A los 33 años Godard era el cineasta más importante del
mundo. El estreno de El desprecio confirmó
lo que se había insinuado con Sin aliento
y Vivir su vida. Godard había
nacido para cambiar la historia del cine. Se comprobaba que el cine era más
importante que la vida. Nadie había iniciado un filme como él lo había hecho,
mostrando de entrada sus cartas. Mientras un narrador decía quienes trabajaban
en El desprecio la cámara mostraba
como Raoul Coutard hacía un travelling. No más empezando el cineasta francés
nos revelaba que íbamos a estar dentro de una muñeca rusa, cine dentro del
cine.
Paul Javal se ha casado con una hermosa taquígrafa un poco
tonta pero lo suficientemente sensible como para amarlo con desesperación.
Aunque sus guiones se venden bien, incluso ya había hecho una colaboración con
Nick Ray en Más grande que la vida su
situación financiera no es la mejor. Por eso la llamada del poderoso productor
norteamericano Jeremy Prokosh le ha abierto de par en par las puertas de los
grandes estudios. El proceso de rodaje de La
odisea está en un bache. Fritz Lang el director que ha contratado Prokosh
tiene una visión del drama de homero que no es precisamente la del productor.
Por eso el guión necesita una reescritura urgente. Como un maldito aliado del
demonio ha entrado Javal en el proyecto. Lang, ya viejo, cada vez más ciego,
contempla con un tranquilo cinismo su derrota. Tiene que hacer cine para poder
comer. Lejos están los días de M, del
Doctor Mabuse donde el controlaba sus
películas. Ahora es un triste títere de los estudios.
Para mostrar la frívola crueldad de un productor Godard
buscó a Jack Palance, el clásico gringo alto, fornido, de mandíbula cuadrada.
Mientras ven los primeros copiones Prokosh dice saber cómo piensan los dioses.
Es apenas obvio. El decide los más mínimos detalles de las vidas que conforman ese
pequeño universo que es una película. Una secretaria trae los rollos, él se
levanta ofuscado, los arroja al suelo, toma uno y lo tira como si fuera un
disco olímpico. Por eso necesita otro guion, un intérprete al servicio de sus
caprichos. Obliga a su secretaria a doblarse y encima de su espalda usándola
como una mesa le firma un cheque, “Sé que necesitas el dinero” Javal le
pregunta “¿Y como lo sabes?” y Prokosh responde “Porque me han dicho que tienes
una esposa hermosa”.
La esposa es una provinciana inculta pero tiene la figura de
Briggite Bardot en plena forma. La adoración que sentía Camille se ha
trastocado en desilusión Javal ya no es el escritor idealista, el que se
hubiera suicidado si no podía escribir. Ahora era otro artículo que tenía
precio y se podía comprar. Así fuera por su propio bien, por darle todo lo que
ella había soñado, un apartamento amplio, buena ropa, buena comida, un auto
descapotable. Ante una traición de esa magnitud lo único que puede sentir
Camille es desprecio.
Pero nada puede explicar el súbito desamor. Nadie deja de
amar en un solo día, a no ser que los mismos dioses que atormentan a Fritz Lang
vayan por Javal. Una venganza proveniente del mismo Olimpo. Godard dice sentir
un desprecio profundo por los guiones, por eso resulta bastante curioso que su
adaptación de la novela homónima de Alberto Moravia sea junto con La muerte en Venecia de Luchino Visconti
de las mejores que se hayan hecho en el cine. A pesar de que el libro de
Moravia es maravilloso la película la supera ampliamente. Godard no solo le
cambia el nombre a los personajes sino que la producción que se prepara no es
un drama cualquiera como aparece en el libro sino la adaptación de La Odisea. La
angustia de Lang (quien acá se interpreta a si mismo) Es la misma angustia del
director francés ante la adaptación de una idea que no es suya. El productor no
es italiano si no un poderoso hombre de negocios norteamericano. En la boca del
director alemán sale lo que Godard piensa de los productores de cine “Si yo
pudiera prescindir de algo sería de los productores”.
En cada una de las secuencias están las angustias del autor
francés. Cuando el personaje de Bardot se pone una peluca, poniendo en lugar de
su espectacular melena rubia, un cabello corto y negro uno no puede dejar de
pensar en que Jean Luc extraña a Ana Karina, la hermosa actriz que encarnó a la
prostituta que llora mientras ve como ejecutan a la Juana de Arco de Dreyer en Vivir su vida. Escenas de la vida
conyugal de ambos surgen en El desprecio como
un testimonio de que Godard se nutre de su propia vida para hacer cine.
Pocas veces hemos visto en el cine la desolación que produce
el desprecio del objeto amado. Nadie está más solo, ni más triste, ni más
miserable y humillado que cuando alguien te escupe el amor en el rostro. Verla
nadar desnuda en las cristalinas aguas del Adriático y saber que ese cuerpo fue
tuyo y que nunca más volverás a tocar produce desesperación. Nos compadecemos
de Michelle Picolli tal vez porque alguna vez hemos estado en una situación
parecida. A pesar de los colores, del sol destilando brillo mientras se
estrella contra el mar, El desprecio es
de las películas más desesperanzadoras, más tristes que se han hecho en los 117
años que tiene este arte.
Es una pena que Jean-Luc Godard no haya muerto después de
haber rodado a sus 33 años esta obra maestra. Después no tuvo mucho que decir. El
maoísmo y su propio egocentrismo dieron al traste con su carrera. Es increíble
que aún permanezca activo, como si fuera una figura mitológica, un monstruo
jurásico anclado en una época y un cine que no es el suyo. Se le acabaron las
palabras y las imágenes de una manera prematura. Para mí es como si hubiera
muerto ese verano en Capri y lo hubiese suplantado un farsante el mismo que
quiso adoctrinar con su maoísmo barato a miles de incautos que posaban de
intelectuales aguantando esperpentos como La
china o Todo va bien.
Si quieren conocer el cine y la crueldad del desamor no
duden en verla. Ahí les dejo la película. Disfrútenla.