Olivier necesitaba pasar de ser un actor a convertirse en una estrella, Marilyn necesitaba exactamente lo contrario. Decía Peter Bogdanovich que a la diva le encantaban los niños y los animales porque no se burlaban de ella. Esa necesidad de ser tomada como una actriz de carácter y no como el pedazo de carne que todos deseaban la llevó a tomar clases con Lee Strasberg y a tomar a Paula, su esposa, como el amuleto que llevaba a todos los rodajes. Directores tan brillantes como Billy Wilder o John Huston tuvieron que ver como sus indicaciones actorales eran cuestionadas por la creadora del método.
A finales de la década del cincuenta el mundo entero se doblegaba ante la belleza de la Monroe y el talento de Sir Lawrence. Olivier pensó en Marilyn para relanzar su carrera con una comedia de gusto bastante popular que seguramente le reportaría unos onerosos ingresos. A pesar que desde Hollywood gente como Fritz Lang le aconsejaba no meterse en esa camisa de once varas que significaban la diva y sus caprichos y que mas bien convenciera a Vivien Leight, su esposa, a retomar el papel que había interpretado en la obra teatral. Pero había pasado el tiempo sobre la juvenil Scarlett O’Hara y su rostro sencillamente ya no atraía. El actor británico recibió con toda la ilusión del caso a Marilyn en su plató pero tuvo que vivir una completa tortura.
La diva no se sentía segura, intimidada con la figura y la leyenda de Olivier. Ella, siguiendo el método, quería otorgarle al personaje realismo, quería saber que pensaba, que sentía. Sir Laurence, no entendía ¿Cómo que que puede sentir un actor? Nada! “En la interpretación cinematográfica lo que menos debes hacer es actuar” Pero Paula no estaba de acuerdo. Era imposible que la mujer que había paralizado el tráfico newyorkino refrescando sus piernas con el aire del metro se aprendiera sus diálogos. Olivier recordaría la frase de Billy Wilder “Se han escrito igual cantidad de libros sobre Marilyn y la Segunda Guerra Mundial, ambas se parecen, era el infierno pero valía la pena”
Al ver los copiones Olivier entendió que de sesenta tomas mal hechas, en una Marilyn lograba eclipsar a todo el mundo, inclusive a él. Tenía el poder de enamorar a la cámara, ni siquiera la Garbo lo había conseguido. En ese y en otros aspectos la Monroe fue la actriz mas grande que haya pasado por un plató de cine.
Sobre el rodaje de El príncipe y la corista se basa Mi semana con Marilyn adaptación del libro del periodista británico Colin Clark. Un acercamiento bastante humano a una mujer que antes que ser la diva que el mundo deseaba era una criatura frágil, insegura, inmadura y manipulada por Hollywood. “Una criatura adorable” como la describiría su amigo Truman Capote. A pesar de las carencias interpretativas del joven actor inglés Eddy Redmayne, lo que hace que el romance que sostiene la estrella con el insignificante ayudante de dirección sea poco creíble, la película se aleja de los típicos biopics a los que nos tiene acostumbrados el cine contemporáneo. La actuación de Michelle Williams no tiene ningún tipo de exageración algo muy difícil de conseguir teniendo en cuenta la relevancia del personaje central del filme. Entendemos a Marilyn, nos conmovemos con ella, vemos por completo su lado humano gracias a que la joven protagonista de Triste San Valentín continúa confirmando que el cine norteamericano es una fuente inagotable de talento actoral.
Con una música maravillosa y una acertada dirección de arte Mi semana con Marilyn es un justo homenaje a una película un poco olvidada y subestimada. Otro de las reivindicaciones que hicieron los hermanos Weinstein a una forma de hacer películas que hoy en día está completamente en desuso.
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