te imaginas el terror que debes sentir al ver como un cuerpo acéfalo viene hasta ti y con el último resquicio de vida se aferre a tu pescuezo y te estrangule? En eso es en lo que va a quedar convertida las FARC después de que su estructura política se desmonte. Van a quedar bandas desperdigadas por los matorrales aferradas a sus cientos de hectáreas de coca. Lo peor es que a los pocos meses olvidaran toda la mierda marxista que sus comandantes tardaron años en inculcarles. Serán simples bandoleros sin ningún control que azotarán continuamente a los pobres moradores que habitan nuestros míseros municipios.
Un gobierno no puede esgrimir un asesinato como un logro. Hace unos meses vimos el cuerpo en descomposición de Gadafi ahora vemos el rostro hinchado de Cano. Son los tiempos donde todo vale, donde el pueblo con más ahínco pide sangre. Para mí el verdadero logro del gobierno de Santos fue ponerse a pensar si son válidas las estrategias para combatir el narcotráfico. Históricamente se ha comprobado que la droga siempre va a estar al lado de cualquier ser humano como una tentación. La vida es muy dura y uno no puede afrontarla sin un incentivo, un incentivo que al final terminará destruyéndote. No importa si la droga se llame Dios, amor o marihuana, tu destino será descansar para siempre en una tumba. Lo primero que hace un gobierno mafioso es penalizar la dosis mínima. Eso fue lo que hizo Uribe, penalizar para que automáticamente el precio se dispare. Santos no ha propuesto nada pero en el país de la irracionalidad al menos insinuó que se podía pensar en despenalizar el consumo. Lo dijo no hubo golpe de estado al otro día. Eso ya de por si es un logro.
Para acallar las críticas que le hacía desde un Blackberry el innombrable, Santos le ha presentado a la opinión pública la cabeza sin vida de Alfonso Cano. Ya le dio a su pueblo la acostumbrada dosis de sangre que año a año necesita. Ahora necesita pensar en una estrategia para que exista una verdadera paz. Eso es lo más complicado lo que se me antoja harto difícil. Debido a la ofensiva desplegada por el anterior gobierno y a las pujas internas la estructura de las Farc está resquebrajada. Ni Iván Márquez, ni Timochenko los más probables sucesores dentro del diezmado secretariado para reemplazar a Cano tienen el control total sobre sus hombres. Una paz así solo es el principio de una guerra todavía más sucia y cruel de la que hemos soportado en los últimos 63 años.
28 de octubre de 2011
LA NECESIDAD DE SEGUIR VIVIENDO. Apuntes sobre Tiempo de amar, tiempo de morir de Douglas Sirk
Después de que la espectacular ofensiva alemana los llevara a las puertas de Moscú, el poderío del ejército alemán comenzó a derretirse como un pedazo de hielo puesto en un asador. La guerra abierta en dos frentes estaba irremediablemente perdida. Desde su cómodo sillón para señores con hemorroides Hitler ordenaba que no se podía ser un solo centímetro a las fuerzas bolcheviques, pero que va, ni siquiera el invencible ejército napoleónico pudo resistir los embates del Comandante Invierno.
Un puñado de esos hombres llega a un pueblo completamente destruido. Pasan lista y solo sobreviven 25 de los ochenta integrantes del pelotón. El clima ya no está tan implacable como unas semanas atrás. La nieve cede y la primavera parece inminente. La tierra no está para dar flores. De ellas salen pedazos de manos o cabezas de hombres muertos perfectamente conservados. Los hombres están hartos de tanta barbarie. Han agarrado a cinco partisanos. Dos ancianos y una mujer. No tienen pinta de guerrilleros pero nunca hay que confiarse. Los soldados no quieren matarlos. Ellos saben que puede haber un ojo en el cielo que los mira. Nadie les ha garantizado el paraíso. Después de dudarlo y con asco apuntan y disparan. Hay un recluta nuevo, un niño. No puede quitarse de la mente los ojos del anciano pidiendo a la frialdad del cañón que no le escupiera el fuego mortal en la cara. Los hombres con más experiencia saltan y gritan y se emborrachan, en el fondo están asqueados pero tienen una ampolla en el alma que les permite soportar la infernal atmósfera. Él no. él prefiere meterse la Luger en la boca y apretar el gatillo. Los hombres que están en la barraca salen a ver de dónde ha salido el disparo, la respuesta está ahí tendida en el piso, silenciosa y con los pedazos de cráneo perdiéndose en la nieve.
En el pelotón se destaca la alta y elegante figura del joven Ernest Graeber. Después de tres meses de continuas negativas se le ha sido otorgado su permiso de tres semanas. La idea de poder dormir en una cama y bañarse con agua caliente lo ilusiona. Siempre es bueno volver a casa sobre todo si tu trabajo consiste en estallar el corazón a balazos de tu prójimo. Llega a su pueblo, todo parece gris, los hombres miran al piso, nadie habla. Todos lucen tristes. El barrio está irreconocible. El bombardeo aliado lo ha destruido por completo. Algunos vecinos han formado brigadas para rescatar a los que han quedado sepultados por los escombros. Graeber llega uniformado y en 1944 cuando la suerte parece echada un uniforme alemán era rechazado hasta en el corazón de Berlín. A tientas el joven soldado encuentra su casa, o mejor los pedazos deshilachados que han quedado de ella.
Nadie sabe nada de sus padres. Unos dicen que está vivo, otros que están muertos. Recuerda a un viejo conocido de la familia. El doctor que lo ayudó a nacer. La casa del doctor todavía está en pie pero él no está allí, hace unos meses que la Gestapo lo ha llevado sin decir nada, sin dar una sola explicación. Le ha quedado su joven hija. El flechazo es inmediato. Solo le quedan tres semanas de libertad total y posiblemente de vida teniendo en cuenta lo inclemente que es el frente ruso. Mejor disfrutar cada uno de esos 21 días como si fueran 21 años, que importa que nada quede en pie de la ciudad que el tanto amó, que importa que el mundo se desmorone si Ernest Graeber, el joven soldado ha encontrado a los 20 años el amor verdadero. Hay gente que llega a los cien años y nunca encontró a su alma gemela, a la mujer para compartir una vida. Así le queden pocos días de vida Ernest es el hombre más afortunado del planeta.
Douglas Sirk quiso hacer en Tiempo de amar, tiempo de morir el debido homenaje a su hijo muerto en el frente ruso a los escasos 17 años. Él reconstruye lo que serían las últimas semanas de su hijo en el frente. En su momento esta película intensamente dramática, de una reconstrucción histórica admirable fue absolutamente ignorada. Tuvo que venir Cahiers de cinema con Godard a la cabeza para que este filme tuviera el reconocimiento que se merece.
Filmada en Alemania y con actores que estuvieron lejos de ser estrellas este es un clásico hecho en la época gloriosa de Hollywood que tiene la valentía de tener momentos tan veraces que rozan el documental. El miedo de la gente escondida en un refugio antiaéreo la angustia de un hombre que no sabe si su familia está muerto o vivo y sobre todo la inutilidad absoluta de la guerra. Basada en la novela de Erich Marie Remarque, Tiempo de amar, tiempo de morir es una película absolutamente antinazi y hace la separación acertada de mostrar como la Wertmarch, el glorioso ejército alemán muchas veces no compartió las brutales decisiones nazis. Esta humanización de los soldados llevó a que el filme se prohibiera en países como la Unión soviética o Israel. Tal y como dice el mismo Sirk “Muchas veces los contrarios suelen parecerse mucho”.
Pero este filme es ante todo una historia de amor sublime, la clásica historia de dos personas que tratan de estar juntas a pesar de que el mundo se esté destruyendo. Una película sobre la esperanza y la necesidad de aferrarse a la vida, una película para verla al lado de la persona que amas y que inevitablemente te llevará al gozo de llorar viendo la vida que no es la tuya. Tiempo de amar y tiempo de morir es una de esas raras joyas del arte que te ayudan a seguir viviendo en un mundo cruel y despiadado como el que nos ha tocado
Un puñado de esos hombres llega a un pueblo completamente destruido. Pasan lista y solo sobreviven 25 de los ochenta integrantes del pelotón. El clima ya no está tan implacable como unas semanas atrás. La nieve cede y la primavera parece inminente. La tierra no está para dar flores. De ellas salen pedazos de manos o cabezas de hombres muertos perfectamente conservados. Los hombres están hartos de tanta barbarie. Han agarrado a cinco partisanos. Dos ancianos y una mujer. No tienen pinta de guerrilleros pero nunca hay que confiarse. Los soldados no quieren matarlos. Ellos saben que puede haber un ojo en el cielo que los mira. Nadie les ha garantizado el paraíso. Después de dudarlo y con asco apuntan y disparan. Hay un recluta nuevo, un niño. No puede quitarse de la mente los ojos del anciano pidiendo a la frialdad del cañón que no le escupiera el fuego mortal en la cara. Los hombres con más experiencia saltan y gritan y se emborrachan, en el fondo están asqueados pero tienen una ampolla en el alma que les permite soportar la infernal atmósfera. Él no. él prefiere meterse la Luger en la boca y apretar el gatillo. Los hombres que están en la barraca salen a ver de dónde ha salido el disparo, la respuesta está ahí tendida en el piso, silenciosa y con los pedazos de cráneo perdiéndose en la nieve.
En el pelotón se destaca la alta y elegante figura del joven Ernest Graeber. Después de tres meses de continuas negativas se le ha sido otorgado su permiso de tres semanas. La idea de poder dormir en una cama y bañarse con agua caliente lo ilusiona. Siempre es bueno volver a casa sobre todo si tu trabajo consiste en estallar el corazón a balazos de tu prójimo. Llega a su pueblo, todo parece gris, los hombres miran al piso, nadie habla. Todos lucen tristes. El barrio está irreconocible. El bombardeo aliado lo ha destruido por completo. Algunos vecinos han formado brigadas para rescatar a los que han quedado sepultados por los escombros. Graeber llega uniformado y en 1944 cuando la suerte parece echada un uniforme alemán era rechazado hasta en el corazón de Berlín. A tientas el joven soldado encuentra su casa, o mejor los pedazos deshilachados que han quedado de ella.
Nadie sabe nada de sus padres. Unos dicen que está vivo, otros que están muertos. Recuerda a un viejo conocido de la familia. El doctor que lo ayudó a nacer. La casa del doctor todavía está en pie pero él no está allí, hace unos meses que la Gestapo lo ha llevado sin decir nada, sin dar una sola explicación. Le ha quedado su joven hija. El flechazo es inmediato. Solo le quedan tres semanas de libertad total y posiblemente de vida teniendo en cuenta lo inclemente que es el frente ruso. Mejor disfrutar cada uno de esos 21 días como si fueran 21 años, que importa que nada quede en pie de la ciudad que el tanto amó, que importa que el mundo se desmorone si Ernest Graeber, el joven soldado ha encontrado a los 20 años el amor verdadero. Hay gente que llega a los cien años y nunca encontró a su alma gemela, a la mujer para compartir una vida. Así le queden pocos días de vida Ernest es el hombre más afortunado del planeta.
Douglas Sirk quiso hacer en Tiempo de amar, tiempo de morir el debido homenaje a su hijo muerto en el frente ruso a los escasos 17 años. Él reconstruye lo que serían las últimas semanas de su hijo en el frente. En su momento esta película intensamente dramática, de una reconstrucción histórica admirable fue absolutamente ignorada. Tuvo que venir Cahiers de cinema con Godard a la cabeza para que este filme tuviera el reconocimiento que se merece.
Filmada en Alemania y con actores que estuvieron lejos de ser estrellas este es un clásico hecho en la época gloriosa de Hollywood que tiene la valentía de tener momentos tan veraces que rozan el documental. El miedo de la gente escondida en un refugio antiaéreo la angustia de un hombre que no sabe si su familia está muerto o vivo y sobre todo la inutilidad absoluta de la guerra. Basada en la novela de Erich Marie Remarque, Tiempo de amar, tiempo de morir es una película absolutamente antinazi y hace la separación acertada de mostrar como la Wertmarch, el glorioso ejército alemán muchas veces no compartió las brutales decisiones nazis. Esta humanización de los soldados llevó a que el filme se prohibiera en países como la Unión soviética o Israel. Tal y como dice el mismo Sirk “Muchas veces los contrarios suelen parecerse mucho”.
Pero este filme es ante todo una historia de amor sublime, la clásica historia de dos personas que tratan de estar juntas a pesar de que el mundo se esté destruyendo. Una película sobre la esperanza y la necesidad de aferrarse a la vida, una película para verla al lado de la persona que amas y que inevitablemente te llevará al gozo de llorar viendo la vida que no es la tuya. Tiempo de amar y tiempo de morir es una de esas raras joyas del arte que te ayudan a seguir viviendo en un mundo cruel y despiadado como el que nos ha tocado
27 de octubre de 2011
SHAKESPEARE EN EL CINE
Para un actor no hay nada más difícil que interpretar a Shakespeare. Por eso cuando tienes al bardo en tu pecho difícilmente podrás querer salir de su mundo. Solo un puñado de intérpretes han podido entrar en la burbuja y entender el espíritu del gran poeta inglés. El Hamlet que dirigió y protagonizó el joven Laurence Olivier todavía hoy es considerada la mejor adaptación de una obra de Shakespeare al cine. Si bien Olivier tuvo actuaciones memorables después, la impronta del príncipe de Dinamarca lo marcaría hasta la muerte. Ni hablar de John Gielgud quien en teatro marcaría una nueva era. Los que lo vieron afirman que Gielgud era el actor shakespereano por excelencia. El cine nunca lo sedujo demasiado. Debutaría muy joven pero ya siendo famoso de la mano de Hitchcock en Secret Agent. Luego expondría su rostro a la cámara en muy pocas ocasiones, una de ellas siendo el mayordomo de Arturo el millonario le valió el premio de la academia. Fue la excusa que tuvieron los gringos para reconocerlo con un Óscar toda una trayectoria en el teatro. Al final de su dilatada vida Peter Greeneway le daría el papel de Próspero en su magistral adaptación de La tempestad llamada El libro de próspero. Fue su única actuación shakespereana a 24 fotos por segundo.
Inglaterra y su devoción y su orgullo. Derek Jacobi fue otro magistral intérprete al igual que Ian Mckellen nuestro querido Gandalff que bien supo ser Ricardo III en la particular versión de Richard Loncraine donde ubica al jabalí en el contexto de la II Guerra Mundial; Una lectura muy acertada ya que el jorobado y deforme tirano sería la prefiguración que tuvo Shakespeare de todos los autócratas que escupirían los siglos venideros. En los últimos tiempos los intentos de Kenneth Branaght por mantener la tradición fundada por Olivier adaptando obras como Hamlet o Mucho ruido y pocas nueces se ha quedado lamentablemente en eso, en intentos muchas veces desafortunados. Cuanto lamentamos no creerle a Branaght.
Para los norteamericanos interpretar las obras y el tono del autor de “El mercader de Venecia” ha sido todo un tabú. Han necesitado recurrir por ejemplo a la experimentación para suplir el complejo que les conlleva no tener el acento ni la elegancia que creen atribuirle al fenómeno shakesperiano. Vale la pena resaltar por ejemplo que Orson Welles con su teatro Mercurio adaptó Macbeth en Haití con puros actores negros. Lo mismo pretendía John Cassavetes cuando le propuso a Sidney Poiter que encarnara a Hamlet. Welles anticipó a todos los independientes al autofinanciarse su Otello. Tres años duró el extenuante rodaje. El resultado fue una obra maestra absoluta.
El gran aporte shakespereano del cine de los últimos tiempos fue el documental de Al Pacino con su maravilloso falso documental En busca de Ricardo III. Partiendo de la premisa de que todo actor norteamericano se intimida con las obras del dramaturgo londinense decide romper ese temor y comenzar a adentrarse en una de las historias mas complicadas, llenas de personajes cargados de contexto histórico y complejos. Con un elenco encabezado por puros actores norteamericanos como Alec Baldwin, Kevin Spacey y Winona Ryder Pacino consigue magistralmente montar la obra en el cine. Un filme completamente invisible en nuestro medio y que afortunadamente lo hemos podido conocer gracias a su edición en DVD.
Pero a Pacino no solo le interesa la forma en que el ctor puede abordar el espíritu de la obra sino como el ciudadano común y corriente puede entender o conocer a William Shakespeare. El panorama es absolutamente desolador. Para cualquiera los textos del genio inglés son aburridos, pesados, viejos. Los anglosajones durante siglos esgrimieron con orgullo sus obras. Si para los hispanohablantes lo más importante es hablar, narrar, por tener el peso del Quijote para los anglos lo más importante es actuar. Esto puede explicar porque Michael Jordan va y hace Space Jam y no desentona mientras los niños de los noventa tuvimos que padecer a Willington Ortíz actuando en De pies a cabeza. Para ellos play no es solo jugar sino actuar. Los muchachos en los colegios se divierten haciendo puestas en escena. Después de ver el documental del protagonista del Padrino podemos aseverar que ese legado parece que se está perdiendo para siempre.
Para todos aquellos que quieran acercarse a Shakespeare, entender su contexto histórico, la dificultad que implica para un actor meterse en sus personajes no dejen de bajar En busca de Ricardo III, una película que es un ensayo, un documental que es una gran obra ficción, una ópera prima que es una obra maestra.
Inglaterra y su devoción y su orgullo. Derek Jacobi fue otro magistral intérprete al igual que Ian Mckellen nuestro querido Gandalff que bien supo ser Ricardo III en la particular versión de Richard Loncraine donde ubica al jabalí en el contexto de la II Guerra Mundial; Una lectura muy acertada ya que el jorobado y deforme tirano sería la prefiguración que tuvo Shakespeare de todos los autócratas que escupirían los siglos venideros. En los últimos tiempos los intentos de Kenneth Branaght por mantener la tradición fundada por Olivier adaptando obras como Hamlet o Mucho ruido y pocas nueces se ha quedado lamentablemente en eso, en intentos muchas veces desafortunados. Cuanto lamentamos no creerle a Branaght.
Para los norteamericanos interpretar las obras y el tono del autor de “El mercader de Venecia” ha sido todo un tabú. Han necesitado recurrir por ejemplo a la experimentación para suplir el complejo que les conlleva no tener el acento ni la elegancia que creen atribuirle al fenómeno shakesperiano. Vale la pena resaltar por ejemplo que Orson Welles con su teatro Mercurio adaptó Macbeth en Haití con puros actores negros. Lo mismo pretendía John Cassavetes cuando le propuso a Sidney Poiter que encarnara a Hamlet. Welles anticipó a todos los independientes al autofinanciarse su Otello. Tres años duró el extenuante rodaje. El resultado fue una obra maestra absoluta.
El gran aporte shakespereano del cine de los últimos tiempos fue el documental de Al Pacino con su maravilloso falso documental En busca de Ricardo III. Partiendo de la premisa de que todo actor norteamericano se intimida con las obras del dramaturgo londinense decide romper ese temor y comenzar a adentrarse en una de las historias mas complicadas, llenas de personajes cargados de contexto histórico y complejos. Con un elenco encabezado por puros actores norteamericanos como Alec Baldwin, Kevin Spacey y Winona Ryder Pacino consigue magistralmente montar la obra en el cine. Un filme completamente invisible en nuestro medio y que afortunadamente lo hemos podido conocer gracias a su edición en DVD.
Pero a Pacino no solo le interesa la forma en que el ctor puede abordar el espíritu de la obra sino como el ciudadano común y corriente puede entender o conocer a William Shakespeare. El panorama es absolutamente desolador. Para cualquiera los textos del genio inglés son aburridos, pesados, viejos. Los anglosajones durante siglos esgrimieron con orgullo sus obras. Si para los hispanohablantes lo más importante es hablar, narrar, por tener el peso del Quijote para los anglos lo más importante es actuar. Esto puede explicar porque Michael Jordan va y hace Space Jam y no desentona mientras los niños de los noventa tuvimos que padecer a Willington Ortíz actuando en De pies a cabeza. Para ellos play no es solo jugar sino actuar. Los muchachos en los colegios se divierten haciendo puestas en escena. Después de ver el documental del protagonista del Padrino podemos aseverar que ese legado parece que se está perdiendo para siempre.
Para todos aquellos que quieran acercarse a Shakespeare, entender su contexto histórico, la dificultad que implica para un actor meterse en sus personajes no dejen de bajar En busca de Ricardo III, una película que es un ensayo, un documental que es una gran obra ficción, una ópera prima que es una obra maestra.
26 de octubre de 2011
PROTOTIPO DE UN SOCIALISTA DEL SIGLO XXI
Durante muchas décadas ser comunista significaba ser un hombre recto, lleno de ideales, un refugio para todos aquellos que huían de las inequidades e injusticias que pululan en este mundo infecto. Crecimos con la imagen de que un intelectual por encima de cualquier cosa tenía que ser un socialista, un hombre de letras necesariamente tenía que ser un hombre de izquierdas. Desde Estocolmo lo entendían así. Por eso si acatabas las órdenes de Moscú podrías acceder con mayor facilidad al Nobel. Si bien Octavio Paz o Alexander Solzhenitzyn accedieron al máximo galardón de las letras teniendo una posición crítica con la Unión Soviética, genios de la talla de Borges, Onetti o Bernhard fueron sistemáticamente borrados de la lista de aspirantes al premio.
El aspirante a snob en el tercer mundo siempre es un aspirante a pertenecer al partido comunista. Organizan grupos de lectura donde lo único que importa es reclutar jóvenes incautas y proponerles en medio de una borrachera obtenida a punta de canelazo hacer el amor y no la guerra. He estado en sus reuniones, ¡He sido uno de ellos! Y conozco de su pobreza mental y de su mezquindad económica. Tratan de ser pobres dignos pero ningún pobre digno es borracho. He compartido sus mesas y los he visto comer como cerdos con la boca abierta, chorreando por las comisuras de los labios pedacitos de huevo tibio. La gran mayoría son incapaces de conseguir un trabajo digno “Por aquello que decía el compañero Marx, tu sabes, el trabajo aliena” y aunque no les queda claro que es una alienación se quedan todos los días hasta altas horas de la mañana en la cama viviendo de lo que les pueda ofrecer la mamá o la novia de turno.
Son sucios, son aburridos y egoístas. Viven en un mundo de sueños del cual difícilmente podrán salir. Están encerrados en él y sobreviven gracias a la armadura que han hecho con su megalomanía. No te dejan hablar ni a ti ni nadie. El otro les vale guevo. Que terrible esta época en las que nos tocó vivir, no solo tenemos que soportar las miserias que ha dejado el capitalismo sino que ahora tenemos que aguantarnos el desprecio que sienten los socialistas del siglo XXI hacia la gente.
Se creen mejor que los demás porque han leído tres o cuatro contraportadas más que el resto. No tienen ningún tipo de trabajo social ni les interesa que el vecino sepa o no sepa leer. Con el cuento de la autogestión se las pasan lagartiando con el político de turno. Son misóginos, son misántropos, son imbéciles, son tacaños. Los socialistas del siglo XXI son una panda de miserables snobs.
Desprecian y atacan al más débil pero con el fuerte son sumisos. Todo el tiempo están hablando de si mismos, de sus logros (La mayoría creados en su mente) en pleno trabajo comunitario les da por hablar de ellos mismos, yo al almuerzo, yo a la comida, yo cuando hablo con un indígena, yo cuando le pido minutos a la señora de la esquina, yo en un partido de fútbol. Los demás mortales, los pobre guevones que tenemos que levantarnos temprano a trabajar tenemos la obligación de mantenerlos, de conservar vivas y activas sus mentes privilegiadas, mentes que iluminan los oscuros senderos que se abren en esta era.
Conozco muchos chavistas, tengo un tío chavista, un cuñado chavista un gran amigo chavista. A pesar de lo mucho que los puedo llegar a querer se que cada uno de ellos es una mala persona. Sé que cada uno de ellos puede ser capaz de matar hasta su propia madre con tal de que la revolución triunfe y les pueda dar lo que ellos más quieren: Una pensioncita que les llegue puntual a principios de mes que les permita tener el lujo de comprar el libro de moda, el traje de moda, la droga de moda. Odian el caviar y el buen whisky pero si en una fiesta les ofrecen seguramente serán los que más coman, los que más beban. Eso si no agradecerán nada , comerán con la boca abierta y beberán hasta vomitar, beberán hasta que en tu propia fiesta el socialista se lo pida a tu madre, a tu esposa, a tu hija de diez meses. En mi fiesta de matrimonio me tuve que calar a un chavista de estos, un insoportable columnista de un diario local que llegó ebrio y en nombre de la revolución le metió la mano en el escote a mi tía Graciela que acaba de cumplir 73 años.
Esperemos que el destino del comandante sea parecido al del beduino, que arrastren su cuerpo por las calles de Caracas hasta que la cara se le hinche más de lo que está y un gas le destroce el rostro. Entonces mis amigos chavistas elaborarán teorías conspirativas, infiltraciones colombo-paramilitares en el palacio de Miraflores, influencia de la CIA en la invasión a Venezuela y nunca contemplarán que desde Ricardo III hasta Mussolini pasando por Cesescu el pueblo ha terminado aborreciendo a sus dictadores hasta el punto de que con sus propias manos es capaz de destrozar al tirano de turno. El cuerpo de Gadafi pudriéndose en Tripoli es una prueba fehaciente de ello.
El aspirante a snob en el tercer mundo siempre es un aspirante a pertenecer al partido comunista. Organizan grupos de lectura donde lo único que importa es reclutar jóvenes incautas y proponerles en medio de una borrachera obtenida a punta de canelazo hacer el amor y no la guerra. He estado en sus reuniones, ¡He sido uno de ellos! Y conozco de su pobreza mental y de su mezquindad económica. Tratan de ser pobres dignos pero ningún pobre digno es borracho. He compartido sus mesas y los he visto comer como cerdos con la boca abierta, chorreando por las comisuras de los labios pedacitos de huevo tibio. La gran mayoría son incapaces de conseguir un trabajo digno “Por aquello que decía el compañero Marx, tu sabes, el trabajo aliena” y aunque no les queda claro que es una alienación se quedan todos los días hasta altas horas de la mañana en la cama viviendo de lo que les pueda ofrecer la mamá o la novia de turno.
Son sucios, son aburridos y egoístas. Viven en un mundo de sueños del cual difícilmente podrán salir. Están encerrados en él y sobreviven gracias a la armadura que han hecho con su megalomanía. No te dejan hablar ni a ti ni nadie. El otro les vale guevo. Que terrible esta época en las que nos tocó vivir, no solo tenemos que soportar las miserias que ha dejado el capitalismo sino que ahora tenemos que aguantarnos el desprecio que sienten los socialistas del siglo XXI hacia la gente.
Se creen mejor que los demás porque han leído tres o cuatro contraportadas más que el resto. No tienen ningún tipo de trabajo social ni les interesa que el vecino sepa o no sepa leer. Con el cuento de la autogestión se las pasan lagartiando con el político de turno. Son misóginos, son misántropos, son imbéciles, son tacaños. Los socialistas del siglo XXI son una panda de miserables snobs.
Desprecian y atacan al más débil pero con el fuerte son sumisos. Todo el tiempo están hablando de si mismos, de sus logros (La mayoría creados en su mente) en pleno trabajo comunitario les da por hablar de ellos mismos, yo al almuerzo, yo a la comida, yo cuando hablo con un indígena, yo cuando le pido minutos a la señora de la esquina, yo en un partido de fútbol. Los demás mortales, los pobre guevones que tenemos que levantarnos temprano a trabajar tenemos la obligación de mantenerlos, de conservar vivas y activas sus mentes privilegiadas, mentes que iluminan los oscuros senderos que se abren en esta era.
Conozco muchos chavistas, tengo un tío chavista, un cuñado chavista un gran amigo chavista. A pesar de lo mucho que los puedo llegar a querer se que cada uno de ellos es una mala persona. Sé que cada uno de ellos puede ser capaz de matar hasta su propia madre con tal de que la revolución triunfe y les pueda dar lo que ellos más quieren: Una pensioncita que les llegue puntual a principios de mes que les permita tener el lujo de comprar el libro de moda, el traje de moda, la droga de moda. Odian el caviar y el buen whisky pero si en una fiesta les ofrecen seguramente serán los que más coman, los que más beban. Eso si no agradecerán nada , comerán con la boca abierta y beberán hasta vomitar, beberán hasta que en tu propia fiesta el socialista se lo pida a tu madre, a tu esposa, a tu hija de diez meses. En mi fiesta de matrimonio me tuve que calar a un chavista de estos, un insoportable columnista de un diario local que llegó ebrio y en nombre de la revolución le metió la mano en el escote a mi tía Graciela que acaba de cumplir 73 años.
Esperemos que el destino del comandante sea parecido al del beduino, que arrastren su cuerpo por las calles de Caracas hasta que la cara se le hinche más de lo que está y un gas le destroce el rostro. Entonces mis amigos chavistas elaborarán teorías conspirativas, infiltraciones colombo-paramilitares en el palacio de Miraflores, influencia de la CIA en la invasión a Venezuela y nunca contemplarán que desde Ricardo III hasta Mussolini pasando por Cesescu el pueblo ha terminado aborreciendo a sus dictadores hasta el punto de que con sus propias manos es capaz de destrozar al tirano de turno. El cuerpo de Gadafi pudriéndose en Tripoli es una prueba fehaciente de ello.
18 de octubre de 2011
DETRAS DE LAS PAREDES De Jim Sheridan. El maldito lugar común
Los amantes del género esperábamos que las declaraciones dadas por Jim Sheridam donde comparaba a su película con clásicos modernos como Los otros o Sexto sentido fueran ciertas. Confiábamos porque hasta donde sabíamos Sheridam era el autor de obras sólidas como En el nombre del padre o The bóxer, además que fue el responsable de crear el mito de Daniel Day-Lewis. Esta esperanza se difumina después de la media hora cuando nos es develado el misterio y empezamos a pensar ¿Bueno y ahora qué? ¿Otra vez la casa grande y embrujada perturbada por un asesinato, por una esposa que aún ama y que está muerta? Pues si señores volvieron a aparecer los clichés y el lugar común. Porque Detrás de las paredes es una película cualquiera donde Daniel Craig y Naomi Watts vuelven a sus mismos gestos y los mismos rostros. Da pena que por ahí deambule como cualquier fantasma un actor con las características de Elias Koteas completamente perdido, como un vagabundo en las calles angostas y sucias de este filme.
Cae la nieve sobre una ciudad pequeña. A un tipo le pagan una buena plata para que se retire y pueda escribir el libro que dice tener en la cabeza. Se va con su esposa sus dos hijas y se pone a escribir, pero el tipo tiene un pequeño problema para escribir, pertenece a esa raza nueva de escritores que no escriben ni leen. Las niñas dicen asustarse porque en las ventanas suelen encontrarse con hombres que le hacen muecas su papá trata de hacerles tomar conciencia de que todo puede ser una alucinación pero no, pronto encontrará las huellas y confirmará que las niñas dicen la verdad, hay espías en el barrio.
Pareciera que Craig en cualquier momento se va a poner el smoking va a pedir un Martini y se pondrá a disparar su elegante pistola. Pero no, empieza a investigar, la casa que ha comprado fue escenario de un horrible crimen, detrás de las paredes se esconden las ánimas de los que no pueden descansar en paz.
Sheridan apenado habló en conferencia de prensa de que el filme no le iba a gustar a mucha gente porque tenía “Momentos de cine arte” y sobre todo “Mucho terror sicológico, los que van a verla pensando que es el juego del miedo saldrán decepcionados de la sala” el único momento de cine arte que tiene la película es cuando hace sus desafortunadas apariciones Elias Koteas, el resto es la misma película que vimos la semana pasada y ante pasada, los mismos fantasmas cursis y enamorados, las mismas niñas rubias, simplonas e inexpresivas. Hay que agradecerle a Sheridam al menos que no hizo una de esas famosas películas con cámara subjetiva seudo documentales que puso tan en boga La bruja de Blair y que cada vez a la sala convoca a los mismos tarados de siempre.
Lo triste es que el tan esperado regreso de Jim Sheridam resultó siendo un rotundo fracaso artístico aunque parece ser que en taquilla le ha ido bien. Esperemos que este logro eleve la confianza de los estudios y le den la libertad creativa que el merece. A veces para hacer una buena película debes exponerte a hacer cinco bodrios. El diablo con su elegancia y exquisitez nunca ha dejado de tentar a los hombres.
Cae la nieve sobre una ciudad pequeña. A un tipo le pagan una buena plata para que se retire y pueda escribir el libro que dice tener en la cabeza. Se va con su esposa sus dos hijas y se pone a escribir, pero el tipo tiene un pequeño problema para escribir, pertenece a esa raza nueva de escritores que no escriben ni leen. Las niñas dicen asustarse porque en las ventanas suelen encontrarse con hombres que le hacen muecas su papá trata de hacerles tomar conciencia de que todo puede ser una alucinación pero no, pronto encontrará las huellas y confirmará que las niñas dicen la verdad, hay espías en el barrio.
Pareciera que Craig en cualquier momento se va a poner el smoking va a pedir un Martini y se pondrá a disparar su elegante pistola. Pero no, empieza a investigar, la casa que ha comprado fue escenario de un horrible crimen, detrás de las paredes se esconden las ánimas de los que no pueden descansar en paz.
Sheridan apenado habló en conferencia de prensa de que el filme no le iba a gustar a mucha gente porque tenía “Momentos de cine arte” y sobre todo “Mucho terror sicológico, los que van a verla pensando que es el juego del miedo saldrán decepcionados de la sala” el único momento de cine arte que tiene la película es cuando hace sus desafortunadas apariciones Elias Koteas, el resto es la misma película que vimos la semana pasada y ante pasada, los mismos fantasmas cursis y enamorados, las mismas niñas rubias, simplonas e inexpresivas. Hay que agradecerle a Sheridam al menos que no hizo una de esas famosas películas con cámara subjetiva seudo documentales que puso tan en boga La bruja de Blair y que cada vez a la sala convoca a los mismos tarados de siempre.
Lo triste es que el tan esperado regreso de Jim Sheridam resultó siendo un rotundo fracaso artístico aunque parece ser que en taquilla le ha ido bien. Esperemos que este logro eleve la confianza de los estudios y le den la libertad creativa que el merece. A veces para hacer una buena película debes exponerte a hacer cinco bodrios. El diablo con su elegancia y exquisitez nunca ha dejado de tentar a los hombres.
UN HOMBRE Y SUS ESPINAS. Las Acacias de Pablo Giorgelli
La acacia es un árbol duro, fuerte, muy imponente si lo ves de lejos, pero no te acerques y ni siquiera pienses en tocarlo porque lo más seguro es que alguna de las espinas que visten su tronco perforen tu carne. Rubén es como ese árbol, las continuas crisis y golpes de la vida han hecho crecer sobre su cuerpo unas espinas que son como puñales. Hace años que no habla con su hijo y de su mujer es poco lo que sabe. Conduce para no ahogarse en ese río de lágrimas que se le forma en el pecho y que él no quiere dejar salir. Son miles ya los kilómetros que acumulan sus brazos, enfrente de sus ojos se pasean como una película los paisajes áridos de la frontera con Paraguay, el verdor incesante de la pampa los rostros de muchos hombres y mujeres que día a día extienden su mano con la esperanza de cruzar la frontera y cumplir su sueño en la metrópolis porteña.
Mejor andar solo, carcomerse en su dolor silencioso, por ahí tiene la radio que ocasionalmente enciende pero el diálogo lo tiene es consigo mismo hasta que aparece ella y su bebé. No la ha recogido al azar, ella viene recomendada pero nadie le habló a Rubén de un bebé, a regañadientes decide subirla a su cabina y empieza el largo viaje de día y medio. La acacia se mantiene incólume, mejor es callarse, hundir la mirada en el paisaje y dejar que las ruedas se coman los kilómetros. Los paraguayos suelen ser silenciosos pero no existe nada más expresivo que los ojos de un bebé. Si al principio Rubén no puede soportar su llanto poco a poco irá cediendo, aferrándose a la sonrisa de la niña, a sus bracitos gordos y cálidos que lo llevarán irremediablemente a los valles donde reposan sus paraísos perdidos.
A pesar de que ésta es su ópera prima Pablo Giorgelli es un hombre que ha estado vinculado al cine desde hace muchos años por su oficio de editor. A sus 43 años ha decidido plasmar en imágenes una de las ideas que más lo obsesionaban: La de un hombre solitario viendo durante horas como el paisaje se va transformando. El vidrio panorámico como una pantalla de cine. En cierta forma Las acacias es cine dentro del cine, esa pampa extendiéndose imponente casi que infinitamente sobre el lienzo forma parte de otros filmes. Después de una terrible crisis personal donde fue abandonado por su esposa y de la muerte de su padre después de una larga enfermedad Giorgelli sintió el llamado de Rubén. Fue el personaje el que empezó a crecer dentro de su cabeza como un tumor. Ese hombre solitario y amargado no es más que una persona débil que trata de defenderse de los sufrimientos que no cesan, que nunca aflojan. En cierto sentido Rubén es como Travis desahogándose del dolor a punta de volante. Pero Rubén no necesita matar para volver a ser lo que era antes del horror. La sonrisa de una niña lo traerá de nuevo al mundo de los vivos.
Sin la prepotencia de Lizandro Alonso que insiste con sus atmósferas pesadas casi que impenetrables y más cercano al humanismo de Lucrecia Martel, Giorgelli ha decidido rosar este filme para encontrar el alivio que ha buscado desde que su mundo se destruyó. El gran mérito de Las acacias es que es una película de autor, él es el paisaje y la mujer, el hijo ausente y el camionero, él es la cabina y el volante, la gasolina que necesita el camión para continuar el largo camino que separa a Asunción de Buenos Aires. Un filme pequeño, íntimo hecho sin pretensión, filmado para continuar viviendo, para sacar el rostro a la superficie y respirar por fin.
A pesar de la cantidad de premios que ha venido acumulando (Cannes, San Sebastián, Biarritz) Las acacias no es el típico filme festivalero. La belleza de sus imágenes, la sencillez y la honestidad de su historia han cautivado a todo el mundo incluso ha logrado vencer los clichés con los que los jurados buscan premiar una película. Acá no existen las grandes sentencias formuladas por personajes súper inteligentes, sino que encontramos la cotidianidad, los silencios y la sencillez de dos personas comunes y corrientes.
Después de día y medio de camino el verdor se abre paso ante el gris sombrío que recubre la ciudad de la furia. La mujer y su niña se perderán entre la multitud que fluye por las venas del monstruo y Rubén volverá a caer en su amargura, en el fracaso constante de intentar el desahogo pisando con furia el acelerador. Un gesto suyo podrá cambiar la ecuación, una caricia hará que las espinas caigan para siempre de su cuerpo.
Mejor andar solo, carcomerse en su dolor silencioso, por ahí tiene la radio que ocasionalmente enciende pero el diálogo lo tiene es consigo mismo hasta que aparece ella y su bebé. No la ha recogido al azar, ella viene recomendada pero nadie le habló a Rubén de un bebé, a regañadientes decide subirla a su cabina y empieza el largo viaje de día y medio. La acacia se mantiene incólume, mejor es callarse, hundir la mirada en el paisaje y dejar que las ruedas se coman los kilómetros. Los paraguayos suelen ser silenciosos pero no existe nada más expresivo que los ojos de un bebé. Si al principio Rubén no puede soportar su llanto poco a poco irá cediendo, aferrándose a la sonrisa de la niña, a sus bracitos gordos y cálidos que lo llevarán irremediablemente a los valles donde reposan sus paraísos perdidos.
A pesar de que ésta es su ópera prima Pablo Giorgelli es un hombre que ha estado vinculado al cine desde hace muchos años por su oficio de editor. A sus 43 años ha decidido plasmar en imágenes una de las ideas que más lo obsesionaban: La de un hombre solitario viendo durante horas como el paisaje se va transformando. El vidrio panorámico como una pantalla de cine. En cierta forma Las acacias es cine dentro del cine, esa pampa extendiéndose imponente casi que infinitamente sobre el lienzo forma parte de otros filmes. Después de una terrible crisis personal donde fue abandonado por su esposa y de la muerte de su padre después de una larga enfermedad Giorgelli sintió el llamado de Rubén. Fue el personaje el que empezó a crecer dentro de su cabeza como un tumor. Ese hombre solitario y amargado no es más que una persona débil que trata de defenderse de los sufrimientos que no cesan, que nunca aflojan. En cierto sentido Rubén es como Travis desahogándose del dolor a punta de volante. Pero Rubén no necesita matar para volver a ser lo que era antes del horror. La sonrisa de una niña lo traerá de nuevo al mundo de los vivos.
Sin la prepotencia de Lizandro Alonso que insiste con sus atmósferas pesadas casi que impenetrables y más cercano al humanismo de Lucrecia Martel, Giorgelli ha decidido rosar este filme para encontrar el alivio que ha buscado desde que su mundo se destruyó. El gran mérito de Las acacias es que es una película de autor, él es el paisaje y la mujer, el hijo ausente y el camionero, él es la cabina y el volante, la gasolina que necesita el camión para continuar el largo camino que separa a Asunción de Buenos Aires. Un filme pequeño, íntimo hecho sin pretensión, filmado para continuar viviendo, para sacar el rostro a la superficie y respirar por fin.
A pesar de la cantidad de premios que ha venido acumulando (Cannes, San Sebastián, Biarritz) Las acacias no es el típico filme festivalero. La belleza de sus imágenes, la sencillez y la honestidad de su historia han cautivado a todo el mundo incluso ha logrado vencer los clichés con los que los jurados buscan premiar una película. Acá no existen las grandes sentencias formuladas por personajes súper inteligentes, sino que encontramos la cotidianidad, los silencios y la sencillez de dos personas comunes y corrientes.
Después de día y medio de camino el verdor se abre paso ante el gris sombrío que recubre la ciudad de la furia. La mujer y su niña se perderán entre la multitud que fluye por las venas del monstruo y Rubén volverá a caer en su amargura, en el fracaso constante de intentar el desahogo pisando con furia el acelerador. Un gesto suyo podrá cambiar la ecuación, una caricia hará que las espinas caigan para siempre de su cuerpo.
7 de octubre de 2011
LA FUENTE QUE NO SE SECA
Ayer quise escribir sobre una película que me había encantado profundamente pero fracasé rotundamente. A veces puede ser un impedimento la pasión desbordada que puedes sentir hacia un tema. Uno no debe hablar de las cosas que ama ni las que odia. Releí lo que escribí sobre Medianoche en París y lo encontré soso, predecible y sobre todo inútil. Me frustró durante todo el día saber que no podía aportar mucho a la discusión sobre la mejor película del año. Es parte de la crisis, últimamente no tengo mucho por decir y lo peor es como dice alguno de mis críticos “Esa verborrea que no dejar quedarme callado” me impulsa a seguir lanzándome por el precipicio.
Es un milagro de la distribución que esta historia surrealista, mágica y evocadora haya pasado por villorrios tan violentos y alejados del mundo como este. De entrada las imágenes te conmueven. París en la madrugada, en la tarde con la luz mortecina del atardecer, con sol o con lluvia siempre es bueno recorrer sus calles. Descubrí allí un portal que me pueda sacar de la mediocridad de mi mundo. El portal existe, yo también estuve en la casa de Gertrude Stein viendo como esta acababa con el último cuadro de Pablo Picasso, yo le conté mi historia futurista al gran Man Ray, yo un hombre de Cúcuta que reprobó sexto año conocí a los ídolos de mi niñez gracias al talento de ese abridor de portales, de ese mago llamado Woody Allen.
La esperamos durante meses y cuando ya perdíamos la fe volvió. La vi los cinco días que duró en un solo horario en la pobre cartelera local. Contrario a lo que venía pasando después de su última gran obra (Match Point) con Medianoche en París se renueva la ocasión haciendo algo completamente distinto. Podrá ser su canto del cisne si la regla general de hacer una película al año se rompe en el 2012. Será muy difícil superarlo con las pocas décadas que le quedan de vida a mi ídolo Woody Allen. El casting volvió a ser absolutamente delicioso, acertado, perfecto como los de la época de Juliet Taylor. Aparte de la entrañable actuación de Owen Wilson podemos quedarnos con el ronroneo perturbador de esa gata gigante que es Marion Cotillard o los ojos desorbitados de Adrien Brody visionado rinocerontes en un bistró. Todo fue exactamente como las imágenes que sacó en limpio Hemingway en su París era una fiesta, la visión de un artista es lo que vemos desparramado sobre la pantalla, la visión de un artista sobre la ciudad más bella que ha creado hombre alguno.
Esa ciudad posiblemente solo esté en la cabeza de los románticos que como Allen creen encontrar en los recovecos de Montmartre a Joyce robándole salchichas a una vieja vendedora alemana o que sobre el Sena encontrarán a Charly Parker estropeando un Stradivarius mientras ve a una pareja de novios follando sobre la plataforma de una embarcación. No es París lo que vemos sino la proyección que tiene un director de cine sobre esa ciudad.
Ninguna crítica puede justificar esta película que es un portal, un momento de felicidad suprema y sin embargo por más que nos esforcemos no podemos callarnos. Preferimos fracasar a guardar el debido respeto la debida distancia. Salimos de las tinieblas de la sala al resplandor del sol con ganas de fumarnos un cigarrillo y hablar de lo hermoso que es quedarnos encerrados en el calor de un café intentando escribir un cuento. Woody Allen no pierde la inocencia del primer artista y lo impresionante de Owen Wilson es que puede producir esa sensación de fragilidad y de inocencia. Parafraseando a Nietzshe un artista no es más que un niño, no importa el grado de erudición que tengas un artista encuentra en la oscuridad, en la intuición.
Pero todo esto no son más palabras huecas, sin sentido. Las obras maestras nos sacan la duda de la labor de la crítica. Después de ver este filme a uno le provoca nunca más volver a escribir sobre cine ¿Para qué? ¿Qué otra cosa podemos decir? Como demonios en algún momento de la historia pudo ser más importante Paulina Kael que John Cassavettes. Los críticos han demolido las últimas diez películas del realizador neuyorkino acusándolo de repetirse de auto plagiarse. Sabemos que eso no le moverá un pelo y que se desahogará besando a su clarinete. Mientras, en cada concierto vivirá sus momento de trance y pensará en su próxima película. Viendo Medianoche en París vemos que la fuente está lejos de secarse.
Es un milagro de la distribución que esta historia surrealista, mágica y evocadora haya pasado por villorrios tan violentos y alejados del mundo como este. De entrada las imágenes te conmueven. París en la madrugada, en la tarde con la luz mortecina del atardecer, con sol o con lluvia siempre es bueno recorrer sus calles. Descubrí allí un portal que me pueda sacar de la mediocridad de mi mundo. El portal existe, yo también estuve en la casa de Gertrude Stein viendo como esta acababa con el último cuadro de Pablo Picasso, yo le conté mi historia futurista al gran Man Ray, yo un hombre de Cúcuta que reprobó sexto año conocí a los ídolos de mi niñez gracias al talento de ese abridor de portales, de ese mago llamado Woody Allen.
La esperamos durante meses y cuando ya perdíamos la fe volvió. La vi los cinco días que duró en un solo horario en la pobre cartelera local. Contrario a lo que venía pasando después de su última gran obra (Match Point) con Medianoche en París se renueva la ocasión haciendo algo completamente distinto. Podrá ser su canto del cisne si la regla general de hacer una película al año se rompe en el 2012. Será muy difícil superarlo con las pocas décadas que le quedan de vida a mi ídolo Woody Allen. El casting volvió a ser absolutamente delicioso, acertado, perfecto como los de la época de Juliet Taylor. Aparte de la entrañable actuación de Owen Wilson podemos quedarnos con el ronroneo perturbador de esa gata gigante que es Marion Cotillard o los ojos desorbitados de Adrien Brody visionado rinocerontes en un bistró. Todo fue exactamente como las imágenes que sacó en limpio Hemingway en su París era una fiesta, la visión de un artista es lo que vemos desparramado sobre la pantalla, la visión de un artista sobre la ciudad más bella que ha creado hombre alguno.
Esa ciudad posiblemente solo esté en la cabeza de los románticos que como Allen creen encontrar en los recovecos de Montmartre a Joyce robándole salchichas a una vieja vendedora alemana o que sobre el Sena encontrarán a Charly Parker estropeando un Stradivarius mientras ve a una pareja de novios follando sobre la plataforma de una embarcación. No es París lo que vemos sino la proyección que tiene un director de cine sobre esa ciudad.
Ninguna crítica puede justificar esta película que es un portal, un momento de felicidad suprema y sin embargo por más que nos esforcemos no podemos callarnos. Preferimos fracasar a guardar el debido respeto la debida distancia. Salimos de las tinieblas de la sala al resplandor del sol con ganas de fumarnos un cigarrillo y hablar de lo hermoso que es quedarnos encerrados en el calor de un café intentando escribir un cuento. Woody Allen no pierde la inocencia del primer artista y lo impresionante de Owen Wilson es que puede producir esa sensación de fragilidad y de inocencia. Parafraseando a Nietzshe un artista no es más que un niño, no importa el grado de erudición que tengas un artista encuentra en la oscuridad, en la intuición.
Pero todo esto no son más palabras huecas, sin sentido. Las obras maestras nos sacan la duda de la labor de la crítica. Después de ver este filme a uno le provoca nunca más volver a escribir sobre cine ¿Para qué? ¿Qué otra cosa podemos decir? Como demonios en algún momento de la historia pudo ser más importante Paulina Kael que John Cassavettes. Los críticos han demolido las últimas diez películas del realizador neuyorkino acusándolo de repetirse de auto plagiarse. Sabemos que eso no le moverá un pelo y que se desahogará besando a su clarinete. Mientras, en cada concierto vivirá sus momento de trance y pensará en su próxima película. Viendo Medianoche en París vemos que la fuente está lejos de secarse.
6 de octubre de 2011
MEDIANOCHE EN PARÍS DE WOODY ALLEN
Muy lejos de acá se abre ante los ojos del habitante de la tierra una ciudad que es en sí misma una obra de arte. Desde Venus sus farolitos incipientes iluminan las rocas que yacen inertes desde el big bang. Ninguna sinfonía, ni novela, ni pintura pueden competir con su belleza, con sus puentes. Ningún verso se compara con el empedrado de sus calles, con las curvas estrechas que evocan las épocas perdidas. Al frente de una catedral espera Gil Pender porque se aclaren sus ideas. El vino le ha nublado el entendimiento y es mejor estar solo que soportar la frivolidad latente de Inés, su prometida. Se queda entonces en esa esquina, al frente de esa catedral a pensar en la forma de volver a su hotel, a su vida triste con una mujer muy sexy que se quiere casar con él pero que lo obliga a aferrarse a esos guiones exitosos que pagan muy bien y le proporcionan la confortabilidad de una casa en Malibú, pero también una vida de la cual ya está cansado; él quisiera corregir su novela y quedarse en una sucia bohardilla de París a ver cómo desde esa ventana se despiertan los fantasmas de lo que alguna vez fue la edad de oro.
Suenan doce campanadas anunciando que en París es medianoche. Un viejo Peugeot se detiene y de él sale un joven vestido como se solía vestir la gente en la década del veinte, después de dudar un poco Pender se sube y disfruta de las chicas vestidas como si fueran a bailar charlestón y bebe champaña y piensa que no estaría mal asistir a una fiesta temática sobre la época que el mas ama. Entra a la fiesta y ve que toca al piano un hombre extrañamente parecido a Cole Porter, se le acerca una mujer de Alabama un tanto alcoholizada que se hace llamar Zelda y le presenta a su esposo un joven y apuesto escritor de nombre Scott Fitzgerald. La aburrida y lobotomizada vida del guionista vivirá un vuelco al comprobar que ha abierto un portal en el tiempo donde puede viajar a la época que más le hubiera gustado vivir, la París de entreguerras. Allí beberá en un bar con Hemingway, le robará la chica de turno a Picasso, le dará su novela a Gertrude Stein y le contará sus penas de amor a Man Ray, Luis Buñuel y Dalí quien pensará en hacer un retrato de Pender con forma de Rinoceronte.Al fondo lo único que se escucha es el clarinete de Sidney Bechet ese otro americano que se exilió de la estupidez de su pueblo que se rehusaba a escucharlo sólo porque era negro y que encontró en la ciudad luz la posibilidad de ser reconocido como uno de los más grandes músicos del siglo XX. Bechet fue uno de los tantos artistas americanos que se radicaron un tiempo en París para consolidar sus carreras. Si París no te incita a escribir es que no tienes nada por dentro. El lugar ideal para amar y crear. A Woody Allen no le da miedo el cliché, qué se le va a hacer, esa ciudad es inmune al tiempo, a las guerras. Los nazis tuvieron la oportunidad de destruirla cuando la abandonaron pero no pudieron hacerlo, su belleza los obnubiló.
Al comienzo de la película nos muestran los lugares preferidos del director neoyorkino y es imposible no conmoverse ante esa belleza. Una ciudad pensada para que la gente viva en ella, para que la camine, para que se pueda sentar en sus cafés. Si bien su obsesión por Nueva York lo llevó a construir la mayoría de sus obras en esa urbe en los últimos años ha volcado sus ojos a Europa. Londres había hecho su nicho pero desde siempre ha sido París la ciudad de sus amores. En el Ritz parisino pasa todos los fines de año “París es como mi casa, acá me siento como un artista de verdad”. La necesidad que tiene Gil Pender de quedarse, de renunciar a todo es la misma necesidad que tenemos todos los que alguna vez soñamos con ser escritores y siempre pensamos que nos hizo falta algo y ese algo puede ser creérnoslo y para creerlo necesitamos vivir en París.
Como si fuera la Puerta en el muro de H.G Wells yo me escapo de la fealdad de mi ciudad para meterme todos los días a la oscuridad del cine y soñar que soy yo Owen Wilson recorriendo las calles, entrando a ese carro escuchando el ataque de las Ardenas narrado por Hemingway. Durante hora y media entro a ese portal y me siento un escritor y para volver a sentirme inmortal vuelvo a hacer la fila para entrar a la otra función porque lo más parecido a un museo que tiene esta maldita ciudad son las dos funciones que los distribuidores han decidido asignarle a San José de Guasimales.
Suenan doce campanadas anunciando que en París es medianoche. Un viejo Peugeot se detiene y de él sale un joven vestido como se solía vestir la gente en la década del veinte, después de dudar un poco Pender se sube y disfruta de las chicas vestidas como si fueran a bailar charlestón y bebe champaña y piensa que no estaría mal asistir a una fiesta temática sobre la época que el mas ama. Entra a la fiesta y ve que toca al piano un hombre extrañamente parecido a Cole Porter, se le acerca una mujer de Alabama un tanto alcoholizada que se hace llamar Zelda y le presenta a su esposo un joven y apuesto escritor de nombre Scott Fitzgerald. La aburrida y lobotomizada vida del guionista vivirá un vuelco al comprobar que ha abierto un portal en el tiempo donde puede viajar a la época que más le hubiera gustado vivir, la París de entreguerras. Allí beberá en un bar con Hemingway, le robará la chica de turno a Picasso, le dará su novela a Gertrude Stein y le contará sus penas de amor a Man Ray, Luis Buñuel y Dalí quien pensará en hacer un retrato de Pender con forma de Rinoceronte.Al fondo lo único que se escucha es el clarinete de Sidney Bechet ese otro americano que se exilió de la estupidez de su pueblo que se rehusaba a escucharlo sólo porque era negro y que encontró en la ciudad luz la posibilidad de ser reconocido como uno de los más grandes músicos del siglo XX. Bechet fue uno de los tantos artistas americanos que se radicaron un tiempo en París para consolidar sus carreras. Si París no te incita a escribir es que no tienes nada por dentro. El lugar ideal para amar y crear. A Woody Allen no le da miedo el cliché, qué se le va a hacer, esa ciudad es inmune al tiempo, a las guerras. Los nazis tuvieron la oportunidad de destruirla cuando la abandonaron pero no pudieron hacerlo, su belleza los obnubiló.
Al comienzo de la película nos muestran los lugares preferidos del director neoyorkino y es imposible no conmoverse ante esa belleza. Una ciudad pensada para que la gente viva en ella, para que la camine, para que se pueda sentar en sus cafés. Si bien su obsesión por Nueva York lo llevó a construir la mayoría de sus obras en esa urbe en los últimos años ha volcado sus ojos a Europa. Londres había hecho su nicho pero desde siempre ha sido París la ciudad de sus amores. En el Ritz parisino pasa todos los fines de año “París es como mi casa, acá me siento como un artista de verdad”. La necesidad que tiene Gil Pender de quedarse, de renunciar a todo es la misma necesidad que tenemos todos los que alguna vez soñamos con ser escritores y siempre pensamos que nos hizo falta algo y ese algo puede ser creérnoslo y para creerlo necesitamos vivir en París.
Como si fuera la Puerta en el muro de H.G Wells yo me escapo de la fealdad de mi ciudad para meterme todos los días a la oscuridad del cine y soñar que soy yo Owen Wilson recorriendo las calles, entrando a ese carro escuchando el ataque de las Ardenas narrado por Hemingway. Durante hora y media entro a ese portal y me siento un escritor y para volver a sentirme inmortal vuelvo a hacer la fila para entrar a la otra función porque lo más parecido a un museo que tiene esta maldita ciudad son las dos funciones que los distribuidores han decidido asignarle a San José de Guasimales.
30 de septiembre de 2011
EL VALLE EN RUINAS
El fin de la guerra y la formación de la república significaron un nuevo aire para el comercio, en especial para la villa de San José, la mejor situada geográficamente para servir de puerto seco. El fin del monopolio español permitió la participación abierta de otras naciones como Inglaterra y Francia en el intercambio comercial y esto trajo nuevas oportunidades. Se establecieron más colonias extranjeras y nuevos productos se empezaron a transportar para abastecer los mercados internacionales.
En el libro El Terremoto de Cúcuta Luis Febres Cordero habla de una ciudad llena de “Importantes casas comerciales europeas que efectuaban relaciones comerciales con Inglaterra, Alemania, Italia y Francia. A esos países se exportaban los famosos sombreros jipijapa que se confeccionaban en el estado soberano de Santander; el cacao que se producía en las vecindades de Cúcuta; el café que era el principal producto de exportación, la panela, el fique y otros productos regionales”
Si bien los ya citados productos siguieron siendo importantes, se agregaron a estos la panela, el tabaco, y la quina, entre otros. . El aumento en la actividad comercial llevó a un mayor desarrollo de la villa de San José, que empezó a predominar sobre los demás asentamientos del valle. El pueblo de San Luis terminó siendo absorbido por San José y la villa del Rosario se estancó en su crecimiento.
Hacia 1850 se creó la Provincia de Santander y San José de Cúcuta se designó como su capital. Fue un reconocimiento a su desarrollo. Luego, en 1859 fue la capital del Departamento de Cúcuta, perteneciente al Estado Soberano de Santander. Estos cambios significaron su independencia de Pamplona, que hasta ese entonces había sido la ciudad dominante de la región. En términos demográficos, hacia mediados de la década de 1860, Cúcuta superó a Pamplona en número de habitantes. Mientras la antigua capital de provincia se estancaba, Cúcuta florecía. En 1850 Manuel Ancízar habla de “Una ciudad próspera donde los de la villa han tenido el juicio de conservar en las plazuelas y patios frondosos, cujíes y mamones gigantescos cuyo benéfico ramaje resguarda las casas del ímpetu de los vientos, mitiga los ardores del sol e impide la reverberación del suelo” A pesar de que Ancízar hace énfasis en la costumbre que tenían los cucuteños de sembrar árboles dentro de sus casas son muchos los cronistas que se quejan de que las calles de la ciudad no estaban arborizadas.
Según lo que podemos leer en las crónicas que nos quedaron la ciudad de antes del terremoto vivía sin duda un periodo de esplendor. Don Julio Pérez Ferrero en su libro sobre la ciudad destacaba la forma en que se ejercía la actividad comercial “El comercio se extendía hasta Bogotá cuando la navegación del Magdalena, que se hacía en Champañes, era difícil y dilatada. Don domingo Pérez , nuestro padre , llevó en varias ocasiones mercaderías de Cúcuta a Tunja y a Bogotá. ¡que grado de honradez caracterizaba al comercio de Cúcuta! No se firmaban documentos. ¡La palabra empeñada era inviolable! Parecía pueblo Aragonés”.
A pesar del entusiasmo que pueda sentir por estos años Pérez Ferrero se nota desde el origen mismo de la ciudad la génesis de nuestra propia desgracia: el apego que sentía Cúcuta hacía la actividad comercial acercaría a sus habitantes a la actividad parasitaria de vender lo que ya está hecho, a depender de los caprichos de la economía venezolana y lo más grabe a no pensar en que la creación de empresas es lo único que puede posicionar a una región en el panorama nacional.
Sin embargo se exportaban productos como el café primero que nadie en este país. Ese esplendor económico se reflejaba en lo que nos cuenta Jorge Augusto Gamboa en su artículo sobre el terremoto publicado en la Revista Credencial” Desde 1854 aparecieron los primeros periódicos como La Prensa, luego hubo otros como La Dulcinea y El Comercio. El primero que funcionó diariamente lo hizo desde 1871 y fue el “Diario del Comercio”, dirigido por don Francisco de Paula Andrade. Desde 1874 se estableció el telégrafo. Por aquel entonces la ciudad tenía unos 12 barrios, con 2 plazas, unas 3 iglesias, el consulado de comercio, 137 establecimientos comerciales, 72 industriales, un colegio, 2 teatros y otra serie de instituciones que dan una idea de su desarrollo. La población ya llegaba a unas 8000 almas.”
El ya citado Manuel Ancízar da estas cifras sobre la ciudad poco antes de que el seísmo la devastara “La población constaba de 11.846 habitantes habían 3 iglesias, 2 plazas, 18 almacenes, 23 tiendas de ropa, 24 bodegas, 70 pulperías, 4 planterías, 2 boticas, 4 sombrererías, 5 sastrerías, 2 herrerias, 7 zapaterías, 12 panaderías, 3 relojerías, 1 armería, 6 latonerías, 1 ebanisteria, 3 talabarterías, 2 alfarerías, 7 fábricas de ladrillo, 2 tenerías, 1 fábrica de vinagre, 1 encuadernación de libros, 2 café con billares, 3 fondos y 1 ingenio”
En la primera de las fotos que se puede ver de la ciudad, foto que data de 1854 podemos ver un conjunto de casas desperdigadas en un valle seco, maltratado por el sol. Desde esa panorámica una podría colegir que el calor sería asfixiante, que había que salir a la calle para que el vapor no te asfixiara dentro de las altas paredes que conformaban las casas. Según Julio Perez Ferrero en sus conversaciones familiares “Era costumbre generalizada en la ciudad sentarse en las aceras en las horas de la tarde, en las que un viento suave y refrescante hace olvidar los fuertes calores del mediodía. Costumbre grata y que revelaba sencillez en la vida social. Se veía la ciudad animada con la presencia general de las familias en las aceras de sus habitaciones”. Las calles que más agitada vida social tenían eran la Calle del comercio, donde solían sentarse en la puerta del almacén de Gallegos Hermanos, organizando encarnizadas tertulias que duraban casi siempre hasta el anochecer y por supuesto la calle de la cárcel que era administrativamente la más importante porque allí funcionaba la penitenciaría y además la casa municipal.
El reputado geógrafo y cartógrafo francés Alfred Hettner da esta visión de lo que era la ciudad antes del cataclismo “las calles de Cúcuta eran estrechas y las casas, de varios pisos, de una estructura y techos pesados; mas en razón a la lección recibida, la reconstrucción se realizó con calles amplias, bordeadas de casas de un solo piso. Las vías bien aseadas forman un contraste saludable comparándolas con las de la mayoría de las ciudades colombianas, lo mismo que las casas simpáticas y limpias, con palmeras cocoteras y otros árboles dispersos entre ellas, ofrecen un aspecto urbano bastante agradable, el que desgraciadamente desaparece al salir de la ciudad para entrar a la zona de los ranchos miserables. Los almacenes nada tienen que envidian a los de Bogotá, ni en presentación ni en surtido, hasta el punto de encontrar aquí varios artículos que en la capital había buscado en vano. También la instalación de las casas de habitación y el modo de vivir de los habitantes ostentan cierto estado de comodidad que antes no había encontrado en otras partes del país, sin perjuicio de pretenden los cucuteños no haber vuelto a alcanzan todavía el nivel de bienestar perdido pon el terremoto. Factores que menoscaban en sumo grado el placer de la vida son el calor sofocante que reina y el polvo que se levanta pon el fuerte viento que sopla desde el sur a las horas del mediodía, por lo menos durante los meses de junio a septiembre. Pero con todo, el clima seco es saludable”
Como vemos era una ciudad cosmopolita, donde el papel de la iglesia a diferencia de otras ciudades de Colombia cumple un papel secundario. Ese desapego fue tildado en algún momento como una causa para que se despertara la ira divina aunque como veremos más adelante Dios no tuvo nada que ver en que se edificara la ciudad en una zona con una amplia actividad telúrica. Casas tan hermosas y lujosas como la del Don Ignacio Aranguren que con sus dos esplendorosos pisos y su amplia azotea adornaban la activa calle del comercio. Todo eso se vendría abajo en menos de un minuto el mediodía del 18 de mayo de 1875.
EL TERREMOTO
Es común que antes de que sucedan desgracias empiecen a aparecer signos que prefiguren la tragedia. El terremoto de Cúcuta no fue la excepción. El general Domingo Díaz que había sido testigo y sobreviviente del terremoto de Cumaná notó una semana antes del cataclismo que “Las aves no se posaban en los árboles” esto suscitó en el general un temor que lo obligó a levantar una tolda al fondo del patio de su casa donde obligó a su familia a dormir allí. Gracias a esta precaución no tuvo que lamentar ningún deceso dentro de sus seres más queridos. Según el relato de Luis Febres Cordero Días atrás,” una mujercita, a la que se juzgó loca, predecía un cataclismo, y es sabido con toda evidencia que vino a Pamplona a consultar el caso que le ocurría con el venerable presbítero doctor Antonio María Colmenares, quien por dos veces nos ratificó la exactitud de esa versión”.
Dositeo López era un ciego muy famoso en la ciudad por haber sobrevivido al terremoto de la Lobatera ocurrido en 1849 días antes de la destrucción de la ciudad le decía a su familia que en el ambiente “Olía a Lobatera” y les ordenó que se refugiaran en el cocal. Allí se salvaron. Varios testigos afirmaron ver como dos espadas de fuego se cruzaban en el cielo y muchos afirmaron escuchar el día antes de la tragedia como una madre se paseaba por las empedradas calles de Cúcuta suplicando porque le devolvieran a sus hijos.
El caso es que ninguno de estos anuncios preparó a la ciudad para la catástrofe ni siquiera el hecho de que el domingo 16 de mayo se hubiera sentido un temblor de considerable magnitud tal y como lo constata el doctor Hermes García en sus memorias “Acababa de pasar, inconscientemente para nosotros, el primer temblor, el del 16 de mayo en la tarde. Nada más recordamos; ni si se tomaron precauciones en la noche que sobrevino y en la cual nada perturbó nuestro sueño inocente”. Este hecho lo corrobora el otro cronista del terremoto el entonces niño Julio Pérez Ferrero “El domingo 16, ante víspera del inolvidable cataclismo, se sintió a las 5 de la tarde un fuerte temblor que agrietó las paredes en algunas de las casas centrales”. El lunes también la tierra volvió a moverse casi a la misma hora del cataclismo que devastaría definitivamente a la ciudad: las once y media de la mañana.
A esa hora se acostumbraba almorzar así que la mayoría de los cucuteños se guarnecían en sus casas del sol calcinante del mediodía, el ruido ronco como de búfalos en estampida no hizo sospechar que la desgracia los estaba acechando. Acá está el relato del joven Pérez Ferrero sobre el momento en que la naturaleza decidió borrar del mapa a Cúcuta.
“A las 11 y cuarto de la mañana del día 18, a la hora en que la generalidad de los habitantes almorzaba, sintióse un ruido subterráneo, ronco y prolongado, cual si proveniese del desprendimiento de grandes moles del interior de la tierra, y a él sucedió el primer sacudimiento de trepidación y en seguida otro y otros muchos más, de trepidación unos y de oscilación otros, que destruyeron totalmente la ciudad en cortísimo número de minutos. Corrimos instintivamente hacia la calle y nos situamos en el centro de las cuatro esquinas cercanas a nuestra casa, y desde ese punto vimos caer los edificios de una calle, en la que quedaba en pie la botica Alemana, como caen las cartas de naipe superpuestas y en sucesión continua, espantosa, pues unos edificios caían hacia fuera cubriendo las calles, y otros hacia el interior, formando todo montones enormes de escombros; produciéndose ruido horrible con el derrumbe de las paredes junto con el crujir de las maderas y los gritos de clamor y de espanto de millares de víctimas.
Una nube espesísima de polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándosenos por la boca y narices hasta dificultar la respiración; y habríamos perecido indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivíamos, si un viento impetuoso no hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al occidente de Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso desconocido. Despejado el horizonte, pudimos darnos cuenta de la magnitud del acontecimiento: !qué horror! ni un solo edificio, ni siquiera una pared en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban en confuso clamor los aves de los heridos, los gritos de cuantos sobrevivían, !que impetraban misericordia! Un momento después, perdidas las nociones de distancia y tiempo, vimos salir de entre ruinas a algunos de los que eran nuestros vecinos, sin poder reconocernos recíprocamente, pues el polvo que nos cubría y la expresión de terror nos desfiguraban; !nos creíamos mutuamente muertos que surgían de sus tumbas! La idea de ver llegado al fin del mundo dominaba los espíritus, y a tal idea contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de la aterradora fuerza de la omnipotencia divina. “
El doctor Hermes García cuenta como fue ese minuto apocalíptico Íbamos por un largo y amplio corredor, cuando oímos un ruido como de carretas en la calle, como tropel de gentes que huyen de un toro bravío; caminábamos columpiándonos por cierto movimiento particular que en lugar de asustarnos nos divertía……acababa de pasar el primer temblor, el del 16 de Mayo en la tarde……..en la mañana siguiente, lunes, otro suceso como el de la tarde anterior nos hizo sacar del dormitorio…….. El martes, después de almorzar, el mismo particular suceso de los días anteriores, el mismo estremecimiento con su ruido de carretas en la calle, con su tropel de gente. Vimos, entre otras confusas cosas, que por los recodos de los corredores cernía la tierra en gran abundancia, como si trabajadores estuviesen dando barrazos en las paredes; una nube de espeso polvo que nos asfixiaba; y, cuando comenzaba a disiparse, la corpulenta figura de un entrañable amigo de la casa que se erguía sobre un hacinamiento de escombros, llamando a grandes gritos y que desaparecía enseguida. Luego se nos conducía por sobre montones de ruinas, sin darnos cuenta de nada, oyendo gritos y alaridos, preces y llanto. Habíamos salido del área de la villa destruida e íbamos por un camino blanco y parejo. A medida que caminábamos veíamos que la tierra hacía ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar…..El aire libre, la vista del campo, habían refrescado nuestro espíritu, y el aterrador espectáculo más bien nos deleitaba. Íbamos como muchachos que lleva el maestro al baño, gozándonos en saltar las grietas que se abrían y se cerraban. Ante una de ellas llamamos la atención a nuestro padre y fue de una expresión tan triste y rara el gesto que hizo, que nos produjo miedo y nos volvió taciturnos…….Luego recuerdo un campamento donde la gente se abría de brazos e imploraba misericordia. La mañana siguiente nos sorprendió a todos apiñados, sintiendo frío y hambre, alrededor de nuestra madre; uno de nosotros pidió pan, nuestro padre nos miró con intensa pesadumbre y hundiendo la cara entre las manos rompió a llorar….”.
Llama la atención que estos relatos no tengan la difusión en nuestros centros educativos que se merecen ya que están tan bien escritos y son tan descriptivos que podrían considerarse las primeras muestras de obras literarias norte santandereanas. Gracias a la meticulosidad de los relatos podemos hacernos una idea de la magnitud del sismo. A estos relatos vale la pena mencionar la importancia que tienen la fotos tomada s por Vicente Pacini, insigne fotógrafo italiano, antes y después de que el terremoto devastara la ciudad. Las fotos sobrevivieron a la labor quijotesca asumida por Efraín Vásquez de recopilarlas en el libro “Cúcuta a través de la fotografía” editado por la Cámara de Comercio en el año 2000. Cuenta Vásquez que parte de las fotos se las compró al barrendero de la Academia de Historia que las había rescatado literalmente “Del canasto de la basura” La otra parte de las 26 fotos de Cúcuta antes del terremoto y de las ruinas de la misma las consiguió en el laboratorio del desaparecido fotógrafo José Atuesta quien guardó copias de las originales ya que “Mucha gente llevaba las fotos y yo me quedaba con el negativo”. Este descuido hacia la fuente primaria hace que la labor historiográfica se convierta en una labor titánica ya que el historiador debe llenar los huecos que irreparablemente se han formado.
La cifra de muertos de la catástrofe todavía es un dato impreciso. Algunos han exagerado la cifra a cinco mil muertos lo que constituiría mas del cuarenta por ciento de los habitantes de la ciudad pero la cifra que mas se acerca a la realidad es la de 450. Alfred Hettner llegó pocos días después del cataclismo y habló de mas de 2000 muertos. He aquí sus impresiones “ Aquellas ruinas acabadas de pasar constituyen los remanentes del fuente terremoto que el 18 de mayo de 1875 a las 11 1/4 horas a. m. alcanzó a convertir en un par de segundos toda la próspera ciudad en un mar de escombros, sin dejar en pie ni una sola casa. Muertos 2.000 de sus 15.000 habitantes, de los demás muchos resultaron heridos de mayor o menor gravedad. Así las cosas, un segundo temblor, al parecer más fuerte todavía, ocurrido durante la noche siguiente, ya no encontró nada que destruir, aparte del nuevo efecto horrorizante causado sobre la pobre gente ya tan afligida, que se había acostado lo más alejada de todo muro con el propósito de descansar. Como consecuencia inmediata del terremoto estallaron incendios en muchas partes donde se había guardado pólvora, petróleo y otros artículos inflamables, para devorar buena parte de las mercancías, entre otras en la Botica Alemana. A la vez cuadrillas de rateros aparecieron por todas partes para abalanzarse sobre los escombros, en tanto que las autoridades y las fuerzas militares optaron por fugarse cobardemente, así que muchas cosas de valor se perdieron, las que con oportunas medidas conducentes hubieran podido salvarse en bien de sus propietarios”.
El cartógrafo francés además había hablado de que días antes del terremoto se había sentido una gran sequía que solo fue apaciguada cuando sobre los escombros “cayó un formidable aguacero. También de las sacudidas de menor alcance se cuenta que suelen suceden al comienzo del invierno o inmediatamente antes, fenómeno por lo demás a menudo comprobado en la América tropical. Por cierto que el terremoto no se limitó a la mera ciudad de Cúcuta, toda vez que la mayoría de las localidades ubicadas entre Cúcuta y San Cristóbal, lo mismo que aquellas de la región entre Chinácota y Salazar quedaron destruidas, en tanto que en Pamplona se derrumbó la catedral; por otra parte, la sacudida se hizo sentir en regiones tan remotas, como Caracas, Maracaibo y Ocaña”. La vecina San Cristobal volvió a sentir los estragos de un movimiento telúrico. El terremoto fue violento y si existiese una medición como la de Richter podríamos hablar de 8.6 grados. Según la mayoría de testimonios de la época y las fotos que sacó Vicente Pacini la ciudad fue arrasada.
A la desgracia de la naturaleza se le suma la de la maldad humana. Como aves de rapiña los bandidos de las poblaciones aledañas no dudaron en aprestarse a saquear lo poco que podía servir. En su trabajo “Un terremoto sin fronteras” Jaime Lafaille habla de estos hechos Ante la noticia del terremoto, grupos de saqueadores provenientes de sitios diferentes, se dirigieron a Cúcuta y a otras poblaciones afectadas para aprovechar el caos reinante, destruyendo lo poco que había quedado, incluyendo la moral de los sobrevivientes. Tan grave fue esta situación que uno de los primeros decretos del gobernador del Estado de Santander, Doctor Aquileo Parra, dice lo siguiente: “El Presidente del Estado Soberano de Santander, teniendo en cuenta las noticias que se han recibido del estado de desmoralización en que se halla el Valle de Cúcuta, DECRETA: ARTÍCULO PRIMERO Levántese por el Jefe departamental de Soto inmediatamente una fuerza de cincuenta hombres, por enganchamiento o inscripción voluntaria, para que marche a los valles de Cúcuta a dar protección a las personas y a los auxilios que se envíen para los desgraciados”. Luego siguen otros artículos donde se designa al comandante y donde se exhorta a los ciudadanos a colaborar con las armas que tuvieren para armar a la recién creada fuerza del orden. La situación era tan grave que el director de la cárcel, Señor Fortunato Bernal, organizó localmente una fuerza con parte de la fuerza pública del Estado y unos reclusos a los que armó, asumiendo un poder discrecional bajo el nombre de “Jefe Civil y Militar”.
Entre los bandidos se destacó la figura de Piringo un delincuente venido desde San Cristóbal quien organizó su banda de asaltantes aprovechando que los soldados de la ciudad habían huido espavoridos después del sismo. No hubo como renovar a los batallones ya que hasta el otro día se pudo establecer comunicación con Bogotá. Los postes telegráficos quedaron destruidos y el cale grafista tuvo que irse en mula hasta Chinacota para poder avisar al presidente del desastre.
Sobre el horror del pillaje que vino horas después del terremoto se refiere Febres Cordero “Y para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas destruida la ciudad, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y descerrajando las cajas de hierro en que guardaban el dinero sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo a cuanto veían los caudales de que se adueñaban. Aquel bochornoso pillaje duró por algunos días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó, después de convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometido el más responsable de los presos, bien conocido en la localidad y llamado Piringo, a consejo de guerra verbal, fue condenado a muerte y pasado por las armas en el mismo día, a las cuatro y media de la tarde. Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del terremoto...”
La lluvia caía incesantemente sobre las ruinas de lo que fue la ciudad. Por unas horas el horror se pintaba en la mente de los sobrevivientes. Heridos, cuerpos en descomposición y huestes de niños hambrientos era el paisaje que se cernía sobre el valle. La banda de Piringo escudriñaba entre los escombros que descansaban en el suelo. Gente que desesperada se aferraba a la poca vida que les quedaba gritaba pidiendo auxilio pero en vez de recibir ayuda lo que les daban eran amenazas y palabras procaces. Como una mancha voraz los saqueadores se esparcieron por la ciudad caída.
Según Don Francisco Azuero el mencionado Piringo era “Un maracaibero de color trigueño y bigotes engomados muy recientemente radicado en Cúcuta en donde ya había dado que hacer a las autoridades”. Gracias al relato de Azuero podemos tener otra visión dantesca de la tragedia y posterior saqueo. Según el citado cronista Piringo mató con sus propias manos al conocido latifundista Don Joaquin Estrada.
Poco duró el reinado criminal de Piringo. Una vez se tuvo noticia en Bogotá de la tragedia se aprestaron a enviar tropas nuevas de los pueblos vecinos. Acá está la visión de Julio Perez Ferrero quien en esa época tenía apenas 23 años “ Para acabar de completar el apocalíptico cuadro muchos se entregaron al vandalismo y el pillaje ya que la fuerza pública quedó desmembrada hasta que los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal llegaron con nuevos hombres a imponer orden. Como escarmiento decidieron colgar en la plaza pública a quien consideraban el líder de los desmanes un ladrón conocido como el Piringo”.
Pérez Ferrero termina su relato dando una espeluznante visión del paisaje de la ciudad después de la catástrofe “Sobre el desolado campo que había ocupado la antigua y bella ciudad de Cúcuta quedaron los despojos mortales de más de tres mil víctimas, la horca de un ajusticiado y la muestra del reloj público señalando la hora siniestra de las once y cuarto de la mañana”.
Uno de los testigos de lujo de la tragedia fue el joven Juan Vicente Gómez quien en 1875 tenía 18 años y estaba en la ciudad haciendo negocios. Dando muestras del carácter que luego marcaría su vida, logra salvar parte de la mercancía sepultada entre los escombros del lugar donde funcionaba el negocio. El joven Juan Vicente se ve obligado a abandonar Colombia, porque recibe noticias provenientes de Venezuela donde le informan que San Antonio del Táchira y su hacienda “La Mulera” están casi en ruinas por causa del terremoto. La impresión de esta tragedia acompañaría al Benemérito durante el resto de su vida y prueba de ello es que sesenta años después, según dice Manuel Caballero en su libro “Gómez, el tirano liberal”, escribiría una carta personal donde relata sus recuerdos de aquella tragedia y se refiere a este sismo como “El Terremoto de Cúcuta”, ciudad donde vivió cerca de cuatro años.
Gracias a las oportunas diligencias del Doctor Aquileo Parra Gobernador del estado de Santander y del presidente de la república Doctor Santiago Pérez la ciudad logró canalizar las ayudas que enviaron países como Italia y Alemania para reconstruirla hecho que fue un éxito hasta el punto de decir que cinco años después Cúcuta ya contaba con ferrocarril. De un plumazo la naturaleza devastó un poblado en plena expansión y auge para crear un lustro después una ciudad moderna que pudo soportar una terrible epidemia de fiebre amarilla, el hambre que despierta un sitio tan feroz como se vivió en los albores del siglo XX durante la guerra de los mil días. Lo soportó todo menos la terrible caída del Bolívar ocurrida en 1983 hecho del que todavía nos ha costado levantarnos. A veces las caídas en la bolsa de valores suelen ser más devastadoras que el más violento de los movimientos telúricos.
En el libro El Terremoto de Cúcuta Luis Febres Cordero habla de una ciudad llena de “Importantes casas comerciales europeas que efectuaban relaciones comerciales con Inglaterra, Alemania, Italia y Francia. A esos países se exportaban los famosos sombreros jipijapa que se confeccionaban en el estado soberano de Santander; el cacao que se producía en las vecindades de Cúcuta; el café que era el principal producto de exportación, la panela, el fique y otros productos regionales”
Si bien los ya citados productos siguieron siendo importantes, se agregaron a estos la panela, el tabaco, y la quina, entre otros. . El aumento en la actividad comercial llevó a un mayor desarrollo de la villa de San José, que empezó a predominar sobre los demás asentamientos del valle. El pueblo de San Luis terminó siendo absorbido por San José y la villa del Rosario se estancó en su crecimiento.
Hacia 1850 se creó la Provincia de Santander y San José de Cúcuta se designó como su capital. Fue un reconocimiento a su desarrollo. Luego, en 1859 fue la capital del Departamento de Cúcuta, perteneciente al Estado Soberano de Santander. Estos cambios significaron su independencia de Pamplona, que hasta ese entonces había sido la ciudad dominante de la región. En términos demográficos, hacia mediados de la década de 1860, Cúcuta superó a Pamplona en número de habitantes. Mientras la antigua capital de provincia se estancaba, Cúcuta florecía. En 1850 Manuel Ancízar habla de “Una ciudad próspera donde los de la villa han tenido el juicio de conservar en las plazuelas y patios frondosos, cujíes y mamones gigantescos cuyo benéfico ramaje resguarda las casas del ímpetu de los vientos, mitiga los ardores del sol e impide la reverberación del suelo” A pesar de que Ancízar hace énfasis en la costumbre que tenían los cucuteños de sembrar árboles dentro de sus casas son muchos los cronistas que se quejan de que las calles de la ciudad no estaban arborizadas.
Según lo que podemos leer en las crónicas que nos quedaron la ciudad de antes del terremoto vivía sin duda un periodo de esplendor. Don Julio Pérez Ferrero en su libro sobre la ciudad destacaba la forma en que se ejercía la actividad comercial “El comercio se extendía hasta Bogotá cuando la navegación del Magdalena, que se hacía en Champañes, era difícil y dilatada. Don domingo Pérez , nuestro padre , llevó en varias ocasiones mercaderías de Cúcuta a Tunja y a Bogotá. ¡que grado de honradez caracterizaba al comercio de Cúcuta! No se firmaban documentos. ¡La palabra empeñada era inviolable! Parecía pueblo Aragonés”.
A pesar del entusiasmo que pueda sentir por estos años Pérez Ferrero se nota desde el origen mismo de la ciudad la génesis de nuestra propia desgracia: el apego que sentía Cúcuta hacía la actividad comercial acercaría a sus habitantes a la actividad parasitaria de vender lo que ya está hecho, a depender de los caprichos de la economía venezolana y lo más grabe a no pensar en que la creación de empresas es lo único que puede posicionar a una región en el panorama nacional.
Sin embargo se exportaban productos como el café primero que nadie en este país. Ese esplendor económico se reflejaba en lo que nos cuenta Jorge Augusto Gamboa en su artículo sobre el terremoto publicado en la Revista Credencial” Desde 1854 aparecieron los primeros periódicos como La Prensa, luego hubo otros como La Dulcinea y El Comercio. El primero que funcionó diariamente lo hizo desde 1871 y fue el “Diario del Comercio”, dirigido por don Francisco de Paula Andrade. Desde 1874 se estableció el telégrafo. Por aquel entonces la ciudad tenía unos 12 barrios, con 2 plazas, unas 3 iglesias, el consulado de comercio, 137 establecimientos comerciales, 72 industriales, un colegio, 2 teatros y otra serie de instituciones que dan una idea de su desarrollo. La población ya llegaba a unas 8000 almas.”
El ya citado Manuel Ancízar da estas cifras sobre la ciudad poco antes de que el seísmo la devastara “La población constaba de 11.846 habitantes habían 3 iglesias, 2 plazas, 18 almacenes, 23 tiendas de ropa, 24 bodegas, 70 pulperías, 4 planterías, 2 boticas, 4 sombrererías, 5 sastrerías, 2 herrerias, 7 zapaterías, 12 panaderías, 3 relojerías, 1 armería, 6 latonerías, 1 ebanisteria, 3 talabarterías, 2 alfarerías, 7 fábricas de ladrillo, 2 tenerías, 1 fábrica de vinagre, 1 encuadernación de libros, 2 café con billares, 3 fondos y 1 ingenio”
En la primera de las fotos que se puede ver de la ciudad, foto que data de 1854 podemos ver un conjunto de casas desperdigadas en un valle seco, maltratado por el sol. Desde esa panorámica una podría colegir que el calor sería asfixiante, que había que salir a la calle para que el vapor no te asfixiara dentro de las altas paredes que conformaban las casas. Según Julio Perez Ferrero en sus conversaciones familiares “Era costumbre generalizada en la ciudad sentarse en las aceras en las horas de la tarde, en las que un viento suave y refrescante hace olvidar los fuertes calores del mediodía. Costumbre grata y que revelaba sencillez en la vida social. Se veía la ciudad animada con la presencia general de las familias en las aceras de sus habitaciones”. Las calles que más agitada vida social tenían eran la Calle del comercio, donde solían sentarse en la puerta del almacén de Gallegos Hermanos, organizando encarnizadas tertulias que duraban casi siempre hasta el anochecer y por supuesto la calle de la cárcel que era administrativamente la más importante porque allí funcionaba la penitenciaría y además la casa municipal.
El reputado geógrafo y cartógrafo francés Alfred Hettner da esta visión de lo que era la ciudad antes del cataclismo “las calles de Cúcuta eran estrechas y las casas, de varios pisos, de una estructura y techos pesados; mas en razón a la lección recibida, la reconstrucción se realizó con calles amplias, bordeadas de casas de un solo piso. Las vías bien aseadas forman un contraste saludable comparándolas con las de la mayoría de las ciudades colombianas, lo mismo que las casas simpáticas y limpias, con palmeras cocoteras y otros árboles dispersos entre ellas, ofrecen un aspecto urbano bastante agradable, el que desgraciadamente desaparece al salir de la ciudad para entrar a la zona de los ranchos miserables. Los almacenes nada tienen que envidian a los de Bogotá, ni en presentación ni en surtido, hasta el punto de encontrar aquí varios artículos que en la capital había buscado en vano. También la instalación de las casas de habitación y el modo de vivir de los habitantes ostentan cierto estado de comodidad que antes no había encontrado en otras partes del país, sin perjuicio de pretenden los cucuteños no haber vuelto a alcanzan todavía el nivel de bienestar perdido pon el terremoto. Factores que menoscaban en sumo grado el placer de la vida son el calor sofocante que reina y el polvo que se levanta pon el fuerte viento que sopla desde el sur a las horas del mediodía, por lo menos durante los meses de junio a septiembre. Pero con todo, el clima seco es saludable”
Como vemos era una ciudad cosmopolita, donde el papel de la iglesia a diferencia de otras ciudades de Colombia cumple un papel secundario. Ese desapego fue tildado en algún momento como una causa para que se despertara la ira divina aunque como veremos más adelante Dios no tuvo nada que ver en que se edificara la ciudad en una zona con una amplia actividad telúrica. Casas tan hermosas y lujosas como la del Don Ignacio Aranguren que con sus dos esplendorosos pisos y su amplia azotea adornaban la activa calle del comercio. Todo eso se vendría abajo en menos de un minuto el mediodía del 18 de mayo de 1875.
EL TERREMOTO
Es común que antes de que sucedan desgracias empiecen a aparecer signos que prefiguren la tragedia. El terremoto de Cúcuta no fue la excepción. El general Domingo Díaz que había sido testigo y sobreviviente del terremoto de Cumaná notó una semana antes del cataclismo que “Las aves no se posaban en los árboles” esto suscitó en el general un temor que lo obligó a levantar una tolda al fondo del patio de su casa donde obligó a su familia a dormir allí. Gracias a esta precaución no tuvo que lamentar ningún deceso dentro de sus seres más queridos. Según el relato de Luis Febres Cordero Días atrás,” una mujercita, a la que se juzgó loca, predecía un cataclismo, y es sabido con toda evidencia que vino a Pamplona a consultar el caso que le ocurría con el venerable presbítero doctor Antonio María Colmenares, quien por dos veces nos ratificó la exactitud de esa versión”.
Dositeo López era un ciego muy famoso en la ciudad por haber sobrevivido al terremoto de la Lobatera ocurrido en 1849 días antes de la destrucción de la ciudad le decía a su familia que en el ambiente “Olía a Lobatera” y les ordenó que se refugiaran en el cocal. Allí se salvaron. Varios testigos afirmaron ver como dos espadas de fuego se cruzaban en el cielo y muchos afirmaron escuchar el día antes de la tragedia como una madre se paseaba por las empedradas calles de Cúcuta suplicando porque le devolvieran a sus hijos.
El caso es que ninguno de estos anuncios preparó a la ciudad para la catástrofe ni siquiera el hecho de que el domingo 16 de mayo se hubiera sentido un temblor de considerable magnitud tal y como lo constata el doctor Hermes García en sus memorias “Acababa de pasar, inconscientemente para nosotros, el primer temblor, el del 16 de mayo en la tarde. Nada más recordamos; ni si se tomaron precauciones en la noche que sobrevino y en la cual nada perturbó nuestro sueño inocente”. Este hecho lo corrobora el otro cronista del terremoto el entonces niño Julio Pérez Ferrero “El domingo 16, ante víspera del inolvidable cataclismo, se sintió a las 5 de la tarde un fuerte temblor que agrietó las paredes en algunas de las casas centrales”. El lunes también la tierra volvió a moverse casi a la misma hora del cataclismo que devastaría definitivamente a la ciudad: las once y media de la mañana.
A esa hora se acostumbraba almorzar así que la mayoría de los cucuteños se guarnecían en sus casas del sol calcinante del mediodía, el ruido ronco como de búfalos en estampida no hizo sospechar que la desgracia los estaba acechando. Acá está el relato del joven Pérez Ferrero sobre el momento en que la naturaleza decidió borrar del mapa a Cúcuta.
“A las 11 y cuarto de la mañana del día 18, a la hora en que la generalidad de los habitantes almorzaba, sintióse un ruido subterráneo, ronco y prolongado, cual si proveniese del desprendimiento de grandes moles del interior de la tierra, y a él sucedió el primer sacudimiento de trepidación y en seguida otro y otros muchos más, de trepidación unos y de oscilación otros, que destruyeron totalmente la ciudad en cortísimo número de minutos. Corrimos instintivamente hacia la calle y nos situamos en el centro de las cuatro esquinas cercanas a nuestra casa, y desde ese punto vimos caer los edificios de una calle, en la que quedaba en pie la botica Alemana, como caen las cartas de naipe superpuestas y en sucesión continua, espantosa, pues unos edificios caían hacia fuera cubriendo las calles, y otros hacia el interior, formando todo montones enormes de escombros; produciéndose ruido horrible con el derrumbe de las paredes junto con el crujir de las maderas y los gritos de clamor y de espanto de millares de víctimas.
Una nube espesísima de polvo envolvió a los sobrevivientes, entrándosenos por la boca y narices hasta dificultar la respiración; y habríamos perecido indefectiblemente por asfixia cuantos sobrevivíamos, si un viento impetuoso no hubiera arrastrado aquella nube que pasó por sobre los caseríos que quedaban al occidente de Cúcuta y que por el volumen pregonaba porvenir de un suceso desconocido. Despejado el horizonte, pudimos darnos cuenta de la magnitud del acontecimiento: !qué horror! ni un solo edificio, ni siquiera una pared en pie se percibía en la extensión abarcada por la vista; a los oídos llegaban en confuso clamor los aves de los heridos, los gritos de cuantos sobrevivían, !que impetraban misericordia! Un momento después, perdidas las nociones de distancia y tiempo, vimos salir de entre ruinas a algunos de los que eran nuestros vecinos, sin poder reconocernos recíprocamente, pues el polvo que nos cubría y la expresión de terror nos desfiguraban; !nos creíamos mutuamente muertos que surgían de sus tumbas! La idea de ver llegado al fin del mundo dominaba los espíritus, y a tal idea contribuían el terrible cuadro que ofrecía la perspectiva y la manifestación de la aterradora fuerza de la omnipotencia divina. “
El doctor Hermes García cuenta como fue ese minuto apocalíptico Íbamos por un largo y amplio corredor, cuando oímos un ruido como de carretas en la calle, como tropel de gentes que huyen de un toro bravío; caminábamos columpiándonos por cierto movimiento particular que en lugar de asustarnos nos divertía……acababa de pasar el primer temblor, el del 16 de Mayo en la tarde……..en la mañana siguiente, lunes, otro suceso como el de la tarde anterior nos hizo sacar del dormitorio…….. El martes, después de almorzar, el mismo particular suceso de los días anteriores, el mismo estremecimiento con su ruido de carretas en la calle, con su tropel de gente. Vimos, entre otras confusas cosas, que por los recodos de los corredores cernía la tierra en gran abundancia, como si trabajadores estuviesen dando barrazos en las paredes; una nube de espeso polvo que nos asfixiaba; y, cuando comenzaba a disiparse, la corpulenta figura de un entrañable amigo de la casa que se erguía sobre un hacinamiento de escombros, llamando a grandes gritos y que desaparecía enseguida. Luego se nos conducía por sobre montones de ruinas, sin darnos cuenta de nada, oyendo gritos y alaridos, preces y llanto. Habíamos salido del área de la villa destruida e íbamos por un camino blanco y parejo. A medida que caminábamos veíamos que la tierra hacía ondas, se abría en grietas y se volvía a cerrar…..El aire libre, la vista del campo, habían refrescado nuestro espíritu, y el aterrador espectáculo más bien nos deleitaba. Íbamos como muchachos que lleva el maestro al baño, gozándonos en saltar las grietas que se abrían y se cerraban. Ante una de ellas llamamos la atención a nuestro padre y fue de una expresión tan triste y rara el gesto que hizo, que nos produjo miedo y nos volvió taciturnos…….Luego recuerdo un campamento donde la gente se abría de brazos e imploraba misericordia. La mañana siguiente nos sorprendió a todos apiñados, sintiendo frío y hambre, alrededor de nuestra madre; uno de nosotros pidió pan, nuestro padre nos miró con intensa pesadumbre y hundiendo la cara entre las manos rompió a llorar….”.
Llama la atención que estos relatos no tengan la difusión en nuestros centros educativos que se merecen ya que están tan bien escritos y son tan descriptivos que podrían considerarse las primeras muestras de obras literarias norte santandereanas. Gracias a la meticulosidad de los relatos podemos hacernos una idea de la magnitud del sismo. A estos relatos vale la pena mencionar la importancia que tienen la fotos tomada s por Vicente Pacini, insigne fotógrafo italiano, antes y después de que el terremoto devastara la ciudad. Las fotos sobrevivieron a la labor quijotesca asumida por Efraín Vásquez de recopilarlas en el libro “Cúcuta a través de la fotografía” editado por la Cámara de Comercio en el año 2000. Cuenta Vásquez que parte de las fotos se las compró al barrendero de la Academia de Historia que las había rescatado literalmente “Del canasto de la basura” La otra parte de las 26 fotos de Cúcuta antes del terremoto y de las ruinas de la misma las consiguió en el laboratorio del desaparecido fotógrafo José Atuesta quien guardó copias de las originales ya que “Mucha gente llevaba las fotos y yo me quedaba con el negativo”. Este descuido hacia la fuente primaria hace que la labor historiográfica se convierta en una labor titánica ya que el historiador debe llenar los huecos que irreparablemente se han formado.
La cifra de muertos de la catástrofe todavía es un dato impreciso. Algunos han exagerado la cifra a cinco mil muertos lo que constituiría mas del cuarenta por ciento de los habitantes de la ciudad pero la cifra que mas se acerca a la realidad es la de 450. Alfred Hettner llegó pocos días después del cataclismo y habló de mas de 2000 muertos. He aquí sus impresiones “ Aquellas ruinas acabadas de pasar constituyen los remanentes del fuente terremoto que el 18 de mayo de 1875 a las 11 1/4 horas a. m. alcanzó a convertir en un par de segundos toda la próspera ciudad en un mar de escombros, sin dejar en pie ni una sola casa. Muertos 2.000 de sus 15.000 habitantes, de los demás muchos resultaron heridos de mayor o menor gravedad. Así las cosas, un segundo temblor, al parecer más fuerte todavía, ocurrido durante la noche siguiente, ya no encontró nada que destruir, aparte del nuevo efecto horrorizante causado sobre la pobre gente ya tan afligida, que se había acostado lo más alejada de todo muro con el propósito de descansar. Como consecuencia inmediata del terremoto estallaron incendios en muchas partes donde se había guardado pólvora, petróleo y otros artículos inflamables, para devorar buena parte de las mercancías, entre otras en la Botica Alemana. A la vez cuadrillas de rateros aparecieron por todas partes para abalanzarse sobre los escombros, en tanto que las autoridades y las fuerzas militares optaron por fugarse cobardemente, así que muchas cosas de valor se perdieron, las que con oportunas medidas conducentes hubieran podido salvarse en bien de sus propietarios”.
El cartógrafo francés además había hablado de que días antes del terremoto se había sentido una gran sequía que solo fue apaciguada cuando sobre los escombros “cayó un formidable aguacero. También de las sacudidas de menor alcance se cuenta que suelen suceden al comienzo del invierno o inmediatamente antes, fenómeno por lo demás a menudo comprobado en la América tropical. Por cierto que el terremoto no se limitó a la mera ciudad de Cúcuta, toda vez que la mayoría de las localidades ubicadas entre Cúcuta y San Cristóbal, lo mismo que aquellas de la región entre Chinácota y Salazar quedaron destruidas, en tanto que en Pamplona se derrumbó la catedral; por otra parte, la sacudida se hizo sentir en regiones tan remotas, como Caracas, Maracaibo y Ocaña”. La vecina San Cristobal volvió a sentir los estragos de un movimiento telúrico. El terremoto fue violento y si existiese una medición como la de Richter podríamos hablar de 8.6 grados. Según la mayoría de testimonios de la época y las fotos que sacó Vicente Pacini la ciudad fue arrasada.
A la desgracia de la naturaleza se le suma la de la maldad humana. Como aves de rapiña los bandidos de las poblaciones aledañas no dudaron en aprestarse a saquear lo poco que podía servir. En su trabajo “Un terremoto sin fronteras” Jaime Lafaille habla de estos hechos Ante la noticia del terremoto, grupos de saqueadores provenientes de sitios diferentes, se dirigieron a Cúcuta y a otras poblaciones afectadas para aprovechar el caos reinante, destruyendo lo poco que había quedado, incluyendo la moral de los sobrevivientes. Tan grave fue esta situación que uno de los primeros decretos del gobernador del Estado de Santander, Doctor Aquileo Parra, dice lo siguiente: “El Presidente del Estado Soberano de Santander, teniendo en cuenta las noticias que se han recibido del estado de desmoralización en que se halla el Valle de Cúcuta, DECRETA: ARTÍCULO PRIMERO Levántese por el Jefe departamental de Soto inmediatamente una fuerza de cincuenta hombres, por enganchamiento o inscripción voluntaria, para que marche a los valles de Cúcuta a dar protección a las personas y a los auxilios que se envíen para los desgraciados”. Luego siguen otros artículos donde se designa al comandante y donde se exhorta a los ciudadanos a colaborar con las armas que tuvieren para armar a la recién creada fuerza del orden. La situación era tan grave que el director de la cárcel, Señor Fortunato Bernal, organizó localmente una fuerza con parte de la fuerza pública del Estado y unos reclusos a los que armó, asumiendo un poder discrecional bajo el nombre de “Jefe Civil y Militar”.
Entre los bandidos se destacó la figura de Piringo un delincuente venido desde San Cristóbal quien organizó su banda de asaltantes aprovechando que los soldados de la ciudad habían huido espavoridos después del sismo. No hubo como renovar a los batallones ya que hasta el otro día se pudo establecer comunicación con Bogotá. Los postes telegráficos quedaron destruidos y el cale grafista tuvo que irse en mula hasta Chinacota para poder avisar al presidente del desastre.
Sobre el horror del pillaje que vino horas después del terremoto se refiere Febres Cordero “Y para aumentar lo sombrío de aquel espectáculo pavoroso, apenas destruida la ciudad, algunos seres desalmados se entregaron al pillaje y descerrajando las cajas de hierro en que guardaban el dinero sus poseedores, producían un ruido infernal e incitaban al robo a cuanto veían los caudales de que se adueñaban. Aquel bochornoso pillaje duró por algunos días, hasta que una nueva fuerza, comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal, se presentó en el puente San Rafael, donde acampó, después de convencidos aquellos jefes de la necesidad suprema de acabar con el bandidaje para poder restablecer la normalidad y asegurar con ésta la existencia de millares de personas, aprehendieron a siete ladrones, y sometido el más responsable de los presos, bien conocido en la localidad y llamado Piringo, a consejo de guerra verbal, fue condenado a muerte y pasado por las armas en el mismo día, a las cuatro y media de la tarde. Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del terremoto...”
La lluvia caía incesantemente sobre las ruinas de lo que fue la ciudad. Por unas horas el horror se pintaba en la mente de los sobrevivientes. Heridos, cuerpos en descomposición y huestes de niños hambrientos era el paisaje que se cernía sobre el valle. La banda de Piringo escudriñaba entre los escombros que descansaban en el suelo. Gente que desesperada se aferraba a la poca vida que les quedaba gritaba pidiendo auxilio pero en vez de recibir ayuda lo que les daban eran amenazas y palabras procaces. Como una mancha voraz los saqueadores se esparcieron por la ciudad caída.
Según Don Francisco Azuero el mencionado Piringo era “Un maracaibero de color trigueño y bigotes engomados muy recientemente radicado en Cúcuta en donde ya había dado que hacer a las autoridades”. Gracias al relato de Azuero podemos tener otra visión dantesca de la tragedia y posterior saqueo. Según el citado cronista Piringo mató con sus propias manos al conocido latifundista Don Joaquin Estrada.
Poco duró el reinado criminal de Piringo. Una vez se tuvo noticia en Bogotá de la tragedia se aprestaron a enviar tropas nuevas de los pueblos vecinos. Acá está la visión de Julio Perez Ferrero quien en esa época tenía apenas 23 años “ Para acabar de completar el apocalíptico cuadro muchos se entregaron al vandalismo y el pillaje ya que la fuerza pública quedó desmembrada hasta que los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal llegaron con nuevos hombres a imponer orden. Como escarmiento decidieron colgar en la plaza pública a quien consideraban el líder de los desmanes un ladrón conocido como el Piringo”.
Pérez Ferrero termina su relato dando una espeluznante visión del paisaje de la ciudad después de la catástrofe “Sobre el desolado campo que había ocupado la antigua y bella ciudad de Cúcuta quedaron los despojos mortales de más de tres mil víctimas, la horca de un ajusticiado y la muestra del reloj público señalando la hora siniestra de las once y cuarto de la mañana”.
Uno de los testigos de lujo de la tragedia fue el joven Juan Vicente Gómez quien en 1875 tenía 18 años y estaba en la ciudad haciendo negocios. Dando muestras del carácter que luego marcaría su vida, logra salvar parte de la mercancía sepultada entre los escombros del lugar donde funcionaba el negocio. El joven Juan Vicente se ve obligado a abandonar Colombia, porque recibe noticias provenientes de Venezuela donde le informan que San Antonio del Táchira y su hacienda “La Mulera” están casi en ruinas por causa del terremoto. La impresión de esta tragedia acompañaría al Benemérito durante el resto de su vida y prueba de ello es que sesenta años después, según dice Manuel Caballero en su libro “Gómez, el tirano liberal”, escribiría una carta personal donde relata sus recuerdos de aquella tragedia y se refiere a este sismo como “El Terremoto de Cúcuta”, ciudad donde vivió cerca de cuatro años.
Gracias a las oportunas diligencias del Doctor Aquileo Parra Gobernador del estado de Santander y del presidente de la república Doctor Santiago Pérez la ciudad logró canalizar las ayudas que enviaron países como Italia y Alemania para reconstruirla hecho que fue un éxito hasta el punto de decir que cinco años después Cúcuta ya contaba con ferrocarril. De un plumazo la naturaleza devastó un poblado en plena expansión y auge para crear un lustro después una ciudad moderna que pudo soportar una terrible epidemia de fiebre amarilla, el hambre que despierta un sitio tan feroz como se vivió en los albores del siglo XX durante la guerra de los mil días. Lo soportó todo menos la terrible caída del Bolívar ocurrida en 1983 hecho del que todavía nos ha costado levantarnos. A veces las caídas en la bolsa de valores suelen ser más devastadoras que el más violento de los movimientos telúricos.