Controlador como pocos, Kubrick necesitaba desesperadamente
liberarse definitivamente o al menos reducir a su mínima expresión el factor
humano en la realización de sus
películas. A sus 37 años el director ya tenía en su haber éxitos como Lolita o Senderos de gloria pero necesitaba encontrar su voz propia.
A Kubrick las actuaciones le tenían sin cuidado. A pesar de
que en su juventud presumía de leer a los clásicos de la literatura rusa nunca
fue un intelectual. Él usó el cine como medio de expresión porque tenía el
elemento mecánico. Stanley antes que un artista brillante era un ingeniero
genial. El rodaje de Doctor Strangeloved empezó
a marcar un cambio en la manera de rodar del realizador newyorkino. Los
decorados eran más importantes que los actores.
Propio de la megalomanía que lo llevó a encontrar un alter
ego nada más y nada menos que en Napoleón, Kubrick alzó su mirada al cielo y
descubrió las estrellas. Nunca estuvimos más cerca del universo que en la década
del sesenta y el director, alentado porque ya se daban las condiciones técnicas
absolutas para llevar a la realidad esa idea que empezaba a crecer como un
tumor maligno, convenció a la MGM para que invirtiera en un documental que
pretendía escudriñar nada más y nada menos que el origen del hombre.
Para esto usó el Cinerama, una técnica que había comenzado
en 1962 con La conquista del Oeste y
que necesitaba de tres proyectores que cubrían de una forma descomunal la
pantalla. Con su desprecio habitual por los guionistas Kubrick pidió el mejor
de los autores de ciencia ficción. Sus asesores le recomendaron a Arthur C.
Clark, un escritor mediocre que no tenía nada que hacer al lado de Ray Bradbury
o Isaac Asimov.
Después de leer alguno de sus relatos el director se fijó en
El centinela, un cuento corto que
hablaba del hallazgo de un monolito en la superficie de la luna que revelaba la
existencia de una vida extraterrestre. Sin que el guión se terminara en su
totalidad y eliminando diálogos que ayudaban a que la narración tuviera sentido
Kubrick comenzó a rodar el 29 de diciembre de 1965. Por fin el pequeño Napoleón
tenía el control absoluto sobre una película.
Hace un par de noches la volví a ver. Las primeras veces
movido por el snobismo típico de un universitario salía de la sala a beberme
unas copas y comentar el contenido “Profundamente poético” del filme. Una
década después no encuentra razón alguna por la cual esta película es una
invitada habitual a la hora de elegir a las mejores de la historia. Me imagino
que es por su pericia técnica, sus sets giratorios, sus revolucionarios efectos
especiales y sobre todo el hecho de que gracias a 2001 la ciencia ficción llegó por fin a su mayoría de edad.
La verdad me aburrí cómo una hiena en un restaurante
vegetariano. No puedo encontrar una explicación al hecho de ver como uno de los
astronautas corre durante doce veces en círculos por la nave espacial. Hay un
plano de 7 minutos donde vemos a punto de dormirnos como una de las naves hace
un alunizaje. Los astronautas no tienen ninguna vida interior o complejidad. Al
lado del verdadero protagonista de la historia, la computadora HAL- 9000,
parecen los verdaderos autómatas.
Decía con extrema lucidez un crítico español que este filme
había sido hecho “Para que dentro de 500 años los androides que pueblen la
tierra la puedan disfrutar”.
Cuando creemos que el tedio de los primeros minutos va a ser
por fin superado y Kubrick en su divina gracia va a sentir compasión por
nosotros y nos va a revelar los oscuros misterios del universo, la frialdad se
abre paso al delirio. Comienza entonces un viaje alucinante a Júpiter, al inconsciente
o a la cabeza del director. Son una tonelada de minutos en donde lo único que
pasa es el color. Decía Andrew Sarris que no la entendió hasta que fue al cine “Colocado”.
La fama y el éxito de taquilla que tuvo 2001
Odisea del espacio se debe en parte a la época en que fue estrenada, en
pleno verano del amor. Las salas donde
se exhibían solían estar atestadas de humo de marihuana.
La carrera de Stanley Kubrick nunca volvió a ser la misma.
Como Fellini después de Ocho y medio sus
películas respondían a una estética propia y llegó a ser según Paul Newman “El
director más original de América”. Me parece injusto que haya sido esta y no La
naranja mecánica o Barry Lyndon su película más reconocida.
Aunque no lo haya dicho nunca estoy seguro que HAL- 9000 es
el personaje que más se le parece y de pronto el que más quiso. Un ojo rojo con
voz fría, macabra. Un ojo que todo lo mira. Un ojo de mirada interminable.
1 comentario:
Se nota que la viste varias veces aunque tus comentarios no son del todo felices. Te olvidaste muchisimos detalles que hacen de esta película una obra de arte. Saludos
Publicar un comentario