Eric Rohmer está a la altura de los grandes novelistas. Su manera
de escribir es un tanto particular. No necesita de una máquina de escribir o un
papel y un lápiz. Se provee de actores, los riega en un plató y con cámara en
mano comienza a delinear, a crear personajes.
En Las noches de luna llena toma a una mujer despreciable. La clásica mujer frívola que
además pasa por culta, por una mujer cosmopolita, de avanzada. Vive de gorra en
la casa de su novio, un tenista retirado que posee una sólida cuenta bancaria.
Ella planea irse del lado de la casa ubicada en el campo para irse a un
apartamento en el centro de París. Allí no podrá perturbarlo con sus continuas
salidas porque Louise tiene muchos amigos, casi todos reputados intelectuales y
artistas. El mas cercano de ellos es Octavio, el clásico snob pretencioso que
se la pasa hablando de lo mucho que trabaja en sus artículos y en todo momento
lo sorprende la inspiración. Por eso tiene en el bolsillo de su gabán una
libreta de apuntes.
A Remy el pedido de su novia no le gusta demasiado. Es más
no puede aceptar ese tipo de relación desapegada, sin compromiso ni renuncias.
Si uno está con alguien es para entregarse completamente a una persona. Para
ella lo mejor es disfrutar de las noches de luna llena bailando en las discos
de moda, al lado de hombres que no te den ningún tipo de estabilidad. Bestias nocturnas
dispuestas a despedazarte. Cuando nota que Remy ha empezado a salir con otras
mujeres Louise se resiente y allí vemos que su discursito barato de vivir
juntos pero a la vez separados y sin códigos morales que te aten es solo eso; una forma de acomodarse, de aprovecharse de
la otra persona.
Rohmer veía con preocupación como la juventud de los ochenta
había abandonado para siempre los ideales, los sueños, la innovación que se
planteaba veinte años antes. Louise quiere un apartamento para estar
completamente sola sin embargo vemos que en la primera noche se la pasa
buscando en su agenda números telefónicos para invitar a salir a sus numerosos
amigos. Cuando no queda otro recurso que quedarse esa noche en el apartamento
tiene que ponerse a leer hasta que la venza el sueño. Al otro día cuando habla
con Octave le dice que la pasó maravillosamente en soledad “Leyendo dos horas
seguidas, había olvidado lo fantástico que es todo esto”.
Su trabajo es completamente mediocre. Dice ser artista pero
en realidad lo que hace son unas horrendas lámparas que a nadie le interesa
comprar. Claro que en sus ratos libres ejerce la arquitectura pero de entrada
Rohmer la muestra como una persona completamente desinteresada por su pasión. En
Las noches de luna llena Rohmer
muestra a una generación preocupada únicamente por pasarla bien, por no sufrir
nunca más.
La declarada admiración de Rohmer y por Hitchcock se nota en
esta película. El personaje principal es un tenista como sucedía con Farley
Granger en Extraños en un tren y
aplicando el concepto hitchckoniano de los objetos veremos al protagonista apoyarse
en raquetas, usar términos tenísiticos, que sea el tenis precisamente la fuente
de los problemas que tiene con su pareja.
En escenas como la del baño de París, cuando Louis descubre
que Remy está en París, él que tanto detesta salir, tiene que esperar un tiempo
considerable y respiramos el suspenso más genuino. Octave sentado en la silla,
escribiendo un” magnífico” artículo que acaba de ocurrírsele le parece haber
visto a Remy con una mujer. Pero todo es bastante impreciso, casi que
fantasmal.
Está además la alusión a Jean Renoir y La regla de juego. Octavio es el amigo fiel, incondicional que está
al lado de Louis como un perrito faldero. En el fondo no es más que un hombre
completamente apasionado por su amiga y que hará lo imposible por tenerla, como
el Octavio de La regla de juego.
Si quisiéramos explicarle a los marcianos como era un joven,
la música, la estética de los años ochenta tendríamos que mostrar Las noches de luna llena, seguramente
después de ver lo que sucedió en esos años donde los jóvenes se reconocieron
frívolos, desinteresados y tontos podrían entender la crisis que actualmente
vivimos.
Rohmer está a la altura de Stendhal. La valoración que se le
puede hacer a sus personajes es bastante compleja. No crea estereotipos sino
seres humanos. La vida en sus películas transcurre con normalidad, fue el
cineasta que mejor supo retratar la realidad. A Rohmer no solamente se mira
sino que también se lee.
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