18 de julio de 2010

WANDA

La persona que mas me ha influenciado es Wanda Perozzo. La conoci en 1991, mi papá perdió la casa por unos malos negocios y nos fuimos a otro barrio. Ella era mi vecina. Había nacido en Bogotá pero como su papá era de Cúcuta vivía allí. Tenía discos que nadie en esa ciudad podría tener, y las cosas que leía... Tenía doce años la mocosa esa. Ella me obligó a escribir ya que tenía que usar todos mis recursos para levantarmela. Fue mi primer fracaso literario. En compensación esa búsqueda me dio una vida.
Para bien o para mal la persona que soy yo la creó ella. Mientras unos iban al colegio yo iba a su casa. Gracias a ella y a su padre aprendí a amar a los libros y a la cultura. Si no no tendría ninguna opción a lo mejor no hubiera sufrido tantos dolores que me ha provocado esta tozudez de ser escritor, pero esa casa, su familia todo eso me influenció, me dio una rebeldía absolutamente rara en el calor infernal de San José de Guasimales.
Todavía recuerdo las charlas en el estudio, la tarde en que planeamos mi suicidio. La idea era morir para comprobar si había vida después de la muerte. Decidí tomarme cuarenta aspirinas, cantidad que me imaginaba sería suficiente para emprender viaje. Ella me invocaría a través de una Ouija y desde la ultratumba yo le dictaría el nuevo libro de los muertos. Me las tomé en tandas de a diez, a toda prisa escribí un testamento, a ella le dejaría mi Walkman y la bermuda escocesa que se parecía a la falda de Axl Roses. Me quedé dormido esperando abrir los ojos en otro lado pero me encontré con la pared de siempre. Se desilucionó al verme con vida, yo creo que ella no me cree, yo creo que ella todavía piensa que soy un cobarde.
Nunca me pude recuperar de su partida. Recuerdo que cuando se fue me regaló una camiseta de Sepultura y una botella de Ginebra. Durante siete años me negué a verla por el miedo de sentir ese desgarramiento que me dió despedirme. En el 2003 le caí de sorpresa a su casa de Modelia. Nos tomamos todo el vino de su mamá. Por una noche volvimos a ser esos niños que hablabamos en el patio de su casa y cantabamos a pleno pulmón el inagotable Acthung Baby.
Todavía después de 14 años me levanto pensando en ella. Siempre que la sueño mis días son tristes, en el sueño ella vuelve a tener quince y me cuenta que en la siesta tuvo una pesadilla, soñó que ya eramos unos viejos treintones atacados por la nostalgia, que no eramos los genios que creíamos ser, que todo había sido un engaño de la esperanza. En el sueño nos abrazamos felices y nos llama desde adentro Elisabeth a avisárnos que ya está listo el ajiaco. Me quedo en esa casa todo el día hasta que vuelvo a ser el viejito ese que veo ahora en el espejo.

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