Recuerdo el día que vi Los Doors. Me regaló una copia en VHS Juan Pablo Díaz, la vimos en el salón de audiovisuales del colegio, esa tarde cambió mi vida por completo. Íbamos a la parte de Minas donde está ahora ubicado el anillo vial, era el desierto donde buscábamos conectarnos con la serpiente que mide ocho kilómetros, con ese gran monstruo revestido de energía. No habían cactus así que debíamos conformarnos con los porros. Una y otra vez volvíamos a ver la película y hasta escribimos a cuatro manos una obra de teatro que afortunadamente nunca se pudo montar. He buscado entre mis papeles viejos la obra para dimensionar la clase de estúpido que fui pero no lo he conseguido. Alguien me hizo el favor de prenderle fuego.
Con el tiempo logré sacudirme de su influencia y en la universidad conocí gente que había quedado realmente dañada por su influencia. Se ponían pantalones de cuero en el calor infernal de Bucaramanga, hacían ritos con coca y sangre y hablaban como si un cáncer azotara con violencia su cerebro. Además a principios del siglo Enrique Bunbury se hizo famoso por hacer de su imagen una copia barata de Jim Morrison. Él era la reencarnación española del Rey Lagarto. No importa se hiciera rancheras o cantara con Luis Miguel, él era el rockstar, el creador de lo que muchos imbéciles denominan “El rockcito”. Escribí una novela contra los fans de Morrison que a la vez son fans de Bunbury. Sé que lo citan todo el tiempo como un académico citando a Carlyle. Me gané una demanda en la fiscalía por culpa de Las naves ardiendo pero me desquité de todos esos imbéciles que me escupían mientras cantaban camanbeibilaitmaifair.
Anoche después de 14 años volví a verla. Ya tenía claro que clase de mequetrefe oportunista era Oliver Stone así que no me hacía muchas ilusiones. Estaba prevenido de que la imagen que daba el director de Pelotón del bardo de Los Angeles era completamente equivocada. Morrison no es ese imbécil que golpea y tortura a su novia, no es el cretino que todo el tiempo habla como si estuviera recitando. No se creía el Dios del rock solo sabía que era el rey lagarto. Está bien haber hecho del filme un musical, ¿Qué mejor homenaje para un artista que sea la música el leit-motiv de una película? Pero Stone en su desproporcionada y constante prepotencia lo quería todo. Por más de que muchos poetuchos de provincia piensen que un bardo es un borracho drogadicto que viva todo el tiempo leyendo en voz alta el último mamarracho que escribieron, Morrison estaba más cerca de ser Rimbaud que de ser un Gómez-Jattin. Además a Stone se le olvidó el sentido del humor que tanto reclamó Ray Manzarek cuando vio la película “Jimmy no se daba tanta importancia” decía el indignado organista que hasta pensó en demandar el filme por presentar una imagen distorsionada y enferma del líder de su banda.
Uno puede encontrar biografías que se toman la libertad de construir un personaje completamente diferente al que presuntamente fue. En su maravillosa Amadeus Milos Forman a falta de fuentes decide construir un relato propio, acercándose más a lo que Paul Shaffer había esbozado sobre Mozart en su musical. En esa construcción del personaje el realizador checo pudo construir y darle a su creación una estructura sicológica a pesar de que su risa y su vida desordenada pudo haber convertido a su Mozart en una pálida caricatura del genio. Obvio que Stone no es Forman ni mucho menos Val Kilmer es Tom Hulce, sin duda que Val Kilmer se podría ganar los 500 millones que regala el concurso Yo me llamo, su imitación es perfecta hasta el punto de que en muchos afiches se confunde su imagen con la de Morrison, pero la actuación es mucho más que adoptar una pose, es una construcción constante y propia de una vida absolutamente autónoma y eso es más que imitar la voz y los comportamientos de una estrella del rock usando todos sus podridos clichés.
Es precisamente eso lo que más molesta de The Doors, la tendencia a convertirlo todo en un cliché, un estereotipo de una época y de un personaje maravilloso que hizo mucho más que vivir pegado a una botella de White Horses. Para Stone la revolución es una orgía y el rock no es más que una bebeta interminable. Si esto lo hiciera porque detesta los sesenta y el comunismo se explicaría su posición pero Oliver Stone es un profundo admirador de esa época incluso fue compañero de Morrison en UCLA y se presenta estos estereotipos monstruosos es por su propia incapacidad de plasmar una idea.
Fue un éxito absoluto de taquilla y hoy en día es considerado un clásico de todos los tiempos. Para mi gusto fue la culpable de la creación de todos esos seudo intelectuales que parchan en las esquinas de las provincias despachando sendas botellas de bola de gancho, además de ser un filme muy pobre en imágenes, depresivo y con puras marionetas borrachas que deambulan de un lado para otro como zombies desdibujando peligrosamente la última época de esplendor que vivió esta pobre humanidad.
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