Cuando entramos
a una sala de cine lo primero que estamos buscando es una historia que tenga el
poder de transformarnos. Cientos de películas se exhiben en todo el mundo, una
ínfima cantidad tienen el poder de contarnos algo diferente. No importa el
tema, si es sobre un bombero degradado por borracho que para ganarse la vida
deba ahora disfrazarse de payaso, si has podido construir personajes reales la
historia tendrá fuerza en si misma.
No existen
fórmulas, ni espacio para la sorpresa. Existe un tópico que no siempre se
cumple, el de que la mayoría nunca tiene la razón. Los críticos en su
prepotencia tienen el convencimiento de que una película taquillera
necesariamente debe ser una mala historia. El público no es tonto, ha estado en
demasiadas salas de cine como para saber cuándo una trama tiene el poder de
transformarlo. Ya nada lo sorprende y de eso debe estar consciente el guionista,
posiblemente todas las historias ya están escritas, lo que es inagotable son
las variantes que pueden tener sus personajes.
Es
fundamental que el público establezca un vínculo con su personaje, que se
identifique con él, que se apropie de sus problemas. No importa el género, si
existen naves espaciales, máquinas del tiempo o pequeños seres verdes, si
construyes un buen personaje la historia será creíble. Una persona es su mundo
y sus conflictos por lo tanto no deberás crear arquetipos para una historia en
la pantalla. No podrás porque no será creíble. Nadie es completamente bueno ni malo, tiene
que haber necesariamente un lugar para la ambigüedad.
Las
películas no son buenas y malas por el género que aborden sino por cómo están
construidos los personajes a partir de la escritura del guión. Tomemos un
ejemplo del más discutido de los géneros, la acción. A mediados de los ochenta
la era Reagan convirtió a Hollywood en un vertedero de basura donde no se
hacían películas sino propaganda del más descarado fascismo. Aparecieron las
sagas de Ninja americano, Vengador anónimo y Prisioneros de guerra, no sabías muy bien cuál era el motivo por el
cual se movía Michael Dudikoff, Charles Bronson o Chuck Norris a matar lo
importante es que estaban armados y que tenían rabia. Se creía que esa era la
única manera de hacer acción hasta que aparecen dos películas que treinta años
después no solo se mantienen vigentes sino que se han convertido en películas
de culto. Hablo de Arma mortal y Duro de matar.
En la
primera Mel Gibson encarna a un policía con serios problemas siquiátricos que
anda sumido en una depresión profunda porque su esposa acaba de morir y para
atenuar la pena no siempre se necesita un cura o un sicólogo; el viejo Jack
Daniels y una buena raya de coca pueden ser los mejores consejeros. Martin
Riggs a pesar de que tenga la cara de Mel Gibson no es precisamente un modelo a
seguir. Vive como puede en un tráiler al lado del mar y constantemente están
amenazándolo con echarlo de la fuerza
pública por su mal comportamiento.
Del otro
lado está Bruce Willis alistándose para ir con su esposa a una fiesta en el
edificio Nakatomi. El tipo está incómodo, no hay nada peor que conocer a los
amigos de otras personas así sea la mujer que duerme contigo. Se están
vistiendo para ir a la cena dentro del edificio. La mujer se adelanta, Mcclane
se demora vistiéndose, cuando escucha las descargas de las ametralladoras
actúa. El héroe tiene un problema; está descalzo, no ha alcanzado a vestirse
completamente.
Además del
poder de la historia de cada una de las películas está el detalle de que tanto
Riggs como Mcclane se parecen a nosotros. Si logras crear un héroe que se
identifique con el público tu película está salvada.
No existe
nada más rococó que el concepto ese de cine arte. Todo lo que sea aburrido,
lento, mal fotografiado y europeo es cine arte. Esto es un pleonasmo. El cine
es un arte, esto está claro. El concepto surge a mediados de la década del 20 y
lo acuña el crítico y pionero cineclubista Louis Delluc. Casi un siglo después
miles de snobs viven diciendo que las
únicas películas dignas de verse son las que un jorobado presenta a media noche
en un cineclub. Esto es tan erróneo como
creer que existe una alta y una baja cultura. Hay que quitarse los prejuicios
de la cabeza, el arte debe servir no solo para pensar sino para evadirse. Si eso
no es arte pues no me importa pero yo pago una boleta de cine es para que me
cuenten una historia.
Los cavernícolas se entretenían viendo en su
cueva el movimiento del fuego mientras comían. La obsesión por apresar el
movimiento nació con el hombre, allí está el jabalí de ocho patas en la cueva
de Altamira, los dibujos secuenciados del palacio de Ramses, la linterna mágica
de Athanasius Kircher, el Kinetoscopio de Edinson. La gente no solo se conforma
con la imagen, para eso irían a una exposición fotográfica o a el Louvre, no,
la gente entra a una sala de cine a que le cuenten una historia.
Cinco años
después de que los hermanos Lumiere presentaran su invento en París el
cinematógrafo era considerado una antigüedad. Melies les compró el invento y
Auguste reía porque creía que ese mago se había vuelto loco. Ignoraban que
George Melies estaba convencido de que esa invención era mucho más que una
curiosidad científica capaz de apresar el movimiento. El cine podía ser usado como una pluma para
contar historias. El ilusionista salvó al cine de una muerte temprana.
Después del
éxito de Viaje a la luna se
dispararon las historias. Los primeros guionistas usaron las grandes obras de
la literatura o el drama de Jesucristo para
hacer sus películas. Con la incursión en 1927 del sonido el cine fue
considerado el séptimo arte y no porque sea un arte menor o emergente sino
porque tenía la capacidad de contener en sí mismo todas las artes. Estaba la
fotografía, la pintura, la música, el teatro y en cierta forma la literatura.
Sin embargo no
existe nada más diferente de un guión que una novela. En esta última un error
puede ser considerado un toque vanguardista en el primero una equivocación
puede ser fatal. Hay que desligarse por completo de la literatura a la hora de
escribir secuencias. Hay que ser minucioso y pensar como si en vez de cabeza tuviéramos
una cámara. Después de que hayas escrito esa primera versión sabes que debes
botarlo a la basura y empezar a crear a partir de ese primer camino que
marcaste. La segunda versión no será la definitiva, tampoco las otras quince
que vengan. Un guión nunca se termina de escribir. El cuento ese de los tres
amigos que se reúnen al lado de una piscina entre botellas de vodka y líneas de
coca redactando en menos de una semana un guión es solo eso… un mito.
Por más de
que estemos convencidos de que podamos poner patas arriba la estructura
narrativa de una película nuestra historia necesariamente debe estar encajonada
en tres maneras de ser narrada. Para Robert McKee existen tres formas de
tramas. Estas son la Arquitrama, la Minitrama y la Antitrama. Voy a entrar a
definir qué quiere decir para el gurú del guión cada una de estas formas de
construir una historia.
En la
Arquitrama se encuentran los principios que constituyen un diseño clásico en
palabras de McKee “Implica una historia alrededor de un protagonista activo que
lucha principalmente contra fuerzas externas antagonistas en la persecución de
su deseo, a través de un tiempo continuo, dentro de una realidad ficticia
coherente y causalmente relacionada, hasta un final cerrado de cambio absoluto
e irreversible”.
En su
sentido etimológico Arqui es “eminente por encima de los demás del mismo tipo”.
La arquitrama es el arroz, la carne, el maduro del cine mundial. En los últimos
ciento diecisiete años ha sido la base de la gran mayoría de películas que han
circulado a nivel internacional. Haciendo un repaso a lo largo de decenios – El asalto al tren del dinero, Nosferatu, El
gabinete del doctor Caligari, Amanecer, El último hombre, Anatomía de un
asesinato, El precio de un hombre, Tiempo de amar, tiempo de morir, Mas corazón
que odio, Ojos bien cerrados, Los
inútiles, Rocco y sus hermanos, El padrino, Tiburón, Rocky, El Exorcista El
hombre elefante, Cabo de miedo, Los intocables, Avatar, El discurso del rey, El
silencio de los inocentes- vislumbraremos la gran variedad de historias
que ha aplicado la arquitrama.
Por otro
lado está la minitrama. Hay algunos autores que prefieren contar la vida tal y
como ellos la perciben. Con sus puntos muertos, con gente que va al baño y hace
sus necesidades, gente que suda, que llora, que pierde. Directores minimalistas
que quieren ahondar en los problemas que puede tener un personaje. Todo eso
está contenido en una minitrama. La minitrama no significa que no haya trama
dado que su ejecución puede estar tan bellamente diseñada como una arquitrama.
Según Mckee “La minitrama persigue la economía
y la simplicidad a la vez que mantiene suficientes aspectos clásicos como para
que la película satisfaga al público, de tal forma que salgan del cine pensando
“Que película más buena”.
La minitrama
aunque menos variada es igualmente internacional. Entre las películas más
destacadas cuyo marco narrativo es una minitrama encontramos La pasión de Juana de Arco, Los olvidados,
Cero en conducta, Fresas salvajes, La noche, Mi noche con Maud,El imperio de
los sentidos, Alicia en las ciudades, Sacrificio, Pelle el conquistador, Chocó,
La sirga entre otros.
Para McKee
la antitrama consiste en “Un conjunto de variaciones antiestructurales que
contradice las formas tradicionales para explotar y ridiculizar la forma clásica
de contar una historia” Los ejemplos de antitrama son escasos. Entre ellos se
destacan Un perro andaluz, La sangre de
un poeta, El año pasado en Mariemband, Ocho y medio, Persona, El fantasma de la
libertad, El mundo según Wayne, El sentido de la vida.
Uno nunca
puede caer en la tentación de creerse un genio y querer dinamitar las
estructuras narrativas creando una antitrama. Para intentarlo hay que manejar
de una manera magistral la narración lineal. Antes de hacer Persona Bergman había demostrado con Crisis y El ojo del diablo que movía a su antojo una historia líneal. Conozco
primerizos que quieren dárselas de revolucionarios creando una historia en un
ejercicio de literatura automática, usando un método parecido al de Buñuel y
Dali para construir su Edad de oro.
Los resultados son realmente patéticos.
No se puede
escribir una historia pensando en el impacto que pueda esta tener. Hay que
pensar que son muchos meses, incluso años en los cuales vas a estar sumergido
en esta historia y para que el interés no decrezca debes amar lo que haces y
uno solo ama lo que conoce.
Escribir un
guión no es para corredores de cien metros sino para maratonistas. La carrera
es bastante larga y exigente, terriblemente exigente. Si no tienes el hígado para
soportar la crítica de tus lectores es mejor abandonar la profesión. Recuerdo la
primera vez que envié un guión para que un lector profesional lo leyera. Esperaba
que me dijera que era una obra maestra y cuando lo recibí el manuscrito de
vuelta creí que había usado para matar zancudos repletos de sangre. El color
rojo predominaba en el papel. Las anotaciones eran absolutamente despiadadas.
Los personajes no estaban movidos por intenciones y no tenían vida. Las situaciones
eran forzadas y los diálogos eran planos. Se destacaba eso si que la premisa
era buena. Creí que era el fin. Le pasé las anotaciones al director con el que
estaba trabajando y este me dijo que no había porque entristecerse “Las
lecturas de guión se hacen no para que te elogien sino para que el guión crezca
y la única posibilidad de que lo haga es descubriendo sus errores”. Hay que
entender que lo que tiene un guión son problemas y que la principal razón por
la cual el cine colombiano no ha podido despegar con plenitud es por la
incapacidad que han tenido sus guionistas de construir una gran historia.
Ir a una
escuela de guión ayuda pero no debe ser un requisito para ser guionista. Lo que
si es obligatorio es que el guionista ame el cine. Decía Truffaut que el habían
terminado dirigiendo por amor al cine. Quería estar cada vez más cerca de él,
primero como espectador, después como crítico y a lo último haciendo sus
propias películas. El guionista en ciernes está obligado a conocer la historia
del cine al dedillo, a ser un obsesivo con la cartelera local, a estar leyendo
constantemente no solo libros sobre cine sino novelas, revistas, periódicos. Allí
están las historias, siempre latentes, siempre esperando ser despertadas por
los ojos curiosos de un lector.
Los hombres
de cine consumen cine, comen películas, devoran historias. Se debe estar en la
capacidad de establecer las influencias que movieron a un escritor a crear una
escena. Una de las mejores historias escritas para la pantalla fue la de la
versión de 1987 de Los intocables dirigida
por Brian de Palma y escrita por el gran dramaturgo David Mamet. En la última
parte hay una escena que revela como la cinefilia puede resolverte un problema.
Kevin Costner y Andy Garcia están esperando en una estación de tren al contador
de Capone. El clima es tenso, todos parecen sospechosos. Una mamá sube por las
escaleras un coche donde va su hijo. Costner desesperado al ver el esfuerzo de
la mujer decide abandonar su puesto y la ayuda. Justo cuando está terminando de
subir las gradas empiezan a aparecer los guardaespaldas del mafioso. De reojo
uno de ellos lo identifica. Costner se voltea para dispararle y al hacerlo toca
el coche del niño, este, en cámara lenta comienza a rodar por las escaleras
mientras se desata una infernal balacera. La inolvidable escena es un homenaje
al momento cumbre de El acorazado
Potemkin, conocido como Las escalinatas de Odessa, donde se recrea la feroz
represión zarista contra el pueblo en la revolución de 1905. Hagan el ejercicio
de ver las dos escenas y se darán cuenta de cómo se puede robar con elegancia.
Las películas también pueden tener pie de páginas.
Pero hay una
palabra que debe convertirse en mantra para cualquier guionista y esto es
economía. John Michael Hayes escribió la escena inicial de La ventana indiscreta. El tipo para
decirnos a que se dedica James Stewart y porque tiene una pierna enyesada
escribe una escena inicial donde él está dormido y vemos una cámara rota, una
portada de una revista y su respectivo negativo y la foto de un carro de
carreras estrellándose en un óvalo. Una de las llantas se acerca peligrosamente
a la cámara. Después vemos una cámara fotográfica completamente destruida. Así que
ya sabemos que el hombre es fotógrafo y que ama su trabajo porque fue capaz de arriesgar su pellejo por tomar
una gran foto. Todo esto se dijo en unos cuantos segundos. Bueno no se dijo
sino que se mostró. En el cine hay que mostrar más y decir menos. Entre menos
diálogos se hagan es mejor. No podemos pretender solucionarlo todo diciéndolo. Tenemos
que explotar más la imagen y el cine precisamente es eso, el placer del voyeur.
En la escena
inicial de Cabo de miedo Wesley Strick nos revela la personalidad del
violador Max Cady sin siquiera mostrar la cara. Vemos su celda, las fotos de
Stalin y de otros dictadores. Los libros de derecho al lado de Asi hablaba Zaratustra y el de espaldas
a la cámara haciendo fondos, con un tatuaje que cubre toda su espalda donde se
ve una balanza que simboliza la ley. No hay tampoco ningún diálogo, ni hay un
carcelero temblando diciendo lo terrible que es Cady, lo malo que ha sido.
Las
historias se escriben porque tenemos la necesidad de hacerlo. Si tienen algo
que no los deja dormir, si están tristes y silenciosos es porque de pronto
dentro de ustedes está naciendo una historia que como un alien quiere romper su
estómago y salir de allí. Las historias tienen vida propia y cuando menos
piensan están corriendo por su torrente sanguíneo. Lo que hay que hacer es
tomar la determinación de sentarse a escribirlas. La inspiración no te va a
llegar en un prostíbulo o emborrachándote con Gaviota en la tienda de la
esquina. No, la inspiración te sorprende es trabajando y si quieres construir
una historia que puedas vender debes dedicarte a ella todos los días durante
mucho tiempo, mucho tiempo. Deja todo lo que estás haciendo, mata a tu tía
solterona y millonaria o consíguete como sea un mecenas, demuestra que estás
decidido, que partes de una premisa muy fuerte, que te mantengan un año hasta que
tengas 20 versiones de ese maldito guión. Si es una buena historia se pelearán
por ti, no creas en las injusticias, cuando hay trabajo y talento vas a salir
del ostracismo. Dentro de poco te pagaran por hacer lo que más te gusta. Pero por
lo pronto trabaja, de sol a sol trabaja, teclea hasta que se borren las líneas
de tus dedos. No queda otra forma. Apúrate a hacerlo, el tiempo no te hace más
joven.