19 de noviembre de 2013

DESPACHADOS. Maravillosa!

Así que me dijeron que fuéramos al teatro, a un lugar ubicado en el parkway, un sábado a las nueve de la noche mientras las calles de Teusaquillo se cerraban y la noche era una fiesta. Las últimas veces que había ido al teatro me había aburrido. Al frente estaba un man desnudo que hacía expresiones absolutamente ridículas. La persona que me llevó me murmuraba al oído que eso “Era la vanguardia, la puritica vanguardia mano”. Le menté la madre en silencio y seguí disfrutando de lo incomprensible. El teatro es para los teatreros así como la poesía es para los poetas.

Refunfuñando me metí en una casita que se hace llamar Hombremono en donde una chica muy guapa me dio unas boletas. Yo miraba la casa y me preguntaba “¿A dónde nos van a meter si esto es muy chiquito?” Subimos unas escaleras y luego llegamos a un salón estrecho, en donde el público inevitablemente formaría parte del espectáculo. “Con tal de que no me hagan pasar al frente” pensé con el miedo que tienen los niños cuando van a clase y no se saben la lección.
Bregué quedar en una silla muy cerca de la puerta por aquello de si me daba un ataque de claustrofobia en medio de la función, pero que va, me ubicaron por allá en un rincón y un tipo al que había visto en varias telenovelas nos advirtió antes de la función que era completamente imposible salir una vez hubiera empezado la obra. Elevé una oración a Santa Verónica para que todo saliera bien pero después recordé que esta era la santa del cine y me pregunté si todavía el teatro tenía dioses.
Se apagan las luces y entra un yuppie a su oficina, el tipo se acomoda la corbata, mira por la ventana, le pide a Baba, su mayordomo, un café. El man está nervioso. Suena el timbre y afuera está su parcero de toda la vida, el hombre de barrio que nunca cambió, el adolescente eterno con sus pantalones anchos, la chaqueta de cuero, los audífonos de esquimal y la gorra echada para atrás. Ya no son los mismos así trabajen juntos, el uno creció, el éxito, la plata, los relojes caros y el buen gusto y el otro todavía vive con su madre y sueña con irse un fin de semana a la playa, con su amigo, levantar un par de extranjeras y fundirse en una orgía hasta el otro lunes.
Pero ya no hay tiempo para celebrar la amistad. Trabajo es trabajo y sobre todo si hay problemas, sobre todo si hay un desfalco de billete, de mucho billete y el principal sospechoso es tu amigo; tu mejor amigo. Estaba en la mitad de la obra y no estaba aburrido, al contrario estaba muy interesado, casi que comiéndome las uñas esperando que iba a pasar con esos tipos que podría ser cualquiera del público.
En Despachados no hay resquicios para el aburrimiento. Tampoco es una de esas comedias ramplonas de café concierto. La intensidad con la que los dos actores principales, Alejandro Aguilar y Manuel Sarmiento, hace que literalmente el espectador tenga el corazón en la boca. No sé nada de teatro, me encantan las historias y Despachados es ante todo eso, un excelente relato muy bien dirigido por Quique Mendoza.
Salí y hacía frío. Teusaquillo seguía de fiesta. Entré a un restaurante y pedí una cerveza. No podía dejar de pensar en la obra. Despachados tiene justamente eso; la capacidad de clavarse en el inconsciente, de taladrarte el pensamiento, de hacerse inolvidable. No lo duden, vayan a verla… sobre todo si no les fusta el teatro.

Para los interesados la pueden ver en la Cra 25 # 39-74 La Soledad (Zona Parkway)

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