Después del rotundo fracaso sufrido con NewYork, New York, el joven cineasta Martin Scorsese no solo creyó que nunca más volvería a hacer una película sino que su vida se le acababa. De naturaleza enfermiza por culpa del asma que le dejó la espalda ancha y el cuello corto decidió aliviar sus penas a grandes dosis de noche, rumba y cocaína. Sus endebles pulmones no supieron resistir la embestida de la cura que usaba para la depresión y una mañana ya no pudo levantarse más, lo llevaron de urgencia a la clínica y le detectaron pulmonía.
Era 1978 y George Lucas le propinaba con su Guerra de las galaxias el tiro de gracia a la intentona golpista que habían perpetrado los jóvenes directores norteamericanos de la década del setenta. Los productores felices al ver los resultados en taquilla y crítica que arrojaban sendas obras como las dos películas del Padrino, La última película de Peter Bogdanovitch, El francotirador de Michael Cimino, Contacto en Francia de William Friedkim o Mi vida es mi vida de Bob Rafelson. Lo que había empezado como un cine marginal de autor con Easy Rider se le elevaba a un compromiso estético perfectamente asumido por productores como Robert Evans quien se creía un mecenas del renacimiento dispuesto a ayudar financieramente a los jóvenes genios que elevaban un infecto lugar como Hollywood a la categoría de reducto inagotable de artistas.
Pero la sucesión de fracasos multimillonarios tipo La puerta al cielo de Cimino o la misma New York New York, conjunto a la megalomanía que atrapó a Coppola durante el rodaje de la desbordada Apocalypsis Now y el éxito de pastiches fasistoides como la ya mencionada Guerra de las galaxias marcaron el miserable derrotero que la industria seguiría durante la frívola y miserable década del ochenta. Scorsese en su lecho de enfermo sabía que habían desperdiciado una magnifica oportunidad no solo de convertir el cine norteamericano en un arte maravilloso sino de volverse millonario.
Su amigo y alter-ego en la pantalla, Robert De Niro, estuvo muy pendiente de que al italo-americano hiperkinetico no le faltara nada en el hospital, periódicamente lo visitaba y una vez llevó bajo el brazo un libro roñoso sobre un campeón de los medianos poco carismático. Un hombre brutal que a punta de corazón había logrado derrotar al técnico Sugar Ray pero que sus continuos problemas personales y de peso lo llevaron a retirarse relativamente joven. La historia de Jake La Motta podría parecer cualquiera de las vidas que puede llevar un pugilista. De Niro creía que de allí se podía sacar una buena película. La autobiografía de La Motta podía ser el regreso glorioso de Scorsese al cine. Pero resulta que a Martin el boxeo le parecía un mundo brutal, incomprensible y lejano para él. De Niro tuvo que armarse de paciencia e irlo convenciendo mientras sus bronquios se iban dilatando, cuando se levantó de mala gana aceptó, los amigos lo rodearon, Irwin Winkler su productor y amigo financió el proyecto.
A medida que iban pasando los días de rodaje Scorsese fue encariñándose con la historia y sobre todo identificándose con el personaje. “Antes era ciego ahora puedo ver” Reza una cita del antiguo testamento con la que termina el film, esta cita bien podría aplicarse para el realizador norteamericano. Los demonios que aquejaban al pugilista eran casi los mismos que atacaban al creador de Taxi Driver las ansias autodestructivas que caracterizan al asmático, el llevarlo todo a su fin sin importar las consecuencias, sin importar que te vayas por el desbarrancadero de la vida. Antes de cada pelea La Motta no solo pensaba en como derribar al rival sino en como vencer su gula imperecedera. De una velada a la otra el italoamericano podía ganar veinte kilos. El cuerpo no tenía tiempo para asimilar tanta comida. A pesar de que golpee a la mujer de que efectivamente no tenga cerebro, de que tenga que arreglar una pelea con la mafia del barrio, los chicos malos que vuelven a aparecer que siempre están en la esquina nosotros nos compadecemos del personaje porque resulta que ese miserable boxeador somos todos nosotros.
Scorsese es un católico atormentado, al menos lo era todavía a principios de 1980. Ese mundo inculcado por su familia lo supo llevar en cada una de sus películas. De Travis Bickle a Jesús de Nazareth pasando por Henry King, sus personajes son seres que tienen ideales que quieren ser mejores de lo que son pero que no pueden elevarse al sitial que ellos creen merecer porque tan solo son humanos, demasiado humanos.
En el inicio vemos a un hombre saltando en el ring, la imagen se ve en zepia mientras al fondo unos flashes destruyen la concentración. Suena Cavalería Rusticana un inicio que no se parece a ningún otro simplemente porque es una película original que no se parece a ninguna otra. En la primera escena vemos a un Robert de Niro irreconocible, completamente obeso preparándose para dar un show de chistes, el Stand Comedy del momento, hay un flashback y lo vemos otra vez sobre el ring recibiendo una andanada de golpes. Las escenas de pelea tan solo cubren 12 minutos de los 130 que dura la película y sin embargo son tan brutales que nos queda la sensación de que todo el tiempo se están pegando. A diferencia de la aséptica Rocky Scorsese mete la cámara en el ring y ya no son dos sino tres los combatientes que pisan la lona.
Cada golpe retumba en nuestro cerebro por culpa de Dolby Sistem, desde Ciudadano Kane no asistíamos a una revolución sonora parecida a esta. Cuando Sugar Ray está a punto de darle el golpe de gracia a un Jake La Motta completamente arrinconado en las cuerdas podemos escuchar el silencio, son unos escasos segundos pero sentimos el silencio que antecede cada tormenta, cada golpe. Nunca antes habíamos entendido lo difícil que es boxear hasta que vemos esta película.
Asistido desde el guión por Paul Schrader un atormentado cineasta perteneciente a una familia de calvinistas fanáticos que le impidieron ver cualquier tipo de películas antes de cumplir 18 años pero que poseído por la fiebre del cine se sentó a ver en unos pocos años todas las películas que necesitaba ver. Shrader es autor también del guión de Taxi Driver y posteriormente el de La última tentación de Cristo él supo aterrizar las ideas religiosas de Scorsese, gracias a él sus personajes terminaron convirtiéndose en esos habitantes del infierno que viven y se torturan con sus propias dudas y pecados.
El propio Scorsese y Mardik Martin ayudaron a construir diálogos y personajes del guión. Esa escena casi al final cuando La Motta cae preso por dejar entrar a su establecimiento nocturno a una menor de edad y el boxeador retirado, obeso, vencido, descarga toda la furia que puede sentir hacia el mismo pegando con sus puños la pared de la celda resume el arrepentimiento y dolor que puede sentir este personaje que en manos de otro director podíamos encontrar despreciable pero que acá lo encontramos digno de respeto y que merece por supuesto toda nuestra piedad porque La Motta es nosotros mismos.
Pero sobre todo Toro Salvaje es la película de un actor, Robert De Niro, un tipo obsesivo por su arte, el hombre que aprendió a hablar italiano con dialecto siciliano para interpretar al joven Vito Corleone de El padrino 2, el camaleón que se convirtió en un excelente saxofonista para interpretar a su personaje de New York, New York. Acá se entrenó con el preparador físico de Alí y según Angelo Dundee De Niro quien antes de este proyecto jamás había boxeado llegó a estar entre los diez mejores pesos Walter del mundo. Después pararon la filmación dos meses para que el actor viajara a Italia y se atragantara siete veces al día con copiosas dosis de pastas. Logró engordar en ese corto tiempo 30 kilos más. Fue el primer actor en hacer ese tipo de locuras. Pero esto de lo del peso y del entrenamiento sería a penas una anécdota cualquiera sino estuviera acompañado de una intensidad, de una economía gestual absoluta. De Niro demuestra acá no solo sus dotes actorales sino camaleónico. Zelig existe y controla cada uno de sus movimientos.
La película por supuesto no representó para Scorsese la redención que esperaba. En su momento fue un fracaso de taquilla y eso que los críticos repararon en ella, la academia incluso la nominó a ocho oscares de los cuales solo ganó dos: al mejor montaje y por supuesto al mejor actor. Si se hubiese hecho cinco años antes hubiera sido el suceso de taquilla de la década pero era 1980 y los tiempos habían cambiado dramáticamente en un par de años. Toro Salvaje fue el filme que cerró la época más gloriosa para los autores norteamericanos y significó para Scorsese sobrevivir hasta el punto de que hoy 30 años después de haberla estrenado es el único de esa generación maravillosa que se mantiene activo y realizando constantemente películas maravillosas. No se cuantas veces habré visto esta joya absoluta, esta obra maestra, la seguiré viendo porque cada vez que la veo vuelvo a sentir la emoción, la sorpresa que sentí al verla por primera vez.
Tengo cien, doscientos películas que bien podrían ocupar este primer lugar pero no puedo olvidar que le debo a Toro Salvaje la necesidad imperiosa que tengo de escribir sobre las películas que amo, que odio, que me apasiona. Toro Salvaje me convirtió en un escritor de cine.
1 comentario:
Excelente selección Ivan, bastante me sorprende el top ten, muchas muchas gracias por tan buenos recuerdos...
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