En el verano de 1975, un envalentonado Coppola se fue a Filipinas a filmar, no una película sobre el Vietnam, si no el “Vietnam mismo”. En el elenco se destacaba la presencia de Harvey Keitel como protagonista, pero no fue si no que éste viera a ese poco de ojos rasgados hablando español, y tomara un poquito de agua filipina, para que su estómago explotara y tuviera que regresar más pronto que tarde a su país.
Coppola, que en ese momento era alguien muy parecido a Dios (un año antes su segunda parte de El Padrino (1974) había arrasado con los Oscares y la taquilla), se puso la mano en el puño y ordenó que le trajeran a Martin Sheen para que hiciera de Willard, y a los pocos días de la orden llegó a la selva un disminuidísimo Sheen ( poco antes de que recibiera la orden de Dios, había tenido un fortísimo infarto), por eso Willard luce como tan cansado, como tan sin ganas de matar al más grande de los actores norteamericanos: el ya gordito Capitán Marlon “Kurtz” Brando.
Apocalypse now fue estrenada en febrero de 1978. No fue sino que se terminara de grabar, para que Coppola hablara de sus problemas de filmación, de lo terriblemente exigente que era trabajar con Brando, de lo complicado que fue para Jhon Milius adaptar la novela de Conrad “El corazón de las tinieblas”; Coppola no se cansó de quejar de la selva, de la plata que había gastado la Zoetrope (su compañía), y todo eso lo decía como para que la gente fuera a ver la película y dijera: “ay pobre Francis, eso si es mucho amor al arte, porque mijita, yo ni loco me meteria a la selva a filmar puayá”. Y la gente fue y llenó la sala y se quedó impresionada con el trabajo que hizo ese gran fotógrafo que es Vittorio Storaro. La gente se aburrió en las dos horas y media que duró la película (la nueva versión dura más de tres horas); se aburrió porque Apocalypse now no es una película sino una guerra televisiva mal ensamblada y es por eso que el final es tan incomprensible (se filmaron como en Blade Runner, tres finales), y uno se imagina a Coppola todo diarreico en la selva, haga y haga tomas, grabe y grabe, y después en la edición vio toda esa mano de material y pegar y ensamblar eso, es casi un acto heroico.
“Los últimos días fueron dantescos -dice Coppola- yo tenía hepatitis, el mundo me daba vueltas con cada movimiento, estaba desesperado, quería acabar ya”. En recompensa y tal vez para acallar lo desesperantes que eran los alaridos de Francis, Cannes le hizo compartir Palma de Oro a Apocalypse now, junto al otro bodrio insoportable que es el Tambor de hojalata (1979). Fue un triunfo pírrico, la Zoetrope tuvo que cerrarse (de ahora en adelante se dedicaría a apoyar cine extranjero, gracias a ella se pudo ver en el mundo occidental obras tan importantes como Kagemusha (1980) de Akira Kurosawa), la compañía que tanto había ayudado a grandes amigos coppolianos como el grandilocuente George Lucas (que por cierto apenas hizo billete con su trilogía espacial se olvidó de un Coppola arruinado. ¡Así pagan los hijos!) se acabó por ruina, y Francis, tal vez el director de cine más empecinado (infructuosamente) en hacer una obra maestra que lo catapultara a las huestes de la inmortalidad, se quedaba, otra vez, con los crespos hechos. Francis se excusó de lo difícil que era filmar una película en la selva, pero esas excusas en la vida y en el cine (¡¡sobre todo en el cine!!) no sirven. No sirven por que al espectador no le interesan; él va al cine a ver algo bien hecho así el cineasta haya tenido que revolcarse en la mierda para lograrlo.
Y se puede ir a la selva, tragar lo que sea, hacer una obra maestra y no llorar.
En 1973, después de dos años de dar vueltas por toda Europa con su película bajo el brazo, Werner Herzog por fin proyecta Aguirre la ira de Dios. Era su tercera película y su segunda y última obra maestra. En la rueda de prensa un periodista búlgaro o rumano (¿sería Drácula?) le preguntó a Werner si era muy complicado filmar en la selva, por la disentería y los mosquitos y tal, Werner tomó un poquito de agua y con impasibilidad, como si fuera una boca, una inmensa boca, respondió “claro que fue difícil, pero las condiciones en que se filme no deben tenerse en cuenta a la hora de evaluarse el resultado final de una película”. Después tomó un poquito de agua y se rascó la cabeza.
Herzog era conocido por sus dos películas anteriores Señales de vida (1968) y Los enanos también empiezan pequeños (1970). El proyecto de Aguirre lo venía torturando desde años atrás. Ya tenía en la cabeza quien encarnaría el papel de Aguirre; Klaus Kinski sería el anatema que se revelaría contra el rey de España y, Amazonas arriba buscaría el tan anhelado “El Dorado”. Kinski, en ese momento vivía de recuerdos, su carrera en Hollywood la daba por terminada, y estaba de regreso en su país, haciendo una serie de monólogos locos donde el encarnaba a Jesucristo. La gente se burlaba de él, se tejían historias (no del todo falsas) de que Klaus estaba loco. En el documental Yo soy mis films, Herzog cuenta que le mandó el guión a Kinski con el firme convencimiento de que él sí lo leería; “si él decía que no, el proyecto se cancelaría. No lo quería por que él fuera un gran actor, lo quería porque él era Aguirre”, y cual sería la sorpresa de Werner cuando un sábado en la madrugada el teléfono sonó y al descolgar el auricular se encontró, como una sorpresiva cachetada, con la emocionada voz de Kinski, que habló 45 minutos, y cada frase estrepitosa que pronunciaba era como un sí.
Con 400.000 dólares se fueron al Amazonas peruano. La primera toma, cuando la hueste que conduce Pizarro está bajando, lo hacen desde un ángulo del Machu Pichu. “Kinski quería que filmáramos la ciudad, pero yo le dije que no, que mejor un ángulo donde el Machu Pichu fuera una montaña más; a él no le gustó mucho la idea y por eso hace mala cara cuando pasa por el frente de la cámara”. Las desgracias vendrían como un torrente, el guión se rescribía a medida que los imprevistos ocurrían, imprevistos tan molestos como las inundaciones del río (la escena de los rápidos es real), las plagas, las bestias salvajes, hormigas y sobre todo ese animal que era Klaus Kinski.
Un día, a poco de terminar la filmación (estaba prevista para hacerse en cuatro semanas y se terminó en ¡¡¡cinco meses!!!) Klaus amaneció cansado de recibir ese sol de justicia en la cara, se cansó de ese río que todo lo carcome y entonces necesitó buscarle problema a alguien y encontró a la victima perfecta en uno de los operadores. Le dijo a Herzog “ese hijueputa peruano me está mirando rayado” y Herzog, que en esa época se tenía confianza, fue y averiguó bien lo que había pasado y descubrió lo que ya sabia, que eran patrañas del desequilibrado actor. Se lo hizo saber a Kinski y este armó su consabida pataleta; los ojos tan azules se le tiñeron de rojo y se le plantó a menos de dos centímetros a la boca de Herzog y su pataleta llegaba a decibeles sólo concebibles en las guacamayas; “usted es un director mediocre, un director de enanos que tiene el honor de compartir set conmigo, el más grande de los actores alemanes de todos los tiempos”; la saliva de Kinski salía como espuma de su boca y se le estallaba en la cara del director. Dicen los que estaban, que los improperios duraron cerca de una hora. Con la impasibilidad que sólo pueden tener los alemanes, Herzog dijo, “espérame un segundo Klaus”, pero Klaus tan concentrado que estaba en su perorata no escuchó; Herzog sacó de un maletincito un revolver y apuntó casi que bostezando a la cara del actor. Kinski, en vez de calmarse, se alteró mas “policía, policía, un director de mierda me va a matar”, pero que va, nadie lo iba a escuchar, porque en cuatrocientos kilómetros no había más que selva. Herzog estaba dispuesto a desocupar el revolver en el diminuto y deforme cuerpo del actor. Después de dos horas se calmó y se sentó en lo que seria la popa del barquito, a ver como las pirañas sacaban sus caras a un sol agonizante.
El rodaje terminó a las pocas semanas de este incidente. Al llegar a Hamburgo, Kinski le dijo a la prensa que Herzog lo dirigía apuntándolo con un arma: “el es un director de porquería que no sabe ni dirigir ni nada, esta ha sido la peor experiencia de mi vida a nivel actoral. Nunca volvería a compartir un set con ese hijo de puta”.
Después de las vueltas que tuvo que dar Herzog con su película debajo del brazo (ningún productor se arriesgaba a exhibirla), la película se exhibió ganando en festivales tan importantes como Venecia y San Sebastián y dándole, de paso, un segundo aire a un actor por el cual ya nadie daba un marco. Las agencias noticiosas de toda Europa exhibían las fotos abrazados de Herzog y Kinski casi que como padre e hijo, pero sin saber quien era el padre y quien era el hijo.
Aguirre fue la primera de las cinco películas que hicieron juntos actor y director. Las otras son Nosferatu, vampiro de la noche (1979) Woyscek (1978), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987), películas que a medida que pasa el tiempo son más y más eclipsadas por Aguirre, la ira de Dios que tiene para mí, uno de los finales mas desoladores de la historia del cine (junto con el de ese cuerpo arrastrado por otro hombre bajo el inclemente sol del Valle de la Muerte, en Avaricia de Von Stroheim), el de la barquita llenándose de micos, que como chulos, revolotean entre los despojos de una expedición y Herzog con la cámara detrás, filmando y dándole vueltas con su ojo omnisciente a lo que dentro de poco será una balsa fantasma.
Cuando Fitzcarraldo ganó premio a mejor guión en Cannes, Herzog le dijo a la prensa que filmar en la selva era una experiencia inhumana, que los Aguaraunas en el Perú era una tribu muy brava, que hubo un momento en que la película se iba a parar y entonces el pensó en internarse en la selva y morir, “porque esto es el cine o la muerte”, y fue y trajo a Mick Jagger y Jagger se le enfermó, así como también Jason Robards, entonces eliminó el papel de Jagger y trajo a Kinski para que hiciera Fitzcarraldo y de paso lo insultara otro poquito.
Al terminar Herzog se sintió tan conmovido que se hizo filmar un documental contando sus desgracias en la selva, pareciéndose cada vez mas a uno de esos mendigos en la 15, que para que uno les de platica, van y muestran la chaguala. Tuvo que ser muy triste para Herzog que El peso de los sueños, documental sobre la filmación de la película, halla sido más entretenida que Fitzcarraldo.
Y es que Apocalypse now y Fitzcarraldo son más escándalo que película; por algo vienen a ser algo así como las hijas bastardas de Lope de Aguirre, el primer rebelde que pisó estas tierras.
3 comentarios:
Papasito, que sí escribes rico
Papasito, que sí escribes rico
Volví a ver esa película extraordinaria hace un par de días (tal vez te pasó lo mismo) después de mucho tiempo y debo decir que estoy más maravillado que aquella primera vez hace tantos años. Por otra parte, lo que leí me pareció fantástico, esclarecedor y excelentemente escrito. Un gran abrazo.
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