23 de agosto de 2010

EL BRILLO DE SUS PISTOLAS

Salimos más que aburridos del cine. El cabezón había insistido en ver la película y a pesar de mis resquemores entré. Al cabezón no lo veía desde hacía mucho tiempo y era mejor salir de él ahora que recién volvía a la ciudad. Me dijo que quería tomarse una cerveza para hablar de los errores de la película. Ahora se creía el gran crítico de cine porque le habían dado una columna en el periódico. La ciudad estaba oscura y vacía y todos los bares estaban cerrados. Ya estábamos a punto de irnos a dormir cuando Galvis pasó en su carro frenando en seco. Pa Donde la caminan? Nos preguntó y nosotros que para cualquier lado donde vendieran cerveza. Súbanse que yo conozco un sitio donde cierran tarde.

Nos subimos. El carro estaba lleno de botellas vacías y colillas.

Galvis debería comprarse un cenicero para el carro
Sabe que es buena suerte apagar los cigarrillos con los cojines

Me fue mostrando con el dedo todas las marcas de cigarro que tenía la cojinería. Según él esas cosas atraían a las mujeres. No quise contradecirle y agarré un cigarrillo de su guantera. En dos pitazos el cigarrillo ya estaba por la mitad. Agarró la avenida de los Faroles, los árboles se abrazaban formando un túnel, el cabezón comentó que está ciudad estaba condenada a la inmovilidad, los mismos huecos, la misma música, las mismas putas

Acá crece es por el sur, usted viera como están urbanizando por allá. Deberían dejar de estar siempre en el centro, vayan a la periferia yo se porque se los digo- Galvis un digno hijo de esta tierra, el hombre que manejaba sacando el codo por la ventana y que atemorizaba a todas las niñas. Nunca me cayó bien y si estaba en ese carro era porque en esta ciudad nunca hay nada para hacer un lunes a media noche. Empezó a hablar con el cabezón preguntándole como le iba en la capital, se distrajo y  llegando a la Guaimaral casi se estrella contra una camioneta de vidrios ahumados. Hijueputas! Les gritó y yo cerré los ojos porque creí que iban a bajar los vidrios sacando sus metralletas descargando todo el proveedor contra nosotros. Estas cosas son pan de cada día acá. Al parecer estaban de afán porque siguieron su curso haciendo chillar las ruedas traseras.

Viniendo de San Cristóbal volví mierda un carro la semana pasada, mi Papá lo había mandado a traer, nuevecito estaba el hijueputa, venía yo sólo tomándome una spolares a toda mierda cuando chaz! Me aparece de frente una gandola y yo tengo que jugarmelapa un lado entonces me parece mejor colchón las piedras que el abismo y plup! Allí fue a parar el carrito mano, se partió en dos. Usted viera, lindo el hijueputa, recién sacado de la agencia. Me salvé por que mi Dios es muy grande.

Llegamos. Nos bajamos del carro. Afuera habían tres mesas llenas de gente mal vestida. Era el único sitio abierto. Todos jugaban dominó. Miré al cabezón y este se encongió de hombros. El sitio parecía un galpón para peleas de gallo, olía a orines y retumbaban las paredes con canciones de Vicente Fernández. Galvis habló con uno de los que jugaba dominó, el tipo no se movía, al final asintió y con una sonrisa sin dientes gritó Bueno mijito entonces siéntense. Le pregunté a Galvis que que era lo que pasaba y me dijo que nada, que tan solo ibamos a jugar las cervezas con estos manes.

-Uy Galvis pero yo soy malísimo para esto y estos se ven expertos
- Fresco Gallo que yo lo cubro

Mire al cabezón como por instinto de supervivencia pero no le importó sentarse. Al cabezón solo le importaba al cine y por eso se fue de esta ciudad cansado de la misma cartelera de siempre. En Bogotá vio todos los ciclos, dejó la ingeniería que estaba estudiando para ver películas y convertirse en un crítico. Al Papá no le gustó mucho la idea y lo hizo traer de nuevo a la ciudad donde consiguió un puesto en el periódico, una columna semanal. No hacía mas, ver películas y soportar los regaños del papá. Nunca tenía un peso.

Cabezón yo no tengo plata para jugar, si quiere juegue usted
Yo tampoco tengo un peso pero Galvis dijo que invitaba
Si, si no se preocupen, además conmigo van a la fija

Me senté en otra mesa, pedí mi cerveza. Me la empecé a tomar a sorbitos y en silencio. Los que estaban en el sitio dejaron lo que estaban haciendo para ver la partida. Por la forma como iban vestidos sabía que no podían perder, esas camisetas de equipo de fútbol de barrio les daban cancha, amedentraban a cualquiera. Me le acerqué a uno de los que miraba, le pregunté que quienes eran ellos “Son los vigilantes de la cuadra, los que cuidan que no haya delincuentes ni marihuaneros por acá”.

Al principio la pareja Cabezón-Galvis parecía entenderse a la perfección, jugaban en conjunto, casi a ciegas, se fueron arriba tres juegos a cero. Al cuarto punto los vigilantes tenían que pagar la cerveza. Me animé y pedí una caja de cigarrillos. A uno de los que miraba el juego le pedí el cigarrillo que tenía encendido para prender el mío. El tres por cero había puesto muy contentos a los muchachos y no se esforzaron en demostrarlo, ponían las fichas con propiedad, chocándola contra la mesa, incluso el Cabezón dejó su parquedad y con rabia gritaba cada punto obtenido. Los vigilantes se miraban entre sí, visiblemente molestos por la humillación.

La suerte empezó a serles esquiva. Cometieron errores infames y ellos empezaron a concentrarse como si estuvieran dando ventaja a propósito. Sin atenuante voltearon el marcador cuatro por tres. Teníamos que pagar no solo la cerveza que nos tomamos sino también la de ellos. El cabezón y Galvis se recriminaron entre si y no pudieron recuperarse al perder tan estúpidamente el primer juego, además los otros sacaron a relucir su casta y ganaron los demás juegos con autoridad. Ahora eran los vigilantes los que se burlaban de nosotros. Con sus manos se agarraban las guevas y bailaban. Ellos pedían y pedían rondas de cervezas y yo las veía juntarse porque al hacer cuentas de todo lo que había que pagar se me quitaron las ganas de beber. Tenía un billete de diez en la cartera y tenía que hacerlo rendir hasta el viernes. Los vigilantes ni siquiera tomaban su cerveza, se la echaban encima entre ellos como si hubieran ganado un Gran Premio de Formula 1.

Me retiro- dijo el cabezón mientras se levantaba de la mesa y se venía a sentar al lado mío- no tengo mas plata guevón, no queda otra cosa que beber- pidió un inmenso vaso de plástico y se sirvió en ella tres cervezas las cuales bebió sin respirar. Se veía borracho y mal geniazo. Sabía que las rancheras lo ponían así. El estaba acostumbrado a otra cosa, a otro tipo de gente. Me daba miedo su amargura, me daba miedo que una mañana no pudiera aguantar mas y se decidiera a lanzarse por el balcón.

Doble o nada!- Gritó Galvis- El mejor de ustedes contra mi solito

El más chiquito de ellos se le sentó al frente tronándose los dedos. Con su mano pequeña y mugrienta revolvió las fichas. Galvis tomó las siete que le correspondían y el otro hizo lo mismo. Al ver su juego intentó sonreír como tratando de intimidar al otro pero sus ojos decían otra cosa, para poder llenarse de valor agarró la cerveza y no la soltó hasta beber de ella el último sorbo. La partida solo duró tres jugadas

-Gané! Paga doble- Gritó el chiquito de manos sucias. Los otros llamaron a la mesera  y le pidieron una caja de cerveza. Destaparon todas las botellas y se las echaron encima cantando canciones de victoria. Nosotros secos y aburridos nos fuimos hasta la caja a pagar lo que los otros botaban. El cabezón y yo sacamos unos billetes todos arrugados y se los dimos casi con timidez a Galvis

-Frescos que no vamos a pagarles ni un peso
- Pero como así guevón- le dije- si no pagamos estos tipos son capaces de agarrarnos a bala, no ve que son vigilantes
- Perro que ladra no muerde. Vamos de uno a uno al carro y nos largamos de acá. Yo no voy a darles un peso a estos hijueputas.

El chiquito de manos grasientas escuchó esta frase y les avisó a los demás. Antes de que pudieran reaccionar Galvis fue corriendo hasta el carro y se largó. Nosotros paralizados de miedo vimos como los vigilantes buscaban algo en sus bolsos. Retrocedimos al ver el brillo de sus pistolas.











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