Créanme, yo también detesto a los zombies, nunca he
entendido ese culto desmesurado que se ha establecido en torno al legado de
George Romero y estaba convencido de que la única posibilidad de hacer algo
medianamente decente dentro de ese subgénero era en clave de comedia, como se
demostró hace un par de años con la divertidísima Zombieland.
Pero desde hace unos meses venía escuchando los comentarios
sobre la adaptación que había hecho Frank Darabont sobre el cómic de Robert
Kirkman y Tony Moore, la mayoría de ellos coincidían en decir que The walking dead tenía la altura
dramática de las mejores series, en una época donde la televisión está dando un
salto de calidad con respecto al cine.
Con todo el escepticismo comencé a verla pero no pasan
muchos minutos para que quedes enganchado en el primer capítulo. Acá lo más
importante no son los muertos en vida que caminan incesantemente buscando
aplacar su insaciable hambre con un poco de carne sino la visión que dan sus
creadores acerca de la maldad que está incubada en el género humano y que en un
caso extremo, como podría ser el fin del mundo, se dispararía llegando a niveles
insospechados.
Rick es el sheriff del pueblo, ha recibido un disparo que lo
ha dejado en coma, al despertarse se encuentra con que han sonado las trompetas
del apocalipsis, en las calles lo único que se escucha es el graznido de los
cuervos, la muerte azota las calles, en ella solo se ve putrefacción, sangre, vísceras,
ha caído una maldición, la muerte ha llegado para quedarse, nunca para, ni
siquiera cuando el corazón se ha detenido.
En los alrededores de Atlanta un campamento de
supervivientes trata de entender lo que está sucediendo. Todo ocurrió muy rápido, unas semanas antes
los niños todavía jugaban en el parque y ahora sólo se escuchan los gemidos de
esos cuerpos insepultos que se niegan a descansar, la muerte se ha instalado
para quedarse. Rick ha encontrado en el grupo de supervivientes a su esposa
Lori y a su hijo Carl. Todavía hay tiempo de pensar en que el virus puede
contrarrestarse, desde que exista respeto entre ellos, el respeto a la vida, a
los pocos que han quedado todo puede revertirse. La esperanza seguirá viva.
Pero en The Walking
dead las cosas nunca van a mejorar, por el contrario vamos a ver como ese grupo
de sobrevivientes va a ser mermado hasta convertirse en un puñado de personas
aferrado a un ideal. La democracia no tardará mucho en desaparecer y vendrá la
tiranía, la dictadura, dejando claro que en una hora tan extrema como la del
apocalipsis se necesita con urgencia la voz de un caudillo, de un hombre duro
que no desfallezca, que encuentre como sea el camino de la salvación.
Ninguno de los personajes de esta serie tiene garantizada la
vida, así que evita encariñarte con alguno de ellos. Cuando aparezca alguien
nuevo no creas en sus buenas intenciones, en el fin del mundo nadie vela por
los intereses colectivos y la única ley que se respeta es la de del “Sálvese quien
pueda”.
El gran mérito de los creadores de la serie fue la de hacer
una metáfora sobre los Estados Unidos. Woodbury es la tierra de las
oportunidades, el único lugar donde se le ha impedido a la muerte entrar. Los 78 habitantes de este pueblo de un par de
cuadras y media docena de edificios tratan de aferrarse a la nostalgia de lo
que era la humanidad antes de que el virus la azotara. Esta tierra de libertad
es manejada con mano férrea por El
Gobernador un hombre que ha creado un sólido grupo paramilitar preparado no
sólo para hacerle frente a los caminantes sino a los otros grupos de
sobrevivientes que esparcidos por el territorio buscan un sitio dónde estar. El Gobernador no duda un momento a la
hora de usar la crueldad para mantener a su pueblo en el relativo bienestar en
el que está. Hace ataques preventivos para mantener a los terroristas
diezmados.
Él es uno de esos hombres a los que el apocalipsis les viene muy
bien, gracias a que este ha llegado, se está cumpliendo su sueño de dictador. Este hombre encantador tiene un par de
secretos bastante oscuros. Cuando se ve ahogado por la responsabilidad de
dirigir un pueblo se encierra en su cuarto y se pone a contemplar las cabezas
de sus enemigos, conservadas en peceras, sumergidas en un líquido espeso como
en el que suelen dormir los fetos en el vientre de sus madres. Luego se levanta
del sillón, abre una reja y de ahí sale su hija Peggy, una víctima de la
enfermedad más a la que se rehúsa a sacrificar esperando que de un momento a
otro aparezca una cura que saque de una buena vez la muerte que se ha metido
en ella.
Bienestar para los míos y el resto que se hunda en su propio
infierno, parece ser la premisa del Gobernador y sobre todo de los Estados
Unidos de América. Ellos eligen quien entra y quién permanece y quién se va,
quién muere y quién vive. Sólo en la tercera temporada empezamos a ser
consciente del significado político que tiene la serie y la sátira hiriente que
le propina a la democracia más prestigiosa del planeta.
Sus escritores han tenido la sabiduría de preguntarse además por el papel que jugaría la religión cuando la desesperanza se ha instalado. En un capítulo de la segunda temporada entran a una iglesia y hay tres zombies sentados en sus bancas. Después de eliminarlos a punta de garrote y hachazos (Disparar puede ser una mala idea, ya que el ruido atraería a otros caminantes) los protagonistas se encuentran con la imagen de Cristo y hablan con él, algunos todavía se aferran a la virtud cristiana de creer que las cosas pueden mejorar, otros simplemente se burlan de la decadente figura de un hombre apuntalado en una cruz. A medida que la serie vaya avanzando la fe de los personajes irá desapareciendo. Bastarán mucho años para que el último de los sobrevivientes vuelva extrañar a Dios, entonces lo hará de nuevo a su imagen y semejanza.
Los zombies caminan lento, no piensan y su único mérito es
que son muchos, demasiados, pero a la larga resultan siendo el mal menor. En el
apocalipsis no esperes que los pocos que pueblen el planeta se unan para
derrotar el mal, la verdadera maldición no es la aparición de la enfermedad
sino el egoísmo, la apatía, la indiferencia ante la desgracia del otro, la
maldad que despierta en cada ser el instinto de supervivencia.
The Walking dead es
junto con Breaking Bad y Mad Men la mejor serie dramática que
nunca antes se ha escrito. Prueben el primer capítulo e inmediatamente se harán
adictos. Te deprimirás dulcemente observando la desgracia de los otros, en un
par de capítulos perderás el asco a las vísceras, a la sangre que no para de
fluir, te acostumbrarás al color ocre del apocalipsis y cuando menos lo esperes
te preguntarás que se sentiría aplastar el cráneo de un maldito zombie. Irás descendiendo
lentamente al oscuro abismo en el que deambulan los supervivientes del mundo y
quedará claro que cuando llegue el final y desaparezca la esperanza
traicionaras a tu mejor amigo, a tu familia, a todo en lo que has creído. Te arrojarás
sin pensarlo al oscuro abismo de la maldad humana.
2 comentarios:
¿Sabe por qué lo leo? Usted sabe decir muy bien las cosas que yo siento. Estaba esperando a que escribiera sobre The Walking Dead y dijera que estaba bien en querer saber qué se siente matar un zombie ;). Muchas gracias.
Yo la verdad, no me quería ver esta serie, pero cuando todas las que me veía finalizaron temporada, dije "que más da, será verla" y bueno coincido contigo en que atrapa desde el primer capitulo y que con el pasar de los episodios adiós asco, me he echo fuerte en ese sentido a decir verdad, es sin duda alguna una de mis series FAVORITAS ^_^
Buen Post
Publicar un comentario