3 de febrero de 2011
EL CISNE NEGRO O EL ROSTRO COMO PAISAJE
La obsesión de Nina Sayers por obtener la perfección en su arte es la misma obsesión que puede sentir Natalie Portman cuando afronta un papel en el cine. En esta, su última película se le nota en el rostro, en cada expresión, el esfuerzo físico que requirió para interpretar a esta bailarina neurótica.
Así como un actor de teatro sueña con interpretar a Hamlet, El lago de los cisnes es el sueño de cualquier bailarín. Nina se ha preparado para esto toda su vida. No necesitamos de odiosos flashback para que podamos verla desde niña partiéndose los dedos de los pies al tratar de dominar a su antojo cada movimiento de su cuerpo, no necesitamos que nos muestren a la maravillosa Barbara Hershey someter a su hija a un estricto regimenpara que sea lo que ella no pudo ser. Es inevitable que todo niño prodigio odie a su procreador. La gran mayoría de bailarinas son puestas por sus madres desde muy chiquitas en una academia debido a sus frustrante carreras. El caso de Nina es muy parecido al de un Vaslav Nijinsky o Isadora Duncan, la misma entrega puede producir el enajenamiento total, una esquizofrenia creciente y por eso uno puede imaginarse al fauno ruso terminar sus días en un helado sanatorio creyendo, envuelto en una camisa de fuerza, que era el pájaro de fuego. Nina puede ver como los ojos de los retratos de las mujeres que pinta su madre se mueven, puede ver como su propio reflejo le hace muecas desde un mundo que ella desconoce.
El mundo para casi todo bailarín es un lugar ajeno y hostil fuera de la pista de baile.
Según su exigente director la férrea disciplina en la que vive sumergida Nina ha llegado a opacar su talento. El baile al fin y al cabo es un juego y ella por haber convertido su arte en religión ha perdido la gracilidad de las grandes bailarinas. En la tradición del Lermontov de Las zapatillas rojas, el clásico de los años cuarenta de Michael Power, Vincent Cassel ama el baile pero no le son indiferentes sus bailarinas y para tener el papel principal necesita un poquito más que disciplina y talento, de pronto el hecho de que no muerdan al besar podría ser un factor decisivo. Cassel necesita explotar ese cisne negro que se niega a salir, necesita exprimirle esa sensualidad que ha tenido encorsetada en su tutú la virginal Nina Sayers. Y es que el ballet la ha consumido tanto que ni tiempo ni ganas ha tenido para sentir la embestida de un amante enfebrecido. Pero el cisne negro debe surgir de los jugos rezumantes, de la lascivia, para el cine blanco no tendrá problema, pero si quiere vivir la transformación, la metamorfosis deberá “Tocarse un poco”. Y en aras de la perfección se va a un bar se chupa un ácido, coquetea en el baño con un chico lindo y luego va a su casa a masturbarse pensando en Lilly, la chica que está detrás de su papel como una perra en celo.
Nina Sayers como si fuera una exacerbada alumna de Stanislavsky se ha compenetrado tanto con el papel que siente como de sus poros empiezan a salirle plumas negras, como su cuello se alarga y sus pantorrillas se tuercen mientras sus ojos se enrojecen como dos pedazos de carne cruda. Pero hay una parte de ella que no deja salir el cisne y para vencerlo será capaz hasta de acuchillar esa parte de ella que aún le recuerda que no es una diosa sino una simple mortal.
Darren Aranofsky crea una película sobre la obsesión de un artista por dominar a la perfección su arte, sobre la envidia y la competencia que puede despertar la elección de un papel, sobre el sacrificio que debe realizar un ser humano por penetrar a los terrenos donde solo los dioses pueden pastar. Muy seguramente al aceptar el papel de Nina Sayers Natalie Portman habrá notado más de un punto en común con la esquizofrénicamente perfeccionista bailarina. Desde la más tierna infancia abocada a una obsesión que la llevaría a interpretar a los catorce años el hermoso papel de una huérfana enamorada de un asesino en El profesional de Luc Besson. A punto de cumplir 30 años la actriz de origen israelita se enfrentó con el reto mas grande de su carrera saliendo vencedora, porque el hecho de que gane o no el Oscar a finales de este mes será algo irrelevante, sin duda ella es hoy en día y gracias a su papel de Nina Sayers la mejor actriz del mundo.
Aranofsky confirma lo que con Requiem por un sueño y Pi solo fue un presentimiento. El cisne negro es la película de un director que piensa cada plano, que tiene una mirada pura y clara que lo lleva a crear a punta de reflejos con espejos la constante dualidad en la que se basa la película. La metáfora de la transformación del cisne negro al blanco está contenida en la misma posición de la cámara, la actriz luchando contra su reflejo, el personaje en constante desafío con su imagen. No le da miedo al joven director norteamericano usar, como desde las películas de Bergman no se usaba, el rostro como un paisaje, porque eso es precisamente el Cisne negro un festival de rostros que traslucen el dolor de constatar que todos fracasamos al aspirar a la perfección y los que lo logran casi siempre mueren
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