Mucho trabajo le costó a Woody Allen separarse de la imagen de
simple bufón y adquirir por fin el estatus de autor. A pesar de que un filme
como Annie Hall está más cerca de las
Fresas salvajes que What’s up Pussycat ya que en la historia
protagonizada por Diane Keaton se usan recursos bergmanianos como el tiempo
recobrado, la crítica seguía viéndolo como un comediante que tenía ciertas
pretensiones ridículas de emular a los grandes maestros europeos.
Cuando se estrenó Interiores
se le acusó de snobista. Se le aconsejó además volver urgentemente a las
payasadas medianamente inteligentes como Bananas
y reservarse de pastar en los terrenos de los cineastas serios. Algunas
veces como en Stardust memories su
intento desesperado de emular el Ocho y
medio de Fellini, los críticos tenían razón. Lejos de intimidarse con este
tropiezo Allen lo siguió intentando. El reconocimiento unánime le llegaría por
fin en su catorceava película, tal vez la más difícil que haya hecho hasta la
fecha.
En Hannah y sus
hermanas el realizador judío se arriesga no ha contar una historia
(intentar describir su argumento es muy complicado) sino a desarrollar media
docena de personajes, cada uno completamente distinto a otro y establecer entre
ellos hilos conductores. El eje central es Hannah, fría y brillantemente
interpretada por ese témpano de hielo conocido por el nombre de Mia Farrow.
Ella es una exitosa actriz de teatro, la única de tres hermanas que heredó el
talento histriónico de su madre (Interpretada por Maureen O’Sullivan quien en
la vida real era la mamá de Farrow y fue además en la década del treinta la
mítica Jane de Tarzan). Ella vela por
el bienestar de sus impredecibles, inestables e histéricas hermanas. De lo
único que se le puede acusar a Hannah es de ser demasiado perfecta.
La construcción de los personajes es realmente admirable. No
importa el tiempo que estén en pantalla, todos están revestidos de una oscura
profundidad. Ese es el caso de Frederick, el pintor que vive con Barbara Hershey.
Bastan unos pocos minutos para que nos demos cuenta de su iracundo y radical
carácter. Para este papel Allen eligió a Max Von Sydow. Nadie como él podría
revestir a este personaje de ese aura intelectual, áspera y distante. Su voz
metálica y sus rasgos duros, como tallados con cincel lo convierten en el
misántropo perfecto.
Por primera vez en su carrera el autor de Zelig va a usar a un alter ego, algo que
se volvería muy común sobre todo cuando su edad y su creciente ceguera le a
impedido interpretar esos personajes que parecer escribir para él mismo. Esta
responsabilidad recae en Michael Caine. Él es Elliot, el actual esposo de
Hannah. Es un asesor financiero de éxito que tiene un pequeño problema; se está
enamorando de su cuñada. Inexplicablemente se deja llevar por un impulso
adolescente que lo acerca inevitablemente a ella. Micky (Woody Allen), el ex de
Hannah dice algo que parece describir las razones por las cuales le dio el
papel al mítico actor británico “Elliot me cae bien, es un perdedor, completamente
inseguro de sí mismo. No me caen bien todos esos farsantes que tienen el
autoestima alto”.
Pero es sin duda en los papeles femeninos donde Woody Allen
definitivamente se revela como el gran director de actrices que es. Ya
mencionamos a Barbara Hershey y a Mia Farrow pero la que se destaca por encima
del resto en Diane Wiest en su papel de mujer confundida que vive a la sombra
del éxito de su hermana. Como un planeta gira en torno a la sombra de Hannah
para desligarse de su órbita intenta sin éxito forjarse una carrera como actriz.
Luego se une a Carrie Fisher en su desafortunada compañía Stanislawsky de
canapés. Trata de salir con un arquitecto pero su amiga y socia se lo quita
vilmente. Desesperada y recurriendo de nuevo a la buena de Hannah se refugia en
la escritura, consiguiendo inesperadamente y rozando los cuarenta años su
verdadera vocación.
Esta interpretación le valdría a Wiest el primero de sus dos
óscares como actriz de reparto. La película además ganaría el Óscar a mejor
guión y a mejor actor de reparto gracias a Michael Caine.
La complejidad de los personajes la hacen una película difícil.
La razón de esa dificultad estriba en que es un filme que habla sobre muchas
cosas, la actuación, la vida en pareja, la búsqueda de una divinidad que le dé
sentido a la vida, pero sobre todas las cosas es una película sobre Nueva York.
Allí está la gran ciudad vista en cada una de las cuatro estaciones, ella es la
gran protagonista, la que marca la vida de sus personajes, ella es la gran
divinidad que tanto busca Micky, en ella te enamoras, mueres, renaces con un
beso. Esta es la declaración más contundente del director por su ciudad, por
encima incluso de Manhattan.
A pesar de esa complejidad existencial Hannah posee momentos de humor maravillosos, plenos, como aquel en
que el hipocondriaco cree tener un tumor en la cabeza “Del tamaño de una pelota
de basket” o su suicidio fallido. Además está ese homenaje a la entrañable Duck Soup, el cine por encima de
cualquier antidepresivo puede curarte las ganas de morir. Para seguir vivo solo
tienes que escoger la película correcta y Hannah
y sus hermanas lo es, por eso hay que seguir viéndola una y otra vez hasta
que se estampille en la memoria y que llegue un momento que para poder verla de
nuevo solo tengas que cerrar los ojos. Allí estará, metida en ti para siempre.
2 comentarios:
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