El periodista.
Los disparos sonaron al final del
callejón produciendo un eco sordo que se iba expandiendo por las paredes. El niño
esperó que los tipos vestidos de negro se perdieran en la calle. Sigilosamente caminó hasta las bolsas de basura regadas en el piso y
entre ellas pudo ver a un hombre despedazado por una docena de balas. Con algo
de culpa se escondió en su habitación, sacó el blog de notas y escribió su
primera crónica roja.
Creció en una familia de
inmigrantes judíos viviendo una infancia razonablemente feliz. Sin embargo le
obsesionaban todas esas lecturas que aparecían en los periódicos que
religiosamente compraba su padre y que dejaba desordenados en el viejo sofá de
roble. Un cuerpo muerto para un niño puede ser un tesoro. Esa fascinación por
lo real lo llevó a los doce años a la novela de Frank Norris Mcteague quien con tanto éxito llevara a
la pantalla Erick Von Stroheim cambiándole el nombre a Avaricia.
“Con Norris aprendí todo lo que se necesita para escribir. Cada palabra debe
ser concisa y seca, como un gancho al hígado” Decía muchos años después cuando
era un monstruo sagrado. Un año después de descubrir la literatura ingresa como
mensajero en un diario local. Le encantaba el ruido como de ametralladoras que
hacían los periodistas al golpear sus Olivetti. Su vocación se despertó desde
muy joven.
A los 16 años viaja a Nueva York
con un puñado de dólares. Después de varias semanas de buscar trabajo por fin
pudo tener su oportunidad. El gurú del amarillismo Arthur Brisbane le abrió las
puertas del New York Journal. Sería
uno de los reporteros más destacados.
En medio de la sordidez de la
Crónica Roja, Samuel Fuller perfeccionaría su talento y adquiriría el oficio y
la disciplina para escribir. En muchas de las tramas de sus películas es precisamente algún
periodista el que inicia una investigación. Está el hombre del diario al que le
preocupa el hecho de que norteamericanos hayan organizado una banda de
asaltantes en Tokio en La casa de Bambú.
Miren al periodista que se hace pasar por loco para ingresar a un manicomio e
investigar un asesinato en Corredor sin
retorno. Los policías que persiguen a los mafiosos en Bajos fondos abordan la investigación y teclean sus maquinas de
escribir como si fueran cronistas de cualquier periódico. Pero es sin duda en Park Row donde expresa todo el amor que
pudo sentir por su primer oficio. Una película donde de una manera profética
denuncia el problema que tendrían al cabo del tiempo el linotipo y el papel
debido a los avances tecnológicos. Park
Row fue un estrepitoso fracaso, algo
que contribuyó sin duda a que su carrera como cineasta se viera seriamente
afectada.
Guillermo Cabrera Infante cuenta
en uno de los artículos compilados en Cine
o Sardina como conoció a Samuel Fuller. Con su curiosidad insaciable de
amante de las películas y al estar con uno de sus directores favoritos le
preguntó cuál era el mejor momento que recordaba en el cine. La respuesta
sorprendió al escritor cubano “fue cuando descubrí el cadáver de Jeanne Eagles
siendo un periodista novato”. Eagles había sido una estrella del cine mudo que
había sucumbido ante las drogas muriendo muy joven. Era característico de
Fuller que escogiera un recuerdo periodístico y no cinematográfico. El escritor
le preguntó poco después qué proyecto en Hollywood estaba pensando abarcar y el
autor de Naked Kiss no dudó en
responder
-No tengo ninguna película en
mente, en cambio le puedo decir que mi sueño es ser dueño de un periódico y
dirigirlo.
Hay décadas convulsionadas y los
años 30. La crisis azotaba un país que se creía invencible. Una época oscura
donde pululaban los suicidios y se consolida una manera de escribir. Para
muchos intelectuales de ceja levantada el Pulp no era más que un conjunto de
boletines de consumo popular, para Fuller “No existió un género que supiera
retratar mejor a una civilización a punto de colapsar”. Su jefe confiaba plenamente en él, por eso le
permitió recorrer el país para hacer una serie de retratos de esa América que
se moría de hambre o por culpa de las balas de los gangsters. Además de sus
implacables y precisas crónicas Fuller se revela como un poderoso escritor. De
1935 data su primera novela Burn baby
burn y un año después escribiría Test
tube baby. Si en fotografía Dorothea Lange y Walker Evans supieron retratar
la miseria en que se sumió de la noche a la mañana la nación más rica del
mundo, hay que leer a Hammet, Cain y por supuesto a Fuller para entender cuál
era el panorama apocalíptico que azotaba a los Estados Unidos de América.
Fue un cineasta que se movió en
tres géneros, el western, el cine negro y el bélico. En su ansia por expresarse
libremente llegó a producir, escribir y dirigir sus propias películas. Fuller,
qué duda cabe fue un autor, pero le frustraba seriamente que cada película
fuera un fracaso “Nunca salen las imágenes que tengo en la cabeza, por eso
escribo novelas, esa es mi venganza literaria” Decía en una entrevista poco antes de morir.
Como a Buñuel le hubiera gustado
quedarse apartado escribiendo libros, sin tener detrás a un hombre obeso
mutilándole la película. Libros que tuvieran que ver con esa realidad que tanto
lo apasionaba.
FULLER EN EL CAMPO DE BATALLA.
Fuller lo deja todo y se va a la
guerra. Más que por sentir un profundo deber patriótico, se enlista en el ejército por esa curiosidad
voraz que lo consumía. Aun así conoció de los horrores que se pueden ver en un
frente de batalla. Combatió a las fuerzas de Rommel en el África, estuvo en el
terrible desembarco de Normandía. Este periodista hiperkinético recibió la Estrella de Bronce, la estrella de
plata y el corazón púrpura.
Fue un héroe de guerra sin
proponérselo. Estaba allí porque quería escribir un libro o un guión sobre el
conflicto bélico. Estaba tan loco como el protagonista de Corredor sin retorno quien simula ser un esquizofrénico para poder
ingresar a una institución psiquiátrica, convivir con los enfermos y hacer el
reportaje que le dé el Pulitzer.
Las películas de guerra de Fuller son de un realismo único, un hombre que no
solo se fija en los detalles sino que los conoce muy bien. En un cameo que hace
en Pierrot el loco dice Fuller quien
se interpreta así mismo: “Una película es como un campo de batalla. Amor, odio,
violencia, muerte….en una palabra, emoción!”.
Para Peter Bogdanovitch sus
películas de guerra no se parecen a ninguna otra “hizo los únicos films bélicos
en los que se nota que fueron hechos por un hombre que sobrevivió a una guerra,
lo que efectivamente hizo como miembro de la Primera Infantería durante la
Segunda Guerra Mundial. Cascos de acero, Bayoneta calada, Las puertas rojas
(China Gate), Misión a Burma y Verboten!, están completamente libres de
sentimentalismo o de la piedad que moldea la mayoría de los films acerca de
hombres en guerra; uno tiene la sensación de que así es realmente como fueron
las cosas: amorales, totalmente destructivas, insoportablemente intensas y
claustrofóbicas”.
“Me metí a hacer películas sólo por dinero, me
dejé aconsejar por Brisbane quien había acuñado
una frase de la Biblia, “Donde está tu dinero está tu corazón” viendo
todos los problemas que he tenido con esos productores me provoca escupir sobre
la memoria de ese viejo estúpido”
En 1936 escribe su primer guión para
ganarse un dinero extra, Hats off una
película que no solo no he visto sino sobre la cual no tengo información.
Después de la guerra decide meterse de lleno en el mundo del cine, Robert L.
Lipper se comprometió a darle completa libertad creativa. Fuller firma el
contrato que al poco tiempo se le termina convirtiendo en un grillete. Lipper
le cambiaría a medio camino las reglas del juego. Si aspiraba a tener la
libertad deseada tendría primero que venderle el alma al diablo con una serie
de proyectos destinados a entretener al grueso del público.
Uno de esos proyectos fue A bayoneta
calada una de las primeras películas que abordaron el tema de la guerra de
Corea. La película posee un argumento muy al estilo de Fuller, el de un grupo
de hombres comprometidos en un problema muy grande. Acá se narra como un
pequeño pelotón se queda a cubrir la retaguardia, mientras sus compañeros se
retiran y hacen creer al enemigo que son todo un ejército. Ocultos en un cueva
de unas montañas pondrán en jaque a los coreanos, incapaces de atravesar un
pequeño estrecho (Dios, parece que estoy contando el argumento de ‘300’). En la
angustiosa espera porque el enemigo se trague el anzuelo y con la necesidad de
volver a sus hogares, iremos siendo testigos de las relaciones entre los
soldados del pelotón, y veremos los miedos internos de cada uno de ellos.
Para muchos críticos A
bayoneta calada no es más que una película pro-yanki, fascismo puro,
propaganda del peor gusto. Pero a
Fuller más que desarrollar historias le encantaba desarrollar personajes. No se
puede juzgar a sus películas solo por sus argumentos, necesariamente se debe
conocer la sicología de cada uno de los personajes que integran sus filmes.
Un ejemplo claro de eso es La puerta de China una de sus películas
más odiadas. Fue el primer filme que abordó el conflicto colonialista que empezaba
a gestarse en Vietnam. Un conjunto de mercenarios pelea a favor de los
franceses. Ho Chi Minh y todo el Vietcong son vistos como unos monstruos
crueles, sin corazón. Sin embargo, los norteamericanos que van a ayudar a los
franceses se ven acá como un puñado de fanáticos racistas y machistas. Esa
ambigüedad se debe a la meticulosidad con que escribía sus guiones. Nunca hizo una
caricatura, sus personajes tenían alma.
Resulta bastante curioso que un
tipo de atmosfera tan ruda como la que se plantea en sus películas introduzca
siempre a una mujer en los ambientes más hostiles. En La puerta de china una mujer debe cuidar sola a su hijo después de
que el marido la deje al enterarse de que el niño es “Un chino de pies a
cabeza” no contenta con eso realiza una misión con una pandilla de asesinos
anti-comunistas, en El diablo de las
aguas turbias la bella y malograda Bella Darvi debe cruzar el océano en un
submarino con una docena de hombres malolientes, en El Kimono Rojo, Victoria Shaw es una hermosa y delicada pintora que
además de convertirse en la principal testigo de un asesinato está asediada por el amor de dos policías, uno
japonés y el otro norteamericano. En Bajos
Fondos Dolores Dorn también es el testigo principal que tiene la policía
para desmontar una red de narcotraficantes. Es maltratada y a la vez amada. O
la geisha enamorada de Robert Stack en La
casa de Bambú. Dispuesta a darlo todo con tal de recibir un poquito de
protección, de amor.
Sus personajes femeninos no solo son rosas en un desierto. Son las
únicas que pueden pensar con raciocinio en medio de tanta testosterona, de
tanto honor barato y sangrientas venganzas. Fuller tiene en común con Douglas
Sirk el excelso cuidado que le daban a las mujeres en sus películas no en vano
una de las mejores películas del director alemán, Mas fuerte que la ley fue escrita por el creador de Verboten.
LEGADO
Como Hitchcock o Howard Hawks, su
talento fue subestimado por los críticos norteamericanos. Tuvieron que venir
los revoltosos de la Nueva Ola para hacernos entender que Samuel Fuller no solo
era un director muy competente sino un gran artista.
El final de Sin aliento con Jean Paul Belmondo zigzagueando antes de caer al
asfalto con la espalda rota por un balazo es un homenaje directo al final de Bajos Fondos. Francois Truffaut dijo que
su cine no era “Primario sino primitivo, su talento no es rudimentario sino
rudo”.
Wenders no fue inmune a su
encanto, no solo lo hizo su actor en películas como Hammet, el estado de las cosas y El amigo americano (donde lo puso a actuar con otros dos malditos de Holywood Nicholas Ray y Dennis
Hopper) sino que lo consideraba uno de los directores más grandes de la
historia.
Los antagonismos, rivalidades y
enfrentamientos de sus personajes han influenciado las obras de Scorsese,
Carax, Jarmush y Quentin Tarantino. Su valor para ser independiente, para
correr riesgos económicos monumentales, hasta el punto de llegar a jugar con la
hipoteca de su casa inspiró al padre del cine independiente, John Cassavetes.
Formó la carrera de Curtis Hanson
al darle la oportunidad de escribir con él el guión de su última película, El perro blanco. Cuando Peter
Bogdanovitch era el oscuro programador del cine club del Museo de Arte de Nueva
York lo convenció para que buscara financiamiento a un guión que había escrito
el joven crítico, Targets, el no solo
le corrigió y escribió algunas secuencias del guión sin pedir ningún tipo de
crédito sino que convenció a Boris Karloff para que lo protagonizara sin cobrar
un solo dólar.
Bernardo Bertolucci le hace su
respectivo homenaje al inicio de Los
soñadores cuando los jóvenes revoltosos de la Cinemateca Francesa veían
embelesados las imágenes de Corredor sin
retorno.
Samuel Fuller es un nombre que
hoy en día no le dice nada al gran público. Sin embargo, una buena parte de sus
películas forman un legado imborrable. Un director valiente, a quien nunca le
dio miedo ser un malpensante. Un tipo que nunca se casó con una ideología, que
dijo e hizo lo que pensó. Le enseñó a las nuevas generaciones, como Roger
Corman, que no necesitaban de un
productor para hacer realidad sus sueños. Es más cómodo estar solo en tu casa,
escribiendo una novela, sin tener que lidiar con sindicatos, con el ego
insoportable de los actores. Pero cuando has sobrevivido a una guerra mundial
extrañas un poco la adrenalina que se despierta en un campo de batalla. Y para
Fuller el plató era una trinchera.