Cuando en 1983 el joven director Tim Burton presentó a
Universal su cortometraje Frankeenwennie con tan pobres resultados
que el estudio decidió cancelarle el contrato al realizador. Si un par de años
después no hubiera tenido el éxito que tuvo con Beetlejuice la historia del niño genio que al perder a su perrito
decide revivirlo por medio de la ciencia, hubiera sido un hoyo negro más en el
universo cinematográfico.
Treinta años después a manera de disculpas han decidido
revivir el proyecto convirtiéndolo esta vez en un largometraje en stop motion.
Después de una seguidilla de reveses esperábamos que la libertad y control
absolutos dados al creador de El joven
manos de tijera fuera a constituir su reivindicación absoluta. La sensación
que uno tiene después de verla es que los interrogantes que tenemos sobre Tim Burton no solo siguen vivos sino que han aumentado.
Desde los años en que produjo La noche después de navidad se ha venido cacareando sobre lo difícil
que es hacer una película con muñecos reales. No sé cuantos meses se demoran
filmando una secuencia pero una vez al leer como se rodaba El cadáver de la novia me maree después de medir mentalmente el
esfuerzo que constituye realizar una película con ese tipo de animación. Me parece
que la primera gran equivocación de la película es haber escogido el blanco y
negro. En su afán de homenajear a los que él considera el mejor género del
cine, Burton le hace guiños directos al Drácula de Terence Fisher, a Vicent
Price y sobre todo al Frankenstein de James Whale. Los años dorados del cine de
terror de la Universal. El problema es que estos homenajes son forzados y en
vez de ayudar a desarrollar la historia la hace más pesada. Además, desde el punto
de vista comercial está más que comprobado que los niños son alérgicos al
blanco y negro.
Me contaba un amigo que esta semana pasó por una juguetería
madrileña y se encontró con muñequitos de Sparky en promoción. La película no
había sido estrenada y ya su personaje central estaba en oferta. Podríamos decir
entonces que esta animación iba a ser apreciada por los adultos, por todos aquellos
que seguimos en los ochenta la carrera de un director sumamente novedoso, lleno
de imaginación y fuerza, que supo retratar como ninguno el ambiente que pueden
tener los cuentos góticos. Pero no es así, por más de que intentamos creer en
lo que vemos la fórmula la conocemos y honestamente nos parece ya muy gastada.
Tim Burton nunca maduró. Lo mejor que tenía lo gastó en
obras maestras como Ed Wood o La leyenda del hombre sin cabeza. Ya sabemos que va a ir al molino porque ese
fue el camino que siguió Karloff en el clásico de James Whale, ya sabemos cómo
van a revivir a Sparky porque todos los que compramos el DVD de La noche después de navidad lo vimos y
la verdad nunca nos pareció gran cosa. La voz de Wynona Ryder reforzó ese clima
de deja vou que respira la película. Está bien que un
autor solo puede hablar de lo que sabe pero es muy triste cuando un director
vive del canibalismo sádico de cenar con sus propios pedazos de cuerpo. Burton
desde hace años se copia así mismo y el problema para él es que si sigue así
pondrá en entredicho la valoración entera de su obra.
Para el espectador desprevenido Frankenweenie cumplirá con todas las expectativas. Es una película
efectiva, con un guión sólido y un realizador que conoce los trucos como nadie.
Pero los que alguna vez lloramos con el joven freak recluido en su castillo
esperando que su padre le haga unas manos para ser un hombre normal, siempre
esperamos una gran película, que podamos salir de la sala pensando que todos
esos cuentos de Hoffman, de Tieck, de Von Chamisso están más vivos que nunca.
Pero con Sombras tenebrosas hace un
par de meses y ahora con Frankenweenie creemos
que Tim Burton no ha heredado nada de los romancistas alemanas sino que se ha
convertido en el Emo más viejo del mundo.
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