Así que me dijeron que fuéramos al teatro, a un lugar
ubicado en el parkway, un sábado a las nueve de la noche mientras las calles de
Teusaquillo se cerraban y la noche era una fiesta. Las últimas veces que había
ido al teatro me había aburrido. Al frente estaba un man desnudo que hacía
expresiones absolutamente ridículas. La persona que me llevó me murmuraba al
oído que eso “Era la vanguardia, la puritica vanguardia mano”. Le menté la madre
en silencio y seguí disfrutando de lo incomprensible. El teatro es para los
teatreros así como la poesía es para los poetas.
Refunfuñando me metí en una casita que se hace llamar
Hombremono en donde una chica muy guapa me dio unas boletas. Yo miraba la casa
y me preguntaba “¿A dónde nos van a meter si esto es muy chiquito?” Subimos
unas escaleras y luego llegamos a un salón estrecho, en donde el público
inevitablemente formaría parte del espectáculo. “Con tal de que no me hagan
pasar al frente” pensé con el miedo que tienen los niños cuando van a clase y
no se saben la lección.
Bregué quedar en una silla muy cerca de la puerta por
aquello de si me daba un ataque de claustrofobia en medio de la función, pero
que va, me ubicaron por allá en un rincón y un tipo al que había visto en
varias telenovelas nos advirtió antes de la función que era completamente
imposible salir una vez hubiera empezado la obra. Elevé una oración a Santa
Verónica para que todo saliera bien pero después recordé que esta era la santa
del cine y me pregunté si todavía el teatro tenía dioses.
Se apagan las luces y entra un yuppie a su oficina, el tipo
se acomoda la corbata, mira por la ventana, le pide a Baba, su mayordomo, un
café. El man está nervioso. Suena el timbre y afuera está su parcero de toda la
vida, el hombre de barrio que nunca cambió, el adolescente eterno con sus
pantalones anchos, la chaqueta de cuero, los audífonos de esquimal y la gorra
echada para atrás. Ya no son los mismos así trabajen juntos, el uno creció, el
éxito, la plata, los relojes caros y el buen gusto y el otro todavía vive con
su madre y sueña con irse un fin de semana a la playa, con su amigo, levantar
un par de extranjeras y fundirse en una orgía hasta el otro lunes.
Pero ya no hay tiempo para celebrar la amistad. Trabajo es
trabajo y sobre todo si hay problemas, sobre todo si hay un desfalco de
billete, de mucho billete y el principal sospechoso es tu amigo; tu mejor
amigo. Estaba en la mitad de la obra y no estaba aburrido, al contrario estaba
muy interesado, casi que comiéndome las uñas esperando que iba a pasar con esos
tipos que podría ser cualquiera del público.
En Despachados no
hay resquicios para el aburrimiento. Tampoco es una de esas comedias ramplonas
de café concierto. La intensidad con la que los dos actores principales,
Alejandro Aguilar y Manuel Sarmiento, hace que literalmente el espectador tenga
el corazón en la boca. No sé nada de teatro, me encantan las historias y Despachados es ante todo eso, un
excelente relato muy bien dirigido por Quique Mendoza.
Salí y hacía frío. Teusaquillo seguía de fiesta. Entré a un
restaurante y pedí una cerveza. No podía dejar de pensar en la obra. Despachados tiene justamente eso; la
capacidad de clavarse en el inconsciente, de taladrarte el pensamiento, de hacerse
inolvidable. No lo duden, vayan a verla… sobre todo si no les fusta el teatro.
Para los interesados la pueden ver en la Cra 25 # 39-74 La
Soledad (Zona Parkway)
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