En mayo de 1991, Jerry Kosinski, novelista y amigo de juerga
de Roman Polanski desde los jóvenes años polacos, decidió agregarle a su
habitual ron con coca-cola una dosis
fatal de barbitúricos. Para hacer todavía más macabro su suicidio se envolvió
en la cabeza una bolsa de plástico y se metió en una bañera rebasada de agua
caliente. Al otro día lo encontraron boca abajo, hinchado y entre el agua como
un pez globo. Ni siquiera el hecho de haberle vendido un par de años atrás a
Peter Sellers los derechos para el cine su novela Desde el jardín, hizo que la amargura no corroyera su alma.
Polanski estaba en su chalet en Ibiza y la noticia no lo
sorprendería demasiado. Estaba pasando otro de sus dilatados periodos negros . Después
de Frenético ninguno de los proyectos
esbozados había logrado cuajarse. Estaba ese guión inconcluso de El maestro y la margarita la novela
antisoviética de Mijail Bulgakov que pensaba llevar al cine pero que al final
terminaría naufragando en el mar de restricciones presupuestales que le
imponían los ejecutivos de la Warner Brothers. Cansado del continuo riffi-raffe
abandona el proyecto y se centra ahora
en el frío glacial de la hoja en blanco. Ni siquiera el amor que sentía por su
nueva esposa, Emmanuelle Seigner, podría ayudarle a cambiar el ánimo. “Lo que
la gente olvida- dijo en su momento Kenneth Tynan, reconocido dramaturgo y coguionista
de su Macbeth- es que Roman es un
escritor, y que como tal es víctima de las habituales neurosis literarias”.
Cómo Oscar, el frustrado escritor de Luna de Hiel, la relación con su joven esposa lo estaba asfixiando.
Ya había pasado el hambre sexual y ahora venía el momento de los compromisos,
de los celos y de las responsabilidades y para un chico salvaje cómo él, era
muy difícil amarrarse a una sola mujer. En esos tempranos días del matrimonio,
Seigner estaba obsesionada con Polanski. La sola idea de que él se fuera seis
meses a rodar una película la volvía loca, así que él sabía que si aceptaba un
proyecto tenía que incluir obligatoriamente a la joven actriz con la que se
había casado.
Todas esas cargas tenía sobre sus hombros el director polaco
cuando lo llamaron a contarle lo de Kosinski. No entendía porque razón su amigo
había decidido salir por la puerta de emergencia si habían soportado todo lo
peor que un hombre puede soportar. Ambos perdieron a sus madres en Auschwitz y
vivieron de lleno el horror de la Polonia ocupada por los nazis. El novelista
lo había soportado todo, menos las acusaciones que señalaban de plagiario. La única explicación a su
abrupta decisión reposaba en una nota que encontraron al lado de la bañera,
salpicada de agua y jabón: “Me voy a echar a dormir un rato un poco más largo
de lo habitual. Llamad a ese tiempo eternidad”.
No fue sino enterarse de la noticia para que Polanski
reaccionara insultando por última vez a su amigo-enemigo, el hombre con el que
había sostenido una relación de amor y odio durante casi cuatro décadas.
Supersticioso como era, interpretó el suicidio del escritor como una señal de
que debía sumergirse como fuera y cuanto antes en un nuevo proyecto que lo
sacara del letargo. Los directores de cine son como los tiburones, si no se
mueven se ahogan.
Cuenta la leyenda que cansado de esperar luz verde de los
estudios de cine, decidió entrar ilegalmente a Estados Unidos en donde rodaría
una nueva adaptación de Rebeca. Hay quienes
afirman que la nueva versión cinematográfica de la novela de Daphne du Maurier,
se alcanzó a rodar en Beverly Hills, en la casa del inversor y filántropo Max
Pavelsky con un elenco de lujo encabezado por las estrellas Warren Beatty,
Anjelica Huston y Nicole Kidman. Nadie ha visto la película y ni siquiera se
puede acreditar que se rodó, pero los que leyeron el guion afirma que es una
versión sadomasoquista y cruel de la versión que rodó Alfred Hitchcock en 1940.
Polanski en estado puro.
Regresa a Francia, esperando que aparezcan inversionistas
para poder terminar su Rebeca pero
nadie quiere saber nada de El Topo Diabólico, apodo con el que lo bautizaría
Roland Topor en la época de El inquilino
quimérico. Alain Sarde, joven productor francés que se moría de ganas por
trabajar con él, lo llama a su oficina con la firme intención de respaldar económicamente
lo que él le propusiera. Polanski le presenta el guion de Morgane, un mamotreto que escribiría a cuatro manos con Jeff Gloss,
conversan animadamente durante horas y el polaco ve, en el escritorio de Sarde,
la novela Lunes de fiel de Pascal
Bruckner, escritor francés que se convertiría con el tiempo en uno de los pocos
intelectuales de su país que defendería a George W. Bush y Donald Rumsfeld.
Entre Sarde y el director se despiden con una sonrisa y un
apretón de manos, no sin que antes este último le pidiera prestada la novela de
Bruckner. La leyó en una sola noche y de una sola sentada y al otro día muy
temprano llamó al productor y le expresó entre gritos histéricos que quería
adaptar la novela. Sarde celebró la coincidencia: apenas unas semanas atrás
había comprado los derechos de ella y la verdad había empezado a arrepentirse
de la decisión. De inmediato se acordó un modesto presupuesto de cinco millones
de dólares y se empezó a trabajar en el guion que emergería más o menos fiel a
la novela.
Nigel (Hugh Grant) y Fiona (Kristin Scott-Thomas) son una
pareja de ingleses bastante estirados, fríos y pudorosos que llevan siete años
juntos. Como es de esperarse el matrimonio ya presenta grietas y por eso han
creído que la solución para superar la crisis es irse por un periodo a la
India. En el barco que los lleva a oriente se encuentran con Óscar (Peter
Coyote) un americano paralítico de excéntrico comportamiento que viaja junto a su
esposa, la misteriosa y sensual Mimi (Emmanuelle Seigner). Una noche en la que Fiona
se retira hasta su camarote a descansar y Nigel se queda en el bar a tomarse unos tragos, éste
ve a la exótica vampiresa bailar sobre una tarima con una sexualidad
desbordada. En el instante cae subyugado ante el encanto hipnótico de esta diosa
del sexo. Oscar es perfectamente consciente de lo que su esposa provoca en los
hombres, así que aborda al correctito y puritano inglés en la cubierta del
barco y le promete ayudarlo a acostarse con su ella si es capaz de escuchar la historia
de su matrimonio.
Allí, en la estrechez del camarote del paralítico, Nigel
escucha la historia de este hombre que viajó de Nueva York a Paris,
aprovechando que había heredado una fortuna de su abuelo, con el sueño de
hacerse escritor. Esto se frustraría desde el día en que conoció a Mimi. Ahora sólo
quería estar dentro de ella. El sexo los va consumiendo, devorando. Nada sacía
el hambre que siente a esa mujer de aspecto gatuno, ni siquiera el látigo, el
cuero, las máscaras y las cuerdas que caracterizan el sadomasoquismo. Y de
pronto un día Óscar se da cuenta de que ya no la desea más, de que lo único que
los unía era el sabor de su vagina y ella, que no tiene a nadie más que a ese
hombre seco y arrugado que podría ser su padre, se enamora con locura y él le
escupe su amor en la cara, la humilla, la degrada y siente placer al hacerlo.
Lo que ignora Oscar es que el mundo da muchas vueltas y que no hay nada más
terrible que la venganza de una mujer enamorada.
Con Luna de hiel Polanski
no sólo vuelve a su lugar natural, el plató, sino que lo hace con su esposa,
cómo se lo había prometido. Cuando un realizador dirige a su compañera de vida siempre
hay complicaciones, nada más recuerden lo tormentosa que fue la relación entre
Rossellini e Ingrid Bergman, o los problemas que tuvo Jules Dassin con Melína
Merkoúri, ésta colaboración no sería la excepción. Ante el periodista Stephen O’Shea
, Polanski reconoció que su vida
familiar fue bastante complicada en 1991 y a principios de 1992 “Cuando uno
dirige y vive con alguien que se ocupa por el trabajo hay que tranquilizarle. Pero
a veces uno tiende a decir: “Caya ya por favor. Vamos a vivir un poco”
Seigner no sólo idolatraba a su marido sino que lo respetaba
como director. Por eso para ella esta segunda colaboración conllevaba una
responsabilidad muy grande. Tenía que estar a la altura de su esposo. A pesar
de su empeño y de que 23 años después la encontramos fabulosa, la crítica
despedazaría a la actriz e hizo énfasis en que ella había obtenido el papel de Mimi sólo porque
era la mujer del polaco. Yo creo que Seigner está perfectamente creíble en esas
dos personas que ella caracteriza en la película. Primero vemos a una joven
pueblerina e inocente que aún cree en el amor y se entrega a él con pasión.
Ella se vuelve pervertida porque él se lo pide, ella lee su novela infumable
sólo porque él la escribió. Él es su sol y su luna, pero así como hay tribus
que se revelan ante sus dioses por los males que ellos desde el cielo le
envían, Mimi es capaz de destruir a su Dios, de aniquilarlo, de reducirlo a una
silla de ruedas no sólo por venganza, sino para garantizar que nunca se irá de
su lado. Sigue siendo convincente cuando se convierte en una despiadada vampiresa.
Peter Coyote no era la primera opción de Polanski. Él quería
que su amigo Jack Nicholson volviera a trabajar a su lado pero el escaso
presupuesto y las dificultades que tenía el protagonista de Chinatown para viajar a Francia,
hicieron que las negociaciones se empantanaran. También estuvo cerca de firmar
Jeremy Irons, en un papel que le hubiese venido como un guante, pero, según
cuenta Christopher Sandford en su biografía Polanski,
el actor inglés se espantó después de leer el guion que le pareció
escandalosamente sádico. Coyote logra trasladar ese aire inquietante que tiene
Oscar en la novela a la pantalla. Es un personaje tan sucio que provoca ponerse
guantes de latex antes de tocarlo. Esa infamia y perfidia se marca en cada
arruga del expresivo rostro del actor norteamericano.
Luna de hiel a
pesar del escándalo en la que se vio envuelta por su tratamiento, apenas
recaudó lo invertido en ella. Las críticas
no fueron muy clementes con la película y volvieron a acusar a Polanski de
exhibicionista y sádico. Los rumores se volvieron agrios cuando empezaron a
decir que Seigner estaba embarazada durante
el rodaje y que a pesar de eso Roman le había obligado a interpretar escenas
que rozaban con la pornografía. Esta vez los guardianes de la moral y las
buenas costumbres volvieron a equivocarse ya que el hijo de esa unión nacería
el 20 de enero de 1993, nueve meses antes, en abril de 1992, la pareja ya había
acabado el rodaje.
23 años después de la tormenta que suscitó la película ,
podemos afirmar que Polanski tenía razón. Lejos de haber envejecido Luna de hiel se ha convertido en uno de
los testimonios más descarnados de lo que puede ser una relación de pareja. El sexo
descarnado de los primeros meses, el hastío que viene después y el odio que se
incuba durante años y que se arrastra como si una cadena invisible los amarrara
de por vida, son las características que suelen acompañar hasta a los
matrimonios más ejemplares. Paradójicamente y 23 años después Roman y
Emmanuelle siguen juntos y felices, como si hubieran podido exorcizar todos sus
demonios en esta película truculenta, oscura y genial.