En una época donde los estudiantes son renuentes a la lectura, donde cada vez más es difícil impulsar por parte del maestro inculcar la curiosidad el cine aparece como un instrumento educativo de suma utilidad. Si bien resulta imposible por lo complejo que resulta el derecho para ser estudiado que el alumno pueda cubrir todas las lagunas que el pavor al conocimiento produce, el cine es el complemento ideal para que el abogado en ciernes pueda acercarse al amor a las leyes.
Ver reflejado en la pantalla un juicio así este sea efectuado en sistemas legislativos tan diferentes como el norteamericano sirve para que el joven entienda que no importa el idioma para entender que lo más importante es el sentido de justicia que se tiene que defender a la hora de defender a una persona. La integridad es justamente el talón de Aquiles que puede tener un abogado en este tiempo donde la tecnocracia le ha ganado la batalla a la academia.
El amor a la justicia es propio de los hombres cultos y civilizados. La frialdad que pueda proporcionar una constitución o un conjunto de normas pierden fuerza y sentido si no son interpretados por hombres sabios. En el siglo XIX un jurista se internaba en la conciencia de los hombres no solo amparados en el conocimiento de la ley sino en la pasión que les despertaba la literatura. En Balzac por ejemplo entendemos como pensaba un comerciante en el siglo donde las monarquías se hundieron y la burguesía emergió como clase dominante. En Dostoyevsky nos asomamos al infierno que se acumulaba dentro de cada espíritu ruso, en la obra de este epiléptico ya se prefiguraba la revolución de octubre de 1917 que acabaría para siempre con el orden establecido.
En la era post-literaria, el cine qué duda cabe aparece como sucedáneo de la literatura. Las historias se cuentan ahora por medio de imágenes. Como cavernícolas en torno al fuego se reúnen cada noche a ver las imágenes en movimiento. Teniendo en cuenta esta premisa es labor del educador acomodarse a las necesidades de sus estudiantes y en vez de perder el tiempo elaborando planes de lectura, se debería establecer una lista de películas que el alumno debería ver en cada semestre, películas que no solo fortalecerían sus conocimientos sobre el derecho sino sobre la cultura general. He acá esta lista.
Desde el origen mismo del cinematógrafo encontramos la necesidad que existía de llevar a la pantalla filmes donde la trama se desarrollara en tribunales. En 1899 ya encontramos la primera película donde se emparentan el derecho y el cine. El escándalo suscitado por la detención del ingeniero politécnico Alfred Dreyfus de origen judío acusado de haber traicionado a la patria al entregar unos documentos secretos al gobierno alemán despertó toda una campaña de especulación en Francia. Algunos acusaron que la detención no era más que una prueba del antisemitismo francés. El pionero George Melies aprovechó la coyuntura e hizo el primero de los muchos filmes que existen sobre el caso Dreyfus. Alejado de sus atmósferas fantásticas esta es una película absolutamente sui generis en su vasta filmografía.
Pero tenemos que esperar hasta 1939 para que John Ford nos entregue El joven señor Lincon , la película donde nos muestra los orígenes de ese gran jurista que fue el mas tarde presidente de Estados Unidos. Con una magnífica actuación de Henry Fonda, Ford nos muestra la integridad que debe tener un hombre de leyes sumado a una inteligencia prodigiosa y a una devastadora ironía. La obsesión por la justicia llevaría a este hombre de férrea voluntad a llevar proyectos de ley tan revolucionarios como la mismísima abolición de la esclavitud, hecho que al final le costaría la vida. Ford era un republicano convencido de los valores de su país. A pesar de ese fervor nacionalista el personaje de Lincon está lleno de matices que lo convierten no solo en la típica estatua de cera a los que nos tiene acostumbrados el cine sobre grandes personajes sino que nos lo muestra como un hombre más brillante que todos los demás pero hombre al fin y al cabo. La película despertó una fiebre inusitada por aprehender los conocimientos del derecho. Cada vez eran más los jóvenes que deseaban emular a paladines de la justicia como Lincon. Y es que al ver como un provinciano con escazas posibilidades para sobresalir pudo llegar a ser presidente gracias al amor que sentía por los libros de leyes. Fue un autodidacta en todo el sentido de la palabra, un político que se inclinó siempre por defender causas perdidas.
La película recrea el primer caso de su exitosa carrera. Dos jóvenes de extracción humilde son acusados de haber asesinado a un rico comerciante de la ciudad. El fervor popular hizo que los amigos del hombre muerto (Un reconocido agiotista de nombre Stevenson que era conocido por su crueldad) movilizaran una expedición a la cárcel con el fin de linchar a los acusados. Por un pedido expreso de la madre de los jóvenes Lincoln fue hasta la entrada de la cárcel a intentar persuadir a la turba embravecida. Después de efectuar su primer gran discurso la multitud se disgrega y espera el juicio. Contra todos los pronósticos el abogado autodidacta logra ganar el caso. Fue el primero de muchos casos donde salió victorioso.
A Ford como a los grandes cineastas no se le escapa ningún detalle. La conformación del jurado, un aspecto tan importante en cualquier juicio también aparece en El joven mister Lincoln. Para conformarlo el futuro presidente escoge prácticamente a cada representante del género humano. Los doce hombres que conforman la palestra representan un estado social, intelectual y cultural. Hasta un borracho es elegido porque cada quien puede presentar su particular versión de los hechos. Está en tela de juico la vida e integridad de un hombre. Cualquier detalle, por mas nimio que sea debe ser cuidadosamente sopesado.
El cine de la época de oro de Hollywood tuvo debilidad por mostrar a provincianos humildes que están obsesionados por comprender e interpretar la ley. Tal es el caso de Jefferson Smith, protagonista de Caballero sin espada, un hombre perdido en una ciudad intermedia que sueña con llegar a Washington y limpiarlo de todo tipo de corrupción. También estrenada en 1939 y dirigida por Frank Capra , tiene la estructura de un cuento de hadas político. Al verla uno no puede evitar sentir la necesidad de creer en que en medio del lodazal en que se ha convertido la política mundial uno no puede desconocer que la democracia puede ser la mejor de las desgracias.
Otro provinciano humilde, dedicado a la pesca y con cara de bonachón es el Paul Biegler de Anatomía de un asesinato. El filme empieza con los fascinantes créditos creados por Saul Bass. En los créditos vemos el croquis de un hombre asesinado. El croquis es desmembrado gracias a la atronadora música de Duke Ellington que sirve no solo de entrada de la película sino que es casi un prólogo de la misma. Vemos llegar al abogado Biegler (Maravillosamente encarnado por James Stewart) en un auto, vemos también su caña de pescar y su sombrero de safari. Pocos podrían reconocer en él a un exitoso jurista que incluso estuvo a punto de ser fiscal pero que sencillamente no tuvo el estómago para hacerlo. Está retirado en su casa sencilla, la pesca y el jazz lo alejan por completo de la hostil realidad. Sin embargo puede más la pasión que el raciocinio. La pasión está encarnada en la destartalada figura de Parnell Emerth McCarthy, un abogado que abandonó el oficio por culpa de su afición a la bebida. Pero su beodez no es óbice para seguir amando el derecho. Su pasatiempo preferido es pasar las noches con Biegler leyendo juicios que pasaron a la historia por complicidad. Ahora después de un largo receso ha llegado la oportunidad que han estado esperando: van a defender a un homicida, un joven soldado que ciego de celos asesinó a otro compañero por andar este husmeando en las faldas de su esposa. La esposa es una rubia voluptuosa que no para de coquetearle al viejo Biegler, este no solo debe defenderse de la fiscalía férreamente representada por un impresionante George C. Scott sino de esas curvas insolentes que buscan desesperadamente hacerlo estrellar.
Lo realmente importante de Anatomía de un asesinato es el nivel de detalle que tiene el filme. Acá se ve como la defensa prepara el caso, queda claro como y cuanto tiene que leer un abogado para presentar un alegato. La historia se trama en la misma investigación. Los libros grandes y hermosos tienen la misma importancia que los hombres que llevan el caso. Dirigida por la mano de hierro de Otto Preminguer, Anatomía como toda obra maestra está plagada de detalles importantísimos. Nos muestra los peces que pescan, el licor con el que se emborrachan, la astucia del acusado, encarnado con maestría por un jovencísimo Ben Gazzara, la sensualidad de la esposa y sobre todo la inteligencia de un gran juez. Todos los elementos de un juicio son puestos en la mesa con extremada sabiduría por el director alemán.
Anatomía de un asesinato es una joya que a pesar de sus sesenta años se sigue disfrutando como si hubiera sido hecha ayer.
Después de haber realizado Perdición Billy Wilder no solo se metió en el panteón de los grandes directores del cine negro sino que se perfiló como el más grande colega de Hitchcock. Testigo de cargo no solo fue su película más hitchconiana sino que es su aporte a los filmes de tribunales. De final sorpresivo, Testigo de cargo se centra en la figura de un juez muy viejo y muy sabio, dotado de un sentido del humor devastador. El juez sobre el cual un hombre podría descansar tranquilo su cabeza en su regazo. Esta vez su sentido común no superará el de una mujer tan avispada como Marlene Dietrich, una esposa que hará cualquier cosa por salvar a su marido. La cinta está dotada de la clásica sorna wilderiana pero además reviste un profundo conocimiento del sistema legal norteamericano.
El director Sidney Lumet, consigue adentrarse en la América Profunda sin necesidad de salir de un cuarto donde doce hombres debaten sobre la vida de un joven que ha sido acusado de haber asesinado a su padre. En esa docena de personas están sintetizados los caracteres de todos y cada uno de los norteamericanos y porque no de los seres humanos. Desde el racista hasta el frívolo que solo le importa la camorra y los deportes, del hombre justo al que está sesgado por algún prejuicio personal, del joven al viejo, ninguno de los jurados se pudo ver mas heterodoxo que el que conforman estos doce hombres en pugna. Otra vez Henry Fonda carga sobre sus espaldas el peso de una soberbia actuación. Lo que parece un juicio fácil donde es demasiado evidente que el acusado es culpable el personaje de Fonda va tumbando cada una de las pruebas que en teoría resultan irrefutables. No sabemos si el acusado es inocente, lo que si sabes es que las pruebas son endebles y sin pruebas no existe el delito.
Doce hombres en pugna habla sobre la relatividad de las cosas, sobre lo frágil que puede ser un argumento cuando se trata de acusar a alguien, cuando se busca castigar quitándole la vida a otra persona por más atroz que pueda ser el crimen cometido. Hay que pensar, la responsabilidad de un buen jurado radica en el hecho de sentir, de analizar, de quitarse cualquier tipo de velo que pueda impedir emitir un juicio justo y sin prejuicios. No se necesita mostrar imágenes o grandes escenas para generar tensión, la película de Lumet es una muestra fehaciente de ello. En un solo cuarto están metidos los 120 minutos que conforman este filme maravilloso. Una película sostenida completamente en los maravillosos diálogos construidos por el guionista Reginald Rose rehúsa a presentar cualquier tipo de flashback, de imágenes gratuitas que nos puedan sacar de la claustrofobia que pueden sufrir 12 hombres deliberando sobre la vida de un prójimo.
En 1959 Holcomb, un pequeño y pacífico poblado al este de Kansas dos hombres entraron a la casa de los Clutter, una próspera familia tan americana como un cuadro de Norman Rockwell, después de discutir un poco con el jefe de la familia, los dos hombres decidieron estremecer la noche con los disparos que salieron de su escopeta. Los cuatro integrantes de la familia murieron destrozados por las balas. Los asesinos se llevaron de la casa de los Clutter cuarenta dólares y un radio de pilas. Después de ocho meses de investigación encontraron las pistas suficientes para agarrar a los dos sospechosos, Perry Smith y Richard Hitchcock. Los asesinatos hicieron que el conocido periodista y escritor Truman Capote se interesó por el caso. No demoraron mucho para determinar que los sospechosos eran culpables. Fueron condenados a morir ahorcados. A pesar de la crueldad con que perpetraron los asesinatos fue inevitable que Capote no descubriera el alma que había detrás de los sicópatas. Es inevitable después de leer el libro que escribió sobre los hechos uno no sentir simpatía hacia ellos.
A sangre fría cambió la historia de los artículos periodísticos para siempre. A partir de este libro las crónicas pasaban a estar más cerca del terreno de la literatura que del mismo periodismo. Fue un éxito inmediato de ventas y de críticas. Un éxito que al final echaría a perder para siempre la carrera de Capote. El contacto que tuvo con Perry Smith, una amistad que incluso llegó a frisar los terrenos del amor, hizo sentir culpable al escritor norteamericano. Siempre creyó que se había aprovechado de la situación de los condenados a muerte para escribir su obra maestra.
Cuatro años después de la publicación del libro, el director Richard Brooks lo adaptó a la pantalla grande. La película estuvo a la altura de la obra de Capote. A sangre fría no habla solo de la frialdad con la que fueron ejecutados los asesinatos sino por la forma en que el estado de Kansas pudo mandar al cadalso a dos jóvenes que habían tenido infancias difíciles, vidas llenas de maltratos, de injusticia. Estados Unidos el adalid de la libertad era incapaz de cuidar a sus hijos. En busca de venganza el sistema judicial actuó como una partida de hombres guiados por John Lynch. Después de ver el maravilloso filme de Brooks uno no puede dejar de pensar que la pena de muerte no es sino otro resquicio de la barbarie. Un país que se supone libre y justo no debería tener este tipo de condenas.
Harper Lee acompañó a Capote a Holcomb a realizar la investigación. En el viaje la llamó su editor informándole que su libro Para matar a un ruiseñor se publicaría inmediatamente. Esa noche bebieron hasta hartarse para celebrar el acontecimiento. El libro fue un clásico inmediato. Las ofertas para llevar al cine su historia no tardaron en amontonarse en su puerta. La señora Lee siempre se ha caracterizado por su timidez. Nunca ha dado una entrevista y a diferencia de su amigo Capote detestaba todo el glamour de Hollywood. Estuvo de acuerdo con que adaptaran su obra pero no quería saber nada de tener que escribir un guión sobre su propio libro.
La novela habla de la acusación de un negro de un asesinato que no cometió. El racismo, la ignorancia y el prejuicio serán los elementos con los cuales el pueblo busca hacer justicia despedazando el cuerpo del sospechoso. En los hombros de Atticus Finch, el abogado que no tiene nada, el hombre al que sus pobres clientes le pagan con sacos de arroz su trabajo, recae la responsabilidad de impartir lecciones de moral, amor y justicia. Él se hace cargo del caso, defiende al acusado cuando todo el mundo lo señala y contra todo pronóstico logra ganarlo, descubriendo que el asesino no es más que el tonto del pueblo.
La responsabilidad de dirigir la adaptación de este gran libro (Ganador del Pulitzer) recayó en el joven director de televisión Robert Mulligan. Harper Lee cuenta su historia a través de los ojos de una niña, una niña que por supuesto es ella misma. Lo que convierte a la película en una obra maestra es que a partir del comportamiento de tres niños podemos ver como los adultos abordan un juicio. Pocas veces en el cine se ha visto un tema tan espinoso a través de los ojos sabios e inocentes de tres menores. “La visión infantil de la película se subraya desde el principio mismo de la película se subraya desde el principio mismo de la cinta, pues en los créditos vemos que se abre ante nosotros la caja de tesoros de Jen, el hijo mayor de los Finch, en ella encontramos un par de muñecos tallados, unas canicas.” Esta visión del niño engrandece sin duda la figura de Atichus. Más que un abogado el señor Finch es un súper héroe, engrandecido en la pantalla por Gregory Peck . Después de ver la película uno no puede dejar de admirar a alguien que ha demostrado a raja tabla su apego a la justicia y a las leyes.
A pesar de que la AFI puso en el primer lugar a Para Matar un ruiseñor entre las mejores películas de tribunales de todos los tiempos no debemos olvidar la importancia de un filme como El juicio de Nuremberg por la complejidad que significó el hecho real. Después de que terminara la Segunda Guerra Mundial se iniciaron los juicios contra los criminales nazis. El momento más álgido fue cuando los jefes de las fuerzas de ocupación tuvieron que juzgar a los jueces alemanes que demolieron la constitución de Weimar para dejar el camino jurídico expedito al régimen Nazi. ¿Con que argumentos puedes acusar a hombres que forjaron una ley por más inmoral y atroz que esta sea? Con las impresionantes actuaciones de Spencer Tracy y Burt Lancaster, El juicio de Nuremberg es una reconstrucción histórica exhaustiva, un fresco de un hito donde se dejó claro que antes de la construcción de cualquier ley está el sentido de igualdad y justicia que debe imperar en el espíritu de los hombres de bien.
La época dorada de Hollywood sin duda nos dejó grandes filmes sobre tribunales. En los últimos 30 años películas como El Cliente , Mi primo Vinny , En el nombre del padre o Cuestión de honor entre otras supieron llevar la tensión de un juicio, mostraron las flaquezas de la justicia penal militar o de la justicia norteamericana o inglesa. Tienen un mensaje más desalentador ya que el cine como toda manifestación artística es hija de la época que le tocó vivir. Lo que más impresiona en estos filmes de tribunales es la vigencia que tienen todavía. Películas de 1939 como el Joven Señor Lincoln que tienen aún un aire fresco, una rebeldía que te incita a conocer de cerca y mejor las leyes.
Un hombre de leyes puede ser un súper héroe. En el año 2003 el AFI hizo un conteo de los 50 héroes más importantes de la historia del cine. Según ese conteo, para sorpresa de muchos que esperaban ver a Batman, Superman o Rocky en el primer lugar el American Film Institute eligió a un hombre común y corriente, un debilucho con gafas y aspecto pálido. Un hombre que desde la abogacía le ha enseñado a sus hijos y a sus prójimos la importancia de la justicia, la importancia de ser un hombre bueno. El héroe de todos los tiempos era un abogado y se llamaba Atticus Finch. El sentido de equidad puede ser un arma más efectiva que la más poderosa de las ametralladoras.
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