29 de agosto de 2012

PARANORMAN. Una grata sorpresa


Norman a diferencia de sus demás compañeros de escuela es capaz de ver gente muerta. Esto no es ningún don, al contrario es una completa maldición. El niño creció siendo considerado un freak no solo por los matones del colegio sino por un padre machista, una hermana porrista y una madre impotente y sumisa. Sus historias de fantasmas y brujas le hacen objeto de burlas. Incluso el papá lo amenaza “Si vuelve a hablar de aparecidos lo encerrará para siempre en su cuarto”. El pueblo ha asimilado la imagen de una bruja, quemada a finales del siglo XIX, como el símbolo de su gente. Norman les advierte que la maldición de la hechicera caerá con fuerza sobre ellos “Los muertos saldrán de sus tumbas y vendrán a atacarnos”.
Entonces vemos a los zombies salir de la tierra y creemos que vamos a asistir a un festival de comedores de cerebro a puro stop-motion, es entonces cuando la trama da un giro totalmente inesperado. Los zombies terminan siendo los perseguidos por culpa de un pueblo sumido en la ley del más fuerte, donde todo aquello que no se vea sustentado en la fuerza física y no en el intelecto es considerado digno de ser quemado.

La bruja no era sino una niña que poseía una sabiduría inusitada que ha desatado una maldición sobre aquellos cinco ciudadanos de bien que decidieron quemarla. Los cinco muertes vivientes solo esperan poder descansar en paz. Terminan siendo seres digno de lástima, dependientes del bueno del Norman quien es el único en ese maldito pueblo con la suficiente valentía como para apaciguar la ira de la bruja.
No lleven a sus niños a ver esta película, posiblemente a los pocos minutos se van a sentir incómodos y van a comenzar a correr por la sala. Paranorman aparentemente es un homenaje a todo ese cine zombie que comenzó a desatar George Romero a finales de los sesenta pero termina siendo, sin ningún tipo de moralismo fácil, toda una reflexión sobre una sociedad fascista, dispuesta a denunciar a todo aquel que se atreva a ser diferente. Esto sería una anécdota al margen si no tuviera la fuerza, la belleza y la capacidad que tuvieron sus autores de crear una atmósfera, un universo.
Fui de puro desparche, cansado un poco de la avalancha de estrenos nacionales y me encontré con una pequeña joyita, sin duda, otra vuelta de tuerca al mundo de los muertos vivientes.

28 de agosto de 2012

CARRUSEL DE GUILLERMO IVAN. Otra talk movie


Entonces unos gomelos  mexicanos deciden hacer una película sobre el tema de moda en Colombia: el carrusel de la contratación. Para no meterse en problemas y manejar eso de la sátira, género del cual por pura ignorancia ellos creen que es fácil de dominar se inventan un país y le dan un nombre la verdad poco inspirado, la república de Croto (¿?) cuya capital es Ciudad del Cafre. Allí hay un alcalde corrupto que sueña con ser presidente y que para hacerlo a decidido hacer un mega-proyecto que le dará muy buena imagen entre la élite del país. Sin licitación ni nada, como hizo el entrañable Samuelito, le otorgó el proyecto a los hermanos Hoyos y los manes, acostumbrados a nunca terminar una obra pues harán lo mismo con las obras del aeropuerto y se tragarán enteritos  en comisiones y condominios en Dubai los 1.200 millones de dólares que tenían de presupuesto.

Las cosas son como son. Eso de un alcalde cachondo que tenga en su mesa de trabajo a tres mujeres muy bonitas es una idea que me gusta si en realidad viéramos que el tipo sabe manejar el escenario, si se le nota la lascivia así a flor de piel. Si es una comedia entonces podemos exagerar un poquito, pero lamentablemente las limitaciones de Gustavo Ángel como actor se muestran cada noche en el esperpento ese de Los caballeros las prefieren brutas. Entonces esa idea se convierte tan solo en una buena intención llevada al traste por un guión sin brújula.
Volvemos a llover sobre mojado. Las actuaciones son penosas, los personajes, caricaturas y la imagen absolutamente viciadas por la televisión…. Ah, no, mentiras, estos gomelos de apellido Iván vieron la película que todos los pirobos que ven cine han catapultado al nivel de arte supremo, hablo como no de Snatch. Entonces cuando hay rumba volvemos a esos planos acelerados que inventó Guy Ritchie y que tanto impactaron diez años atrás pero que hoy solo sirven para develarnos un problema narrativo.
Pero el cáncer del nuevo cine colombiano no es ese sino esa fijación que se tiene por la palabra. Claro en un país de parlanchines pues el que más habla es el rey. Todo lo resolvemos enredando, hablando y eso puede servir muy bien cuando vamos a sanandresito a pedir rebaja pero no dentro del lenguaje cinematográfico. Tenemos un problema que resolvieron los gringos a mediados de la década del 30, cuando los grandes directores se preocuparon porque el sonido había transformado en las películas en simples talks movies. Fritz Lang decía “El cine no es decirlo sino mostrarlo” y nosotros todo, absolutamente todo tenemos que decirlo.

Y hay formas de decirlo. Los personajes de Tarantino no paran de hablar pero todo lo que dice es original. En muchos aspectos suena como si fuera música. Acá a los veinte minutos te sangran los oídos al escuchar las estupideces que ha escrito un mocoso que ha escrito una película porque definitivamente el papá no pudo encontrarle un trabajo mejor remunerado.
No hay un espacio de paz, todos los recovecos del filme son llenados con un lenguaje que no es más que basura pútrida.
Pero todo no es malo en Carrusel. Al menos hay una intención, la de crear una sátira, de hacer algo diferente y con muy pocos recursos. Existe una trama, pegada con babas, ridícula, pero trama al fin y al cabo, algo que no siempre sucede dentro de las películas colombianas y te quedas interesado al menos por ver en que termina la corrupción, a ver que giro pueda tener la historia y claro que la tiene. Por torpes los Iván terminan haciendo involuntariamente, una apología al peor de los delitos, el del hombre rico robando al más pobre.

27 de agosto de 2012

MI CINE HORRIBLE, MI GENTE TONTA. Reflexiones en torno a un insulto nacional.


Dago García es un hombre con una capacidad de trabajo descomunal. Dicen que lo han visto en las oficinas de caracol mirando concentrado un televisor. Está viendo una producción propia. Tiene en sus manos un cuaderno y un lapicero. Allí va apuntando lo que no le gusta para poder mejorarlo en el próximo capítulo. A Dago le interesa que sus productos vayan claramente a un sector definido de la población colombiana, los estratos uno y dos. Después de un profundo estudio sobre la sociedad nacional García ha descubierto que al colombiano promedio le gusta la chambonería, el chiste gratuito, un poco de sexo sugerido, la vulgaridad.
                                     En mi Gente linda todos los planos son horribles

Por eso en su última película Mi gente linda mi gente bella ha perfeccionado su género y lo ha llevado a un nivel que difícilmente podrá superarse. Ha renunciado de plano a contar cualquier historia y ha empezado a hilvanar chistes, uno tras otro, con la misma maestría con que Alí Humar dirigía sus episodios de Sábados felices.  Dago es una especie de David O. Selznick colombiano. El llama a un director y lo transforma en lo que él quiera. Esta vez llamó a una marioneta que se dejara manejar sin chistar. En el pasado había tenido problemas con un tipo brillante como Jorge Echeverri quien impidió que Pena Máxima fuera la bazofia que esperaba su productor. Dago está curtido y ya no comete esos errores por eso contó con la colaboración de un bobazo de la talla de Harold Trompetero para que todo lo que sugiriera le fuera respondido con un cordial, “Lo que usted diga patrón” “Como usted ordene patrón”.
La creación de personajes es tan profunda como la que realiza un director de teatro de colegio para un sainete el día del idioma. Hay un opita, un santandereano, una rola, un pastuso. Dago pretende retratar a Colombia como él cree que es, o como nos la han impuesto los medios de comunicación. Puros estereotipos.  Llama a los actores que saben son muy queridos por los televidentes. Está por un lado el cada vez más insoportable César Mora, una especie de Danny De Vito criollo desprovisto de cualquier tipo de talento y gracia, Sara Corrales que logra a mucho honor una de los peores interpretaciones de las cuales este servidor pueda tener recuerdo alguno y el resto son una pandilla de caricaturas que son arrastrados por como diría Peter Capussoto “Los huracanados vientos de la pelotudez”.
                  El maldito fantasma del 5-0 vuelve a ser usado de una manera vergonzosa

En un curso al que asistí en 1999 el entonces guionista decía que cuando él tenía un bache creativo no lo resolvía partiendo de las premisas de Robert Mckee o consultando que podía aconsejar Charlie Kauffman, no, recuerden que Dago como pocos es hijo absoluto de esta tierra por eso resolvía sus problemas a la manera colombiana, es decir “Rezándole al Divino Niño”. Esa debe ser la razón por la cual en cada una de sus películas hay un personaje devoto a esa divinidad.
A él no le interesa criticar nada, cada crítica o denuncia que se trata de hacer en este país despierta la apatía del espectador. A la gente le gusta ir al cine a olvidarse de los problemas y que mejor que mostrar la historia de un sueco que viene al país porque se aburrió de vivir bueno en un lugar donde hay justicia social, donde el trabajador es respetado, donde no hay hambre, un país de donde han salido talentos de la talla de Ingmar Bergman o Greta Garbo. Pero eso no es suficiente, ellos son aburridos, inferiores porque no tienen el vallenato, ni las mujeres fáciles que se entregan sin chistar en un baño. Allá no existe el aguardiente ni reinados de belleza ni tan la cacareada malicia indígenas. Pobrecitos esos suecos…. Con razón que por allá terminan suicidándose de la tristeza, dice una señora después de salir del cine… nosotros en cambio somos el tercer país más feliz del mundo, por detrás de Namibia y Vietnam.
                           Los guionistas ni siquiera fueron capaces de inventarse chistes nuevos

Dago García y Gustavo Nieto Roa son los hombres con mayor éxito en la historia de nuestro cine. Ambos se han ocupado de fijarse en los gustos de la clase popular. Ellos sí que le saben sacar rédito a nuestra estupidez. Nos ha reducido a todos en este país a los estratos culturales uno y dos.  Mi gente linda, mi gente bella esa colombianada a llevado a las salas de cine más de setecientas mil personas, un número impresionante apenas superado por Alerta y Don Jediondo en Muertos del susto. La gente acepta la caricatura reflejada en la pantalla. Me da miedo de que Dago empiece a tener razón y resultemos siendo uno de sus estrambóticos personajes.
La gente va al cine porque dice apoyar el cine nacional. Sin embargo esfuerzos personales válidos, maravillosos, sinceros como La primera noche , El vuelco del cangrejo o Silencio en el paraíso no tuvieron el mismo respaldo, es más tuvieron una distribución absolutamente pobre. Afrontémoslo, este no es un país cinéfilo, acá nos gusta es la recocha, la vulgaridad. Por algo Sábados felices cumplió este año 40 años.
Me dan risa todos aquellos chovinistas que critican las películas que hacen los gringos contra nosotros por dar una imagen provinciona y violenta de nosotros. Mi gente linda, mi gente bella es un insulto de proporciones monumentales. Afortunadamente nadie perderá el tiempo viéndola fuera de nuestras fronteras.


26 de agosto de 2012

EL SACRIFICIO De Andrei Tarkovski. El iluminado.


Pobre Tarkovski ni después de muerto lo dejan en paz. Para unos su cine es el culmen del snobismo y del aburrimiento. Una persona que por lo general dice ser fanática del director ruso suele cargar una boina y una pipa que no usa. Para otros, entre los cuales este servidor se suscribe  el creador de El espejo es un iluminado, un artista que es para el cine lo que fue Van Gogh para la pintura y Bach para la música.
Puedo pecar de seudo, posudo y aburrido. Pero ¿Qué otro camino me queda si no es la sinceridad? Desde estas páginas he tratado de desplegar mi amor incondicional al cine, no importa si venga en descarados estuches fascistas como fue el caso de Los vengadores o tengas tintes mamertoides como es el caso de Novecento. A mí no me importa el qué sino el cómo. A Tarkovski le debemos el haber transformado el cine en una máquina capaz de apresar un sueño. Inventó una manera de captar el tiempo, de volverlo universal a partir de su propia mirada. Por eso un plano de él no se parece a ningún otro.
                                    Tarkovski y el director de fotografía Sven Nykvist

A pesar de que era un amante incondicional del cine, es muy difícil determinar de dónde procedían sus influencias. Su amor a las películas de Bergman lo llevó a aceptar la oferta del Instituto Sueco de Cinematografía dónde le proponían financiar completamente la idea que él quisiera. Desde 1981 había empezado a escribir un guión con uno de sus colaboradores habituales, Arkadi Strugatski pero las diferencias políticas y su exilio definitivo impidieron que el trabajo se completara. Cuatro años después con todos los recursos a su disposición se embarcó en la escritura final del guión.
El sacrificio es la historia de cómo vive un hombre los últimos días del planeta. El temor siempre latente en la guerra fría de que una bomba despertara cientos de ojivas nucleares se hace patente en la última película del director ruso. Esta trama es solo una excusa para que Tarkovski nos hable de lo que él piensa del ser humano, de esa necesidad absurda de no entender la naturaleza, como trataron los griegos en la antigüedad desde su ciencia, sino de dominarlo y crear eso que llaman tecnología. Puede sonar un poco ingenuo, trillado, naif…. Pero estamos hablando de un iluminado y a este hombre hay que creerle. Ver esta película es asistir a un hecho verdadero, real.
                                                           El padre y el hijo

El filme tiene dos historias maravillosas escritas por el director quien seguramente si no hubiese tenido el recurso del cine hubiera desplegado su talento en la poesía siguiendo los pasos de ese gran escritor que fue su padre, Arseni. En una de ellas habla de una madre que en plena Guerra fue a despedirse de su hijo, quien se alistaba en el ejército a la estación. Minutos antes de abordar el tren decidieron tomarse una foto. Pocos días después la mujer recibiría la noticia de que su hijo había muerto en el primer combate que sostuvo. Pasó el tiempo, la mujer olvidó la fotografía. 20 años después la mujer estaba en otra ciudad. Pasó por una casa de fotografía y se tomó una foto. Mientras esperaba a que se la revelaran comenzó a ver los álbumes que estaban sobre el mostrador. Gente sonriente, amargada, niños llorando, pasaba y pasaba páginas hasta que la visión de una de ellas la dejó helada. Allí estaba su muchacho, de la misma edad que tenía cuando murió, agarrado de la mano de una mujer mucho mayor que él. Se acercó más a la foto y comprobó que era ella pero con la edad que tenía en la actualidad.
Si existe una influencia en su cine debemos buscarlo en la gran literatura rusa del siglo XIX. Por eso Erland Josephson, el gran compañero de Bergman, acá interpreta a un actor retirado que entre otros papeles encarnó al príncipe Mishkin, el personaje central de El idiota de Dostoyevski.  Como él, es capaz de dar la vida por los demás. De rodillas le suplica a Dios que le dé una oportunidad, que si quiere él es capaz de quemar la casa, olvidarse de su familia, de su amado hijo pequeño.
                                             La bruja viendo a la casa ardiendo

 Cuando todos pensaban que al mundo le quedaban un par de miserables horas, Otto, el cartero, le dice que todavía queda una esperanza. Marina, la extraña empleada Islandesa que vive al lado de una iglesia abandonada, es una poderosa hechicera. Si él se acuesta con ella ocurrirá el milagro. En una secuencias alucinante, el patrón y la sirvienta vuelan mientras hacen el amor, no a la manera cursi de un Eliseo Subiela, sino con la maestría de la que solo es capaz uno de los mas grandes artistas que ha habido jamás.
La casa arde, los loqueros van por el desquiciado. Se lo llevan, la familia impávida ve como la caza se doblega ante las llamas.
Lejos de la imagen que le quieren dar de monje santo recluido en monasterio Tarkovski era un tipo abierto al buen cine, vinera de donde viniera. Está comprobado que en el festival de Londres de 1985 vio otra de las grandes películas sobre el apocalipsis, Terminator de James Cameron impresionándole gratamente.
                                                     Una pausa en el rodaje

En la postproducción las dolencias físicas que empezó a sufrir durante el rodaje comenzaron a agravarse. Además su postura de no volver jamás a su país mientras prosiguiera la dictadura se radicalizó. La enfermedad lo consumió con una rapidez extraordinaria. Moriría en la navidad de 1986. Dicen que no fue un cáncer común y corriente. Que agentes de la KGB envenenaron a él y a sus colaboradores más cercanos. La prueba está en que la mayoría de sus colaboradores caerían víctimas del mismo cáncer pulmonar.
Su horror a la guerra y a toda forma de dominación quedaron impregnadas en las siete películas que alcanzó a hacer a pesar de que los dirigentes soviéticos hicieron todo para sabotear sus proyectos. El gobierno de Gorbachov hizo hasta lo imposible por traer de regreso sus cenizas a Moscú pero la viuda fue inflexible.
Andrei Tarkovski vive su sueño eterno en París.

24 de agosto de 2012

COLORADO JIM DE ANTHONY MANN. Un clásico olvidado


Después de haber participado como miembro de la fuerza aérea norteamericana en la II Guerra Mundial, James Stewart había tomado la decisión de retirarse de la actuación. Mientras filmaban Que bello es vivir le confesó a su director y amigo Frank Capra que no le veía sentido a hacer algo tan simple como encarnar un personaje cuando ya había visto la cruda realidad de una guerra. En el set de filmación estaba Lionel Barrymore, toda una leyenda de Hollywood, se acercó a él y comenzó a hablarle con la autoridad de un maestro a su alumno. Nunca se sabrá que le dijo pero Stewart se comprometió a convertirse en el mejor actor de todos sus contemporáneos.

Para hacerlo debería dejar de interpretar al entrañable inseguro larguirucho que ante cualquier tropieza comenzaría a tartamudear y a sentirse inseguro. No, tenía que llegar a convertirse en un tipo duro. En los cincuenta se convertiría en el mejor actor de la década. Las películas que filmó con Hitchcock se cuentan entre las mejores de la historia y su caracterización por ejemplo en Vértigo es todo un modelo de como un actor debe reflejar el horror.
En esa misma década realizaría cinco western con uno de los directores más injustamente olvidados de la historia, Anthony Mann. Hoy en día es muy complicado conseguir alguna de sus películas a no ser que TCM o City Stars tengan la piedad cinéfila de mostrarnos algo de ellas. En uno de los sanandresitos de Colombia encontré una copia, con Menú y todo, de Colorado Jim.  A lo largo de mi vida había escuchado hablar maravillas de este western pero como pocas veces sucede todas las maravillas que hablan del filme no solo se cumplen sino que se rebozan.

La acción empieza desde el principio. A Mann no le gusta andar por las ramas. Un caza recompensas persigue cientos de kilómetros a un bandido acusado de haber asesinado a un hombre por la espalda. Después de mucho andar lo encuentra acorralado en un lugar despoblado donde lo único que imperan son los indios de pies negros y la naturaleza. Stewart se hace pasar por un sheriff, le da veinte dólares a un viejo buscador de oro. Ambos van al peñasco, Robert Ryan se defiende con lo que puede, rocas, balas y madrazos. Aparece un joven soldado degradado por cobarde, se une a la cacería. Este soldado es Ralph Mekker quien diez años después compraría su boleto a la eternidad al interpretar al Mike Hammer en El beso de la muerte  de Robert Aldrich. El soldado después de escalar el peñasco se enfrasca en tremenda pelea con Ryan quien es defendido por una afeada Janet Leight. Como ven el elenco es de primera.
Amarran al forajido y Stewart ya relame los tres mil dólares que ofrecen por él, cuando el propio Ryan lo desenmascara y les cuenta la verdad a sus acompañantes: ese, ese que ven ahí no es ningún sheriff, es un caza recompensas que los está utilizando a ustedes. Quiere recuperar con mi cabeza lo que una mujer sin corazón le robó: las sagradas tierras que él le mandó a cuidar mientras se iba a la guerra. Ahora al bueno del Jimmy le va a tocar repartir su ganancia en partes iguales.
Lo que sorprende de Colorado Jim es que prácticamente no hay buenos ni malos. Si, Robert Ryan amarrado, siempre sonriente y tranquilo, hace las veces de una de esas brujas que eran atrapadas en pleno edad media y que sembraba la discordia entre sus captores. Es un tipo al que no le tiembla el pulso para disparar por la espalda a un hombre. Pero él mismo lo ha dicho, no le ha hecho nada al personaje de Stewart. Además Jimmy llega a ser un maldito bastardo, ¿Por qué no le contó a sus dos compañeros de expedición la verdad sobre la recompensa? Mientras tanto Janet Leight le ha dado su palabra al bandido pero a su vez empieza a sentirse atraída por la actitud heroica de Jimmy.

La acción acá no da tregua. Todo el tiempo están ocurriendo cosas, impedimentos. No hay un solo momento de paz. Por algo sus dos guionistas ganaron el Oscar por escribirla. Si Stewart estaba buscando un papel que le permitiera mostrar otros matices que mejor que el de Howard Kemp, sufriendo por su amor perdido, por un balazo en la pierna, por el amor que empieza a sentir por la mujer de su enemigo, por tener que vivir con el peso de adquirir una fortuna con el dolor de otra persona. Nadie ha sentido tanto dolor como Howard Kemp cuando se despierta delirando creyendo que los indios ya vienen por él.
Colorado Jim no es solo un gran western sino una de las mejores películas de todos los tiempos. Tienen que verla a como de lugar, apreciar sus colores, sus impresionantes exteriores y el poder magnífico de dos fuerzas de la naturaleza trabajando juntas, hablo de Anthony Mann y del gran James Stewart.

23 de agosto de 2012

LA LECTORA DE RICCARDO GABRIELLI. Chambonería criolla.


No hay género más complicado para un director que el triller. Acá no es solo crear personajes o situaciones creíbles. El que escribe la historia no solo debe crear una trama atrapante sino que debe desperdigar las secuencias como si fueran fichas de un puzzle que poco a poco, entre el realizador y el público se va armando.  Ricardo Gabrielli es un tipo ambicioso y eso no siempre es malo. Se había revelado como un director de televisión con éxito con las series El capo y Lynch. Es un tipo que como Simon Brand o Dago García tienen claro que el cine no es solo un arte sino una industria millonaria. Por eso las niñas lindas de los noticieros habían saludado con beneplácito en sus rincones del entretenimiento, la venta a Movie City de los derechos de su ópera prima.

Un gran despliegue publicitario se había formado a partir del rodaje, post producción y estreno del proyecto. En el tráiler no nos quedaba muy bien de que iba la película, pero el tráiler de un triller no nos tiene porque dar pistas, al contrario, debe confundirnos aún más. Se corría el rumor que Carolina Gómez iba a estar muy cortica de prendas y eso en si mismo hermanos míos era una razón de peso para ir al cine.
Lamentablemente uno después de verla se da cuenta de que La lectora solo vale la pena por el baile de caño de la ex virreina universal de la belleza. De resto el filme se hunde en puros lugares comunes. Después de unos créditos bastante bien logrados (que son bastante parecidos  a los de Seven) comienza el inevitable naufragio.  Resulta imperdonable que el prepotente del Gabrielli, que había comparado  su película con Touch of evil , al tener un mapa de referencia de la historia a partir de la novela que adaptó, de haber tenido como antecedente lo que hizo Pepe Sánchez en la serie del 2002, con resultados al menos dignos, haya hecho de esta historia, merecedora de premios en España y que tales, un total y absoluto bodrio.

Porque no es solo el lugar común que de eso está lleno el pobre cine de nuestros días sino la chambonería lo que hace de La lectora una película intolerable.  Gabrielli quien aparece en los créditos como productor, guionista y director (como Orson Welles, Woody Allen o Jairo Pinilla) no se tomó el trabajo de construir personajes. La puta aparte de bailar muy bien en el caño y de tratar de ser coqueta con todo aquel que se le atraviese no tiene otros matices que hagan creíble a una Carolina Gómez que ha demostrado que como actriz es una hembrota. Diego Cadavid es un taxista que mientras conduce se toma sus traguitos, como aquel Travis de Scorsese, pero al cual no le vemos un solo rasgo de humanidad. El capo es interpretado por Luis Eduardo Arango que eso de por sí ya lo dice todo y los dos bandidos que secuestran a la lectora no son más que pobrísimas caricaturas.
Gabrielli va a la fija, si ya tiene a los ídolos de la televisión colombianos pues para que construir personajes. La trama tiene unos baches enormes, demostrando que el guión fue hecho de pura rapidez, sin rigor, a los totazos. Los escapes de los protagonistas son absolutamente inverosímiles, incluso ni sabemos cómo fue que se escaparon de la ventana de un baño. La escena de sexo tiene como único propósito mostrarle las curvas a la Gómez. Si la puta cuenta la historia al alemán por teléfono, mientras está encerrada por sus captores después de una severa golpiza, no sabemos a que horas este profesor (que es un mamarracho más) pudo escribir un cataparcio de más de cien hojas y en hermosa caligrafía. Claro, esto tiene una razón de ser que seguramente en la novela se hace entender pero que acá sencillamente no es verosímil.

Y el final…. En el final el personaje de John Alex Toro repite su mantra, algo así  como todo es posible o una vaina así que no quiero ni recordar y que según su director es el momento donde debemos decir “Jueputa, que punto de giro tan brillante” pero que con ese cierre confirmamos no solo que La lectora es una mala película sino que su director se dejó convencer de que es un maestro en el género solo porque su serie Lynch se pasa en Movie City y en ese punto señor Gabrielli está muy equivocado.