14 de septiembre de 2009

SARCÓFAGOS - PARTE I


Salimos a tomarle fotos a las casas encantadas de nuestro barrio Belgrano. Es fácil encontrarlas porque todas tienen gárgolas en las entradas y si uno se sube a la reja sin que el viejo guardián repare en la extraña presencia se podrán escuchar los gemidos de las almas apresadas en esas mansiones. Especulando, pudimos descubrir dónde reposaban los cuerpos de varios terratenientes de la interminable pampa. Escupimos sobre la entrada de esas casas y luego removemos la saliva con el pie para darle el último retoque a la maldición.
-Son vampiros esos hijos de puta -me dijo una vez Carlos Mayolo haciendo referencia a los terratenientes vallunos.
Las casas tienen ojos y respiran por dentro como lo pudo constatar muy bien Sherley Jackson en su libro The Haunting Hill (La casa embrujada). El fantasma de Hugh Crain todavía la persigue. A las nueve de la noche no hay nadie en la calle, sólo el viento y los espectros que él arrastra. Me acompaña J. La asusto, le digo que esos remolinos son campos magnéticos producidos por la presencia de entes. Se cubre el cuello, y dice que es para que no se le meta el frío; pero yo sé que ella está pensando en colmillos.
No es un oficio bien retribuido fotografiar casas embrujadas. La mayoría de casas son ahora jardines infantiles. Las rectoras de esos jardines lanzan alaridos al ver sus fotos publicadas en los periódicos. Ellas dicen que viven tiempos difíciles después de que las fotos revelaron los secretos de la casa pero eso es mentira, todas las mañanas vemos a las madres dejar a sus polluelos en esas casitas. A J. no le asusta revelarlas, yo no las puedo ni ver. Aparecen caras desconocidas en las ventanas, viejitas histéricas haciendo pistola con sus dedos artríticos. No soporto ver sus cejas cortadas en cuatro y sus bocas desdentadas. J. tiene cierta fascinación por el infierno y las fieras que allí habitan…

Continuará…

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