El profesor de química Walter White tiene los días contados.
El diagnóstico parece inapelable. Su esposa, Skyler, está embarazada, su hijo
es un adolescente con parálisis cerebral que le impide tener una vida normal.
Según lo que le ha dicho el médico el servicio de salud que puntualmente paga
no le alcanza para costearse un tratamiento digno. Las cosas en ese caluroso
día en Albuquerque no pintan bien.
Además está el futuro, Sky sola con esos dos niños,
desamparada. Alguna vez se albergaron tantas esperanzas sobre su carrera.
Decían que era un químico brillante, hubo profesores que incluso se atrevieron
a vaticinar una postulación al Nobel. Lamentablemente hay promesas que no
cuajan. Ahora es un padre de familia apocado que tiene que ver como su hijo admira
más a su cuñado Hank, un rudo agente de la DEA.
La tensión se le ve reflejada en el rostro. Se baja del
auto, camina hasta la puerta, lo mejor es no decir nada, le han recomendado no
trabajar tanto. Que contradicción. Ahora justo que ha conseguido una chamba
extra en el lavadero de autos del rumano Bogdan. No puede excederse, el cáncer
de pulmón es una cobra con la que no se juega. La casa está sola a esa hora del
día. Se sienta en el mueble, respira, lo mejor es respirar cuando no encuentras
salida. Lo mejor es hacer dinero como sea, grandes cantidades para asegurar la
educación de sus dos hijos, la vejez de Skyler, “Un hombre provee” se repite
una y otra vez “Un hombre provee”.
No importa si estás en Sudán o en Texas, si quieres hacer
dinero rápido y abundante la única salida es infringir la ley. Él sabe de un ex
alumno suyo, un tal Jesse Pinkman quien se ha retirado del colegio para
dedicarse de lleno a vender en la calle metanfetamina, la droga del momento. Se
contacta y Pinkman como nosotros no lo puede creer ¿Qué es lo que está pensando
este nerd? ¿Qué disputarle a la calle a los traficantes de siempre es tan
simple como resolver una ecuación? Walter está decidido, cocinará para él la
mejor metanfetamina que se ha fabricado en ese pinche estado, no tiene nada que
perder, los buitres ya se han posado sobre cada uno de sus hombros, en un mundo
sin Dios da lo mismo morir en la cama al lado de una enfermera gorda que en la
calle abaleado por el cartel del milenio.
Releo lo que acabo de escribir y me frustro. Nada de eso
justifica la emoción que sentirás al empezar a ver esta serie asfixiante,
claustrofóbica, adrenalítica….. Adictiva. Pronto llegará a su casa un amigo con
los ojos saltones, las venas brotadas, a recomendar con la desesperación de un
evangelista la visionada urgente de Breaking
Bad. Es que no se puede hacer otra cosa más que señalarla con el índice y
exclamar con asombro que es un milagro absoluto.
Ayer terminé la cuarta temporada y es de no creer. La
tensión nunca se va, nunca. Al contrario, va en aumento y no para. Hay
capítulos donde los ves de pie, con cuatro dedos en la boca. Dan ganas de
volverla a ver desde el principio y constatar cómo han cambiado los personajes.
Poco queda de ese gris y tímido profesor de química. Ahora Walter White es un
hombre frío, calculador… es el temible y enigmático Heisenberg, un fantasma que no pueden encontrar los
investigadores de la DEA, encabezados por su cuñado Hank, quien por supuesto no
tiene idea que el que cocina esa droga azul es Walt. El bueno del Walt, el
nerdo del Walt.
No demorará el día en que llegue ante la puerta de ustedes
un amigo flaco y pálido, sudando frío. Ustedes lo dejarán entrar, le pedirán
que hable pero él tiene la emoción galopándole por la garganta. Le ofrecerán un
vaso de agua, él lo beberá con ansia. Las primeras palabras serán gritos
¡Tienen que verlo! Exclamará, no lo duden, ¡les pondrá un poco de color a sus
días grises!.
El piloto seguramente
no le hace justicia a la serie. Con ellas hay que esperar, tener paciencia.
cuarenta y cinco minutos es muy poco. Tendrán que esperar hasta el final del
segundo para que vean que tan crudamente real puede ser.
Acá matar tiene sus consecuencias no sólo de tipo moral sino
las elementales, las físicas. Lo más difícil de matar es muchas veces
deshacerse del cuerpo. Entre el segundo y el tercer capítulo de la primera
temporada verán el rollo en el que se meten profesor y alumno. Hay una de las
situaciones más incomodas y asquerosas que hayamos visto en pantalla alguna. Un
cuerpo convertido en fluidos es una mancha muy difícil de sacar de tu piso de
madera. A partir de allí Breaking Bad ya
se encontrará cabalgando por sus venas y cada noche estarán allí, frente a
Netflix, tratando de sacar un poquito más de emoción y haciéndole fuerza ya no
a un padre de familia a punto de morir sino a un criminal que está dispuesto a
llevarse todo aquel que se le ponga por delante.
Los puristas, los pocos que quedan, los que todavía
desconfían de las series porque están muy ocupados aburriéndose con Antonioni y
Bresson, tendrán pocos argumentos a la hora de hablar mal de una historia
contada en 60 capítulos. Ya lo había dicho en el artículo dedicado a Mad Men, con las series te apropias del
tiempo. Envejeces con los personajes, pasas años con ellos y ves cómo van
cambiando. Inevitablemente se convierten en personas reales. Piensas en ellos,
sufres con ellos y en algunos casos hasta podrías conversar con ellos. Todo es
más real, más creíble. El escritor, o mejor los escritores no están sujetos a
las limitaciones de tiempo. Esas ventajas, no siempre aprovechadas en la
televisión, son las que Vice Gilligan ha utilizado para hacer de Breaking Bad uno de los mejores dramas
realizados jamás para la pantalla cada vez menos chica.
La serie va contra todo tipo de convencionalismo. No sólo
desde el punto de vista ético sino también visual. Ha creado una estética
propia que ha llevado a varios artistas a pintar en cuadros que se han vendido
muy bien los rostros atormentados de White y Pinkman. Esto no es un capricho de
una pandilla de artistas locos, a nivel visual la serie es magistral. Recuerdo
una escena de la cuarta temporada cuando Gustavo Fring está a punto de
ajusticiar a Walter en medio del desierto. Es un plano general y vemos
claramente como pasa una nube. La escena debe durar minuto y medio y se hizo en
un solo plano. Era el plano de un western de Ford.
Además cuando Walt se transforma en Heisenberg, con su
figura elegante, alta, delgada y su sombrero recordamos inmediatamente a
William Burroughs apuñalando mendigos en las calles de París.
La sensación onírica que da ver la serie está reforzada
además por la música. Ésta ayuda a que Breaking Bad se viva como una
alucinación. No sólo es blues o las mezclas electrónicas que hace ese nuevo
genio de la banda sonora que es Dave Porter sino la música mexicana siempre
latente en la serie. En la mitad de la segunda temporada hay un corrido
interpretado por un grupo de Sinaloa dedicado a Heisenbeg y su metanfetamina.
Con ese video clip abren el capítulo. Es de no creer, tienes que pararte ante
el computador y comprobar que sigues viendo la serie. La música de esta es para
descargarla y escucharla todo el tiempo encerrado en un cuarto, viendo como el
humo espeso se disuelve en el aire.
Bueno y están las actuaciones. Por ahí he leído que al
parecer AMC, el canal que transmite la serie no le tenía mucha fe y que por eso
no le apostaron a las grandes estrellas. Eso tiene que ser una mentira
absoluta. El casting es de lo mejor que hemos visto. Bryan Craston en su papel
de mister White no sólo es un tipo sufrido sino duro. Su voz gruesa, metálica
asusta no sólo al traficante más sanguinario sino a alguien más peligroso y
bravo, su propia esposa. Aaron Paul se consagró siendo el entrañable Jesse
Pinkman. Que me cuelguen los fanáticos de mister White pero sufrimos y lloramos
es por nuestro torpe, tierno y sensible drogón preferido. Lo de Paul es
intensidad pura, la mirada de este joven actor parece haberla entrenado la
mismísima Stella Adler. Es injusto que su actuación no tenga más relevancia,
que los estudios no se disputen por trabajar con él.
La pareja Pinkman- White es de las mejores que se recuerden
en la historia de la televisión. Es una relación entre padre e hijo. Significativo
cuando en los capítulos finales de la cuarta temporada Walt le dice a su hijo,
a punto de acostarse “Buenas noches Jesse”. El amor que siente Walt hacia su
compañero es tan egoísta que no deja que nadie se acerque a amarlo. Todo el que
se acerque a Jesse saldrá herido por culpa de su socio. A pesar de que se
golpeen o se insulten, que juren que nunca más volverán a verse su amistad está
blindada, nadie podrá dividirlos ni siquiera ellos mismos.
Ambos están acompañados por actores bastante competentes,
por gente dura como Giancarlo Espósito, el frío Gustavo Fring que usa sus
Pollos Hermanos como tapadera para su imperio de crímen, por gente
dicharachera, eficiente y enérgica como Dean Norris en su papel de Hank o Anna
Gun y su Skyler, indescifrable, ambiciosa y a la vez buena madre.
Es que en Breaking Bad
como en la vida misma la línea que separa los comportamientos buenos de los
malos es casi invisible. Están tan bien construidos los personajes que le
hacemos fuerza a los bandos opuestos, queremos que le vaya bien a Hank en su
investigación pero que por nada del mundo vayan a descubrir a nuestra pareja
preferida.
Pero Breaking Bad es sobre todo una feroz crítica al sistema de
salud norteamericano. No importa si eres un héroe de la DEA o un destacado
profesor de química, el sistema de salud te fallará. Si quieres que te atiendan
como a una persona, que te den una luz de esperanza en medio del dolor y de la
inminencia del fin debes gastar miles de dólares. Tu trabajo mediocre no te
dará para tanto, deberás torcerte, tendrás que convertirte en un temible
traficante de metanfetamina para que te extirpen el tumor y poder seguir
respirando sin que sientas el ahogo de dos manos estrujándote el esófago.
Envidio a todos ellos que no la hayan visto, tendrán unos
días maravillosos donde seguramente no podrán bañarse con la luz del sol. Vivirán
encerrados en sus cuartos, no contestarán el teléfono, no verán a nadie. Cuando
vean el último capítulo de la cuarta temporada saldrán a la calle pálidos, con
ojeras a buscar al amigo más cercano, lo agarrarán del cuello y le dirán que
por favor la vean, que dejen todo lo que están haciendo, que no han visto nada
parecido. Entenderán por fin porque los Testigos de Jehová salen a la calle a
predicar la palabra del señor. Cuando una pasión te embarga quieres
evangelizar, que todo el mundo comprenda tu gozo, tu placer.
Somos devotos de Walter White.