Lejos estaba George Romero de creer que estaba fundando un
imperio de billetes verdes cuando estrenó esa peliculita medio amateur a la que
bautizó La noche de los muertos
vivientes. Cuarenta y pico años después los zombies han llegado para
quedarse. En algunas ocasiones ha dejado de ser un simple placer culposo para
convertirse en obras maestras, no sólo del cine (28 días después), la televisión (The Walking dead… que duda cabe) sino que también de la literatura.
Tengo que confesar que no he podido leer Guerra Mundial Z, la novela escrita por
Max Brooks. Los que la han leído afirman
que la novela no es más que una sátira hacia el sistema político y económico
norteamericano. Es mucho más que gore gratuito, así la sangre abunde en el
relato. El hijo menor del genial cómico Mel Brooks ya había demostrado su
talento y su obsesión por esos muertos que caminan con su Guía para sobrevivir a la invasión Zombie pero fue con su Guerra
Mundial que se ganó el respeto absoluto de la crítica.
Harto hemos recalcado que la literatura y el cine son dos
lenguajes absolutamente diferentes. Tenemos una imagen del libro en la cabeza
que por lo general no corresponde a la lectura que puede hacer el director
simple y llanamente porque son dos mentes completamente distintas y separadas. Además
que existe un tiempo, un espacio en cada una de estas artes que hace
incompatible una manera de narrar de la otra. No se puede esperar que la novela
pueda ser llevada al cine de una manera literal. Habrán algunos aspectos que se
dejaran por fuera ya sea por qué estos funcionen como literatura pero fracasen a
la hora de ser transformados en imagen.
Pero cuando el sentido completo del libro es trastocado sólo
para explotar una parte del relato con el único fin de llevar más incautos a la
sala del cine, la adaptación se convierte en una traición absoluta. Nada de lo
que plantea Brooks en su libro aparece en esta película dirigida por el siempre
competente e impersonal Marc Foster. Cuando Plan B Enterteiment, la productora
de Brad Pitt ganó la puja por los derechos de la novela en el 2006 se contrató
a Matthew Michael Carnahan para que escribiera el guión. El resultado al
parecer no dejó conforme a los altos ejecutivos quienes veían alarmados como su
soñada invasión zombie se convertía en una trama de conspiración política que
sin duda respetaba la intención del autor de la novela.
Es por eso que después de entregar el primer borrador se le
da la responsabilidad a Damon Lidelof de aligerar un poco la carga política y
acercarse más al blockbuster esperado. El resultado fue que el escritor de Prometeo quedó encerrado en un laberinto
y tuvo que venir el eficaz Drew Goddard, guionista entre otras de muchos
capítulos de Lost, Buffy la cazavampiros y
director de la interesante La cabaña en
el bosque, para terminar de escribir esta historia plagada de clichés, de
citas, de lugares y situaciones comunes. Con Goddard se limpiaría la historia
de sangre y situaciones y frases inteligentes asegurándole a Plan B la entrada
masiva del público a la sala de cine.
Después de todas las dificultades que tuvieron que pasar, de
los cambios de guión, de la supreción completa de algunos personajes en escenas
que ya había sido robadas y que por culpa de ese despelote el presupuesto del
filme se disparara dramáticamente de 60 a 175 millones de dólares se estrenó
por fin Guerra Mundial Z.
Para alivio de Brad Pitt y su naciente productora la
película consiguió solo en su primer fin de semana la friolera de 65 millones
de dólares. La inversión al menos se recuperará con creces. Por momentos
sientes que la historia te engancha. El fin del mundo es un espectáculo muy
atractivo visualmente, sobre todo si el golpe lo propina una horda de cadáveres
caminando. Sin ningún tipo de inconveniente ya te están manipulando, los
problemas han dejado de existir y el cine cumple con su misión de alienarte. El
problema es que una producción que tenía la historia para ser un clásico
sucumbió ante la exigencia comercial.
Independientemente de que el entramado político ya no esté
allí, los tres guionistas encargados de escribir la historia debieron haber
creado personajes creíbles, por los cuales uno pudiera sufrir. Hacer la
historia porque no de una familia disfuncional que ante un apocalipsis zombie
podrá reafirmar sus valores. Pero no, al parecer al único personaje que se le
prestó atención fue al del propio Brad Pitt quien aparece en cada una de las
escenas limitando seriamente el relato.
Queda claro con las cifras recogidas esta semana que la
intención de los productores de hacer un final abierto para hacer de la novela
de Brooks una trilogía ha funcionado a la perfección. Viendo el paso veloz de
los zombies, sus movimientos completamente increíbles nos imaginamos que para
la segunda parte estos muertos vivientes volarán de un edificio a otro y porque
no botaran fuego por sus fauces. Que se le va a hacer… son las exigencias del
mercado. Las películas ahora se hacen con la misma eficacia con la que fabrican
las salchichas. Son sólo productos en serie, destinados para el consumo masivo.
Ya no se trata de pensar mi querido amigo, ahora solo se trata de masticar.
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