Durante el juicio de Nuremberg hubo un gran vacío en el asiento de los acusados. Por más de que la labor de los agentes aliados en Berlín y sus salidas fue excepcional se les lograron escapar más de un alto dirigente Nazi cuando derrotaron sin contemplaciones al Reich en abril de 1945. El más importante de todos fue Adolf Eichmann. El muy competente oficial SS se destacó por su minuciosa labor que le encomendó Himmler, su jefe directo, de detener, encarcelar y organizar a los grandes enemigos del Reich: los judíos y gitanos. Acabar con estas razas inferiores le garantizaba al Reich convertir a Europa entera en un gran campo donde pastorearían con tranquilidad los arios, la raza superior.
Con éxito Eichmann burló el cerco aliado y gracias a sus influencias pudo desembarcar en Suramerica. Después de una breve estadía en Asunción decidió asentarse en un humilde barrio de Buenos Aires donde pudo vivir con sus amados hijos una vida de jubilado bueno hasta que los caza-nazis israelitas lo encuentran y antes de llegar a su hogar lo secuestran extraditándolo de inmediato a Israel donde lo ejecutan ocho meses después.
El problema era que aunque tenían las pruebas para condenarlo a muerte el estado hebreo necesitaba una confesión de parte del acusado. Para eso le asignan el trabajo a un capitán del ejército que a su vez conoce la ley para lograr sacarle la confesión. Sobre este hecho se asienta el veterano cineasta Robert Young para lograr el efecto al que nos tiene acostumbrados; atraparnos en la trama como si fuera una araña desplegando su tela. Young no ha tenido el debido reconocimiento por ser un director consecuente, sin concesiones. Llevar los últimos días de Eichmann al cine hubiera sido un gran golpe taquillero pero la mirada de Young se centra en aspectos que por lo general no le interesan al público. Uno de ellos es tratar de mostrar al hombre que vive debajo del monstruo. El criminal nazi era un hombre que amaba a sus hijos y a los niños en general, sin embargo en cuatro años asesinó a más de medio millón de niños en los territorios que ocupaba Alemania durante la II Guerra Mundial. Al recriminarle el joven capitán esraelí este hecho Eichmann se defiende diciendo “Pero eran niños judíos” con la sutileza de un pincel Young va delineando el carácter de sus personajes volviéndolos seres de carne y hueso.
La presión que ejerce la comunidad judía sobre el oficial al que se le encargó la misión, las cartas enternecedoras en las cuales el SS les dice a sus hijos que a pesar de que él y sus ideales han muerto todavía quedará la esperanza de una nueva Alemania y sobre todo los flash-back que supo poner en la edición con maestría armando un muy efectivo rompecabezas hacen de Eichmann una gran película.
La crítica acusó al filme de caricaturizar la figura del nazi volviéndolo solo un vampiro sediento de sangre. No les gustaron a la totalidad de críticos que leí los flash-backs donde mostraban al oficial cumpliendo con lo que el Fuhrer le pedía. Robert Young no tiene la culpa de que esto haya sido así. Himmler, Heydrich y Eichmann tenían la responsabilidad matemática de pensar en la ecuación por la cual podrían matar a 50 millones de personas en el menor tiempo posible. Si bien el segundo de las SS en algún momento pensó en otras soluciones mas “benignas” para deshacerse de los judíos como mandarlos a Madagascar o poniéndolos a trabajar hasta morir en las fábricas de armamento. Pero ya cuando la solución final se ordenó y cautivado por la magnética personalidad de Hitler, ordenó la muerte sistemática de más de cinco millones de personas.
La película fue uno de los tantos fracasos comerciales que ha tenido Young en su consecuente carrera. Para los que quieran verla este mes la están haciendo circular en ese maravilloso canal que es Max.
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