25 de abril de 2014

LUNA DE HIEL DE ROMAN POLANSKI.

En mayo de 1991, Jerry Kosinski, novelista y amigo de juerga de Roman Polanski desde los jóvenes años polacos, decidió agregarle a su habitual ron con coca-cola una  dosis fatal de barbitúricos. Para hacer todavía más macabro su suicidio se envolvió en la cabeza una bolsa de plástico y se metió en una bañera rebasada de agua caliente. Al otro día lo encontraron boca abajo, hinchado y entre el agua como un pez globo. Ni siquiera el hecho de haberle vendido un par de años atrás a Peter Sellers los derechos para el cine su novela Desde el jardín, hizo que la amargura no corroyera su alma.  

Polanski estaba en su chalet en Ibiza y la noticia no lo sorprendería demasiado. Estaba pasando otro de sus dilatados periodos negros . Después de Frenético ninguno de los proyectos esbozados había logrado cuajarse. Estaba ese guión inconcluso de El maestro y la margarita la novela antisoviética de Mijail Bulgakov que pensaba llevar al cine pero que al final terminaría naufragando en el mar de restricciones presupuestales que le imponían los ejecutivos de la Warner Brothers. Cansado del continuo riffi-raffe  abandona el proyecto y se centra ahora en el frío glacial de la hoja en blanco. Ni siquiera el amor que sentía por su nueva esposa, Emmanuelle Seigner, podría ayudarle a cambiar el ánimo. “Lo que la gente olvida- dijo en su momento Kenneth Tynan, reconocido dramaturgo y coguionista de su Macbeth- es que Roman es un escritor, y que como tal es víctima de las habituales neurosis literarias”.
Cómo Oscar, el frustrado escritor de Luna de Hiel, la relación con su joven esposa lo estaba asfixiando. Ya había pasado el hambre sexual y ahora venía el momento de los compromisos, de los celos y de las responsabilidades y para un chico salvaje cómo él, era muy difícil amarrarse a una sola mujer. En esos tempranos días del matrimonio, Seigner estaba obsesionada con Polanski. La sola idea de que él se fuera seis meses a rodar una película la volvía loca, así que él sabía que si aceptaba un proyecto tenía que incluir obligatoriamente a la joven actriz con la que se había casado.
Todas esas cargas tenía sobre sus hombros el director polaco cuando lo llamaron a contarle lo de Kosinski. No entendía porque razón su amigo había decidido salir por la puerta de emergencia si habían soportado todo lo peor que un hombre puede soportar. Ambos perdieron a sus madres en Auschwitz y vivieron de lleno el horror de la Polonia ocupada por los nazis. El novelista lo había soportado todo, menos las acusaciones que señalaban  de plagiario. La única explicación a su abrupta decisión reposaba en una nota que encontraron al lado de la bañera, salpicada de agua y jabón: “Me voy a echar a dormir un rato un poco más largo de lo habitual. Llamad a ese tiempo eternidad”.

No fue sino enterarse de la noticia para que Polanski reaccionara insultando por última vez a su amigo-enemigo, el hombre con el que había sostenido una relación de amor y odio durante casi cuatro décadas. Supersticioso como era, interpretó el suicidio del escritor como una señal de que debía sumergirse como fuera y cuanto antes en un nuevo proyecto que lo sacara del letargo. Los directores de cine son como los tiburones, si no se mueven se ahogan.
Cuenta la leyenda que cansado de esperar luz verde de los estudios de cine, decidió entrar ilegalmente a Estados Unidos en donde rodaría una nueva adaptación de Rebeca. Hay quienes afirman que la nueva versión cinematográfica de la novela de Daphne du Maurier, se alcanzó a rodar en Beverly Hills, en la casa del inversor y filántropo Max Pavelsky con un elenco de lujo encabezado por las estrellas Warren Beatty, Anjelica Huston y Nicole Kidman. Nadie ha visto la película y ni siquiera se puede acreditar que se rodó, pero los que leyeron el guion afirma que es una versión sadomasoquista y cruel de la versión que rodó Alfred Hitchcock en 1940. Polanski en estado puro.
Regresa a Francia, esperando que aparezcan inversionistas para poder terminar su Rebeca pero nadie quiere saber nada de El Topo Diabólico, apodo con el que lo bautizaría Roland Topor en la época de El inquilino quimérico. Alain Sarde, joven productor francés que se moría de ganas por trabajar con él, lo llama a su oficina con la firme intención de respaldar económicamente lo que él le propusiera. Polanski le presenta el guion de Morgane, un mamotreto que escribiría a cuatro manos con Jeff Gloss, conversan animadamente durante horas y el polaco ve, en el escritorio de Sarde, la novela Lunes de fiel de Pascal Bruckner, escritor francés que se convertiría con el tiempo en uno de los pocos intelectuales de su país que defendería a George W. Bush y Donald Rumsfeld.
Entre Sarde y el director se despiden con una sonrisa y un apretón de manos, no sin que antes este último le pidiera prestada la novela de Bruckner. La leyó en una sola noche y de una sola sentada y al otro día muy temprano llamó al productor y le expresó entre gritos histéricos que quería adaptar la novela. Sarde celebró la coincidencia: apenas unas semanas atrás había comprado los derechos de ella y la verdad había empezado a arrepentirse de la decisión. De inmediato se acordó un modesto presupuesto de cinco millones de dólares y se empezó a trabajar en el guion que emergería más o menos fiel a la novela.

Nigel (Hugh Grant) y Fiona (Kristin Scott-Thomas) son una pareja de ingleses bastante estirados, fríos y pudorosos que llevan siete años juntos. Como es de esperarse el matrimonio ya presenta grietas y por eso han creído que la solución para superar la crisis es irse por un periodo a la India. En el barco que los lleva a oriente se encuentran con Óscar (Peter Coyote) un americano paralítico de excéntrico comportamiento que viaja junto a su esposa, la misteriosa y sensual Mimi (Emmanuelle Seigner). Una noche en la que Fiona se retira hasta su camarote a descansar y Nigel  se queda en el bar a tomarse unos tragos, éste ve a la exótica vampiresa bailar sobre una tarima con una sexualidad desbordada. En el instante cae subyugado ante el encanto hipnótico de esta diosa del sexo. Oscar es perfectamente consciente de lo que su esposa provoca en los hombres, así que aborda al correctito y puritano inglés en la cubierta del barco y le promete ayudarlo a acostarse con su ella si es capaz de escuchar la historia de su matrimonio.
Allí, en la estrechez del camarote del paralítico, Nigel escucha la historia de este hombre que viajó de Nueva York a Paris, aprovechando que había heredado una fortuna de su abuelo, con el sueño de hacerse escritor. Esto se frustraría desde el día en que conoció a Mimi. Ahora sólo quería estar dentro de ella. El sexo los va consumiendo, devorando. Nada sacía el hambre que siente a esa mujer de aspecto gatuno, ni siquiera el látigo, el cuero, las máscaras y las cuerdas que caracterizan el sadomasoquismo. Y de pronto un día Óscar se da cuenta de que ya no la desea más, de que lo único que los unía era el sabor de su vagina y ella, que no tiene a nadie más que a ese hombre seco y arrugado que podría ser su padre, se enamora con locura y él le escupe su amor en la cara, la humilla, la degrada y siente placer al hacerlo. Lo que ignora Oscar es que el mundo da muchas vueltas y que no hay nada más terrible que la venganza de una mujer enamorada.


Con Luna de hiel Polanski no sólo vuelve a su lugar natural, el plató, sino que lo hace con su esposa, cómo se lo había prometido. Cuando un realizador dirige a su compañera de vida siempre hay complicaciones, nada más recuerden lo tormentosa que fue la relación entre Rossellini e Ingrid Bergman, o los problemas que tuvo Jules Dassin con Melína Merkoúri, ésta colaboración no sería la excepción. Ante el periodista Stephen O’Shea , Polanski  reconoció que su vida familiar fue bastante complicada en 1991 y a principios de 1992 “Cuando uno dirige y vive con alguien que se ocupa por el trabajo hay que tranquilizarle. Pero a veces uno tiende a decir: “Caya ya por favor. Vamos a vivir un poco”
Seigner no sólo idolatraba a su marido sino que lo respetaba como director. Por eso para ella esta segunda colaboración conllevaba una responsabilidad muy grande. Tenía que estar a la altura de su esposo. A pesar de su empeño y de que 23 años después la encontramos fabulosa, la crítica despedazaría a la actriz e hizo énfasis en que ella  había obtenido el papel de Mimi sólo porque era la mujer del polaco. Yo creo que Seigner está perfectamente creíble en esas dos personas que ella caracteriza en la película. Primero vemos a una joven pueblerina e inocente que aún cree en el amor y se entrega a él con pasión. Ella se vuelve pervertida porque él se lo pide, ella lee su novela infumable sólo porque él la escribió. Él es su sol y su luna, pero así como hay tribus que se revelan ante sus dioses por los males que ellos desde el cielo le envían, Mimi es capaz de destruir a su Dios, de aniquilarlo, de reducirlo a una silla de ruedas no sólo por venganza, sino para garantizar que nunca se irá de su lado. Sigue siendo convincente cuando se convierte en una despiadada vampiresa.
Peter Coyote no era la primera opción de Polanski. Él quería que su amigo Jack Nicholson volviera a trabajar a su lado pero el escaso presupuesto y las dificultades que tenía el protagonista de Chinatown para viajar a Francia, hicieron que las negociaciones se empantanaran. También estuvo cerca de firmar Jeremy Irons, en un papel que le hubiese venido como un guante, pero, según cuenta Christopher Sandford en su biografía Polanski, el actor inglés se espantó después de leer el guion que le pareció escandalosamente sádico. Coyote logra trasladar ese aire inquietante que tiene Oscar en la novela a la pantalla. Es un personaje tan sucio que provoca ponerse guantes de latex antes de tocarlo. Esa infamia y perfidia se marca en cada arruga del expresivo rostro del actor norteamericano.
Luna de hiel a pesar del escándalo en la que se vio envuelta por su tratamiento, apenas recaudó  lo invertido en ella. Las críticas no fueron muy clementes con la película y volvieron a acusar a Polanski de exhibicionista y sádico. Los rumores se volvieron agrios cuando empezaron a decir  que Seigner estaba embarazada durante el rodaje y que a pesar de eso Roman le había obligado a interpretar escenas que rozaban con la pornografía. Esta vez los guardianes de la moral y las buenas costumbres volvieron a equivocarse ya que el hijo de esa unión nacería el 20 de enero de 1993, nueve meses antes, en abril de 1992, la pareja ya había acabado el rodaje.


23 años después de la tormenta que suscitó la película , podemos afirmar que Polanski tenía razón. Lejos de haber envejecido Luna de hiel se ha convertido en uno de los testimonios más descarnados de lo que puede ser una relación de pareja. El sexo descarnado de los primeros meses, el hastío que viene después y el odio que se incuba durante años y que se arrastra como si una cadena invisible los amarrara de por vida, son las características que suelen acompañar hasta a los matrimonios más ejemplares. Paradójicamente y 23 años después Roman y Emmanuelle siguen juntos y felices, como si hubieran podido exorcizar todos sus demonios en esta película truculenta, oscura y genial. 

2 de abril de 2014

10 GRANDES PELICULAS DE TERROR. EL ABOGADO DEL DIABLO.

Mi demonio favorito se llama John Milton, vive en el último piso de una inmensa torre en Nueva York, es un hombre con mucho prestigio y buen gusto, es capaz de contar chistes en cantonés y puede recitar en griego algún pasaje del Deuteronomio. A pesar de ser dueño de un imperio a Milton eso de andar en limosina lo saca de la realidad. Para recordar todo el tiempo su origen humilde, su pasado de proscrito –recuerden que fue echado por su padre de las aburridas huestes paradisiacas en donde no pasa nada y todos sus habitantes permanecen de rodillas, extasiados ante la gracia de Dios- se desplaza por la ciudad en subte. Él es el hombre que te mira desde el último vagón, él sabe todo tu pasado y cuanta ambición puedes llegar a  tener. Él antes de ocupar su sillón en la torre más alta de Manhattan recorre todas las mañanas la ciudad en busca de uno de sus tantos hijos desperdigados en Time Square con el suficiente coraje para reemplazarlo. Son veinte siglos de intenso combate, veinte asaltos sangrientos que desgastan al más duro. Por eso necesita un aire y que lindo sería para él que alguno de sus bastardos le pueda dar un nieto. Hasta el Diablo se enternece cuando llega a cierta edad. Pero el elegido, cuesta creerlo, no vive en la gran manzana sino en una ciudad insignificante de la Florida. Hasta allá tienen que ir sus esbirros a buscar a Kevin Lomax, el abogado sin alma que nunca ha perdido un caso.

No le cuesta mucho trabajo a John Milton impresionar al brillante pero provinciano joven letrado. Este no ha soñado otra cosa con llegar a viejo y tener el poder de su mentor. Por eso, ciego de poder se deja tentar: Un apartamento para él y su ambiciosa esposa con vista al Central Park, fiestas repletas de despampanantes mujeres y todo el dinero del universo para comprarte lo que te de la gana,  son argumentos que pueden convencer a cualquiera. Y entonces, ebrio de éxito, ha caído sobre sus ojos un velo denso y negro que le impide ver como su esposa se empieza a hundir en la depresión, cómo el lujoso piso donde vive se vuelve lúgubre y feo, cómo es manipulado para defender a los peores criminales de la Babilonia de los rascacielos y cuando ya sea muy tarde, cuando todo esté perdido, el velo caerá y se dará cuenta de quién es su padre.
No me culpen por mi entusiasmo, la verdad me confieso inocente. Nunca había visto El abogado del diablo y una de estas noches, sin tener ninguna serie especial para ver me puse a verla aprovechando la irrupción en la web del sitio miradetodo. Me sorprendió constatar el desprecio con el que la crítica ha mirado esta estupenda película, una de las mejores que se hicieron en Estados Unidos sobre el quiliasmo, el miedo que siempre ha sentido la humanidad cuando empieza un nuevo milenio. ¿Recuerdan a los noticieros de la época mostrando a un poco de gringos gordos acaparando sus refugios de víveres porque abría una especie de Armagedon cibernético? Las máquinas se iban a volver locas y nadie podría contenerlas y entonces resetearían el progreso y empezaríamos de nuevo de cero, una idea que si uno se pone a pensar no estaría del todo mal.
Hollywood entonces, desde finales de la década del setenta, empezó a apostarle al fin de los tiempos, en una carrera que el escritor español Ángel Sala denominó él “Frenesí apocalíptico”. Entonces aparecieron, sucesivamente, la trilogía de La profecía en donde el anticristo tenía cara de niño bueno y una extraña mancha en el cuero cabelludo  que cualquiera podía identificar con el 666, el número de la bestia, del sur de Estados Unidos Alan Parker nos contaba la historia de El corazón del Ángel en donde un magnífico Robert de Niro nos explica porque el alma del hombre se parece a un huevo cocido, en 1994 Gary Sinise protagoniza The Stand, una serie de televisión que narra los momentos previos al apocalipsis, David Cronemberg nos muestra al anticristo convertido en un enloquecido y belicista candadito a la presidencia de los Estados Unidos, llamado a desencadenar un holocausto nuclear, toda una prefiguración de George W. Bush en su impresionante The dead zone. Ya en los noventa James Cameron nos habla del mesías y del juicio final en la segunda parte de Terminator, Rossana Arquette es poseída no por el demonio sino por un santo que viene a anunciarnos el fin en Estigma y Peter Hyams vuelve a usar a un Schwarzenneger en franca decadencia en la ridícula El fin de los días. Teniendo en cuenta que se me escapan por los menos una docena más de películas, podíamos decir que la gente no hablaba de otra cosa que de fin de los tiempos.
Pero entre todas esas la que menos ha envejecido es El abogado del diablo. A nadie se le había ocurrido que Luzbell era el dueño de una poderosa firma de abogados especializados en defender a todos los chicos malos del mundo. Que si en Uganda a Idi Amin le dio por comerse a toda la oposición, que si a Álvaro Uribe o a Pinochet lo investigan por violar los derechos humanos eso no importa, para eso tenemos a los mejores abogados del planeta dispuestos a ayudar al que lo necesite. ¿Para eso no están los amigos? Que si a Mike Cullen, uno de los constructores más prestigiosos de Nueva York le da por asesinar a toda su familia para quedarse con el seguro de vida de su esposo… bueno, de John Milton pueden decir cualquier cosa, menos que deja en la estacada a sus más fieles seguidores, por eso le dará a Cullen lo mejor que tiene: el más brillante de sus hijos.

Y la verdad que es una pena que Kevin Lomax sea interpretado por esa nulidad que es Keanu Reeves, el peor de los actores de su generación. El pobre es tragado sin atenuantes por una debutante Charlize Theron y bueno, un tipo como Al Pacino – El hombre de los ojos huecos como lo bautizó el crítico Lawrence Grobel- lo borra de la pantalla. Dicen que Brad Pitt estuvo a punto de cerrar el trato pero que no quería quedar encasillado como “El tipo que siempre pierde a sus esposas” por aquello que le pasa a Gwyneth Paltrow en Seven. Una verdadera pena y un castigo demasiado severo condenarla al ostracismo como ha querido hacerlo un sector de la crítica simplemente por este error de casting.
Una película de terror con un guion tan poderoso no debe ser olvidada tan facilmente. La conversación que sostienen Al Pacino y Keanu en el último piso de la torre Milton es alucinante. Es la mejor compra del alma que se ha visto en el cine luciferino. Abajo está de Nueva York como un simple decorado expresionista y los dos hombres arriba, hablando soterradamente de cómo se van a repartir el mundo. Ellos no son como el resto de los mortales que miran la ciudad para arriba, no, ellos miran la gran manzana por encima del hombro.
La actuación de Pacino es tan buena que a uno se le olvida por completo Keanu. Que diablo se ha creado el realizador de En busca de Ricardo III, como si en vez de alma tuviera botones que lo trasnformaran en unos cuantos segundos en otra persona: si oprimes acá te volverás frío, este botoncito verde te pone sexy, este otro te hace ver como una rata de alcantarilla y este azul te convierte en un emperador. Pacino es el diablo y es una docena de personas a la vez. En varias entrevistas el protagonista de Scarface ha dicho que no sabía cómo interpretar al demonio hasta que vio a Walter Huston en El diablo y Daniel Webster y que apenas lo vio supo que tenía que cargar de encanto y no de maldad a su personaje. El diablo tienta y seduce, sólo Dios castiga y oprime.

Realizada en 1997 El abogado del diablo no ha envejecido nada. Tiene un encantador toque kitsch que le remite uno inevitablemente a las viejas películas de serie B, con la que se emparenta en espíritu a pesar de su presupuesto multimillonario. Véanla y muéstrenselas a sus hijos adolescentes. Esta es la mejor manera de comprobar que esta película es cómo el demonio mismo: lejos de envejecer se mantiene vigente y siempre consigue nuevos adeptos.