Los críticos sueñan con jubilar a Woody Allen. Cada vez que
el resultado de uno de sus estrenos anuales no es una obra maestra empiezan a
soltar la retahíla de siempre: Que se está repitiendo, que su inspiración y talento
simplemente se han acabado. Con todas esas prevenciones fui al cine con la
intención de ver una película de Woody, que desde los créditos apareciera el
entrañable deja vu de mis días felices y todos esos sentimientos volvieron a
florecer.
De Roma con amor mucho
más que una buena película es un filme de su autor. ¿De que otra cosa se puede
hablar sino de uno mismo? Esa es la finalidad de un artista cuando plasma su
sueño. Allen se repite como lo hacía Dostoyevsky o Rosellini. Pretende ser
consecuente con sus demonios y lo consigue.
Las cuatro historias que conforman la película son muy
divertidas, alguna incluso utiliza el método prousiano del tiempo recobrado,
tan caro en el cine de Bergman, en el Cría
cuervos de Saura y sobre todo en la obra del propio Allen. Recuerden la
visita al viejo barrio de Alvin en Annie
Hall, a Juda volviendo a la casa de su niñez en Crímenes y pecados. Acá se le da otra variante porque al volver al
barrio bohemio de Roma Alec Baldwin se ve a sí mismo treinta años atrás
encarnado en el deliciosimo personaje de Jesse Eisenberg.
Te puedes morir de la risa dentro de la situación kafkiana
del hombre que se levanta siendo la celebridad más importante de toda Italia,
toda una reflexión sobre la premisa de Warhol de que todos tenemos derecho a 15
minutos de fama en la vida pero completamente potenciado por la imbecilidad de
los realities que se han apoderado de la televisión del mundo. La presencia del
gran Roberto Benigni refresca sin duda la pantalla.
Y bueno…. A reaparecido el cómico Allen, con un ojo bastante
apagado, a punto de quedar sordo (Como Buñuel), pero con la misma vitalidad de
siempre. A su lado la eterna Judy Davis, con su amor seco, negrísimo… irónico.
El personaje de Woody es el de un jubilado de la industria musical que quiere
volver a trabajar como sea. Viaja a Roma con su esposa para conocer al
prometido de su hija. Él es un republicano radical que detesta Europa a quien
considera “Decadente” sin embargo descubre que su consuegro, un enterrador
cualquiera, canta como el mismísimo Caruzo cuando se está duchando. En una de
esas estrambóticas ideas que caracterizaron su carrera como productor musical
idea una ducha portátil para que cante como si estuviera en su propio baño y
descreste al exigente público romano.
Los críticos dicen que esa no es Roma, que ahora el senil
director se va a dedicar a fabricar postales para Lonely Planet, primero Paris
y luego la capital italiana. A mi me parece que ha sabido jugar con el paisaje,
con la arquitectura y la ha puesto en función de la narración. Sales de la sala
de cine creyendo que el mundo es un lugar mejor, una sensación bastante
parecida a la que sentía la gente después de ver una película de Capra.
Esperemos que estas postales maravillosas sigan saliendo de
su mirada. El mundo necesita más películas de Woody Allen así a los críticos
les moleste tanto que un maestro se niegue a jubilarse.
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