Ben & John
Todos los obituarios coinciden en afirmar que, con la muerte de Ben Gazzara, se fue “el actor fetiche de John Cassavetes”. En Generación analizamos la fructífera relación entre ambos.
Juan Carlos González A.
“Cada una de sus películas trata siempre de lo mismo. Alguien dijo 'El hombre es Dios en ruinas', y John veía las ruinas con una claridad que usted y yo no podríamos soportar”
- Peter Falk
Ahí están los tres frente al ataúd de su gran amigo, muerto prematuramente. De seguro Archie, Harry y Gus estarán pensando cual será el siguiente que se irá. Y a lo mejor los actores que los interpretan, Peter Falk, Ben Gazzara y John Cassavetes –este último en su doble condición de coprotagonista y director del filme- llegaron a imaginarse en el sepelio real de alguno de ellos. Falk se marchó a mediados del año anterior, Cassavetes nos dijo adiós mucho antes, el 3 de febrero de 1989, y ahora exactamente 23 años después, ni un día más ni un día menos, se les une Ben Gazzara, fallecido en Nueva York a los 81 años. Ya están otra vez reunidos Archie, Harry y Gus, quizá con los mismos ánimos exaltados que exhibían en Maridos (Husbands, 1970), la única vez que estuvieron los tres juntos.
Aunque Falk estuvo también a las órdenes de Cassavetes en el reparto de Una mujer bajo la influencia (A Woman Under the Influence, 1974) y ambos coincidieron como actores en Mikey and Nicky (1976), de Elaine May, la verdad es que el intérprete masculino que mejor supo descifrar y plasmar las ideas de Cassavetes fue Ben Gazzara. Es cierto que Seymour Cassel apareció en muchas más películas de este director, pero exceptuando Faces (1968), sus roles fueron secundarios y en ocasiones no acreditados. Gazzara dio siempre una muestra incontenible de fuerza en las tres películas que hizo para Cassavetes: la mencionada Maridos, El asesinato de un apostador chino (The Killing of a Chinese Bookie, 1976) y Opening Night (1977).
Ben Gazzara estudió en el Actors Studio y allá en Nueva York empezó a rivalizar con Cassavetes por los mismos papeles. Cuando ambos se mudaron a Los Ángeles para hacer televisión, empezaron a relacionarse más. En ese entonces Cassavetes estaba adquiriendo la experiencia y, sobre todo, los recursos para rodar Faces, su cuarta película. Una anécdota nos cuenta que, tiempo después, Gazzara salía de rodar el último episodio de una serie de televisión y desde el otro extremo del estacionamiento vio a Cassavetes. El director evoca el encuentro en el texto Cassavetes por Cassavetes, editado por Ray Carney: “Saludé con la mano a Gazzara, que tenía al mismo representante que yo, Marty Baum, y le grité: « ¿Quieres hacer una película con Falk y conmigo? Llama a Marty.» La voz de Ben llegó de la otra punta del aparcamiento. Tiene una voz tan alta que, si bien no entendí lo que dijo, supe que era un sí, lo cual en términos de Hollywood quiere decir «tal vez».”
Pero iba definitivamente a ser un sí y a su vez el comienzo de una entrañable relación profesional y de camaradería que se traduciría en tres filmes iluminados no solo por la mirada independiente, fresca y valerosa (pero nada complaciente) de Cassavetes sino por el talento de Gazzara, un hombre con una voz particular, casi mecánica, pero que lograba con ella un rango dramático que iba desde un susurro hasta un grito de ira, lo que –sumada a sus ojos expresivos y su sonrisa, entre irónica y segura- le permitía manifestar todas las contradicciones con las que Cassavetes dotaba a sus personajes, seres abocados a una crisis vital que los acorrala. El desencadenante puede variar –la muerte, el envejecer, la infidelidad- pero el resultado siempre será un personaje en fuga, tratando de encontrar por sí mismo, y pese a su debilidad e imperfección, soluciones –incluyendo la violencia- que le permitan recuperar la paz. Estas características se encuentran depositadas en el personaje de Gazzara en Maridos y El asesinato de un apostador chino, y en el rol que Gena Rowlands –esposa y musa de Cassavetes- tuvo en Opening Night, filme donde Gazzara es, de alguna forma, receptor de las inquietudes existenciales de la protagonista.
En el lapso de los siete años que comprenden la realización de estas tres películas el estilo de Cassavetes se hizo menos áspero, más cercano a los parámetros del cine comercial, pero no por ello menos comprometido o menos personal. Sus constantes temáticas y sus conflictos como autor permanecieron invariables y algo así puede expresarse de Gazzara, que pasó del desenfreno casi insoportable de Maridos, a la contención expectante de Opening Night, sin dejar de ser el paradigma del actor que Cassavetes requería: recursivo, enigmático, capaz de ocultar por completo sus verdaderos sentimientos, proclive a la explosión. Y, sobre todo, frágil.
Gazzara interpreta en El asesinato de un apostador chino a Cosmo Vittelli, un hombre de dudosa conducta y costosos vicios que administra un club de striptease de baja calaña, el Crazy Horse West en Los Ángeles. Podría ser un personaje secundario de la historia de alguien más, pero Cassavetes le regala una dignidad y un aplomo tales que termina convirtiéndolo en el mejor rol que Gazzara hizo para él o para cualquier otro director. Cosmo bebe, apuesta, se endeuda y adquiere compromisos con la mafia que lo ponen en peligro, pero -a su vez- es un pequeño empresario que consiente de manera paternal a sus exuberantes chicas (inolvidable es Alice Friedland en su único papel acreditado en el cine) y está pendiente de cada detalle de su negocio, que es en realidad su hogar. Parado en la tarima frente al micrófono y ante el público del lugar, Cosmo se transforma, deseoso de la admiración y la aprobación de todos. Se ve confiado, seguro, parece Frank Sinatra haciendo una rutina ante la audiencia de The Sands en Las Vegas. Cosmo tiene una herida de bala en el abdomen, pero también tiene un compromiso con sus clientes. Es “un Dios en ruinas” tal como Peter Falk explica en el epígrafe de este texto. Se está desmoronando, pero quiere brillar por última vez. El show debe continuar, así su vida se extinga. La de Gazzara también se extinguió hace unos días, pero su asociación con John Cassavetes lo hizo inmortal en ese universo paralelo del cine donde nadie muere, donde todos siguen –por fortuna- con nosotros.
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