30 de marzo de 2013

PROYECTO X. A falta de revolución al menos tienes la rumba


Claro que me gustó Proyecto X, su propuesta atrevida y liberal es una bocanada de aire fresco en tiempos conservadores y mezquinos. La premisa no puede ser más sencilla. Los papás de Thomas se han ido afuera el fin de semana y le han dejado la casa a su disposición. El carácter retraído del muchacho hace que sus padres ni siquiera sospechen que él y sus amigos nerdos puedan tener la idea de armar una fiesta justo en el día de su cumpleaños. Costa, un judío venido de Nueva York le ha prometido a su amigo que la rumba será apoteósica, para asegurarse de ello ha usado todas las redes sociales disponibles. La convocatoria desborda cualquier tipo de expectativa. Desde todos los puntos de la ciudad llegan las chicas y los muchachos más populares.

 La alegría desatada llevará a que los decibeles de la fiesta se desborden produciendo en el vecindario un caos total. La policía y los medios de comunicación llegarán a la casa de Thomas a cubrir los destrozos, la algarabía,  la revolución que se ha formado por culpa de las anfetaminas, el licor y la música electrónica. El temor que podía sentir el cumpleañero de los destrozos que podrán hacer dentro de la casa se irá disipando con el correr del tequila.
Al otro día, en medio de la resaca, Thomas y Costa alcanzarán a vislumbrar que su futuro está completamente arruinado pero poco o nada les importa. El futuro es algo intangible y posiblemente no exista. Lo realmente importante es que se han dado el fiestón de sus vidas, mejor consumir las endorfinas de un solo golpe y no irlas dosificando como viejitas dando monedas en una iglesia.

Producida por Todd Phillips, el mismo de Hangover y dirigida por el desconocido Nima Nourizadeh Proyecto X se va lanza en ristre con la moralina imperante en el cine de Hollywood haciendo una apología directa a la anarquía, el éxtasis y la felicidad que sólo puede despertar la rumba.  Los jóvenes se relajan, se dejan abrazar por un instante a la esquiva felicidad. Después de la muerte de las ideologías lo único que puede quedar es el fiestón, durante una noche la multitud se convierte en una sola persona, desaparecen las clases, las razas, los sexos, lo único real es la borrachera, por culpa de ella te fundes en un abrazo, en una orgía perpetua.

Los que todavía por prevención no la han visto los invito a hacerla. Ideal para verla justo antes de irte de rumba, te recarga, te renueva, te llena de vida. Proyecto X es la prueba de la buena salud que tiene la comedia adolescente norteamericana actual. Cuando te quieres divertir rómpelo todo, mete un enano en el horno, zambulle el Mercedes de Papá en la piscina, quema con un lanzallamas el porche de tu vecino, atragántate con los ácidos que guarda un enigmático gnomo de porcelana, combínalo todo, cierra los ojos cuenta hasta diez y después vuélvelos a abrir. Quien quita que esa sea la única forma de cambiar el mundo.

29 de marzo de 2013

THE KILLING OF A CHINESE BOOKIE De John Cassavetes. Un imprescindible


Animado por el inesperado éxito de Una mujer bajo la influencia John Cassavetes, fiel a su estilo de apostador decidió arriesgarlo todo a un solo número. La idea era hacer una película de género, centrar sus esfuerzos en lograr construir un producto que le gustara a todo el mundo, recaudar lo suficiente para no depender nunca más de nadie y ya con la independencia económica asegurada centrarse en realizar esas historias que se le agolpaban adentro y que hasta el momento no había podido hacer porque no tenía los recursos.


Era el año de 1974 y la segunda parte de El padrino había hecho volar por los aires la taquilla. El público ansiaba más historias de gángsters. El género que había renacido en esos años no le llamaba mucho la atención al director de Faces, él detestaba la idea de usar la violencia en el cine y si bien en un principio la idea de hacer un filme pensando únicamente en la taquilla lo había entusiasmado, ahora cuando estaba al frente de la máquina de escribir, tecleando la primera versión del guion, descubría que para él el cine no era una fábrica para hacer salchichas.

Si, Cosmo Vitelli es un tipo duro. Tiene un cabaret repleto de chicas lindas donde él mismo escribe, dirige y produce los números que se presentan. Tiene una novia hermosísima que le permite amarla en libertad y aparentemente es consecuente con su credo “Vive como mejor te plazca”. El problema es que Vitelli está parado sobre un castillo de naipes. El Night club no le pertenece y al principio de cada mes tiene que liarse con un usurero para impedir que lo cierren, no tiene una casa propia y cada gusto dado es un hueco que se le hace a su inestable presupuesto. Además está el juego, uno de sus clientes le dice que tiene una casa de apuestas, un lugar donde van sólo los tipos duros. Vitelli contrata una limusina y recoge a las  tres chicas más lindas que tiene el cabaret.



En un balde con hielo tiene enfriando una botella de Don Perignon y viste el smoking más caro que pudo encontrar. Necesita dar la impresión de que es un tipo solvente por si llega a suceder el contratiempo de pedir crédito a la casa. Después de varias horas sentado en la mesa ha perdido todo lo que lleva y luego pierde un poco más. La suma a pagar son veintitrés mil dólares, lo llevan muy amablemente a la oficina del dueño y allí firma unos pagarés donde se compromete a pagar la deuda en el menor plazo posible. El nunca pierde esa sonrisa confiada y cuando las chicas en la limusina le preguntan si van a tener que conseguir un nuevo empleo él les acaricia el rostro y les dice con esa voz susurrante “No te preocupes… duerme tranquila”.

A los pocos días los dueños del casino han vuelto al cabaret, le tienen una contrapropuesta, si tiene problemas para reunir el dinero él puede hacerles un favor a cambio. Hay un chino muy viejo que controla el negocio en toda la costa Este, se ha convertido en una molestia y necesita ser eliminado. La idea es que él tome un arma, ingrese a la casa y justo cuando se retire al cuarto le dispare. Es una misión suicida pero es el único camino que le queda a Cosmo Vitelli. Matar al chino significa estar frente a un riesgo muy grande, un riesgo que difícilmente podrá evitar  un apostador como él, aunque al principio haya rechazado la idea de plano.

A simple vista podrá parecer uno de esos tantos productos que hace en serie Hollywood, pero en manos de John Cassavetes se convirtió en toda una experiencia  personal, difícil, sin concesiones de ningún tipo. En la que iba a ser la más comercial de sus películas terminó construyendo el personaje que más se le parecía. Porque Cosmo Vitelli no es otro que el mismo Cassavetes, el cabaret es su obra, lo único que tiene, lo que lo precede, el mismo dirige, escribe y produce sus películas, asume los riesgos monetarios de su propio bolsillo. Para John cada nueva película era una apuesta millonaria. Los gángsters son todos esos productores despiadados que están allí para impedir que llegues a cumplir tus sueños, “la vida está lleno de ellos” Decía con su resentimiento característico.


No concedió, no lo pudo hacer. Eso de tener que matar a uno de sus protagonistas era todo un desafío moral. Sus asistentes cuentan  que se pasó varios días discutiendo sobre si había que matar al viejo corredor de apuestas chino o no. Al final, después de una larga discusión con Al Ruban, su productor, decidió ejecutar al anciano. Pero las dos muertes principales que se ven en la película están deliberadamente saboteadas. Simple y llanamente no se ven, no se entienden muy bien, como si Cassavetes se hubiera arrepentido justo cuando Vitelli ha apretado el gatillo.

La cámara está allí, sirviéndole al actor. Ella es esclava del intérprete. Los planos son frontales, descarnados, lejísimos del profesionalismo tan característico en Hollywood. La iluminación es deficiente y los decorados pobres. Ben Gazzara, el actor principal de esta película, discutió varias veces con Cassavetes sobre los números que tenían que interpretar las chicas del cabaret, Gazzara sostenía que era mejor hacer de este momento algo visualmente hermoso. El director que iba en contravía de todo tipo de convencionalismo dijo que en la vida real un hombre como Vitelli haría esos números de una manera descuidada y  ordinaria, tal y como aparecen en el filme. A mi en lo particular me encanta la figura de Mister Sofistication y las muchachas invitando ingenuamente a su público a que se imaginaran por un momento que estaban en París. La cámara está encima de los rostros de las muchachas, estamos no en el cabaret sino en el escenario, con ellas.

Nadie como él para retratar la vida, por momentos creemos que estamos viendo un documental, como cuando en una de las escenas finales Cosmo sube al camerino a alentar a sus muchachas. Con la bala ya adentro, Vitelli se niega a morir, insiste en bromear, en decir que el show debe continuar. Vitelli con una bala adentro todavía está afuera esperando que llegue gente y llene el local, con la misma ansiedad que John Cassavetes asistía a sus estrenos, esperando ver la sala llena y buscando afanosamente que la gente permaneciera expectante hasta el final, cuando se levantaban a aplaudir frenéticamente. John ya tenía el estómago inflamado por culpa de la cirrosis y sin embargo aguantaba con estoicisimo y terquedad como soportaba el dolor Vitelli.


En el estreno Cassavetes se ilusionó al principio viendo como la gente hacía una fila enorme para verla. Ellos estaban buscando una historia parecida a Una mujer bajo la influencia pero cuando vieron que al frente había un tipo que sonreía todo el tiempo y donde no pasaba nada, la gente desilusionada fue despoblando la sala. Los pocos que se quedaron hasta el final terminaron abucheándola. Ni siquiera sus más cercanos amigos tuvieron algo bueno que decirle, por ahí y a manera de consuelo le dijeron que era una película “Interesante” lo que querían decir en realidad era que no habían entendido nada.

A ningún crítico le gustó, Pauline Kael volvió a recomendarle a Cassavetes dedicarse a la actuación y olvidar el capricho ese de ser director. La película después de cinco semanas estaba muerta.

Nunca pudo recuperarse de este fracaso. Su film posterior Openning Night tuvo que esperar tres años para ser estrenado porque no pudo encontrar los recursos que necesitaba para terminarla. La que iba a ser la película que le daría la independencia económica definitiva terminó convertida en la más estrepitosa de las derrotas. Decían que se ponía de mal genio con que tan solo le nombraran la película. Sentía que había matado en vano.

El tiempo se ha encargado en redimirla, como con la totalidad de su obra. Sus películas son un llamado desesperado al riesgo, a la inventiva, a volver a la magia que hizo de este arte el oficio del siglo XX. Cuando veo que una película independiente cuesta en Estados Unidos 30 millones de dólares me muero de la risa. Para hacer sus sueños realidad Cassavetes invertía todo lo que ganaba como actor y a veces hasta llegó a hipotecar su casa para costearse sus producciones. Siguió así, convencido de que tenía algo bueno a pesar de que en su país fue rechazado sistemáticamente y que solo en Europa lo consideraban un genio.


Sólo Rosellini puede llegar a ser más humano que Cassavetes, hoy en día no se puede vivir sin su cine, sin sus películas, sin tipos  como Cosmo Vitelli que lo dan todo, que ni siquiera un balazo los puede llegar a detener. Nadie ha podido llenar el vacío que ha dejado Cassavetes, así me digan que él vive en cada uno de los nuevos directores independientes, eso es basura, pura demagogia. Nadie es capaz de asumir tantos riesgos, nadie apuesta tan duro. Hoy 24 años después de su muerte podemos empezar a contemplar su legado. Eso es mucho tiempo y nadie tiene la fuerza para esperar tanto.

27 de marzo de 2013

EDWIN VILLAMIZAR. El discurso está en las imágenes


Un hombre y una anciana están forzados a irse del lugar donde viven, la angustia los invade, no tienen ningún lugar a donde ir, los caminos se cierran, el abismo se abre ante ellos.
 La pobre vieja le suplica que haga todo lo posible para poder estar en ese sitio, él le promete que no pasará esa vergüenza “Todo está resuelto”. En la noche llega con una bolsa muy grande, abre la puerta del cuarto, toma una almohada y la pone sobre su cabeza, la anciana intenta defenderse pero cada vez queda menos fuerza, menos aire. Por un momento la mira, con los ojos cerrados parece dormida. Antes de que la culpa y él arrepentimiento lo invadan saca de la bolsa de plástico un galón de gasolina y comienza a rociarlo por la casa, toma una de las veladoras con las cuales ilumina a sus dioses y lo arroja al líquido inflamable. En un instante todo arde, todo desaparece.

En Arraigo el cineasta norte santandereano Edwin Villamizar siguiendo los planteamientos que esgrimieron en su manifiesto Dogma 95 los realizadores daneses Lars Von Trier y Thomas Vinterberg donde promulgaban la austeridad total convirtiendo las películas no en un acto estrictamente profesional sino en un desafío que cualquier diletante estaría en condiciones de asumir, realiza  este cortometraje sombrío, pesimista y sugestivo.
Su eficaz guion, escrito por él mismo,  sirvió para que el actor  Julio Cesar Herrera se interesara en el proyecto y fuera el protagonista de esta historia que se centra en la horrorosa sensación de saberse sin techo, sin tierra. Toda una metáfora sobre el desplazamiento colombiano. En sus 15 minutos se nota el talento que tiene este joven realizador para construir una atmósfera.

Lamentablemente este ejercicio no se conoce en la ciudad y los que estén interesados en verla tendrán que recurrir al Youtube. Edwin es uno de los muchos realizadores locales que están intentado forjarse una carrera en el exigente y a veces elitista medio del audiovisual. El apoyo que han recibido estos quijotes por parte del gobierno regional o de la empresa privada es prácticamente nulo. Con el apoyo de unos pocos buenos amigos pudo llevar a cabo el sueño de tener una productora, Carroñero Films quien se ha destacado en Cúcuta por hacer los videoclips de destacados solistas o grupos locales. Llama especialmente la atención el tándem que ha formado Carroñero con Ahiman, videos como Las ovejas negras y sobre todo Lo que quise de pelao muestran una madurez técnica y un profesionalismo bastante inusual en un lugar tan alejado del mundo como este.


Su modestia y bajo perfil  juegan en contra para la divulgación de su obra. Es un hombre introvertido, de muy pocas palabras, sólo sus amigos más cercanos y su novia le conocen el lado rumbero. Pero es alérgico al divismo y por eso no le interesa alquilar el Teatro Zulima y mostrar en rotativo sus documentales, sus cortos de ficción, sus videoclips, sus animaciones. Para eso están las redes sociales, el voz a voz, la radio bemba. Por eso cada vez que hay un evento público al que está obligado a ir Edwin se esconde en los rincones, lejos  de la verborrea intelectualoide y estéril que caracteriza a tantos de nuestros “artistas” locales.
Él sabe que las obras se construyen con trabajo, no en tertulias o canelazos. El lugar del artista no está en una mesa llena de cervezas sino en el taller, en el escritorio o en su caso en un set improvisado, es desde allí donde se forjan los sueños, donde se curan las  heridas.
Es por eso que su discurso está en sus potentes y hermosas imágenes.


25 de marzo de 2013

LOS CROODS: UNA AVENTURA PREHISTÓRICA. Diversión para toda la familia


Los Croods viven la mayor parte del tiempo en su cueva. Salir de ella significa exponerse a peligros inimaginables. Si quieren sobrevivir deben tener sus precauciones, sus métodos. El padre (Nicholas Cage) es sobreprotector, cada historia que cuenta al final de la noche trata de lo desastroso que puede ser para ellos exponerse a lo nuevo, a cambiar sus rutinas.  Tienen que obedecer a rajatabla lo que él dice si no quieren terminar en las fauces de alguno de los feroces animales que acechan el exterior.


A su hija adolescente (Emma Stone)  esa política ultraconservadora no le convence. Su edad la impulsa a vivir aventuras. Una noche un extraño resplandor la despierta. Contrariando todas las reglas sale de la cueva e hipnotizada persigue la mancha luminosa que deambula entre las rocas. Después de perseguirla unos cuantos metros encuentra la antorcha, detrás de ella está un extraño ser con cabeza de jabalí, ella toma una roca y está dispuesta a estallársela en la cara, cuando el ser levanta la cabeza de jabalí y descubre su verdadero rostro de adolescente. Este personaje le enseña que el fuego no solo se puede hacer sino que también se puede controlar y le recomienda no abusar tanto de la fuerza y si usar de tanto en tanto el cerebro. Además le advierte que el mundo se está acabando y que en pocas horas esa cueva donde su familia vive será arrasada por el fin.

Después del fracaso de El origen de los guardianes, Dreamworks continúa contradiciendo las reglas de la industria y se embarca no en la continuidad de una franquicia sino que se arriesga a contar la historia de una familia justo al final de una era. El resultado al menos  desde el punto de vista estético es más que satisfactorio. Decir que Los Croods es una película original es una exageración. Los lugares comunes y los tópicos archiconocidos abundan por doquier. El padre sobreprotector ya lo habíamos visto hace poco en Hotel Transilvania, la adolescente indomable la disfrutamos en Brave, el éxodo de una familia en el fin del mundo la sufrimos en la saga de La Era del Hielo.


Lo que cambia es la manera como Chris Sanders (Director de Como entrenar a tu dragón) logra armar las piezas y construir un relato lleno de un humor negro un tanto inusual en este tipo de películas. Los recursos visuales son fascinantes y logra componer unas criaturas prehistóricas completamente surrealistas y propias de la atmósfera que impuso Sanders dentro del filme. Las personificaciones de Cage y Stone son entrañables hasta el punto de que sufres y te angustias con el destino que puedan tener sus personajes. Los recursos dramáticos y las estupendas animaciones convierten a Los Croods en la mejor película animada de los últimos cinco años.

Parte del éxito del filme se lo deben a la colaboración dentro de la escritura del guión del genial John Cleese, miembro del club Monty Python y culpable de la mayoría de los graciosos juegos de palabras y humor negro que respira la película en grandes tramos de su relato.

Recomiendo que vean la película en 3D, pocas veces me ha impresionado tanto una producción hecha en este formato. Acá marca una verdadera diferencia y sin duda podrás por fin entender por qué se espera que para el próximo año la totalidad de los Blockbusters vengan en tercera dimensión.


Con Los Croods Dreamworks ha desplazado definitivamente a Pixar quien cada vez se entierra más y más en las edulcoradas tierras movedizas de Disney. Este es un entretenimiento válido no solo para los más pequeños sino para los padres y tíos que disfrutamos por un momento de la gracia de ser niños otra vez. No duden un momento en verla, recuperarán la fe que tenían en las películas animadas y que se había perdido por culpa de las cada vez más insoportables sagas. 

18 de marzo de 2013

JACK EL CAZAGIGANTES. De Bryan Singer


No, esto ya no lo soporta nadie. No me refiero solo a la calidad sino a la falta total, absoluta de imaginación. Nadie quiere arriesgar, mejor hacer un remake o tomar un cuento muy famoso y adaptarlo. Se acabaron las ideas originales, no hay espacio para la experimentación. Algunos amigos me escribieron y me hicieron saber lo inconformes que habían quedado después de haber sido demasiado blandengue con Cloud Atlas. Si, estoy de acuerdo que por momentos cada una de las historias contadas allí rayan con la intrascendencia pero al menos los Wachosky habían tenido la intención de crear algo diferente. El experimento resultó ser un fiasco pero es mejor fracasar así que volverse millonarios haciendo estupideces desmesuradas como Jack el cazagigantes.

Todo es previsible, machacado, entrar al cine hoy en día es una experiencia parecida al deja vu. Una a una las películas se van repitiendo cayendo inevitablemente en el lugar común. No le bastó a la industria hacer dos adaptaciones de Blancanieves el año pasado, o empezar en 2013 con Hansel y Gretel, no, ahora buscan otro cuento de hadas buscando mostrarle al mundo los últimos adelantos tecnológicos, destruir la historia y acomodarlo al lenguaje al que están acostumbrados los jóvenes contemporáneos.
Y eso que de niño soñábamos con una película así. Los guisantes subiendo hasta el cielo, como el puente vertical que nos lleva directamente a la tierra de los gigantes. Por esa razón fui al cine, esperando al menos ver a unos monstruos creíbles y no estas criaturas hechas con desgano, donde ni siquiera el pelo se les mueve. No sentimos miedo ante estos seres que no existen, ¿Si les quedaba tan grande hacer gigantes desde el programa de un computador, porque no recurrir a otros métodos más artesanales, como por ejemplo hacer trucos con gente real o recurrir al stop motion como lo solía hacer Harryhausen? Porque en el cine de hoy nos está prohibido soñar.

Es una pena además ver cómo ha terminado un director del talento de Bryan Singer haciendo productos donde apenas podemos ver algunas de las obsesiones que marcaron el inicio de su carrera. La industria ya no persigue a los rebeldes, tan sólo les deja un plato de frijoles en la entrada de su castillo y después de una pataleta de dos días vendrán hambrientos a tragar las sobras de los poderosos.
Uno de los pocos aspectos destacables de este esperpento es la actuación del siempre maravilloso Ewan Mcgregor, verlo allí hace más soportable las casi dos horas que dura este suplicio. Lamentablemente no pudimos escuchar su extraordinario acento británico porque sumados a todos los males del cine contemporáneo está el del maldito doblaje. Se anuncia para el 2015 que el 85 por ciento de las películas norteamericanas vendrán en nuestro idioma, ¡Una absoluta catástrofe!
Jack el cazagigantes es cine para ser consumido hoy y vomitar mañana. Su única virtud fue la acertada estrategia publicitaria que ha llevado a la gente a las salas en masa. No en vano hoy en día la industria gasta más promocionando la película que su misma realización. En el cine nuestro de cada día es más importante un publicista que el mejor de los directores.

BOLESKINE HOUSE.


Al lado del lago Ness miles de turistas cada año se sientan en sus orillas a esperar infructuosamente que entre sus aguas emerja la cabeza del monstruo que duerme allí. Sólo unos pocos deciden asentarse en la parte  sureste del lago. El objeto de su búsqueda es una vieja mansión oculta por la vegetación muerta que la rodea. Se trata de Boleskine House el lugar donde se inició en el misticismo el gran mago del Siglo XX, Aleister Crowley.

Era la conservadora Inglaterra victoriana nadie supo escandalizar cómo el. Fue el hedonista por excelencia. Su filosofía consistía en abolir el pecado, todo nos está permitido porque Dios está muerto. Él dinamitó el caduco cristianismo que se practicaba en ese siglo moribundo e intentó revivir a los dioses que invocaban los egipcios para iluminar el naciente Siglo. Lo que vio en su bola de cristal lo asustó, desde allí percibió las retroescabadoras moviendo las montañas de cuerpos inertes, los hongos atómicos fusionándose con las nubes, el dictador insignificante arengando histéricamente a un pueblo. La humanidad se enfrentaba a su época más terrible.
Fue en Boleskine House donde pudo desarrollar su sistema mágico y donde empezó a darse cuenta de que podía formar una filosofía. Decían que la casa estaba maldita que había sido construida con las ruinas de una abadía destruida en el siglo X, que en las rocas que la conformaban habían quedado impregnados para siempre los últimos estertores de los feligreses que murieron chamuscados en ella. El propio Crowley afirmaba que las habitaciones se volvían oscuras en medio de un día soleado. “Puedo escuchar cómo la casa respira, cómo se mueve y tiene vida propia” escribió en sus memorias. Cuando se bloqueaba en medio de sus soliloquios solía recorrer el túnel secreto que unía a la casa con un cementerio cercano donde las brujas solían celebrar sus aquelarres. Hoy en día, el cementerio todavía se conserva y llama la atención que todas las tumbas tengan el mismo nombre grabado: Fraser.

Crowley estaría allí hasta 1913 cuando abrió vuelo y quiso conquistar el mundo con su magia. Afirman sus biógrafos que el hechicero cometió un error, fue incapaz de cerrar las invocaciones, las puertas quedaron abiertas y los demonios llamados se quedaron a vivir en la mansión trayendo consigo las maldiciones que harían de los últimos años del mago un infierno de drogadicción y descrédito.
 La casa volvería a cobrar notoriedad cuando Jimmy Page, guitarrista de Led Zepellin y ferviente seguidor del hechicero y de su particular forma de vida,  comprara la mansión en 1968. En un intento por devolver el tiempo y vivir en la misma casa en la que vivió Crowley, con su propia energía, con la necesidad de verlo caminar por sus pasillos el guitarrista llamó al satanista Charles Pierce quien redecoró la casa. Cuenta Jimmy Page que “Han ocurrido cosas extrañas en esta casa que no tienen nada que ver con Crowley, un hombre fue decapitado allí antes de que Crowley llegara. Por supuesto, después hubo suicidios, gente ingresada en hospitales mentales…”. Los que osaban pasar la noche allí decían que en la mitad del sueño eran despertados por la pesada respiración de un perro que trataba de entrar en la habitación arañando la puerta. Después se escuchaba un golpe fuertísimo sobre ella como el de una explosión. Page vendió la mansión en 1985.

La leyenda de la casa y del mago están más vivos que nunca. Él fue un adelantado, un visionario, un hombre que llevaba la vida de una estrella de rock mucho antes de que ellos irrumpieran en la escena. Dicen que si no se hubiese internado en el satanismo hubiese sido un gran poeta. Por lo pronto nos conformamos con las leyendas que el mismo despertó. En el epígrafe de la gran Biografía que sobre él escribió John Symonds hay una frase que refleja la necesidad que tenía de forjarse una leyenda: “Siempre estoy pensando que dirá de mi la historia cuando yo haya muerto”. La historia dice mucho. Boleskine House es un episodio pequeño comparado con lo que de él se dice, con lo que las brujas desde su cementerio todavía murmuran.

15 de marzo de 2013

THE WALKING DEAD. Lo verdaderamente humano es la maldad.


Créanme, yo también detesto a los zombies, nunca he entendido ese culto desmesurado que se ha establecido en torno al legado de George Romero y estaba convencido de que la única posibilidad de hacer algo medianamente decente dentro de ese subgénero era en clave de comedia, como se demostró hace un par de años con la divertidísima Zombieland.


Pero desde hace unos meses venía escuchando los comentarios sobre la adaptación que había hecho Frank Darabont sobre el cómic de Robert Kirkman y Tony Moore, la mayoría de ellos coincidían en decir que The walking dead tenía la altura dramática de las mejores series, en una época donde la televisión está dando un salto de calidad con respecto al cine.

Con todo el escepticismo comencé a verla pero no pasan muchos minutos para que quedes enganchado en el primer capítulo. Acá lo más importante no son los muertos en vida que caminan incesantemente buscando aplacar su insaciable hambre con un poco de carne sino la visión que dan sus creadores acerca de la maldad que está incubada en el género humano y que en un caso extremo, como podría ser el fin del mundo, se dispararía llegando a niveles insospechados.

Rick es el sheriff del pueblo, ha recibido un disparo que lo ha dejado en coma, al despertarse se encuentra con que han sonado las trompetas del apocalipsis, en las calles lo único que se escucha es el graznido de los cuervos, la muerte azota las calles, en ella solo se ve putrefacción, sangre, vísceras, ha caído una maldición, la muerte ha llegado para quedarse, nunca para, ni siquiera cuando el corazón se ha detenido.


En los alrededores de Atlanta un campamento de supervivientes trata de entender lo que está sucediendo.  Todo ocurrió muy rápido, unas semanas antes los niños todavía jugaban en el parque y ahora sólo se escuchan los gemidos de esos cuerpos insepultos que se niegan a descansar, la muerte se ha instalado para quedarse. Rick ha encontrado en el grupo de supervivientes a su esposa Lori y a su hijo Carl. Todavía hay tiempo de pensar en que el virus puede contrarrestarse, desde que exista respeto entre ellos, el respeto a la vida, a los pocos que han quedado todo puede revertirse. La esperanza seguirá viva.

Pero en The Walking dead las cosas nunca van a mejorar, por el contrario vamos a ver como ese grupo de sobrevivientes va a ser mermado hasta convertirse en un puñado de personas aferrado a un ideal. La democracia no tardará mucho en desaparecer y vendrá la tiranía, la dictadura, dejando claro que en una hora tan extrema como la del apocalipsis se necesita con urgencia la voz de un caudillo, de un hombre duro que no desfallezca, que encuentre como sea el camino de la salvación.

Ninguno de los personajes de esta serie tiene garantizada la vida, así que evita encariñarte con alguno de ellos. Cuando aparezca alguien nuevo no creas en sus buenas intenciones, en el fin del mundo nadie vela por los intereses colectivos y la única ley que se respeta es la de del “Sálvese quien pueda”.

El gran mérito de los creadores de la serie fue la de hacer una metáfora sobre los Estados Unidos. Woodbury es la tierra de las oportunidades, el único lugar donde se le ha impedido a la muerte entrar.  Los 78 habitantes de este pueblo de un par de cuadras y media docena de edificios tratan de aferrarse a la nostalgia de lo que era la humanidad antes de que el virus la azotara. Esta tierra de libertad es manejada con mano férrea por El Gobernador un hombre que ha creado un sólido grupo paramilitar preparado no sólo para hacerle frente a los caminantes sino a los otros grupos de sobrevivientes que esparcidos por el territorio buscan un sitio dónde estar. El Gobernador no duda un momento a la hora de usar la crueldad para mantener a su pueblo en el relativo bienestar en el que está. Hace ataques preventivos para mantener a los terroristas diezmados. 


Él es uno de esos hombres a los que el apocalipsis les viene muy bien, gracias a que este ha llegado, se está cumpliendo su sueño de dictador. Este hombre encantador tiene un par de secretos bastante oscuros. Cuando se ve ahogado por la responsabilidad de dirigir un pueblo se encierra en su cuarto y se pone a contemplar las cabezas de sus enemigos, conservadas en peceras, sumergidas en un líquido espeso como en el que suelen dormir los fetos en el vientre de sus madres. Luego se levanta del sillón, abre una reja y de ahí sale su hija Peggy, una víctima de la enfermedad más a la que se rehúsa a sacrificar esperando que de un momento a otro aparezca una cura que saque de una buena vez la muerte que se ha metido en ella.

Bienestar para los míos y el resto que se hunda en su propio infierno, parece ser la premisa del Gobernador y sobre todo de los Estados Unidos de América. Ellos eligen quien entra y quién permanece y quién se va, quién muere y quién vive. Sólo en la tercera temporada empezamos a ser consciente del significado político que tiene la serie y la sátira hiriente que le propina a la democracia más prestigiosa del planeta.



Sus escritores han tenido la sabiduría de preguntarse además por el papel que jugaría la religión cuando la desesperanza se ha instalado. En un capítulo de la segunda temporada entran a una iglesia y hay tres zombies sentados en sus bancas. Después de eliminarlos a punta de garrote y hachazos (Disparar puede ser una mala idea, ya que el ruido atraería a otros caminantes) los protagonistas se encuentran con la imagen de Cristo y hablan con él, algunos todavía se aferran a la virtud cristiana de creer que las cosas pueden mejorar, otros simplemente se burlan de la decadente figura de un hombre apuntalado en una cruz. A medida que la serie vaya avanzando la fe de los personajes irá desapareciendo. Bastarán mucho años para que el último de los sobrevivientes vuelva extrañar a Dios, entonces lo hará de nuevo a su imagen y semejanza.

Los zombies caminan lento, no piensan y su único mérito es que son muchos, demasiados, pero a la larga resultan siendo el mal menor. En el apocalipsis no esperes que los pocos que pueblen el planeta se unan para derrotar el mal, la verdadera maldición no es la aparición de la enfermedad sino el egoísmo, la apatía, la indiferencia ante la desgracia del otro, la maldad que despierta en cada ser el instinto de supervivencia.

The Walking dead es junto con Breaking Bad y Mad Men la mejor serie dramática que nunca antes se ha escrito. Prueben el primer capítulo e inmediatamente se harán adictos. Te deprimirás dulcemente observando la desgracia de los otros, en un par de capítulos perderás el asco a las vísceras, a la sangre que no para de fluir, te acostumbrarás al color ocre del apocalipsis y cuando menos lo esperes te preguntarás que se sentiría aplastar el cráneo de un maldito zombie. Irás descendiendo lentamente al oscuro abismo en el que deambulan los supervivientes del mundo y quedará claro que cuando llegue el final y desaparezca la esperanza traicionaras a tu mejor amigo, a tu familia, a todo en lo que has creído. Te arrojarás sin pensarlo al oscuro abismo de la maldad humana.

13 de marzo de 2013

HITCHCOCK De Sasha Gervasi. La oportunidad perdida.


Es una pena que una idea tan atractiva haya naufragado en las manos de un director novato. Si fuimos a la sala fue para ver todos los problemas que le acarrearon al maestro del suspenso haber escogido hacer, en el pináculo de su carrera, un filme de horror justo cuando este era considerado un género vulgar, intrascendente, indigno de un director de la talla de Alfred Hitchcock.

En vez de eso el horrendo guión de John J. McLaughlin se centra en una supuesta crisis matrimonial entre el realizador inglés y su fiel compañera Alma Reville. La relación entre la montadora de Una dama desaparece y un escritor mediocre, revestida de una coquetería completamente inoportuna es absolutamente vulgar. Da vergüenza ver como Mister McGuffin cae presa de unos celos infantiles que acaban interfiriendo con su trabajo.
Si la señora Reville tuvo intenciones o no de serle infiel a su corpulento esposo me tiene sin cuidado.  Yo lo que quería saber eran los innumerables inconvenientes  que tuvo Hitchcock a la hora de proponerle a los productores de la Paramount  su idea de adaptar la novela homónima de Robert Bloch. Su inquebrantable decisión de realizar el filme a toda costa, con su particular estilo, renunciando a sus acostumbradas estrellas, incluso asumiendo de su propio bolsillo el costo total de la producción hicieron que el rodaje de esta película fuera particularmente estresante. Cuentan los que estuvieron allí que los nervios del director inglés estaban crispados y en más de una ocasión estaba en el plató ardiendo en fiebre literalmente.

En el férreo sistema de los estudios no había espacio para la experimentación. Hitch tuvo la osadía por ejemplo de matar a su protagonista, Janet Leight en la primera media hora, de adentrarse en un género considerado impropio de un hombre de su prestigio, de haber escogido entre su casting no a una estrella sino a un desconocido y enigmático actor como Anthony Perkins y sobre todo luchar soterradamente contra la implacable censura.
Todos estos aspectos harían de Hitchcock una película necesaria ya que serviría para mostrarnos los fantasmas que azotaron al genial artista en la más famosa y polémica de sus creaciones. Pero estos problemas se resuelven en unos cuantos minutos y para el ingenuo Gervasi lo trascendental es lo morboso, la obsesión que tenía Hitch por la comida, las ansias de aventura que tenía su esposa, la incontrolable obsesión que le despertaban las hermosas actrices con las que trabajó, pura vulgaridad e intrascendencia, música para hipnotizar incautos.
Pero lo peor de la película son sus actuaciones. Se nota que el hombre que nos cautivó hace cinco años con el inolvidable documental Anvil, el sueño de una banda de rock, aún no sabe dirigir actores. Anthony Hopkins se encuentra ahogado entre el abotargado maquillaje y la absurda caricaturización de su personaje, Helen Mirrer  se vale de su talento para no ahogarse entre la improvisación, Scarlett Johansson carece de cualquier tipo de expresión y vuelve a demostrar que si no está bien dirigida poco o nada puede aportarle a sus papeles y James D’Arcy realiza una pobrísima caracterización que raya con la ridícula imitación del genial actor Anthony Perkins.

No hay un solo plano que trascienda, que nos indique que estamos frente a una película. Resulta paradójico que The girl  el telefilme de HBO, reseñado hace unos meses en este blog tenga más lenguaje cinematográfico que esta ambiciosa y esperadísima producción. Hay momentos que despiertan nuestro interés, algunos detalles de cómo se rodaron ciertas escenas, la reacción del público ante la famosa escena del baño y el sonido estruendoso de los violines chillones de Bernard Herman, la revolucionaria campaña publicitaria para convertir a Sicosis en un éxito de taquilla, pero no son suficientes para hacernos quitar la impresión de que Hitchcock está lejos de ser el homenaje que se merecía el maestro del suspenso. Tal vez lo único que justifique esta mediocre película es en el interés que pueda despertar en las nuevas generaciones  ver Sicosis. Si no fuera por eso merecería ser archivada y olvidada para siempre.

10 de marzo de 2013

OZ EL PODEROSO De Sam Raimi. Arte de Mcdonalds..


En los primeros veinte minutos, mientras ese maravilloso blanco y negro te recuerda la época donde el cine era aún la caja de los sueños que había inventado Edison, crees que estás frente a un clásico. Nos es imposible resistirnos ante el encanto de e Óscar Diggs un presdigitador con un ego desbordado, mujeriego y mentiroso  que subsiste engañando incautos con trucos de poca monta. No existe oficio más parecido al de un mago que el del cineasta y eso parece entenderlo muy bien Sam Raimi, el director de esta cinta, ya que aparentemente nos prepara en su hermoso prólogo no solo para conocer el maravilloso reino de Oz sino para hacer una reflexión sobre lo que es el cine, una ilusión producida por un rayo de luz.

En una de las mejores escenas de la película Óscar, mientras se prepara para dejar para siempre a su verdadero amor, va acomodando las piezas de su zootropo, las imágenes de un elefante moviéndose proyectándose en la pared contienen una particular poesía. La admiración que tiene el ilusionista hacia Thomas Alva Edison y la alusión que hace al Kinetoscopio, uno de los primeros aparatos que sirvieron para apresar el movimiento en imágenes, establecen claramente el tono de homenaje que asume Raimi, en su película, no sólo hacia el clásico de Víctor Fleming sino hacia el cine, una invención que 117 años después de su origen nos sigue cautivando y sorprendiendo.
Lamentablemente todo eso que se bosquejaba al principio se deshace después de que el ciclón, el mismo que se llevaría Dorothy años después, lleve a Óscar a la tierra de Oz, entonces la pantalla se amplía y empieza el festival del color, de los innovadores efectos especiales y nos recuerda que en el cine contemporáneo ya no importa tanto la historia sino mostrar la última tecnología con la que trabajan los grandes estudios.
Después de la primera hora la película cae en un bache del cual no logra levantarse. Todo se vuelve soso, azucarado, empalagoso. Con Disney no existe el espacio para la experimentación o el riesgo. El director está más preocupado por poner a funcionar la última tecnología que en construir personajes reales, complejos, con los cuales podamos identificarnos o sentir miedo.

Pareciera que el único actor que está a la altura es James Franco. Supo darle a su personaje esa irresistible prepotencia, esa torpe humanidad que le dio Frank Braum, el autor del inmortal libro al mago de Kansas. Lamentablemente ninguna de las tres mujeres que lo acompañan están a su altura. Por Mila Kunis nunca sentimos miedo, ni siquiera cuando se transforma en la horrible bruja, Rachel Weisz vuelve a demostrar toda su incapacidad para reflejar una emoción y  Michelle Williams le imprime a su personaje una solemnidad inoportuna, creemos que hubiera sido otro el resultado si la bruja buena hubiera tenido así fuera un poquito de sentido del humor.
Es tan deficiente el trabajo de estas actrices que nos quedamos encantados con el simio volador y sobre todo con esa hermosa y triste niña porcelana que acaba de perder a toda su familia. La escena cuando Oz le pega sus dos piernas es maravillosa y por momentos, al verla moverse nos recuerda el trabajo del maestro checo Jan Svankmajer.
Aunque el compositor Danny Elfman y Sam Raimi tuvieron un severo altercado al final del rodaje de Spider Man 2 que parecía irremediable acá vuelven a trabajar juntos casi una década después. El resultado es más que satisfactorio. Elfman hizo en esta película su mejor trabajo desde El joven manos de tijera e inevitablemente nos hace pensar lo que hubiera sido este filme en manos de Tim Burton, porque Raimi después de la mitad le entrega el filme por completo al público infantil, recordando que trabaja para Disney y con ellos no hay espacio para la experimentación, los homenajes o las reflexiones sobre este arte.

 No, Disney como el diablo no hace concesiones y la película tenía que ser ante todo un paquete que incluyera a toda la familia y al final Oz, el poderoso no es más que eso, una hamburguesa gigante y grasosa, destinada al consumo masivo y a ser olvidada al cabo de unos cuantos días.

5 de marzo de 2013

LOS TRES CAINES. Los paracos ya tienen su serie.


No es gratuito que justo mientras el gobierno y las FARC se han sentado a dialogar en La habana  se estrene en Colombia una serie sobre los temibles hermanos Castaño. Los medios, en vez de apaciguar los ánimos, de dejar de arrojarle leña seca a la hoguera de los odios, cumplen con la tarea de  exacerbarlos  aún más. Lo de anoche fue descarado, vergonzoso. Cuando se hace una reconstrucción histórica es inevitable no caer de una u otra forma en el anacronismo, en la imprecisión. Muchas veces este error no es más que una licencia que se toman los creadores de una serie para darle más interés dramático. La ficción por lo general es más divertida que la realidad. Lo inaceptable es que se trastoque deliberadamente la historia con el fin de manipular al público, de justificar un genocidio.

Eso es lo que convierte a Los tres caínes en una serie repugnante. Según los libretistas de este esperpento los Castaño eran una próspera  familia de campesinos antioqueños que a fuerza de pulso y recursividad lograron mejorar su calidad de vida. Fidelio, el segundo de doce hermanos trabajó muy duro para juntar platica, como se espera de todo paisa echado para adelante. Con lo poco que juntó puso una gallera y una tienda  en su natal Amalfi. Su hermano Carlitos, el menor de todos, vendía quesos para ayudar a su familia a sobrevivir. La guerrilla hizo su respectiva inteligencia, engatusó al ingenuo niño que hasta vocación de izquierda tenía y le hizo soltar la lengua. Gracias a la información obtenida las FARC pudieron ir por el padre, sacándolo de la finca, encadenándolo a un árbol, pidiendo diez millones de pesos al pobrecito del Fidelio.
A R.T.I. la productora a cargo del proyecto no le interesó contar que en el año 1977, cuatro años antes de que ocurrieran estos hechos, Fidel Castaño había consolidado su alianza con el ya poderoso narcotraficante Pablo Escobar. Ya había vivido en Paris siendo un estrambótico comerciante de arte. Dicen los expertos que la fama desmesurada de Fernando Botero se debe  a las astronómicas sumas que pagaba Castaño por sus pinturas en las subastas más importantes del mundo. Su odio hacia la izquierda no surgió como dice la serie a una venganza por la muerte de su padre mientras estaba secuestrado por la guerrilla. Ya en 1979 había creado Los tangueros un grupo de cuarenta hombres armados que tenían el propósito no solo de defenderse de las células de las FARC que rondaban por la zona sino que intimidaban y en algunos casos despojaban de la tierra a los campesinos del lugar.

Los guerrilleros pidieron 10 millones de pasos, Fidelio y Vicente con su inquebrantable vocación de negociantes les mandaron 6 millones. Las Farc respondieron ejecutando a su padre. En la serie no se narra la especulación de los Castaño sino que los muestran como víctimas de un engaño. Inmediatamente carlitos empezó a ver que todo eso que hablaba sobre la izquierda no era más que un atado de mentiras, Vicente dejó su acostumbrada mano blanda y Fidelio no tuvo más remedio que armarse para sobrevivir. Ellos defenderían su territorio a rajatabla, no permitiría que estos hampones asesinos siguieran atacando a los humildes hacendados locales.
Lo que termina de hacer de esta oda al paramilitarismo un bodrio insoportable son sus pésimas actuaciones. De Gregorio Pernía no nos extraña su absoluta incompetencia pero si sorprende ver tan perdido a un actor con el talento de Elkin Diaz  incapaz siquiera de hacer un acento paisa creíble. Julián Román cayendo una vez más en la exageración, convertido de nuevo en una triste caricatura de Carlos Castaño.

 Igual no es culpa de ellos. Los libretos escritos por el sobrevalorado Gustavo Bolívar no pueden ni siquiera delinear a un personaje, los diálogos son de una precariedad absoluta, más de un sainete de colegio que de una serie televisiva.Los encuadres son rebuscados, la cámara se mueve, los colores son horrendos, la iluminación deficiente, dando de nuevo ese tinte cromático tan característicos de R.C.N.
Creí que el punto alto que había dejado Escobar el patrón del mal iba a exigirle a los productores de Los tres caínes una mayor rigurosidad. El desprecio que ha demostrado tener este canal por el buen gusto ha enfocado su búsqueda en tener un raiting alto, en aplastar a la competencia. Seguramente se convertirá dentro de poco en la serie más vista en la pobre historia de nuestra televisión. Tiene  los dos ingredientes que más aprecian los colombianos: Paramilitarismo y chambonería.

4 de marzo de 2013

CLOUD ATLAS De los Wachowsky. Desmesura necesaria


Resulta incomprensible que la Academia haya ignorado el último filme de los hermanos Wachowsky sobre todo en un año donde las producciones nominadas fueron sé caracterizaron por su intrascendencia. Desde hace cinco años venimos recibiendo noticias de que los creadores de Mátrix se habían embarcado en el proyecto más ambicioso de sus carreras. Adaptar el best- seller de David Mitchell parecía una labor imposible. Los que lo han leído han afirmado que es una novela que coquetea peligrosamente con el género de la auto-superación. Narra seis historias desperdigadas a través del tiempo. Lo que intenta hacer Mitchell es dar su visión un poco naif de lo que es la reencarnación. El hilo conductor lo da una melodía compuesta por un joven músico en la Europa de 1936. En la melodía los personajes  se encontraran en diferentes épocas.

El hilo conductor de las historias resulta estar bastante debilitado dentro del filme. No entendemos muy bien que tiene que ver un joven traficante de esclavos, un compositor en los albores de la Segunda Guerra, una periodista metida en un peligroso complot político, un editor acosado por su propio autor, un clon que se resiste a caer dentro de la dictadura del consumo y un hombre del futuro intentando sobrevivir en una tierra devastada. Los Wachowsky y Tom Tykwer (El mismo de Corre Lola Corre) renuncian a idear un código que trate de explicar porque diablos estos personajes se encuentran en seis puntos de la historia y caen en el facilismo empalagoso de decirnos que ellos se van a encontrar a través del tiempo porque el amor es muy fuerte y eterno.

El hecho de que la película haya sido realizada por tres directores puede explicar la desconexión que pueden tener las historias dentro del filme. Pareciera uno de esos intentos que acostumbraban a hacer los productores en los sesenta y setenta de reunir a un grupo de notables realizadores para que cada uno realizara un mediometraje y juntos hacer un filme que tuviera como hilo conductor, por ejemplo a Bocaccio o a Edgar Alan Poe. A sabiendas de que iba a estar tres horas frente a la pantalla decidí dejar de preocuparme por juntar los retazos y me dispuse a disfrutar cada una de las seis historias. Debo decir que todas tienen un nivel de interés muy alto y aunque no sepamos muy bien que es lo que está sucediendo disfrutamos cada minuto de esta película  desmesurada, hermosa e incoherente a la vez.
Cloud Atlas logra incursionar con éxito en cuatro tipos de géneros, la comedia, el triller político, la ciencia ficción y el drama histórico. Es muy raro entrar a una sala de cine y que durante tres horas logres mantener la atención en la película así no entiendas muy bien que es lo que está sucediendo. Me encantó el homenaje que sus realizadores le hacen a Soylent Green el inmortal clásico de Richard Fleisher, el inmaculado diseño de arte, la imponente fotografía de ese monstruo llamado John Toll, los efectos especiales absolutamente innovadores, la visión de un futuro dominado por la dictadura del consumo. Sin embargo de las seis historias la mejor es justamente la del joven compositor que lleno de amargura termina metiéndose la pistola en la boca.

A mi juicio la idea de que los actores hagan varios papeles me parece un exabrupto digno de las películas de Eddie Murphy. El hecho de tener que ver constantemente a dos de las actrices que más detesto, Hale Berry y Susan Sarandon me hizo pensar por momentos en lo hermoso que deberían estar las calles a esa hora de la tarde. El maquillaje recargado, como el que usa Hugh Grant en uno de los papeles o el del gran Hugo Weaving disfrazado de mujer es francamente ridículo y recargado. Tom Hanks está ahí, haciendo lo que él sabe hacer que no es mucho. Con Hanks, Berry y Sarandon los directores intentaron hacer un casting que les asegurara alguna nominación. Además de Weaving los dos otros actores que se destacan son el veterano Jim Broadbent y sobre todo el joven talento Ben Wishaw.
No creo que a la lista de sus defectos esté el de sus tres horas de duración. No sentí el paso de los minutos, nunca me aburrí. Me parece que a pesar de sus imperfecciones Cloud Atlas es la mejor película de estudio del año. Es saludable para la industria que aún existen directores como los Wachowsky dispuestos a asumir riesgos, a salirse de los convencionalismo, alejados del insoportable universo de la CIA y otros agentes encubiertos.
El resultado no era el que se esperaba, sin embargo les alcanzó para ser una de las mejores películas que se hicieron el año pasado.



1 de marzo de 2013

LOS RETRATOS De Iván Gaona. La tendencia surge en la provincia


A finales del año pasado el crítico Pedro Adrián Zuluaga habló de una cierta tendencia en el último cine colombiano. Después de tanto esperar se podía hablar por fin  del surgimiento de una cinematografía nacional que dejaba de lado el maldito lugar común. No se trata solo de ocultar los flagelos que azotan desde hace más de sesenta años a Colombia si no tener la oportunidad de contar historias que hacen parte de nuestra cotidianidad.

Los peligros de caer en el abismo del lugar común aumentan cuando la historia tiene como contexto el campo. Cuando uno está al frente de un relato de campesinos es inevitable no pensar en que vamos a tener que soportar de nuevo la tortura de una tragedia. Lógicamente que es necesario denunciar pero muchas veces uno siente que detrás de estos proyectos no hay nada más que la búsqueda desesperada de pasar por políticamente correcto. Dicho en otras palabras se busca a como dé lugar agarrar pueblo.
Con esa prevención me senté a ver Los retratos. No sabía que su director había sido partícipe de dos de las producciones que marcan esa cierta tendencia de la que hacía referencia Zuluaga, Los viajes del viento y La playa D. C. No sólo es el rostro tan familiar de esa campesina vieja que nos recuerda irremediablemente a cualquiera de nuestros ancestros o la magia que puede destilar una polaroid, no, es la mirada de Iván Gaona lo que hace de este cortometraje una experiencia única, completamente original dentro de nuestro cine.

No hay espacio para los guiños, los homenajes o la pedantería. No hay un solo resquicio para la frase brillantemente elaborada que proclame a alguno de sus protagonistas como un viejo sabio que viene a enseñarnos pues como es que es el mundo. Para nada. Los dos viejos son tan adorables y comunes como cualquier campesino, con las mismas preguntas que se pueden hacer en el campo cada día ¿Qué hay para comer? ¿Será que llueve? ¿De que nos sirve un aparato de estos si no hay para la sopa?.
En un puñado de minutos Gaona logra mostrarnos lo lejos que está el campesino colombiano de la tecnología, la identificación que sienten con la música y la cultura mexicana, la precaria tranquilidad en la que viven, sus diálogos cargados de silencio, como si aún no hubieran perdido la capacidad telepática de comunicarse.

Este nivel de observación no se dio por casualidad. Gaona volvió a su tierra natal, Güepsa Santander donde ha filmado la mayoría de sus cortos. Los actores de Los retratos son campesinos de la zona. Para trabajar con actores naturales no sólo se necesita la intención, también hay que tener talento. El resultado es de un nivel poético nada común dentro de nuestra naciente cinematografía. Gaona ha dicho que dejó que los mismos campesinos modificaran su guión, la gran mayoría de los diálogos que están dentro del corto fueron propuestos por ellos mismos. De ahí la naturalidad, humor y ternura que palpita en cada una de sus secuencias. Por primera vez vemos al campesino santandereano tal y como es, sin máscaras, sin ese barroquismo dramático en el que suelen caer los cineastas jóvenes.
Los retratos es una pequeña joya, un testimonio vivo y único del campo colombiano, la evidencia de que desde la provincia se está haciendo el mejor cine de este país.