Es una mentira decir que el crítico es el puente que une al creador con su obra. El arte no necesita intermediarios, ni siquiera debe importar si es entendido o no. El arte como diría de la naturaleza Feuerbach, está allí y se justifica por si mismo. No creo en los estructuralistas ni en la abstracción de los conceptos. Si el arte no es un goce no me interesa. Un crítico debe ser el lector más entusiasta, el espectador más fervoroso. Un crítico debería ser ese hombre que ama a las películas por encima de cualquier cosa, que ve en la pantalla no una obra de ficción que debe ser diseccionada como el ave de presa de un coleccionista, sino como un pedazo de vida. Las películas más entrañables, las que siempre están conmigo son en las que de una u otra manera me puedo conectar con ellas, identificar con sus personajes, sentirme parte del filme.
El crítico es un camaleón. Puede ser, si lo quiere, el idealista dueño de un bar en Marruecos en la Segunda Guerra Mundial, o, si lo quiere podría ser un hombrecito menudo, inseguro que quiere desear a la novia del amigo aparentando ser Bogart. Entra tantas frases que nos deja Truffaut está la de que el terminó dirigiendo películas “Porque cada vez quería estar más cerca de ellas” Sus escritos en Liberation y posteriormente su militancia en la iglesia baziniana no le bastaron. En su famoso artículo Una cierta tendencia del cine francés el joven Doinel destruía los filmes franceses de los cuarenta y los cincuenta ya que no mostraban la vida misma “Hay que sacar la cámara a la calle, hacer filmes con gente de verdad” Años después cuando sus películas junto con las de Godard, Rohmer y Agnes Varda cambiaron la manera de hacer y pensar cine se arrepentiría de ese ataque injusto pero necesario. Melville herido en su amor propio lo confrontó “No tienes ningún derecho a hablar de como se hacen las películas si estás detrás de un escritorio” Truffaut le siguió el consejo, se puso detrás de la cámara, la sacó a la calle, estaba adentro de la pantalla, ya no era el crítico Francois Truffaut, ahora volvía a ser el gamberro, el niño rebelde que prefería hacerle altares a Balzac que ir a clase. Como Judá León en Praga había creado un golem, su nombre: Antoine Doinel.
Un crítico no tiene moral, no importa si lo que ve es un panegírico al horror del nazismo como es El triunfo de la voluntad o un panfleto al comunismo como El acorazado Potemkin lo que importa es la emoción que nos despierta. No existen géneros, no puede existir el prejuicio del género. No me gusta el rugby pero me encantó Invictus, nunca he comprado un comic pero disfruté de Iron Man. Así como Nietzsche dice que “Un lector debe ser un niño” lo mismo pienso del espectador de cine, debe primero que todo meterse en la historia, en los personajes, creérselo, sorprenderse. Hay demasiada inteligencia, la inteligencia puede ser fascista. Todo debe tener una explicación. Todo debe ser denso y aburrido. Si entramos a la sala oscura es en búsqueda de una historia y si el relato funciona pueden hablarnos de cualquier cosa.
La crítica como la realización deben ser un ejercicio de amor, no a la humanidad sino al cine mismo. Nada sacia al cinéfago, puede estar protegido por la oscuridad de la sala todo el día. Todos le tenemos miedo a la realidad, preferimos vivir la vida del otro….si Dios fuera director de cine la vida sería menos aburrida. He renunciado desde hace muchos años a vivir mi propia vida, trabajo sin descanso para que llegue la noche y fundirme en la vida de un ferroviario enfermo de amor, que tiene que sufrir en carne viva el desprecio de la mujer que ama, ser usado por unos enanos anarquistas o bailar (sin saber como hacerlo) debajo de la lluvia. Necesito una película en la noche y después tener el placer de abrir un libro y que la película vista esté allí. Los libros de cine son un tesoro. Son tan escasos que cuando aparecen en una librería iluminan el estante. Conozco gente que ama ver películas pero que consideran una pérdida de tiempo leer sobre cine. Desconfían de él. Nada puede ser serio si lo disfrutamos. La religión nos habló del pecado, de la tortura, toda nuestra vida encerrados en un salón de clase padeciendo las imbecilidades de un profesor nos enseñó que para aprender hay que sufrir. En el cine los dolores se van, eso no puede ser digno de estudio. Me encantan leer los maravillosos comentarios personales de Cabrera Infante en Cine o Sardina. El como nadie supo ver que la crítica no hacía parte del cine sino que era un género literario. Sus declaración de amor a las vampiresas Gloria Grahame o Bárbara Stanwyck, el desprecio irracional que sentía hacia Buñuel, la excesiva confianza depositada en Spielberg, uno podía estar a favor o en contra de su manera de apreciar las películas pero siempre se aprendía y sobre todo siempre se disfrutaba. Nadie escribió de una manera más cálida, más imaginativa sobre el cine.
Muchos veneran a Andrés Caicedo, dicen que era mucho mejor crítico que escritor. Yo creo que pepe metralla va a pasar a la historia es por ser el espectador más compulsivo que se ha visto en el claroscuro de una sala. Creó el cine club de Cali cuando tenía apenas 15 años. Las funciones eran en el peor horario imaginado para verse una película, el maldito mediodía caleño, pero allí llegaban fieles a la cita, doctores y ladrones, secretarias y sirvientas, mamertos e hijos de papi y mami, amantes del Rock y de la salsa, Richie Ray contra los Graduados, los Stones contra los Beatles, no importaba el credo o la filiación política, todos se convertían a una sola religión gracias a los westerns de Peckinpah , Boetticher o Anthony Mann, a los policiales de Samuel Fuller, a la anarquía de Nick Ray. Andrés desconfiaba de todo lo que fuera aprobado por el establishment. Eran los tiempos donde en Latinoamérica se creía que el cine podía cambiar el mundo. Habían razones para creerlo. Glauber Rocha y Nelson Pereira do Santos con el Cinema Novo siguieron desde Brasil la insurrección que había provocado desde Francia Godard. Fernando Solanas y La hora de los hornos promulgaba que las cámaras se convirtieran en fusiles apuntando al maldito imperio. En Boliva Jorge Sanguinés denunciaba en La sangre del cóndor los siglos de explotación en que estaba sumido el indígena en ese país. En Colombia los hermosos documentales de Jorge Silva y Martha Rodríguez mostraban esas cámaras de tortura y aniquilamiento que eran los chircales. Había una politización, inevitable teniendo en cuenta las repercusiones que tenían en el mundo las películas que se hacían en Latinoamérica. El problema fue que la crítica empezó a permearse con esos conceptos y ya una película no era buena o mala sino que era correcta o incorrecta. Se hablaba del trasfondo social por encima de los aspectos narrativos o los estéticos que podía contener un filme. Amparados en la ingenuidad de la crítica comenzaron a surgir los Héctor Babenco, los Ciro Durán. Aparece la pornomiseria, un cine hecho a la medida de lo que necesitaba el público europeo de izquierdas. Todo lo que había sembrado el cine latino en los sesenta empezó a podrirse en los setenta. Por eso es muy difícil que la crítica que se hizo en Colombia en esos años haya envejecido.
Lo que escribió Andrés Caicedo si bien amparado en su enorme talento también en muchos aspectos parece obsoleta hoy en día. Aborreció por ejemplo Los dos padrinos de Coppola, no se conmovió con el cine de Cassavetes, subestimó a Woody Allen. Seguramente con los años aprendería a ver el cine de otra manera pero como diría su amigo Sandro Romero Rey “¿Quién lo manda a suicidarse tan joven?”.
Sin Lotte Eisner no existiría el Nuevo Cine Alemán, así como sin Bazin no hubieran aparecido los jóvenes demoledores de La Nueva Ola. Impulsado por la cinefilia caicediana, Luis Ospina y Mayolo intentan hacer películas. Por primera vez nuestro cine era abordado por obsesos de la imagen en movimiento. El resultado todavía perdura. El falso documental Agarrando pueblo sigue conservando su potencia abrumadora, al igual que las películas de género Pura Sangre y Carne de tu carne. En la primera las referencias no solo a los filmes de vampiros sino a Johnny Guitar, Howard Hughes y Ciudadano Kane están en todas partes. Otra vez desde la crítica volvía a perfilarse una cinematografía.
En Medellín gracias al inmenso amor que sentía por el cine el sacerdote Luis Alberto Álvarez con ayuda de Paul Bardwell, fundaron una revista de cine, Kinetoscopio, la más representativa y duradera del país, además de crear una sala con todos los requerimientos que puede exigir un espectador a la hora de ver películas. Fue en base a las críticas de Álvarez que se posicionó Medellín como el foco más importante del cine en Colombia. Bajo su égida surgieron las obras de Santiago Herrera, Santiago Andrés Gómez y se consolidó un personaje clave para la historia de nuestro cine, Víctor Gaviria
Los libros tienen que estar en la mesa de noche de todo cinéfilo. Los intelectuales que aman el cine y se sienten culpables por conmoverse ante un arte “menor” y “soso” ahí les van unas cuantas recomendiaciones. Los filósofos tienen dos volúmenes de La imagen tiempo, La imagen movimiento de Delleuze, el tratado de Nancy sobre Kiarostami. Los sicólogos a Cristian Metz, los que disfrutan la teoría de la estética a Stoichita, a los estructuralistas Rolan Barthés, a los teóricos El arte cinematográfico de David Bordwell, a los que ven en el documental como un ensayo sociológico el Ver y poder de Comolli. Confieso que no solo no he leído estos libros sino que ni siquiera me voy a acercar a ellos. Me encantan los libros que hablan sobre mis estrellas, que me cuentan los sufrimientos de un director de cine. Amo las autobiografías, los libros de Peter Binskind que hablan del surgimiento del nuevo cine americano de los setenta, del cine independiente de los noventa. Adoro el Cassavetes por Cassavetes la compilación de conversaciones que transformó Ray Carney en la única autobiografía que se conoce del creador de Shadows, la entrevista de Truffaut a Hitchcock donde en un ejercicio exhaustivo analiza la obra de mister cinema. Releo cada vez que puedo Mi vida y mi cine de Renoir y sobre todo Mi último suspiro la autobiografía de Buñuel escrita a cuatro manos con su guionista y confidente Jean Claude Carriere.
A veces preferimos leer más sobre películas que verla. Un homenaje hermoso a los libros de cine se lo hace el director de Simplemente Pamela en La noche americana cuando con la emoción de un niño comienza a poner sobre una mesa los libros de cine que le acaban de llegar. Truffaut se toma el tiempo de mostrárnoslos con el amor y el respeto que puede sentir un creyente ante la imagen de La virgen de Guadalupe.
Precisamente por ser un arte de imágenes es que preferimos adorar a las estrellas de cine por encima de cualquier otro artista. Necesitamos una aparición para adorar. La luz nos trae los sueños de Tarkovsky, acércate a la pantalla, es solo una ilusión. El cine es etéreo, la imagen no viene de ninguna parte.
Dicen que la crítica ya no es importante porque las películas se pueden conseguir en cualquier parte. Antes había que recurrir a la transparencia del 16 milimetros y escondidos en catacumbas veíamos las películas en cineclubes. Eran pocos y había que viajar. Ahora con internet podemos tener al instante películas que se creían perdidas. Dicen que ya no necesitamos leer sobre ellas porque ahora las vemos. A mi me parece que si bien ya el crítico no tiene el poder que podía tener Pauline Kael de determinar el éxito o el fracaso de un director, la crítica está más viva que nunca. Todos los días los fervorosos amantes del cine abren blogs, revistas virtuales, sitios web levantando sus elegías a los dioses del cinematógrafo. Yo que soy un aficionado me deleita contrastar mi opinión con la de los críticos. La discusión está allí, silenciosa pero viva. Ver Velvet Goldmine y después revisar lo que piensa Roger Ebert sobre el filme es un privilegio que los mayores de 30 años nunca pensamos tenerlo. O ir a cine y fascinarse con La invención de Hugo Cabret y luego leer lo que se escribió en La Butaca, es un placer único y un ejercicio para que la película se te quede estampillada en la memoria. Escribir sobre un filme te ayuda a comprender la complejidad que implica contar una historia en base a las imágenes en movimiento.
El crítico escribe porque no quiere seguir desesperando a sus allegados con su único tema: las películas. No importa el enfoque, incluso no importa la calidad de la misma, todos tenemos una opinión después de ir al cine. Es inevitable y sana expresarla. A pesar de lo que digan los realizadores colombianos un crítico de cine no es un resentido. Su necesidad de escribir surge del entusiasmo que le generan las películas. Desde que exista el cine siempre van a haber opiniones, préparate, no siempre van a ser iguales a la tuya pero ¿Qué importa? Como diría nuestro santo protector Andrés Caicedo “todo gusto es una aberración.
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