La novela 1984 de
Orwell podría darnos varias claves para entender este país. En el libro existe un
ministerio de propaganda que se encarga de destruir todos los archivos
concernientes a la historia de la nación. El estado tiene la potestad de decir
que es lo que se debe recordar y que es lo que se tiene que olvidar. Como
sucede en el libro del escritor inglés, el pueblo colombiano no se revela, es
manso, está completamente enajenado. Con un pueblo así la democracia está
completamente salvada.
En el colegio todavía nos hablan de los próceres, unos
señores viejos con cara de amargados de los cuales (al menos en mi caso) nunca
entendimos muy bien que era lo que habían hecho. No existe nada más aburridor
que la historia de Colombia en el siglo XIX. Y no es que sea aburridor por los
hechos en si sino por la forma como nos lo presentan. Cuando no existen vasos
comunicantes entre el pasado y el presente el estudio de la historia se convierte en onanismo puro. No es posible que
se desaproveche el colegio para enseñarle al estudiante por ejemplo las razones
por las cuales tenemos este conflicto desde hace 64 años. Eso no es que sea una
laguna dentro de nuestra educación sino corresponde a un plan muy bien montado,
el de preservar en el olvido los crímenes que han cometido los poderosos y el
de desterrar del imaginario colectivo todos aquellos personajes que han tratado de atacar
el orden establecido
Durante el gobierno de Uribe se intentó a como diera lugar
rescatar del olvido a un tipo tan despreciable como Laureano Gómez. Todavía hay
profesores universitarios que hablan maravillas de este simpatizante de los
nazis quien promovió en Bogotá en 1938 una noche de los cristales rotos, triste
imitación de lo que hizo el pueblo alemán en Berlín contra los locales
administrados por judíos. De Gómez dicen que era muy buen orador y que como
político “Era un poquitico duro pero en el fondo así deben ser los estadistas,
no hay que dejarse mangoniar de nadie” dicen sus más encendidos defensores.
Hoy en día es más recordado Laureano, muerto en 1965 de
causas naturales a los 76 años que la de Carlos Pizarro León Gómez abaleado
mientras viajaba en un avión hacia Barranquilla el 26 de abril de 1990. Tenía 38
años. De eso no se habla en los colegios porque nosotros parecemos los hijos de
una de esas familias tradicionales que esconden secretos “Para no traumatizar a
los niños” de esas cosas no se hablan, eso se olvida porque “Pa que recordar lo
feo”. Es muy importante en esta coyuntura intentar recordar a un hombre como
Pizarro que le apostó de una manera valiente a un proceso de paz y después de
deponer sus armas fue vilmente asesinado por Carlos Castaño con la complicidad
abierta del jefe de inteligencia del DAS Alberto Romero Otero.
A finales de los años noventa conocí a un chileno y a un
ecuatoriano que habían llegado a Colombia seducidos por el pensamiento de
Pizarro. Recuerdo que a mí me sorprendió eso porque uno creció creyendo que él
era solo un señor que iba en contra de la ley y que usaba sombrero. Mucho antes
de que a Chávez se le ocurriera resucitar el pensamiento de Bolívar, el
Comandante Papito (Como era conocido por su apostura) hablaba de la necesidad
de una integración económica latinoamericana, de la necesidad de crear un
hombre nuevo pero no como lo pretendían los insoportables mamertos casposos de
las FARC, con armas y granadas, sino un hombre que volviera a creer en las
ventajas que podía tener una sociedad cimentada en el amor y la humanidad.
Pizarro a diferencia de muchos líderes de izquierda no era
un resentido. Esto precisamente fue lo que lo hizo distanciar de las FARC a
finales de los sesenta cuando era un muchachito de 18 años. Ya desde allí
entendía que era más fuerte el poder de la imaginación y la inteligencia que
las armas si se quería cambiar el modelo.
La guerra podía ser un medio y no un fin. Por eso cuando
creyó que había las garantías decidió entregar las armas y creer en la
democracia. La campaña que hizo para las elecciones del 90 se caracterizó por
la austeridad. No le hizo caso a las constantes amenazas que lo convirtieron en
su momento en el hombre mejor custodiado del país. Hacia manifestaciones en
plazas públicas, mantenía un contacto directo con el que desposeído, se
convertía poco a poco en un líder con el cual el pueblo raso podía
identificarse.
Sin embargo los tentáculos
del paramilitarismo eran tan largos que alcanzaron a llegar al baño del avión
donde volaría hasta la costa atlántica para seguir su campaña en la tierra que
el tanto amaba. Allí dejaron una mini ingram y su respectivo proveedor de 15
tiros los mismos que fueron impactados contra su cabeza, cuello y manos
mientras el avión estaba a 15 mil pies de altura. Al sicario después de
neutralizarlo lo mató uno de los escoltas de Pizarro, un hombre que había logrado
infiltrar Carlos Castaño y que estaba allí precisamente para eso, para impedir
que el jovencito hablara.
Durante muchos años se creyó que Pablo Escobar estaba detrás
del crimen pero en el 2010 la fiscalía demostró con pruebas que el atentado
había sido perpetrado por las AUC en su afán de desterrar a sangre y fuego
cualquier vestigio de comunismo en Colombia.
Mientras a Laureano y a su hijo le hacen estatuas en
ciudades y municipios y dicen de Alvaro que él iba a ser un gran político que
lástima que Samper lo matara y esas cosas, a Pizarro el estado le ha dado la
peor de las muertes, la del olvido. Hace poco me metí a ver los comentarios que
hacían los lectores de Semana a raíz de un artículo que publicaron en el 2010
cuando se cumplieron 20 años de su vil asesinato y más de uno decía que el
hombre que disparó sobre él era un patriota. Sobre Castaño bueno, dicen que era
el mejor presidente que podía tener Colombia sino hubiera aparecido Uribe. La
gente recuerda más al líder paramilitar que al candidato presidencial inmolado.
Acá se le rinde culto al asesino y no al asesinado. Así funcionan las cosas acá
y no puede ser de otra cosa. Los malos hace rato ganaron la guerra.
3 comentarios:
Ignorante? O manipulador? Porque se nota q no ha leído a Hobsbawm, cuando dice q en los 60-70s descubrió un país llamado Colombia donde el pueblo estaba dando la lucha popular más grande de las Américas -y q las FARC eran su expresión organizacional directa. Entonces venir aquí con su tonito de monaguillo diciendo las mismas estupideces de siempre en contra de las FARC para terminar quejándose de q este pueblo es un cobare sometido, demuestra la más inmunda mala leche [propia del uribismo q tanto usted dice criticar]... o estupiez a secas. Decídase pendejo
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