1 de junio de 2011

100 PELICULAS. 8. SOLARIS DE ANDREI TARKOVSKY

Según las últimas noticias recibidas algo extraño pasa en la estación especial que gravita sobre el océano de Solaris. La tripulación parece haber perdido la razón, dicen ver deambular sobre los pasillos de la nave conocidos del pasado, gente que vuelve de la muerte para pasar una temporada con ellos en la soledad del espacio. En la tierra los científicos están nerviosos, por eso en vez de mandar a un poeta envían a un ingeniero, alguien que se ocupe las cosas prácticas y evalúe si es conveniente seguir teniendo esa estación flotante o si es mejor desmantelarla.
Kris Kelvin parece ser el hombre indicado para efectuar la misión. Es un tipo que no cree en muertos en vida, el clásico hombre de ciencia, metódico, frío. Al llegar a la nave puede constatar que solo quedan dos tripulantes. Grigorian acaba de suicidarse y su cuerpo inerte yace en un cuarto frío bajo el constante cuidado de una jovencita muy atractiva. Los otros dos sobrevivientes no parecen estar en sus cabales. Sartorius el jefe de la misión convive en su cuarto con un enano que suele tener ataques de furia si se le deja solo y Snaw, el fisiólogo a pesar de sus ojos desorbitados es el que parece tener todavía en claro porque se está allí. Kelvin se inquieta al ver el grado de abandono de la estación, algo pesado flota en el ambiente, el ha visto a la joven y al enano y ninguno puede explicarle que hacen esos seres allí. Se recuesta sobre la cama y en la duermevela puede ver como en uno de los rincones del cuarto se delinea una hermosa figura femenina, ella se acerca y el se deja abrazar y besarse. Es Hary, su esposa, se levanta asustado “Es imposible que estés acá ¿Cómo llegaste?” Ella parece aturdida, no lo sabe, no entiende porque su amado esposo en vez de alegrarse de verla se asusta. “Tu te suicidaste hace diez años, estás muerta” Ella se mira al espejo y no sabe de quien es el reflejo. Kelvin es un hombre de ciencia, sabe que ese ser no puede ser su esposa, por eso le pide que la acompañe hasta la sala de cohetes, por medio de un engaño la deposita en uno de ellos y lo expulsa al espacio sideral. Sin embargo antes de dormirse vuelve a ver a la figura de Hary, ella no es una alucinación, es real y lo ama. El baja la guardia, nadie puede rechazar el amor de alguien que vuelve de la tumba.
Hary es una joven y hermosa renevante de las muchas que abundan en el arte y la literatura desde tiempos inmemorial. Según Pilar Pedraza en su libro Espectra las renevantes se caracterizan por ser “Muertas prematuramente, mal enterradas, víctimas de alguna ofensa imperdonable, vuelven a pedir cuentas, o bien son llamadas por el viudo que desea su regreso y a veces se hace con una copia para que ocupe en su cama el lugar que le corresponde, preservándole de la invasión de las nuevas pretendientes”. A diferencia de la Clarimonda de Gauthier o la Brunhilda de Tiek, Hari no quiere hacerle daño a su esposo, al contrario lo busca no para vengarse sino para que le explique que hace ella en un mundo que no entiende. Hace diez años ella se suicidó porque creyó que su esposo no la amaba lo suficiente, eso ha pesado sobre la conciencia del científico y ahora no despreciará esta segunda oportunidad que tiene ante sus ojos.
Está claro que ella no es la verdadera Hary. Abajo el espeso e inquieto océano de Solaris ha empezado a atacar a los intrusos terrícolas que piensan estudiar el planeta. Por eso ha enviado a esos visitantes compuestas por partículas subatómicas, es decir materia casi inmaterial. Ellos en vez de estar compuestos de átomos están hechos de neutritos. Estos se activan ante la presencia del ser querido. En cierto sentido son un reflejo del pasado del terrícola algo que puede llevarlo a la locura pero en el caso de Kelvin lo ha llenado de una nueva felicidad. Sin embargo ten presente algo hombre de ciencia: Ella no es real.
Pero acá surge una pregunta ¿Nosotros podemos ser solo las proyecciones mentales de otras personas? ¿Hay alguien detrás de la capa espesa de ese mar que es el universo soñándonos? Esas preguntas las formuló el escritor checo Stanislaw Lem en su novela Solaris, una de las joyas de la fantasía científica de carácter filosófico, la construcción más colosal que se ha escrito jamás sobre el enigma de Dios creador o, lo que es lo mismo, la relación del sujeto y el objeto, lo de dentro de la mente y lo que está fuera del vasto universo. En esta novela se basó Andreí Tarkovsky para hacer una película que escapa al canon de la ciencia ficción para centrarse así sea en los confines del espacio en todas las obsesiones que desperdigó el llorado autor ruso en sus ocho películas. La añoranza de la madre, la infancia, el pasado que te persigue y la soledad en la que todos estamos inmersos.
Realizada en 1972, Solaris fue considerada en su momento la respuesta soviética a la descomunal 2001 odisea del espacio. A Tarkovsky esa comparación lo enfurecía y era enfático al decir que jamás había visto la película de Kubrick – su director de fotografía Vadim Yusov dice que ambos la vieron juntos y comentaron sus bellezas- sin embargo Tarkovsky tiene razón porque las películas en nada se parecen. El filme de Kubrick es depurado, limpio, preciso, detallista, espectacular. La obra del ruso en cambio es sucia, descuidada, pesada, agobiante. A él poco o nada le interesaba los avances tecnológicos que podían ocurrir a raíz de los viajes interestelares, emparentando con Dostoyevsky a Tarkovsky lo obsesionaba el hombre y el absurdo de pretender vivir sin un Dios. A pesar de ser financiada por el gobierno de Breshnev Solaris –Como toda su obra- Es una búsqueda incesante de el creador, él puede estar en esas plantas que flotan en el río al principio de la película, en el hermoso rostro de Hyra o en la escena final cuando cansado de recordar Kelvin decide bajar hasta el océano de Solaris y encontrarse de nuevo con la vieja casa y mirar desde la ventana el envejecido rostro de su padre que bien podría ser el mismísimo Dios.
Ese misticismo no solo molestó a Lem –El autor de la novela-Sino que le trajo innumerables problemas con la censura soviética que hizo todo lo posible por impedir que se estrenaran sus películas y que llevaría al autor a adoptar la penosa decisión de exiliarse. Nunca más volvería a su amada Rusia y muriendo lejos de esa tierra que añoró tanto.
La Solaris de Tarkovsky es una película de ritmo lento, exasperante, fatigoso pero que otorga la recompensa de adentrarse en una de las mentes más brillantes del siglo XX. Es como asistir a una liturgia, posee ese poder sanador de lo sagrado, poder que deberían tener los ritos religiosos pero que por suerte lo encontramos en las películas de este místico genial. En tiempos de velocidad, de atropellos e injusticias que bien nos hace visionar sus filmes y pensar asi sea por un par de horas que el mundo es un lugar maravilloso por el que vale la pena luchar

1 comentario:

Anónimo dijo...

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