27 de enero de 2012

TEMPLE DE ACERO. EL RESURGIR DE UN GENERO


Con reticencia me senté a ver la película de los Coen. La había esquivado desde su estreno hace un año por lo desagradables que me habían parecido las laureadas Sin lugar para los débiles y sobre todo la insoportable Un hombre serio. Estaba preparado para vivir una de esas tramas frías, hechas como para ganar en Berlín donde no pasa nada, donde los silencios pueden llegar a ser exasperantes. Bastaron mas que un puñado de minutos para que ya estuviera al filo de la butaca, identificándome plenamente con los personajes y sobre todo viviendo el cine con la emoción que se puede vivir un partido de fútbol.
Temple de acero es ante todo una experiencia cinematográfica, una película perteneciente al primer género de todos, el western, el gran aporte mitológico de la cultura norteamericana al mundo. Sin embargo la gran mayoría cree que el género es un burro podrido tostándose al sol y desde que en 1992 al maestro Eastwood realizó Unforgiven pareciera que nadie lo iba a sacar de la tumba. Los Coen retoman un clásico de 1969 inspirado en la novela homónima de Charles Portis y protagonizada por John Wayne, quien por su papel de alguacil recibió un Óscar y dirigida por Henry Hathaway.
Por increíble que pueda sonar este remake supera con creces a su predecesora. La clave está en que los Coen releyeron la novela y se dieron cuenta que la fuerza de la historia residía en la extraordinaria fuerza interior de Mattie Ross, la niña que al ver como temible Tom Chaney asesinó a sangre fría a su padre decide tomar venganza por su propia cuenta, contratando a un alguacil medio borracho, medio loco, con un solo ojo pero con temple de acero. Un hombre de la ley que se ha cargado a más de veinte tipos y que aceptará por cincuenta dólares perseguir a Chaney quien cabalga con la banda de su viejo enemigo, el suertudo Ned.
Entonces esos personajes cobran vida ante ti y no puedes dejar de sentir afecto hacia ellos. Son todo lo despiadados y crueles que pueden ser en esa tierra hostil. Para conquistar un territorio debes ser despiadado. Mattie Ross está sola entre lobos pero su férrea voluntad, su temple de acero la ayudará a soportar las adversidades. Desde que Luc Besson descubrió a Natalie Portman en El profesional no veíamos una aparición tan rutilante, tan esplendorosa. Es que Hailee Stenfield, como Jodie Foster en Taxi Driver disputándole escenas a Deniro, tiene la capacidad de disputarle escenas a tres actores maravillosos como son Matt Damon, Jeff Bridges y Josh Brolin. Todo con catorce años. No existe género más misógino que el western. Hace poco llevándole la contraria a una feminista que se ofendía por el tratamiento que le daban cineastas como Ford o Peckinpah a las mujeres en sus películas le puse Erase una vez en el oeste de Sergio Leone. Recordaba que en el filme Claudia Cardinale tiene que hacerse cargo de un terreno apetecido por una poderosa banda criminal. Lo que no me acordaba es que el guion hecho a seis manos por Bertolucci, Argento y Leone iba convirtiendo en el transcursos de sus 140 minutos a la Cardinale en poco menos que una prostituta. Al final ella sería una figura de cartón sepultada por los rostros de Jason Robards, Henry Fonda y Charles Bronson. La interpretación de la Stenfield es magistral y en todo momento la estamos mirando a ella, nos concentramos en sus expresiones, es sus frases desafiantes y no podemos hacer otra cosa por sufrir por ese cordero rodeado de lobos, un cordero que tiene como única arma su valentía.
En muchos momentos no sientes que estás viendo un western sino un cuento de hadas donde una pobre princesa a cuyo padre han matado debe enfrentarse a temibles y poderosos monstruos. Para ello los Coen logran crear una atmósfera casi que onírica. Ese ahorcado subido en un árbol altísimo y picoteado por los buitres no es otra cosa que la imagen de un sueño, al igual que el indio que vende el cadáver a un dentista obeso, de barba larga y cubierto con una piel de oso que lo compra solo para experimentar con sus muelas.
Una obra maestra se define en esos detalles, en esos momentos y Temple de acero los tiene por montones, como esos tres hombres condenados a la horca y que nos los presentan en sus últimos momentos, justo cuando dicen sus últimas palabras. O los tres cadáveres expuestos al frío después de que Jeff Bridges con su único ojo les haya apuntado desde el risco de una colina. La violencia siempre está presente en esta película, una violencia que es como la de Scorsese absolutamente poética.
Los Coen con esta película demostraron ser capaces de resucitar el más cinematográfico de los géneros, el western. Esperemos que lo último de Tarantino, ambientado también en el oeste terminé de reafirmar que después de décadas de estar dormido el western se ha despertado, cargado de una infinidad de historias dignas de ser contadas

1 comentario:

Sece dijo...

Has vuelto, sabia que solo eran vacaciones.