29 de abril de 2013

IRON MAN 3. Decepción total.


Sin duda Iron Man 3 se constituía en uno de los estrenos más esperados del año. Lo que habíamos visto el año pasado con Los vengadores hacía pensar en que todos los productos que saldrían de la casa Marvel iban a tener un nivel superlativo. Lamentablemente y a pesar de todos los comentarios favorables que he leído a mí me decepcionó enormemente.

Decían que la tercera entrega de nuestro vengador dorado sería una continuación de Los vengadores, un par de diálogos y el trastorno de ansiedad que sufre Tony Stark dan pie a este secuela, detalles que a la hora de la verdad no son decisivos dentro de la estructura de la historia. Esta fue la primera gran decepción, la industria otra vez nos estaba manipulando con un rumor. La gran mayoría de los que apeñuscados entramos en la sala esperábamos la secuela pero de esta solo hay un par de frases… no más.
A los diez minutos de tener las gafas puestas empiezas a pensar en que algo está mal. Las gafas están ahí pero el truco no aparece por ningún lado. Estás mareado, con ganas de vomitar, te las quitas pero la pantalla está borrosa. Otra vez has caído en la trampa de la tercera dimensión. El prólogo es demasiado largo, es algo típico en las películas de acción, la máquina está calentando motores. En las películas anteriores esto no era necesario, la acción empezaba desde el principio pero esta como es la mejor, la más ambiciosa de todas necesita que los personajes tengan un contexto para poder navegar a partir de allí. Así te das consuelo, así tratas de engañarte.
Entonces viene el ataque a la mansión Stark y aunque el cuento de las gafas no funcione muy bien,  ahí te emocionas y piensas “Estos gringos si que saben de montaje, de ritmo” A partir de allí piensas en que la buena de Pepper va a disputarse el amor de su patrón y novio Tony a manos de Rebeca Hall, una excelente actriz quien acá luce completamente errática. Hemos llegado a la mitad de la película. La cosa promete ponerse frenética.

Pero nada de esto sucede. Tony sobrevive, va a caer muy lejos de casa, allí conoce un niño genio que en teoría debería recordarle a él pero que a nosotros, el público, nos tiene sin cuidado. Pepper y Rebeca Hall apenas cruzan un par de palabras, por ese lado no hay conflicto. Con el ataque a la mansión Stark el Mandarín parece más fuerte, nadie lo detendrá y entonces se apoderará… ¿de que? ¿De Estados Unidos o del mundo que en el cine norteamericano igual es lo mismo?. Nada de eso lo sabemos.  Igual el mandarín no es el mandarín es Guy Pierce y a mi ese tipo no me da miedo. Aparece el fascismo típico en este tipo de películas que uno ha tolerado anteriormente porque las escenas de acción te han anestesiado pero que cuando estas no funcionan definitivamente las aborreces y empieza a salir el mamerto que aún vive en ti.
 Ya casi se completa el último tercio de la películas  y tu empiezas irremediablemente a extrañar las dos secuelas anteriores. No hay nada más triste que cuando entras al cine al ver las aventuras de tu súper héroe preferido te entra el gusano de la nostalgia. Si hermano mío, tienes que aceptarlo…Iron Man 3 es un fiasco.
Hasta el carisma de Robert Downey Jr se ve gastado, como si las ideas dentro de la franquicia se hubieran terminado. Hasta la siempre acertada elección de casting acá falló rotundamente. No pudieron cometer el error de llamar a esa nulidad llamada Guy Pierce para que hiciera de malo… Sobre todo teniendo en cuenta que los tres últimos villanos en Iron Man fueron  Sam Rockwell, Mickey Roorke y Jeff Bridges. Lo de Pierce como siempre es falso, postizo, nunca le creemos nada. Además dentro del mismo guión son incapaces de mostrarnos como la droga que el mismo inventó le genera los progresos genéticos que evidencia. Nada de eso nos lo muestra, ni la dependencia que genera esa droga.

 El guión es una colcha de retazos escrito a la loca, por salir del paso, porque había que capitalizar la enorme expectativa que había generado entre los fanáticos un proyecto bien pensando como Los vengadores.
La esperanza que habíamos puesto en las películas de súper héroes empieza a desinflarse. Ojalá la segunda entrega de Thor prevista para el verano nos saque definitivamente el mal sabor de boca que nos ha dejado la tercera entrega de Iron Man.
Lo siento muchachos pero me resultó insoportablemente aburridora

23 de abril de 2013

EL MUCHACHO QUE SOLO QUERÍA TOCAR BATERÍA. 25 AÑOS DE RODRIGO D NO FUTURO.


El fantasma de su madre todas las noches viene a atormentarlo. Es ella la que no lo deja dormir. Afuera están las calles llenas de cicatrices, las casas a medio construir, la ciudad abajo cubierta de una nata espesa de smog que la impermeabiliza del dolor que sienten los habitantes de la comuna. Rodrigo ya no tiene ganas de hablar, la única manera que tiene para extirpar el dolor es la música. Quisiera tener una batería pero no hay plata para eso. Si acaso logró juntar doscientos pesos para comprarse unas baquetas. Con cuerdas de ropa y baldes de plástico intenta improvisar una batería, pero de ese esperpento difícilmente saldrá una melodía.

Al muchacho le gusta el punk. Tiene en sus manos un cassete de Sexs Pistols, la voz de Johnny Rotten grita que ya ni con drogas ni con alcohol tiene más satisfacción. Las piernas son su batería, sobre ella choca sus manos y consigue un par de notas. La idea no es hacer música, la idea es sacar de adentro todo eso que le duele. No quiere cambiar el mundo, Rodrigo tan solo necesita una batería. Una batería para no matarse.
Los muchachos del barrio hacen lo que pueden. Desde chiquitos estuvieron acostumbrados a usar armas. El más duro es el que vive y se sabe que a los treinta años ya eres un anciano. Que pereza vivir tanto, mejor vivir rápido y dejar un cadáver hermoso. Cuando se reúnen en las ruinas de una antigua mansión donde logran tener un instante de paz, entre bareto y bareto reflexionan sobre la muerte. Todos están conscientes de que en cualquier momento una bala los borrará para siempre. Por eso es inútil tener paz, allí al lado de la piscina, mientras Rodrigo estalla sus baquetas en un muro sacándole música a las paredes ruinosas, los muchachos se divierten peleando con sus navajas. Hasta en el descanso intentan llamar a la señora vestida de negro que no cesará de buscarlos.
Todavía hay gente que insiste en clasificar a Rodrigo D como pornomiseria. Se sienten incómodos con esos ambientes asfixiantes, con esas imágenes tortuosas del infierno. Paran la película a los diez minutos porque es que es muy cansón eso de escuchar una y otra vez tantas veces la palabra Hijueputa o Gonorrea. Se sienten más cómodos viendo a gente bonita en cine y prefieren cerrar los ojos a la realidad, a la dura poesía que muchas veces destila la realidad.

Cuando en el 2003 la infame Ciudad de Dios impresionó a los incautos, más de un crítico puritano comparó la obra de Meirelles con la de Gaviria. Acusaban a este de que a diferencia del brasilero “No dominara la técnica” y entregara una película sucia, borrosa, casi inaudible. Además de que la representación de la favela en Ciudad de Dios mostraba aspectos positivos del Brasil, permitía el optimismo y no explotaba hasta la saciedad el morbo de los “Desposeídos”.
Se equivocan de cabo a rabo. En Ciudad de Dios se maquilla la pobreza, en Rodrigo D se muestra tal y como es. La sociedad de Medellín se ofendió cuando vio el estreno. Esa no era “La tacita de plata”, le sucedió algo parecido a lo que le pasó a Buñuel con la premiere de Los olvidados incluso una señora muy respetada intentó agredir con sus uñas al realizador aragonés por mostrar un México distinto al que ella concebía. Víctor Gaviria pagó el precio de mostrarle al monstruo su reflejo en el espejo. Tuvo que esperar dos años hasta que su selección en Cannes, en 1990 le abrió las puertas de la distribución nacional e internacional.  Ahora sí el creador de Los músicos era un genio digno de las montañas de Antioquia, ahora si los micrófonos de los noticieros estaban abiertos para él. Víctor no los usó. Todo lo que quería decir estaba en la película.
Los niños bien de Medellín fueron a verla atraídos por la leyenda negra de que la casi totalidad de los actores habían sido asesinados antes del estreno. Me imagino verlos salir con la cabeza gacha, no porque se sintieran cómplices de un sistema excluyente que había alejado definitivamente a los muchachos de las comunas de la verdadera ciudad, sino porque su sed de sangre y morbo no había sido saciada en sus noventa minutos.

Sin embargo es muy difícil verla. Todo es opresivo, los rostros apenas los vemos en la oscuridad de la noche. Son muchachos normales, tienen noviecitas, una que otra ilusión, ganas de sacar a su familia adelante y que, como no, le tienen miedo a la muerte. Víctor Gaviría los muestra tal y como son, muchachos que se diferencian del resto solo porque tienen un arma y necesitan usarla si quieren abrirse un camino, el camino que ellos no eligieron sino el camino que la misma sociedad de consumo les ha obligado a tomar.
Las risas que a veces pueden despertar algún diálogo se ahogan ante el horror. Sin embargo ese poeta que es Víctor Gaviria no te manipula, simplemente te muestra la cotidianidad de los muchachos para entenderlos mejor. Con eso es suficiente.

Veinticinco años después de haber sido rodada Rodrigo D no ha envejecido un fotograma. Con cada proyección sigue despertando indignación y admiración a la vez. Hay imbéciles que todavía lo consideran un explotador del dolor ajeno, un cineasta empeñado en mostrar la peor cara de Colombia. Víctor fue el primero en la acartonada era de Focine en quitarnos la máscara y mostrarnos tal y como somos. No pudo salvar a los actores, como tantos taimados se quejan, él no es el estado, es tan solo un cineasta independiente. No los pudo salvar pero les dio vida eterna. Ellos vivirán cada vez que volvamos a ver su película, por noventa minutos cada noche saldrán de sus tumbas y se instalarán en nuestra conciencia. Nosotros estuvimos cerca de ser esos jóvenes.
El legado de ellos vivirá para siempre y eso, eso no es poca cosa.

21 de abril de 2013

ROA De Andrés Baiz. Hace falta coraje


El hijo menor de doña Encarnación vivía en un cuartico estrecho al lado de la cocina, cargado de pulgas y fiebre. Tenía dos trajes y uno estaba manchado de aceite. Trabajaba en la embajada alemana y le llegaba a la casa literatura nazi que leía con fervor.  Tenía una mujer con la que vivía ocasionalmente. Era mayor que él y tenía dos hijos con los que se llevaba muy mal. Juan era rosacruz y unas tardes se creía la reencarnación de Gonzalo Jiménez de Quesada y en otras era el General Santander. Por su condición social era gaitanista y hasta había asistido a una que otra conferencia del Jefe.

Ese ambiente donde se fermentó la locura no aparece por ninguna parte en Roa, al contrario, las salas son luminosas, los jardines son floridos, el ambiente es aséptico, los pobres tienen lo necesario,  en sus mesas rebosa el chocolate y la fruta fresca. Al parecer en la época en que el presidente Ospina Pérez y Su oscuro canciller Laureano Gómez regían los destinos de este país, no existían las condiciones para que los más necesitados hicieran una revuelta que puso en jaque la más estable e hipócrita de las democracias del continente.  
Uno puede traicionar la historia dentro del cine, ser un anacrónico deliberado, pero cuando esta traición te cuesta verosimilitud tu relato posiblemente esté condenado al naufragio. Nunca entendemos bien de dónde viene la locura de Roa.
 Si, por ahí hay un tipo que tiene cara de chulavita encubierto, que lo sigue a todas las manifestaciones y que se ha dado cuenta que entre la multitud hay un hombre resentido, con cara de odio que se lo quiere cargar. El chulavita puede estar contratado por una petrolera, por una bananera, por la CIA; Por cualquier oligarca asustado. En el país de la impunidad nadie sabe quién perpetró el crimen del siglo así que Baiz se toma la libertad de… de no emitir ninguna teoría, de no jugársela con algo, de no mostrarnos ni siquiera la razón por la cual un hombre con pinta de indígena, dotado de una oratoria extraordinaria se había convertido en un fenómeno de masas que amenazaba con quitarle el poder a los más ricos.

¿Por qué no mostrar a Roa en su buhardilla de Raskolnikov y cómo desde la radio los encendidos discursos de Laureano Gómez insuflaban su alma de odio y resentimiento? La oligarquía siempre ha usado los medios de comunicación como plataforma para armar asesinos, para manipular mentes. Ese clima, tan necesario a la hora de contar el momento en que el país decide entrar en una orgía de sangre y muerte que sesenta y cinco años después no cesa, no está por ninguna parte en Roa la tercera película del director caleño Andy Baiz.
Es que en el cine colombiano de nuestros días es muy difícil convencer a un inversionista de que meta dinero a un proyecto si este no se acomoda a sus preceptos. ¿Cuáles son estos? Primero evitar meterse en camisa de once varas. Nada de posiciones incómodas, de revisionismos históricos y sobre todo cuidadito se va a meter con posturas políticas extrañas. Hay que ser neutral, recordar todo el tiempo que el cine es un entretenimiento barato donde la gente paga su entrada, come palomitas y se olvida que es pobre. Eso explica muy bien por qué se contrata a la inexpresiva y cada vez más ineficiente Catalina Sandino para que sea justamente la mujer del asesino, por qué en la mesa de la mamá del presunto magnicida siempre hay chocolatico caliente y sobre todo pan. Se nota que a Baiz le tocó hacer lo que le dejaron. A muchos realizadores no les queda de otra, si se ponen de rebeldes las empresas no ponen el billete y tienen que esperar a que un milagro desempolve los guiones que alguna vez se soñaron hacer. 

O de pronto esta era la película, la segunda parte de su trilogía sobre asesinos colombianos, el primero fue el Campo Elías de Satanás, el segundo es el Juan de Roa. Una visión frívola y despolitizada de un hecho del cual todavía no alcanzamos a entender su magnitud. Baiz se sirve del bogotazo para demostrar que a él le encantan los asesinos. Esto da rabia teniendo en cuenta el inusual talento que tiene el caleño. Uno hubiera querido que se arriesgara más, que se la jugara señalando a algo, que por un momento su fría genialidad rozara si quiera lo político.
Pero nada de esto sucede.
 Si bien lo que más me molestó de la película fue la escogencia de Catalina Sandino hay que resaltar el buen criterio de casting al haber escogido al desconocido Mauricio Puentes para el papel principal. A punta de talento logra rescatar un papel que desde el mismo guión estaba completamente perdido, su mirada angustiosa y algunos gestos le imprimen algo de veracidad a un personaje que estaba condenado a la caricatura odiosa.
A pesar de lo dicho atrás y de lo preocupante que me resulta el hecho de que en el nuevo cine colombiano la historia la sigan escribiendo los ganadores, a mi Roa no me disgustó del todo. Al contrario me parece que con esta película se confirman todas las cosas buenas que se esperaba de este joven realizador. El diseño de arte es acertado, el sonido es casi perfecto y hay momentos realmente maravillosos como cuando el hermano de Juan le está enseñando clases de conducción, la escena del salto del Tequendama y sobre todo los siete minutos finales, cuando con la muerte de un hombre empieza la etapa de violencia más larga y terrible que cualquier país del mundo pueda recordar. Sesenta y cinco años que a algunos les parece aún muy poquito, sesenta y cinco años que algunos quieren perpetuar.

Por mucho que nos pese Roa es el hecho cinematográfico del año y es casi que obligatorio ir al cine a verla. Una película de gran factura visual, por momentos muy bien actuada y a la que sólo le faltaron las agallas, el coraje de señalar, de tomar una postura para ser considerada uno de los mejores filmes de nuestra incipiente filmografía.

15 de abril de 2013

OBLIVION De Joseph Kosinski. Un hombre solo en la tierra


Es el año 2077. Una invasión alienígena ha destrozado la luna. Los hombres se han defendido con lo que tienen y no han dudado en usar bombas nucleares. Sacrificaron la tierra para salvar a la raza humana. Los pocos que quedaron se han mudado a Titán, una de las lunas de Saturno mientras un puñado de hombres se ha quedado vigilando unos conversores gigantes que extraen toda la energía de los océanos y mares.
Uno de los pocos que todavía deambulan por la tierra es Jack Harper (Tom Cruise) un hombre que extrañamente recuerda a la tierra antes de la invasión. Lo raro es que el nació después del 2017 y nunca conoció Nueva York, ni miró por uno de los visores a la ciudad desde la altura del Empire States. En sueños se le aparece una mujer ¿De dónde vendrán esos recuerdos?. Esos enigmas se profundizarán más cuando se encuentre de frente, entre las ruinas del planeta destruido a la mujer que aparece en sus sueños.

A pesar de su interesante argumento, de su impecable factura visual, de sus innovadores efectos y de los espectaculares diseños que tienen sus máquinas y construcciones, la esperadísima Oblivion naufraga en un conjunto de incoherencias que la convierten en una de las grandes decepciones de la temporada.
La frialdad que había desplegado Joseph Kosinski en Tron: El legado acá vuelve a aparecer con más fuerza acá. Sin duda que es un maestro para crear atmósferas y construir maquetas pero empieza a ser recurrente en su breve filmografía la incapacidad que tiene para dirigir actores, cayendo incluso en errores  de casting muy graves como fue el de Olga Kurylenko. Y es que a la actriz rusa parece quedarle como anillo al dedo sus interpretaciones de chica Bond pero a la hora de encarnar un personaje con la relevancia que implicaba  ser la última mujer que queda en la tierra vuelve a demostrar sus evidentes limitaciones.

Por ella no sentimos absolutamente nada, es más por momentos su escuálida presencia resulta molesta y queremos que Kosinski nos muestre más de  esas máquinas temibles que destrozan todo lo que ven. El realizador se siente más cómodo dirigiendo sus prototipos y sus maquetas que a sus actores.
Tom Cruise está ahí, en cada uno de los fotogramas, llenando con su eterna juventud y su enorme nariz las casi dos horas y media que dura la película. Cuesta trabajo encontrar un actor con 30 años estando al tope de la lista de los más cotizados. A mí en lo particular el poco respeto que se había ganado con Ojos bien cerrados o Magnolia lo ha perdido en la última década convirtiéndose en la marca oficial de cuanto éxito de taquilla salga dentro de la industria.

Como amante de las películas de ciencia ficción sigo esperando otro clásico, algo que rehabilite de una buena vez por todas un género que desde Inteligencia Artificial de Spielberg parece estar sepultado entre los remakes, secuelas o precuelas que caracterizan el Hollywood de nuestros días. Creí que Oblivion iba a revertir esta tendencia, pero no fue así.
Te queremos de vuelta querido Ridley Scott.

9 de abril de 2013

9 DE ABRIL DE 1948. LA TRAICIÓN LIBERAL.


La comisión liberal, encabezada por Darío Echandía, heredero natural del líder, entró a Palacio a las nueve de la noche. En la calle las balas  del ejército, el whisky  y un torrencial aguacero habían apaciguado la revolución. En una que otra calle se escuchaban esporádicas balaceras pero eran los intentos desesperados de los francotiradores, completamente incomunicados apostados en las azoteas de los edificios que aún creían que los cuerpos de Laureano Gómez y Ospina Pérez colgaban de los postes de la luz de la avenida séptima, tal y como lo había dicho desde la radio nacional un enardecido Jorge Zalamea Borda.
Mariano Ospina Pérez, fumando un cigarrillo tras otro estaba en una de las salas de palacio esperando la comisión, al llegar ésta el presidente se levantó y los saludó cordialmente con la mano. Tal y como lo obligaba su educación adquirida en los mejores colegios de Europa. La comisión obedeció, un mayordomo elegante les ofreció  canapés y licores. Todos muy finos, importados, como exigía la estirpe a la que pertenecían.

 No había porque apresurarse, ellos estaban a salvo, el ejército había vuelto a controlar las calles. El pueblo era el que ponía los muertos.
Afuera el pueblo liberal intentaba desesperadamente buscar un líder que los organizara. No entendían muy bien porque la plana mayor del liberalismo, toda, estaba en Palacio. En estos momentos lo ideal hubiera sido que Echandía hubiera entrado solo a hablar con el presidente y que Lleras Restrepo o Luis Cano se quedaran en la calle, informando a la masa, evitando que el ejército traidor matara a una persona más.
Mientras la traición se fraguaba los centros de salud y hospitales se llenaban de heridos y de cadáveres. Hernando Tellez, el genial y olvidado escritor caleño contó que en las urgencias de un hospital vio a un hombre de unos 45 años con el pecho abierto, se le veía la carne por dentro y la sangre manaba de él. El hombre miró a Tellez y le dijo “Mire señor, esta sangre es bendita…el machetazo me lo pegó un cura” y es que los sacerdotes cumplieron una labor fundamental el nueve de abril, no sólo desde el punto de vista espiritual sino militar. Usando un panóptico como el del campanario del Colegio San Bartolomé dispararon contra el pueblo. La iglesia volvía a ponerse del lado de los poderosos, dándole la espalda otra vez a los más necesitados.
En la Clínica Central, cientos de fanáticos intentaban sacar el cuerpo del caudillo asesinado para ponerlo al lado del de Juan Roa Sierra. Ya no se luchaba por nada, había empezado el pillaje, el saqueo, las violaciones, los asesinatos por placer. En Palacio Lleras Restrepo veía desde la ventana como un fulgor teñía de rojo la oscuridad de la noche. Eran los incendios que se extendían por todo el centro. Al no haber accedido al poder el pueblo simplemente se vengó. Ahora vendría una guerra de sesenta y cinco años a la cual somos adictos. La traición de Echandía y sus secuaces al haber aceptado el ministerio de gobierno y haberse contentado con  la renuncia del canciller, el odiado Laureano Gómez, eran detalles que formaban parte del complot. El pueblo no es tonto, el pueblo lo supo desde un comienzo
.
Los horrores de la noche habían hecho que el alba del 10 de abril fuera más pálida de lo habitual. Los rumores en la calle y en la radio eran confusos. Unos decían que el doctor Eduardo Santos había abandonado su lujoso apartamento en Nueva York y venía directamente a ejercer el poder, otros hablaban de que la comisión liberal se encontraba retenida en Palacio. La verdad era que a esa hora Echandía, Cano y Lleras desayunaban bocadillos veleños que era el único alimento que se encontró esa mañana del sábado diez de abril en las destruidas calles bogotanas. Después de que acabaron tres cajas dejaron las oficinas de El Tiempo donde habían ido después de salir de Palacio y se fueron a dormir lejos de sentir cualquier tipo de resentimiento, al contrario estaban felices porque la amenaza gaitanista había desaparecido para siempre.
El sepulturero del cementerio central estaba contento. Nunca había tenido tanto trabajo. Los muertos se apilaban en el jardín principal. Nadie contó los muertos que hubo ese viernes, algunos dicen que la cifra sobrepasó los tres mil. Entre esa macabra montaña sólo uno estaba desnudo. Su cara estaba completamente desfigurada por los golpes y al parecer no le había quedado un solo hueso sano en el cuerpo. Era el cadáver de Juan Roa Sierra. 

El joven rosacrusista y simpatizante de los nazis quien a veces se creía la reencarnación de Gonzalo Giménez de Quesada y otras tardes estaba convencido de ser Francisco de Paula Santander, había comprado un revólver días antes del magnicidio, con la plata que le había recogido su madre para que tomara un curso de choferismo y así tener con que ganarse la vida. Porque en sus veintiséis años no había hecho nada productivo y eso lo mortificaba. Decía que él estaba para cosas más grandes que manejarle el automóvil lujoso a algún ricacho de esos. De carácter introspectivo Roa Sierra era el menor de 12 hermanos en una familia donde más de uno había sido internado en los pabellones del manicomio de Sibaté.
No es descabellado pensar que no hubo complot. De pronto el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán fue la iniciativa de un solo hombre, un fanático que sufriendo un ataque de egocentrismo haya querido pasar a la historia al menos como el asesino de un hombre famoso.
Es probable que ningún estamento del gobierno se haya acercado a ofrecerle dinero a Roa, pero también llega a ser cierto que una forma de matar que tienen los dueños de los medios de comunicación es la incitación constante a la violencia.
Desde el senado y desde su periódico El Siglo  el canciller Laureano Gómez en sus largos e hipnóticos discursos hablaba de fraude, de impedir que la chusma y los ateos se tomaran palacio. Monseñor Builes desde el púlpito se atrevió a decir que “No era pecado matar liberales”. Si, probablemente la iniciativa fue de un sicópata que asistía a las conferencias del Doctor Gaitán y que se desilusionó cuando al pedirle trabajo el caudillo le dijo que no podía ayudarlo porque a diferencia de otros políticos él clientelista no era. No fue su iniciativa pero la radio y diarios como El siglo le incubaron la idea del magnicidio.
En ese sentido fue un crimen perfecto.
Bogotá desde ese día se convirtió en un monstruo inmenso, cargado de violencia, de edificios feos, de conurbación exacerbada. La energía descargada hace sesenta y cinco años por un pueblo que espontáneamente, sin preparación alguna, quiso hacer la revolución todavía se siente en toda la avenida séptima.

También las implicaciones de la cobardía de la comisión liberal que ingresó a Palacio en la noche del nueve de abril se han dejado sentir en estas seis décadas y media de conflicto. Las revoluciones no se pueden reprimir, el país necesitaba en ese momento un cambio de poder, el hombre encargado de esto era Gaitán, al ser asesinado esa responsabilidad fue asumida por el pueblo y el partido liberal le dio la espalda. La represión a los policías, militares, gente del común y políticos que se amotinaron ese día se hizo sentir durante años. Fueron degradados, olvidados, presos y asesinados todos los que indignados y resueltos marcharon hasta el palacio presidencial exigiendo la renuncia del Ospina Pérez y su régimen represor. El no haber sabido leer ese momento histórico constituyó un precio muy grande, un precio que todavía estamos pagando.
Ahora Colombia necesita estar preparada para la paz. Tiene que saber la verdad, recordar, es el momento de recordar cual fue el origen de las guerrillas liberales que después se constituirían en las FARC, en el ELN, la impunidad llevó a esos campesinos de todas partes del país a armarse, porque si fueron capaces de matar a Gaitán… ¿Qué suerte podrían correr esos pobres labriegos que ni para comer tenían?.
Todo aquel que hable en contra del proceso de paz no sólo ignora las raíces del conflicto sino que tiene las manos untadas de sangre. No los culpo, en sesenta y cinco años de guerra civil es apenas lógico que un pueblo se vuelva adicto a la sangre.

6 de abril de 2013

“PARA ANDRÉS EL CINE ERA UNA RELIGIÓN”. Entrevista exclusiva a Rosario Caicedo.



 Andrés Caicedo inevitablemente se ha convertido en un mito; es como dice Alberto Fuguet una especie de Santo Patrón de los Cine Clubistas, uno de esos muertos exquisitos, el precursor en nuestra cultura de la máxima de Billy the Kid, vive rápido y deja un cadáver hermoso. En este mes Tuvimos la posibilidad de hablar con Rosario Caicedo, su hermana y compañera de vida y gran responsable de su legado. Más que una entrevista esta fue la conversación que tuvimos sobre su hermano vía Skype.



¿Hace cuánto vives en Estados Unidos?
Salí de Colombia en 1972.   El plan no era quedarme, tan sólo iba a estar tres años-- y mira, ya llevo cuarenta años acá. Desde que tengo conciencia de mi misma, me ha fascinado la palabra escrita, hablada, cantada…. Los libros, los buenos libros me apasionan, me dan vida, y el buen cine, ni se diga. Soy de las que siente la magia extraordinaria de entrarse a la pantalla. 
¿Cómo era tu relación con Andrés?
Con Andrés éramos muy cercanos. Yo le llevaba apenas 16 meses. Cuando yo vivía en Houston Andrés vino a visitarme por unos meses en 1973. Se quedó mes y medio conmigo pues iba de paso hacia Los Ángeles donde pensaba  venderle unos guiones a Roger Corman.  Al final no fue exitoso con este plan tan profundamente ingenuo. Su desilusión fue profunda y regreso a Colombia a continuar escribiendo aun con más obsesión sobre cine…  cerca de un año después en septiembre de 1974 regresó a los Estados Unidos y estuvo en el festival de cine de Nueva York acompañado por su gran amigo  Luis Ospina. Para esa época yo ya vivía en New Haven, Connecticut, un bello pueblo universitario cercano a Nueva York, y lo vi para el festival y después se quedó unos días conmigo.

En una de esas visitas cuando tú vivías en Houston, le hizo la famosa entrevista a Sergio Leone que aparece en Ojo al cine. ¿Cómo hizo el contacto con el director italiano? ¿Qué sabes de eso?
Imagínate que justo Le hace la entrevista a Leone mientras estaba conmigo en Nueva Orleans. Habíamos ido por el fin de semana. Por casualidad Leone estaba en la filmación de una película allí (Se trata de Mi nombre es ninguno de Tonino Valeri-- Leone oficiaba como productor)  y Andrés  no tenía ningún contacto alguno con él, pero él solo  consiguió la entrevista; sin pena ni nada se acercó y el mismo pidió entrevistarlo. Y quiero hacer énfasis de lo profundamente tímido que era Andrés, pero no cuando se trataba de algo que tuviera que ver con el cine! Mientras estábamos en New Orleans  yo  lo llevé la mañana siguiente a encontrarse con Leone al hotel donde el director y el equipo de la película se encontraban alojados. Yo no lo podía creer, ahí estaba Andrés, al lado de un importante director de cine. Me quedé aterrada de que Leone le hubiera dado la entrevista. Yo creo que Andrés mostró saber tanto sobre su obra que el realizador se quedó  impresionado de su conocimiento cinematográfico. Cuando Leone le concedió la entrevista, le advirtió que solo estaría libre por unos veinte minutos y que allí charlarían. La charla se extendió por un larguísimo tiempo.  Todavía recuerdo la cara de sorpresa de Leone ante cada pregunta de Andrés…al final se acercó a mí, Leone, y me dice con gran picardía, entre español e italiano: “Dime por favor, de donde salió este Bambino? 

Mientras hablamos me recomienda el libro sobre la historia del cine del crítico David Thompson. Rosario dice que Thompson escribe sobre cine como lo hacía su hermano en el sentido de que ambos abordan el cine como una experiencia única e individual…  Recordamos no sin reírnos la mentira  de Andrés sobre Diane Keaton y su relación con Buster Keaton.Como Andrés escribió en algún momento y decía que eran padre e hija…como le encantaba a Andrés divertirse escribiendo del cine como fantasia, como una razón de vida.

¿Cómo era la Cali que le tocó vivir a Andrés?
 Me fui de Cali inmediatamente después de los Juegos Panamericanos . Si tu lees en Ojo al cine, cuando el habla de la película de Luis Ospina, el te da toda una historia de lo que fueron los Panamericanos. Y él escribió esa crítica en la primera revista Ojo al cine en el 74. Te da una historia de lo que ocurrió. No solo una historia, pero si uno lee el texto detenidamente, es como si él estuviera entreviendo en lo que se convertiría la ciudad.
Cali es un sitio muy  interesante y complejo: es muy provincial pero al mismo tiempo muy cosmopolita-- un fenómeno bastante interesante para que Andrés la pudiera analizar y querer y odiar a su manera.  La ciudad de ahora, creo yo, es profundamente distinta. La cultura de la droga la cambió profundamente, pero continúa exhibiendo muchas de esas características que moldearon la literatura de Andrés en todo sentido. Andrés es un producto total de la Cali a la que siempre regreso por muchos esfuerzos que hizo por alejarse de ella. En la época en que Andrés vivió, Cali era una ciudad que estaba produciendo mucha cultura.  Y continúa haciéndolo. Pero en esa época tan interesante, estaban--- para mencionar a algunos artistas-- Luis Ospina y Carlos Mayolo poniendo en práctica sus teorías sobre el montaje, estaba Ramiro Arbeláez, estaba Ciudad Solar. Había algo muy parecido a un movimiento telúrico producido por esa joven generación.Y Andrés encontró en todos ellos almas hermanas. Como te dije anteriormente, mi hermano estableció una  relación de amor y odio con la ciudad, para él Cali era Calicalabozo; pero esa misma ambivalencia  le dio la capacidad para poder armar vuelo en otras formas. 

Me imagino que una de las razones por las cuales Andrés podía sentirse tan profundamente  aislado culturalmente  en un lugar como Cali era la imposibilidad de conseguir discos o libros. ¿Te escribía mucho pidiéndote libros?
Bueno, el aislamiento cultural era no solo en Cali, era en la gran mayor parte del mundo…estamos hablando de un momento histórico cuando esta RED DIGITAL no nos estaba ahogando con quizas DEMASIADA información… en esa época, Andres, fue capaz, como tantas otras personas, a ser propietario de un profundo conocimiento cultural que es de verdad extraordinario…Lo que produce el deseo, el hambre por querer saber sobre lo que uno DESEA saber… Pero claro que Andrés me pedía libros y discos. Yo recuerdo claramente cuál fue el primer disco que le mandé, fue  Exile on Main Street. Le mandé muchos discos de los Stones. Cuando él estuvo acá para el festival de cine de Nueva York  me visitó en New Haven,y lo llevé a un almacén de discos que le fascino. Había de todo lo que él quería.  Andrés habló inmediatamente con el dueño y a pesar de su tartamudez y de que hablaba poco inglés le sacaron los discos piratas que él pedía. El sello de los discos se llamaba Edición Pirata de Calidad y a Andrés le pareció maravilloso el “juego de palabras” y se compró varios. 


Hablamos un rato del destino de esos discos. Hay unos  que han aparecido otros que no, en días pasados le  regaló dos discos de Los Rolling Stones  que ella todavía tenía, a Sandro Romero Rey, “no fueron amigos en vida pero  Sandro se ha convertido en uno de sus mejores amigos después de muerto. No solo es un amigo sino que es  una autoridad en la obra literaria de Andrés.”. Me habla de la devoción que sentía Andrés por los Stones, todo lo que sabía. “Un día se encontró en Bogotá,  con Andrew Loog Oldham, quien desde hace más de treinta años vive en Bogotá. Lo abordó en un bus, cuadraron una cita  y días después le hizo una entrevista maravillosa. Si  tú te das cuenta,  Andrés sabía muchísimo sobre ellos. Lo sabía todo en una época donde el acceso a la información era muy limitado. Era muy difícil saber que estaba pasando en todo el mundo. Las noticias llegaban despaciosamente, a una velocidad casi poética…oh, como olvidar esos maravillosos telegramas! La ansiedad por poder saber lo que llegaría o no.  Si tú no veías una película en un determinado teatro no la podías ver. Así de sencillo y de triste

Al ser los menores de la familia tu relación con Andrés siempre fue estrecha, vi una foto muy linda de ustedes dos siendo muy pequeños. ¿Fue una relación cómplice? digo yo, para una familia tradicional colombiana no es fácil aceptar que un hijo quiera ser escritor y no sólo por la preocupación de que se vaya a morir de hambre sino por lo que vayan a decir de él, son vidas licenciosas, etc. ¿Lo apoyaste en su momento?
Siempre, siempre lo apoye. Andrés era mi hermano más cercano a todos los niveles. Y mostro su extremada sensibilidad—la sensibilidad del artista, desde pequeñísimo. Yo me di cuenta de que Andrés  era diferente desde que tuve uso de razón. Era un niño distinto. Profundamente sensible, observador, le encantaba leer, y estaba fascinado por el cine desde muy chiquito.  Lo que para mí lo hacía distinto de otros niños era sobre todo las cosas que decía, la forma en la que pensaba. Siempre lo vi como una persona con unos grandes atributos intelectuales y filosóficos. Tenía una forma de interpretar la vida que era única. Alguien completamente por fuera de los patrones tradicionales. Alguien muy brillante.

Como tú te expresaste en la pregunta, me atrevo a decir, que son pocos los  padres que desean que su hijo o hija sea tan distinto o distinta a la mayoría. Andrés sin duda cuestiono desde muy temprana edad cualquier tipo de autoridad, razón por la cual fue expulsado de muchos colegios de Cali y terminó el bachillerato en el nocturno. No quiso ir a la universidad a pesar de que se presentó a filosofía y letras, pero dijo que el “desgraciadamente” pensaba que  sabía más que todos los profesores Se refería al conocimiento que él quería tener: cine, literatura. Entre más crecía se separaba más, claro está, de los contornos tradicionales de la familia.   Andrés hizo todo lo que no se esperaba de él, lo que no se esperaba de un muchacho de clase media alta. Hizo de su vida, creo yo, un ejemplo a la inconformidad con el orden existencial establecido.
 Encuentro en Ojo al cine un artículo que data de 1969 sobre el Bebé de Rosemary publicado en el Magazín del Espectador. Andrés tenía 18 años, ¿Esas cosas no se celebraban en la casa, no eran motivo de orgullo?
Había un gran sentido de orgullo, evidentemente. Mis papás se empezaron a dar cuenta de que él era de una gran brillantez intelectual, pero tenían  mucho temor al pensar en el futuro económico de Andrés: En pocas palabras: como se podría ganar la vida siendo escritor?  Aparte de eso tenía un tipo de vida muy distinto al que ellos querían que él  tuviera.  Eran otros tiempos---las expectativas y comunicación entre padres e hijos eran bastante distintas a las de hoy…Quiero hacer énfasis en que mi papá después de la muerte de Andrés hizo valiente una labor introspectiva acerca de su  relación con él. El cómo padre usó la tragedia de perder a un hijo para tratar de entenderlo más, para ayudar a mantenerlo vivo. Es esa valentía de mi papa la que nunca cesare de admirar. Un gran legado.

 ¿Tu papá es el responsable de que la mayoría de los escritos póstumos de Andrés, no se hubieran perdido para siempre?
 Así es. A él, a mi hermana mayor María Victoria y a Luis Ospina y a Sandro y a Ramiro Arbeláez y a María Elvira Bonilla y a Alberto Fuguet, lo mismo a Cristobal Pelaez y a Angela Rosa Giraldo  se le deben mucho… y a muchos otros, como Andrés los llamaba, de sus pocos buenos amigos. A sus fieles lectores.  Si no fuera por todos ellos muchos  de sus escritos se hubieran perdido. Pero vale la pena hacer énfasis en que Andrés era muy meticuloso con todo lo que escribía. Él sabía desde muy pequeño, pienso yo, que no iba a vivir mucho tiempo. Su disciplina como escritor era admirable.
Más que disciplina era una obsesión.
 Si,  La obsesión, la misteriosa obsesión del creyente, y uso esta palabra porque pienso que para Andrés el cine y la escritura eran su religión.  Es como si él hubiera querido convertir a la gente: de allí su advertencia: OJO AL CINE! --- como esos misioneros que se van por el mundo entero tratando de convertir a los “no creyentes.”
Rosario vuelve a hacerme una referencia sobre el libro de la historia del cine escrito por David Thompson que está leyendo. Dice que el escritor hace un recuento histórico de lo que es el cine, cuando este medio comenzó a convertirse en un fenómeno de masas, cuándo un lenguaje universal fue  inventado. Se puede usar la metáfora de considerar el cine como una religión nueva,  una nueva forma de relacionarse con  la vida.  “Y Andrés veía así el cine. La cosa que más le obsesionaba del nuevo medio era que él podía saber todo sobre el cine. Este concepto  lo repetía muchísimo. Era una ventana mucho más pequeña de lo que podía ser la literatura. Y Andrés podía caber por ahí. Pareciera como si Andrés quisiera vivir  para  averiguar lo máximo que  pudiera sobre cine. Rosario me relata una anécdota  “ Sabía tanto de cine que cuando él estaba en Houston con nosotros fuimos a un almacén, por alguna razón fui con él y pasamos por el área donde se vendían las televisiones: estaban pasando una película que se veía antigua y Andrés vio una toma, una sola toma, y en tres segundos  dijo, esta es la película La diligencia  de John Ford! Y yo, confieso, un poco incrédula le dije “Andrés, como puedes estar pan seguro? y el, riéndose, me respondió que él estaba completamente seguro porque simplemente lo sabía. Nos quedamos él y yo allí hasta que pasaran los créditos finales. I evidentemente lo sabía. Como te dije anteriormente era un misionero del cine.

Que tanto sientes que ha influido la labor de sus pocos buenos amigos para la divulgación y preservación de su obra.
Muchísimo.  Andrés tuvo y tiene los mejores amigos que una  persona pueda tener. Alberto Fuguet, el escritor chileno, refiriéndose al documental de Luis Ospina Andrés Caicedo unos pocos buenos amigos, escribe esto:  “Hay amistades y perdidas que marcan y este film modesto es una prueba, marca y nos hace sentir un poco triste de que no todo el mundo puede tener la suerte de tener un amigo como Luis Ospina”. Las personas que  fueron y se han vuelto amigas de Andrés  se han dedicado a promover su obra y a divulgarla. Y a quererlo.
Rosario se despide, ha sido más de lo que podía esperar. Me quedo con la extraña sensación de haber asistido a una sesión de espiritismo. En las dos horas que duró nuestra charla sentí la presencia de Andrés Caicedo.
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4 de abril de 2013

9 DE ABRIL. 1:05 DE LA TARDE. EL DÍA QUE EL PAÍS CAMBIÓ


El 24 de marzo de 1948 hubo en la plaza de Santa María de Bogotá una corrida de toros.  El último de los animales resultó ser bastante tímido, manso, cada vez que el torero lo invitaba con su capote a embestirlo el toro se volteaba y miraba las graderías atestadas de un público impaciente que con espuma en la boca pedía sangre. El matador enfiló su espada y se la clavó justo en la parte de atrás de la cabeza. Mal herido, el toro tambaleaba con la boca abierta pero se resistía a caer. De un momento a otro la arena comenzó a llenarse de gente armada de navajas y palos, se acercaron al toro y allí mismo ante el asombro del torero lo despedazaron vivo.
                                              "No soy un hombre... soy un pueblo"

Este hecho no era más que una premonición del estallido de violencia que sacudiría al país dos semanas después. El 9 de abril de ese mismo año Jorge Eliecer Gaitán había amanecido pletórico de alegría. En la madrugada de ese día había acabado con éxito su defensa al teniente Cortés. El juicio fue escuchado por todo el país a través de la radio nacional. En esa época los juicios se escuchaban con la misma emoción y euforia que hoy en día puede verse un partido de fútbol. El alegato de Gaitán había confirmado que sólo Laureano Gómez podía ser su rival en el arte de la oratoria. A las cuatro de la mañana se dio el veredicto absolviendo al militar. El líder del partido liberal había sido sacado en hombros del estrado.
Esta victoria le garantizaba a Gaitán el apoyo incondicional del ejército. Unos meses atrás había demostrado su impresionante influencia en las masas con las espectaculares marchas del silencio y de las antorchas. El hecho de que el conservador Mariano Ospina Pérez estuviera en el poder se lo debía a la desorganización del partido liberal. En las elecciones de 1946 el liberalismo decidió tener dos candidatos, Gabriel Turbay y Jorge Eliecer Gaitán. Entre ambos recaudaron más de 800 mil votos lo que constituía el 58 por ciento de la población votante. Ospina Pérez apenas había obtenido el 42 por ciento, pero a pesar de ser minoría el partido conservador había vuelto a la presidencia por culpa del suicido que habían cometido los liberales.
                                                  La turba arrastrando a Roa Sierra
 Dos años después Gaitán había consolidado su imagen de líder absoluto del pueblo. Ahora el sería el candidato único del liberalismo.  Lo más seguro es que el pueblo lo elegiría presidente de la república en las elecciones de 1950. Había llegado la hora de que los menos favorecidos fueran escuchados, la oligarquía tenía los días contados.
Al mediodía estaba en su despacho, rodeado de su círculo más íntimo. El doctor Plinio Mendoza Neira propuso un almuerzo para celebrar la victoria . Bajaron por el ascensor. El portero del lugar contó días después que toda esa semana había visto a un individuo bajito, como de un metro sesenta, mal vestido, con mirada de fanático apostarse cada mediodía en la entrada del edificio “Yo no dije nada porque como al doctor Gaitán venía a visitarlo gente de todo tipo… de la más normal a la más rara”. El hombre estaba allí, fiel a su cita y cuando vio que las puertas del ascensor se abrían y de él salía el líder con sus compañeros de lucha, salió del edificio y lo espero afuera. Los testigos afirman que una vez en la calle el doctor Mendoza Neira le pidió que se adelantaran unos metros para hablar de un asunto pendiente, una vez hicieron esto el hombre volvió a aparecer, pálido, con la mira destilando fuego, Gaitán alcanzó a verlo, intentó retroceder pero ya era tarde. El hombre disparó tres veces antes de caer, una vez en el piso lo remató con otro balazo.
                                                     El joven Fidel en el Bogotazo

El tiempo pareció detenerse. Incrédulos sus compañeros se agacharon y miraron al Jefe el cabello le caía de manera desordenada por la frente y un hilito de sangre le salía por la boca, tenía los ojos abiertos y se le pusieron completamente blancos. Si se acercaban a él podían escuchar unos gemidos muy débiles. Pararon un taxi, lo metieron allí. Cuentan los que estaban en el  Gato Negro el café que quedaba justo al frente del edificio,que una vez se fueron para el hospital los transeúntes que pasaban por el lugar donde se realizó el atentado se agachaban a empapar sus pañuelos de la sangre del líder inmolado “Después se arrodillaban a rezar por la salud del Jefe, mientras lo hacían chupaban los pañuelos empapados de sangre”. Era la 1:05 de la tarde.
30 minutos después El Jefe estaba oficialmente muerto.
Muchos de los espontáneos que destrozaron al toro en la Plaza de Santa María. fueron los que acorralaron en una droguería del centro bogotano a Juan Roa Sierra, quien ayudado por dos agentes de policía trataba de resguardarse infructuosamente de una horda que minutos después derribaría la puerta y terminarían sacándolo a la calle acabando con su vida a punta de patadas, navajazos y golpes con piedras, cajas de embolar o pedazos de madera. Cuentan los testigos que poco después de dispararle a Gaitán uno de los hombres que acompañaban a Roa Sierra lo señalaron para que el pueblo, enceguecido por la ira se encargara de lincharlo y así no pudiera hablar, no pudiera confesar quien había ordenado el magnicidio.
                                                          El tranvía en llamas
La noticia de la muerte de Gaitán se extendió por toda la ciudad. Los policías completamente amotinados repartieron fusiles al pueblo. Este sin ningún tipo de organización saqueaban ferreterías, talleres, estaciones de gasolina, buscando cualquier objeto contundente que pudiera servir como arma. Bajaron de los barrios, desfilaron por toda la carrera séptima como un río humano, llegaron a la plaza, arrastrando el cadáver destruido de Roa Sierra y poniéndolo en toda la entrada, avisándole al gobierno que con el pueblo no se juega.
Fidel Castro era un estudiante de derecho que estaba en Bogotá convocado a una reunión de estudiantes latinoamericanos. En sus declaraciones dice que nadie organizó la revuelta, esta fue espontánea, brotó del fondo del corazón de los gaitanistas indignados al ver como habían acribillado a su líder y que esta desorganización fue precisamente lo que terminó en pocas horas con la revuelta.
Destruyeron el tranvía, entraron al diario conservador El siglo y quemaron su imprenta, el incendio se extendía por Bogotá y amenazaba con carcomérselo todo. Ospina Perez y su esposa Berta esperaban resignados a que la turba entrara al palacio y los linchara. Todo eso estuvo a punto de suceder si el pueblo no hubiera caído en la tentación de saquear los estancos.
                                              El pueblo sitiando el palacio de gobierno.

 A las cinco de la tarde mientras un aguacero azotaba a la capital del país, la multitud estaba completamente borracha y había olvidado su ambición de tomarse el poder. En el palacio presidencial Darío Echandía, el liberal más fuerte después de Gaitán, transaba con el gobierno conservador la paz, una paz de mentiras, infame, una paz que protegía a los asesinos, que le apostaba a la impunidad.
El estallido se aplacó en Bogotá, pero fue imposible convencer a los campesinos liberales de los Santanderes, del Tolima, del Cauca, que había que olvidar que Jorge Eliecer Gaitán, el líder del pueblo había sido asesinado. Acorralados por la represión conservadora los campesinos se armaron formando lo que después se conocería como guerrillas liberales. La violencia en Colombia entraba en su segunda fase, una etapa que todavía no hemos terminado.