Todo el mundo quería ver trabajando juntos a los dos Bergman más conocidos de Suecia. Desde hacía diez años a los dos les rondaba la idea de hacerlo. En 1977 el director Roberto Rosellini muere después de una larga agonía. Ella, Ingrid Bergman, lo había dejado todo por él. Todo significaba un esposo, una hija, y su gloria en Hollywood. Rosellini no aceptaba que trabajase con otro director, sin embargo ella ya estaba enferma y él -un poco para que se olvidase de la enfermedad- le dijo: “Me encantaría que trabajaras con él, es el único que podría sacar lo mejor de ti”.
Ingmar Bergman fue al aeropuerto de Estocolmo a recogerla. En el camino ella le contó lo feliz que se sentía su esposo Roberto de que ella trabajara con Bergman. Éste detiene súbitamente el carro y se larga a llorar. Rosellini fue, para una generación de cineastas, Dios. En La linterna mágica dice que fue el mejor halago que le hicieron jamás.
Filmaron en Noruega renunciando a filmar en su entrañable e inexpugnable reducto de Faro. Se sintió a gusto en los primitivos estudios de las afueras de Oslo eso lo convenció de salir de su territorio, Bergman él que ya tenía un aura que le permitía hacer lo que quisiera. Ingrid también y ese fue el problema. Si bien había trabajado con Renoir y Rosellini, ella definitivamente estaba habituada a la forma de trabajar de los grandes estudios donde las películas las hacían las estrellas. Ingmar tenía un grupo establecido, una familia compuesta de rituales. Al final de cada rodaje se acostumbraba a tomar una copa y a ver una película escogida por el propio Bergman y la veían en la sala de cine que había acondicionado en su casa, cuenta Liv Ullman que a todos les sorprendió que a los cinco minutos Ingrid se levantara y murmurara: “No puedo perder el tiempo viendo esta porquería” se levantó y se fue. Por supuesto esto no le granjeó el cariño de Ingmar.
Y sin embargo admiraba la valentía que tuvo de ir hasta allá a pesar de su terrible enfermedad. Ingrid, como Juana de Arco (su gran ídolo y a quien interpretara en una célebre obra de teatro en los cincuenta), se crecía ante el dolor y la adversidad. Los elementos que tiene su personaje Charlotte, una afamada pianista, fueron añadidos por la propia Ingrid, sacados de su propia vida, como el dolor constante de espalda, la pérdida del compañero de toda la vida. El dolor del cáncer y de perder a Roberto. La película se sostiene a partir del monólogo de la Bergman. Es ella la que nos cuenta su vida, sus dudas, la mala conciencia de haber abandonado a su familia, todo por ser fiel a su demonio.
Sin duda que el director sueco sabía que Ingrid estaba dando lo mejor de sí y cuando ella lo hacía sólo podía competirle Sarah Bernhardt que hacía décadas estaba durmiendo el sueño eterno. Sin embargo era inevitable el conflicto y no era un problema de falta de colaboración, de desgano era un problema de lenguaje: “Ya el primer día cuando leímos juntos el guión en el estudio de ensayos, descubrí que había preparado todo su papel delante del espejo con acento y gestos. Era evidente que su visión de la profesión no coincidía con la que teníamos nosotros”. Ingmar por primera vez deja sola a Liv Ullman, no la apoya, y toda su fuerza se va en contener ese río desbordado, esa fuerza de la naturaleza que era Ingrid Bergman. La Ullman se puede defender sola y está magnífica en los monólogos donde la hija le reprocha a la madre la indiferencia en que la ha mantenido a través de sus años de éxito. Bergman filma esos dos rostros que son como dos paisajes. En esos dos rostros el alma humana contenida.
Sonata de Otoño fue tomada con indiferencia por parte de la crítica. Lo acusaron de estar copiándose. Bergman estuvo de acuerdo con esto: “Amo y admiro a Tarkovsky, me parece que es uno de los mas grandes. Mi admiración por Fellini es ilimitada. Pero me parece que Tarkovsky empezó a hacer películas de Tarkovsky y que Fellini últimamente ha empezado a hacer algunas películas de Fellini. Kurosawa nunca ha hecho una película de Kurosawa. Ha llegado por tanto el momento de mirarse al espejo y preguntar: ¿Qué es lo que pasa en realidad, Bergman ha empezado a hacer películas de Bergman? A mi me parece que Sonata de otoño es un triste ejemplo de eso”.
Anoche volví a ver la película y el tiempo ha contradecido al propio Bergman. Sonata de otoño tiene un ritmo e intensidad que la convierten en una hija de nuestra época. Ingrid sí lo intuyó, por eso a pesar de que estaba exhausta, de que el cáncer no le daba tregua, de su incesante disputa con Ingmar, ella estaba feliz y segura de que esta película consolidaría aún más su lugar entre las grandes actrices del siglo XX. Esta fue su última película.
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