Animado por el inesperado éxito de Una mujer bajo la influencia John Cassavetes, fiel a su estilo de
apostador decidió arriesgarlo todo a un solo número. La idea era hacer una
película de género, centrar sus esfuerzos en lograr construir un producto que
le gustara a todo el mundo, recaudar lo suficiente para no depender nunca más
de nadie y ya con la independencia económica asegurada centrarse en realizar
esas historias que se le agolpaban adentro y que hasta el momento no había podido
hacer porque no tenía los recursos.
Era el año de 1974 y la segunda parte de El padrino había hecho volar por los
aires la taquilla. El público ansiaba más historias de gángsters. El género que
había renacido en esos años no le llamaba mucho la atención al director de Faces, él detestaba la idea de usar la
violencia en el cine y si bien en un principio la idea de hacer un filme
pensando únicamente en la taquilla lo había entusiasmado, ahora cuando estaba
al frente de la máquina de escribir, tecleando la primera versión del guion,
descubría que para él el cine no era una fábrica para hacer salchichas.
Si, Cosmo Vitelli es un tipo duro. Tiene un cabaret repleto
de chicas lindas donde él mismo escribe, dirige y produce los números que se
presentan. Tiene una novia hermosísima que le permite amarla en libertad y
aparentemente es consecuente con su credo “Vive como mejor te plazca”. El problema
es que Vitelli está parado sobre un castillo de naipes. El Night club no le
pertenece y al principio de cada mes tiene que liarse con un usurero para
impedir que lo cierren, no tiene una casa propia y cada gusto dado es un hueco
que se le hace a su inestable presupuesto. Además está el juego, uno de sus
clientes le dice que tiene una casa de apuestas, un lugar donde van sólo los
tipos duros. Vitelli contrata una limusina y recoge a las tres chicas más lindas que tiene el cabaret.
En
un balde con hielo tiene enfriando una botella de Don Perignon y viste el
smoking más caro que pudo encontrar. Necesita dar la impresión de que es un
tipo solvente por si llega a suceder el contratiempo de pedir crédito a la
casa. Después de varias horas sentado en la mesa ha perdido todo lo que lleva y
luego pierde un poco más. La suma a pagar son veintitrés mil dólares, lo llevan
muy amablemente a la oficina del dueño y allí firma unos pagarés donde se
compromete a pagar la deuda en el menor plazo posible. El nunca pierde esa
sonrisa confiada y cuando las chicas en la limusina le preguntan si van a tener
que conseguir un nuevo empleo él les acaricia el rostro y les dice con esa voz
susurrante “No te preocupes… duerme tranquila”.
A los pocos días los dueños del casino han vuelto al
cabaret, le tienen una contrapropuesta, si tiene problemas para reunir el
dinero él puede hacerles un favor a cambio. Hay un chino muy viejo que controla
el negocio en toda la costa Este, se ha convertido en una molestia y necesita
ser eliminado. La idea es que él tome un arma, ingrese a la casa y justo cuando
se retire al cuarto le dispare. Es una misión suicida pero es el único camino
que le queda a Cosmo Vitelli. Matar
al chino significa estar frente a un riesgo muy grande, un riesgo que difícilmente
podrá evitar un apostador como él, aunque al principio haya rechazado la idea de plano.
A simple vista podrá parecer uno de esos tantos productos
que hace en serie Hollywood, pero en manos de John Cassavetes se convirtió en
toda una experiencia personal, difícil,
sin concesiones de ningún tipo. En la que iba a ser la más comercial de sus
películas terminó construyendo el personaje que más se le parecía. Porque Cosmo
Vitelli no es otro que el mismo Cassavetes, el cabaret es su obra, lo único que
tiene, lo que lo precede, el mismo dirige, escribe y produce sus películas,
asume los riesgos monetarios de su propio bolsillo. Para John cada nueva
película era una apuesta millonaria. Los gángsters son todos esos productores
despiadados que están allí para impedir que llegues a cumplir tus sueños, “la
vida está lleno de ellos” Decía con su resentimiento característico.
No concedió, no lo pudo hacer. Eso de tener que matar a uno
de sus protagonistas era todo un desafío moral. Sus asistentes cuentan que se pasó varios días discutiendo sobre si
había que matar al viejo corredor de apuestas chino o no. Al final, después de
una larga discusión con Al Ruban, su productor, decidió ejecutar al anciano. Pero
las dos muertes principales que se ven en la película están deliberadamente
saboteadas. Simple y llanamente no se ven, no se entienden muy bien, como si
Cassavetes se hubiera arrepentido justo cuando Vitelli ha apretado el gatillo.
La cámara está allí, sirviéndole al actor. Ella es esclava
del intérprete. Los planos son frontales, descarnados, lejísimos del
profesionalismo tan característico en Hollywood. La iluminación es deficiente y
los decorados pobres. Ben Gazzara, el actor principal de esta película,
discutió varias veces con Cassavetes sobre los números que tenían que interpretar
las chicas del cabaret, Gazzara sostenía que era mejor hacer de este momento
algo visualmente hermoso. El director que iba en contravía de todo tipo de
convencionalismo dijo que en la vida real un hombre como Vitelli haría esos
números de una manera descuidada y ordinaria, tal y como aparecen en el filme. A mi
en lo particular me encanta la figura de Mister Sofistication y las muchachas
invitando ingenuamente a su público a que se imaginaran por un momento que
estaban en París. La cámara está encima de los rostros de las muchachas,
estamos no en el cabaret sino en el escenario, con ellas.
Nadie como él para retratar la vida, por momentos creemos
que estamos viendo un documental, como cuando en una de las escenas finales
Cosmo sube al camerino a alentar a sus muchachas. Con la bala ya adentro, Vitelli se niega a morir, insiste en bromear, en decir que el show debe
continuar. Vitelli con una bala adentro todavía está afuera esperando que
llegue gente y llene el local, con la misma ansiedad que John Cassavetes asistía
a sus estrenos, esperando ver la sala llena y buscando afanosamente que la
gente permaneciera expectante hasta el final, cuando se levantaban a aplaudir
frenéticamente. John ya tenía el estómago inflamado por culpa de la cirrosis y
sin embargo aguantaba con estoicisimo y terquedad como soportaba el dolor
Vitelli.
En el estreno Cassavetes se ilusionó al principio viendo
como la gente hacía una fila enorme para verla. Ellos estaban buscando una
historia parecida a Una mujer bajo la
influencia pero cuando vieron que al frente había un tipo que sonreía todo
el tiempo y donde no pasaba nada, la gente desilusionada fue despoblando la
sala. Los pocos que se quedaron hasta el final terminaron abucheándola. Ni
siquiera sus más cercanos amigos tuvieron algo bueno que decirle, por ahí y a
manera de consuelo le dijeron que era una película “Interesante” lo que querían
decir en realidad era que no habían entendido nada.
A ningún crítico le gustó, Pauline Kael volvió a
recomendarle a Cassavetes dedicarse a la actuación y olvidar el capricho ese de
ser director. La película después de cinco semanas estaba muerta.
Nunca pudo recuperarse de este fracaso. Su film posterior Openning Night tuvo que esperar tres
años para ser estrenado porque no pudo encontrar los recursos que necesitaba
para terminarla. La que iba a ser la película que le daría la independencia
económica definitiva terminó convertida en la más estrepitosa de las derrotas.
Decían que se ponía de mal genio con que tan solo le nombraran la película.
Sentía que había matado en vano.
El tiempo se ha encargado en redimirla, como con la
totalidad de su obra. Sus películas son un llamado desesperado al riesgo, a la
inventiva, a volver a la magia que hizo de este arte el oficio del siglo XX.
Cuando veo que una película independiente cuesta en Estados Unidos 30 millones
de dólares me muero de la risa. Para hacer sus sueños realidad Cassavetes
invertía todo lo que ganaba como actor y a veces hasta llegó a hipotecar su
casa para costearse sus producciones. Siguió así, convencido de que tenía algo
bueno a pesar de que en su país fue rechazado sistemáticamente y que solo en
Europa lo consideraban un genio.
Sólo Rosellini puede llegar a ser más humano que Cassavetes,
hoy en día no se puede vivir sin su cine, sin sus películas, sin tipos como Cosmo Vitelli que lo dan todo, que ni
siquiera un balazo los puede llegar a detener. Nadie ha podido llenar el vacío
que ha dejado Cassavetes, así me digan que él vive en cada uno de los nuevos
directores independientes, eso es basura, pura demagogia. Nadie es capaz de
asumir tantos riesgos, nadie apuesta tan duro. Hoy 24 años después de su muerte
podemos empezar a contemplar su legado. Eso es mucho tiempo y nadie tiene la
fuerza para esperar tanto.
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