Harold Crick se levanta todos los días a la misma hora. Se cepilla los dientes 76 veces (38 verticalmente, 38 horizontalmente) gracias a su reloj su rutina diaria es exacta. Como una máquina peligrosamente perfecta sus cálculos suelen ser exactos, en la oficina sus compañeros han dejado de usar calculadoras, para eso está Harold para que le saque la raíz cuadrada a cualquier cifra.
Todos los días se acuesta a las once y media de la noche en su cama impecablemente tendida, dormirá profundamente y no soñará con nada. Harold Crick, el recaudador de impuestos es un hijo de nuestra época, la educación encontró en él su objetivo: la excelencia. No queda espacio en su cuadriculada vida para la improvisación ni mucho menos para la imaginación por eso resulta tan extraño que justo él empiece a escuchar una voz que le indica todo lo que el hizo, como si en una de sus ensaladas se hubiera tragado un diminuto Cide Hamete Benengeli que narrara su vida pero se la narrara justo en su oído. Para colmo de males su herramienta más útil, el reloj de pulso ha comenzado a fallar. De un día para otro Harold Crick ha empezado a desconcentrarse y ya no es tan exacto, además esa voz no se calla. A veces se encuentra en la calle gritándole a la voz que deje de hablar, la voz no le hace caso, al contrario la voz que siempre acierta ha dicho su última sentencia: Harold Crick tiene los días contados.
Tiene miedo no solo de morir sino de que la locura se haya asentado en él. Va a donde una siquiatra que le diagnóstica de entrada esquizofrenia, él tiene sus objeciones, “Y si yo le dijera que es verdad, que la voz existe y casi siempre acierta” ella le responde que vaya a donde un crítico literario, no hay que descartar ninguna opción en estos casos antes de recetar calmantes y camisas de fuerza es mejor estar seguro de lo que se hace. Jules Hilbert al escuchar la rocambolesca historia de este gris recaudador de impuestos casi llama a un instituto para enfermos mentales para que se lleve al loco ese que escupe estupideces hasta que Crick le repite lo que la voz le dice “Él no sabía que…” ¡Dios mío! la historia de la literatura está hecha con esa frase, se dictan cursos, seminarios, carreras enteras con esa frase. Es indudable, el cuadriculado funcionario se ha convertido en el personaje de una novela y este personaje va a morir en cualquier momento.
Aconsejado por varios de mis amigos decidí en la noche del sábado ver esta película extraña, solo comparable a las historias narradas por Charlie Kauffman. Me llama la atención que el filme se haya realizado en el 2006 y que solo hasta este año haya sabido de él. La historia es tan deliciosa que decidí empezar mi crítica contraviniendo al postulado al que me he aferrado: Nunca una crítica debe tener un resumen del argumento de la película. Pero es que lo que escribió el guionista Zack Helm, es tan brillante, tan original, tan loco que uno solo puede encontrar antecedentes en Niebla, la novela de Miguel de Unamuno, pero dudo que a este amante de los súper héroes de Marvel haya tenido tiempo para adentrarse en la obra del pensador español. Las influencias que encontramos en la película son casi todas literarias, en la búsqueda de su creador podemos pensar que Harold Crick es un antecedente directo del Golem que construyó Judá León en su sinagoga praguense según el poema de Borges, el narrador omnisciente que todo lo cuenta y todo lo vive nos remite directamente al ya citado narrador musulmán del Quijote, pero Helm ha llegado a esto solo por intuición. El guión está tan bien escrito que hasta una nulidad como Marc Foster, destacado por la insufrible “En el país del nunca jamás” ha hecho una de las películas más extrañas y sobre todo más hermosas de la década pasada.
El elenco es realmente extraordinario con un Will Ferrel que viene a confirmar que una de las mejores escuelas de actuación de los Estados Unidos sigue siendo el Saturday Night Live, Emma Thompson en su papel de Karen Eiffel una escritora insomne que se caracteriza por matar al final a todos sus personajes, llega a bordear los rasgos de neurosis que puede tener cualquier novelista sin exagerarlos ni caricaturizarlos, sus manías como apagar los innumerables cigarrillos que se fuma de un salivazo y después envolverlos en una servilleta es un rasgo que la misma actriz encontró eficaz para darle vida al personaje. La que si me sorprendió fue hasta la anoche odiada Maggie Gyllenhaal, la misma actriz que consideré el único punto bajo de la impresionante Batman el caballero de la noche, la insufrible hermana de Donnie Darko en esa sobrevalorada peliculita independiente, acá en su papel de Ana Pascal, una ex estudiante de Harvard que se dio cuenta que haciendo galleticas y pastelitos ayudaría más al mundo que estudiando en la institución educativa más prestigiosa de América.
Pero lo que más me impactó de Más extraño que la ficción fue la humildad con la que el creador fabrica su final. Matar a Harold significará para la escritora Karen Eiffel haber escrito la mejor novela en lengua inglesa después de El cielo protector pero puede más el amor a la vida que la decadencia estética de la muerte. Dice Dustin Hoffman en su papel de Jules Hibert “Debes morir Harold, todas las obras maestras deben acabar con una muerte” Bueno, Zack Helm renuncia a hacer una obra maestra y ha optado por el final esperanzador, porque siempre será más importante la esperanza que el arte, la vida a la muerte así ésta signifique fabricar una galardonada obra. En una época sin amor, sin esperanzas, Más extraño que la ficción es una de esas películas que te sirven para seguir vivo, para continuar amando y para creer de que todavía el cine sigue vivo, que las historias nunca morirán.
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