15 de marzo de 2013

THE WALKING DEAD. Lo verdaderamente humano es la maldad.


Créanme, yo también detesto a los zombies, nunca he entendido ese culto desmesurado que se ha establecido en torno al legado de George Romero y estaba convencido de que la única posibilidad de hacer algo medianamente decente dentro de ese subgénero era en clave de comedia, como se demostró hace un par de años con la divertidísima Zombieland.


Pero desde hace unos meses venía escuchando los comentarios sobre la adaptación que había hecho Frank Darabont sobre el cómic de Robert Kirkman y Tony Moore, la mayoría de ellos coincidían en decir que The walking dead tenía la altura dramática de las mejores series, en una época donde la televisión está dando un salto de calidad con respecto al cine.

Con todo el escepticismo comencé a verla pero no pasan muchos minutos para que quedes enganchado en el primer capítulo. Acá lo más importante no son los muertos en vida que caminan incesantemente buscando aplacar su insaciable hambre con un poco de carne sino la visión que dan sus creadores acerca de la maldad que está incubada en el género humano y que en un caso extremo, como podría ser el fin del mundo, se dispararía llegando a niveles insospechados.

Rick es el sheriff del pueblo, ha recibido un disparo que lo ha dejado en coma, al despertarse se encuentra con que han sonado las trompetas del apocalipsis, en las calles lo único que se escucha es el graznido de los cuervos, la muerte azota las calles, en ella solo se ve putrefacción, sangre, vísceras, ha caído una maldición, la muerte ha llegado para quedarse, nunca para, ni siquiera cuando el corazón se ha detenido.


En los alrededores de Atlanta un campamento de supervivientes trata de entender lo que está sucediendo.  Todo ocurrió muy rápido, unas semanas antes los niños todavía jugaban en el parque y ahora sólo se escuchan los gemidos de esos cuerpos insepultos que se niegan a descansar, la muerte se ha instalado para quedarse. Rick ha encontrado en el grupo de supervivientes a su esposa Lori y a su hijo Carl. Todavía hay tiempo de pensar en que el virus puede contrarrestarse, desde que exista respeto entre ellos, el respeto a la vida, a los pocos que han quedado todo puede revertirse. La esperanza seguirá viva.

Pero en The Walking dead las cosas nunca van a mejorar, por el contrario vamos a ver como ese grupo de sobrevivientes va a ser mermado hasta convertirse en un puñado de personas aferrado a un ideal. La democracia no tardará mucho en desaparecer y vendrá la tiranía, la dictadura, dejando claro que en una hora tan extrema como la del apocalipsis se necesita con urgencia la voz de un caudillo, de un hombre duro que no desfallezca, que encuentre como sea el camino de la salvación.

Ninguno de los personajes de esta serie tiene garantizada la vida, así que evita encariñarte con alguno de ellos. Cuando aparezca alguien nuevo no creas en sus buenas intenciones, en el fin del mundo nadie vela por los intereses colectivos y la única ley que se respeta es la de del “Sálvese quien pueda”.

El gran mérito de los creadores de la serie fue la de hacer una metáfora sobre los Estados Unidos. Woodbury es la tierra de las oportunidades, el único lugar donde se le ha impedido a la muerte entrar.  Los 78 habitantes de este pueblo de un par de cuadras y media docena de edificios tratan de aferrarse a la nostalgia de lo que era la humanidad antes de que el virus la azotara. Esta tierra de libertad es manejada con mano férrea por El Gobernador un hombre que ha creado un sólido grupo paramilitar preparado no sólo para hacerle frente a los caminantes sino a los otros grupos de sobrevivientes que esparcidos por el territorio buscan un sitio dónde estar. El Gobernador no duda un momento a la hora de usar la crueldad para mantener a su pueblo en el relativo bienestar en el que está. Hace ataques preventivos para mantener a los terroristas diezmados. 


Él es uno de esos hombres a los que el apocalipsis les viene muy bien, gracias a que este ha llegado, se está cumpliendo su sueño de dictador. Este hombre encantador tiene un par de secretos bastante oscuros. Cuando se ve ahogado por la responsabilidad de dirigir un pueblo se encierra en su cuarto y se pone a contemplar las cabezas de sus enemigos, conservadas en peceras, sumergidas en un líquido espeso como en el que suelen dormir los fetos en el vientre de sus madres. Luego se levanta del sillón, abre una reja y de ahí sale su hija Peggy, una víctima de la enfermedad más a la que se rehúsa a sacrificar esperando que de un momento a otro aparezca una cura que saque de una buena vez la muerte que se ha metido en ella.

Bienestar para los míos y el resto que se hunda en su propio infierno, parece ser la premisa del Gobernador y sobre todo de los Estados Unidos de América. Ellos eligen quien entra y quién permanece y quién se va, quién muere y quién vive. Sólo en la tercera temporada empezamos a ser consciente del significado político que tiene la serie y la sátira hiriente que le propina a la democracia más prestigiosa del planeta.



Sus escritores han tenido la sabiduría de preguntarse además por el papel que jugaría la religión cuando la desesperanza se ha instalado. En un capítulo de la segunda temporada entran a una iglesia y hay tres zombies sentados en sus bancas. Después de eliminarlos a punta de garrote y hachazos (Disparar puede ser una mala idea, ya que el ruido atraería a otros caminantes) los protagonistas se encuentran con la imagen de Cristo y hablan con él, algunos todavía se aferran a la virtud cristiana de creer que las cosas pueden mejorar, otros simplemente se burlan de la decadente figura de un hombre apuntalado en una cruz. A medida que la serie vaya avanzando la fe de los personajes irá desapareciendo. Bastarán mucho años para que el último de los sobrevivientes vuelva extrañar a Dios, entonces lo hará de nuevo a su imagen y semejanza.

Los zombies caminan lento, no piensan y su único mérito es que son muchos, demasiados, pero a la larga resultan siendo el mal menor. En el apocalipsis no esperes que los pocos que pueblen el planeta se unan para derrotar el mal, la verdadera maldición no es la aparición de la enfermedad sino el egoísmo, la apatía, la indiferencia ante la desgracia del otro, la maldad que despierta en cada ser el instinto de supervivencia.

The Walking dead es junto con Breaking Bad y Mad Men la mejor serie dramática que nunca antes se ha escrito. Prueben el primer capítulo e inmediatamente se harán adictos. Te deprimirás dulcemente observando la desgracia de los otros, en un par de capítulos perderás el asco a las vísceras, a la sangre que no para de fluir, te acostumbrarás al color ocre del apocalipsis y cuando menos lo esperes te preguntarás que se sentiría aplastar el cráneo de un maldito zombie. Irás descendiendo lentamente al oscuro abismo en el que deambulan los supervivientes del mundo y quedará claro que cuando llegue el final y desaparezca la esperanza traicionaras a tu mejor amigo, a tu familia, a todo en lo que has creído. Te arrojarás sin pensarlo al oscuro abismo de la maldad humana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Sabe por qué lo leo? Usted sabe decir muy bien las cosas que yo siento. Estaba esperando a que escribiera sobre The Walking Dead y dijera que estaba bien en querer saber qué se siente matar un zombie ;). Muchas gracias.

HANNY DIANU dijo...

Yo la verdad, no me quería ver esta serie, pero cuando todas las que me veía finalizaron temporada, dije "que más da, será verla" y bueno coincido contigo en que atrapa desde el primer capitulo y que con el pasar de los episodios adiós asco, me he echo fuerte en ese sentido a decir verdad, es sin duda alguna una de mis series FAVORITAS ^_^
Buen Post