30 de octubre de 2009

SER CONSECUENTE CON EL DEMONIO

Sobre la muerte del poeta Heinrich Von Kleist.


En la mañana del miércoles 20 de octubre de 1811 una pareja procedente de Berlín llegó a la Hostería Swinning y pidió el cuarto que daba hacia el lago. Pasaron el día encerrados sin que los hospederos notaran algo extraño en su comportamiento. En la noche, la señora le pidió al Ama que le llevara unas cartas a Berlín. Se levantaron temprano, jugaron alrededor del lago, pidieron una botella de ron y dos tazas de café. Estaban sentados en la orilla, el Ama no notaba nada extraño, el hombre quería tomarse la botella de un solo sorbo pero su acompañante lo reconvino amorosamente “¡Nunca he visto dos personas tan lindas como ellos –declaraba poco después el Ama a la policía- todo el tiempo se decían mi niño o mi niña, parecían realmente felices”. Por eso cuando se alejó con las tazas de café vacías no se sobresaltó al escuchar el primer disparo, pensó que los desconocidos se divertían disparando al lago con un fusil en el que ella no había reparado, pero cuando escuchó el segundo disparo le dio curiosidad ver a qué le disparaban, retrocedió unos pasos y entonces los vio: “Estaban uno frente al otro, o más exactamente, la dama estaba de espaldas, boca arriba, con las manos juntas sobre el pecho. El señor estaba mas bien arrodillado y su cabeza descansaba a la izquierda, sobre una pistola que aferraba con las dos manos y el cañón lo tenía dentro de la boca”. Ese hombre que acababa de morir era el gran poeta Heinrich Von Kleist.

En el momento de su muerte nadie sabía que era un gran poeta. Unos meses antes su familia lo había humillado públicamente sacándole en cara sus continuos fracasos. Su rostro regordete y sus ojos chiquitos pero ardientes lo hacían poco agraciado a las damas que tanto quería amar, su tartamudez impedía que el demonio que habitaba dentro de él pudiera expresarse con libertad. El único recurso que le quedaba era la poesía, entonces se desbordó como un río furioso, llevándose todo a su paso hasta a él mismo. “Apenas empieza a hacer de poeta, de plasmador, quiere en seguida ser el más grande, el más magnífico y el más poderoso poeta de todos los tiempos, y con su obra de primerizo, de aprendiz tiene ya la pretensión de eclipsar las grandes creaciones de los griegos y de los clásicos” escribió el biógrafo Stefan Sweig . Él fue el héroe romántico por excelencia, el hombre que quiere escribir así se le caigan las uñas en el intento. Si su obra no va a perdurar es mejor quemarse con ella, por eso ante las primeras críticas adversas de su Guiskard decide abrirse una herida que le produzca dolor para quitarse la tortura que sentía en su orgullo, intenta enlistarse en el ejército napoleónico como Fabricio, pero no por huir del amor de una mujer sino parafraseando a Zweig para ser consecuente con su demonio, una mano amiga lo detiene y le posterga el momento que más ansía: el de su muerte.

Entonces empieza a recolectar imágenes de su infierno. Si bien Pentesilea y sus demás obras se han mantenido con el paso del tiempo, es en sus relatos donde vemos la inmensidad de su obra porque es allí donde se va a sentir más cómodo para hablar de la inconsecuencia que él percibe del mundo. El demonio se sienta a su lado y le va mostrando imágenes, una pareja va a ser ejecutada por la santa inquisición y justo en el momento en que las llamas los van a devorar un temblor hunde a Santiago, la pareja se salva milagrosamente y huye a las orillas del río Mapuche, parece que Dios ha vuelto iguales a los hombres en la desgracia, la pareja le da gracias por haberlos salvado. La iglesia de la ciudad ha quedado milagrosamente en pie, ellos van a darle gracias de rodillas al señor pero en la iglesia los sobrevivientes reconocen a los que hace unas cuantas horas quisieron ejecutar por haber osado fornicar sin que la bendición del padre haya caído sobre ellos. El pueblo arremete contra ellos y como lobos hambrientos los van devorando. En El terremoto de Chile Kleist de una u otra forma va prefigurando su muerte, es el mundo lo que lo está devorando, el demonio le habla al oído y él va asintiendo.

Conoce a una aristócrata llamada Heiriette Voguel, es una dama casada y culta, como él aspira al ideal romántico de que no hay nada más bello que morir por amor. No se desean físicamente, al contrario, la pasión de ellos es espiritual, lo ideal sería disolver los cuerpos y que quede la eternidad. En realidad Heinriette padece una enfermedad terminal que le proporciona unos terribles dolores, y qué mejor que morir al lado de un poeta, de un soñador como lo es su amigo. En la carta que escribe en la posada un día antes de su muerte le dice a su esposo: “Ya no puedo seguir viviendo, llámalo enfermedad flaqueza o como quieras. Todo lo que puedo decir es que mi muerte es la mayor de las dichas”. La Voguel le dice a su esposo que quisiera llevarlo a él y a sus hijos a ese viaje pero no puede, “Kleist, que quiere ser mi fiel compañero de viaje en la muerte, se encargará de matarme. Después de hacerlo, él a su vez se dará muerte”. Le ruega que no se ponga triste, que lo único que está haciendo es “cambiar la felicidad terrenal por la vida eterna”. Al final de la carta le ruega que la entierren junto al poeta, y allí yacen todavía el poeta y su amada, la Dama que posiblemente nunca le haya dado un beso en vida y que sin embargo reposan juntos en un abrazo eterno.

Hoy en día descansan en el mismo lugar donde murieron, a la orilla del Wannsee en Berlín. Cerca de la piedra donde están los nombres de los amantes hay una tabla de madera con una exhortación dirigida a los que nacieron después:

Aquí buscó la paz

el alma agitada del poeta

cuida la naturaleza que aquí lo abraza amorosa.

Lo terrible es que este lugar fue profanado. En enero de 1942, a orillas de este mismo lago, Heydrich -jefe de seguridad de las SS y responsable directo ante Himmler- presentó sus planes para el extermino nazi de los judíos. El demonio de Kleist quedó sobre este lugar y ya no se interesó más en los poetas, de ahora en adelante las charreteras y las botas iban a ser su destino.


1 comentario:

Anónimo dijo...

"talvez nuestro fracaso ayude a que al fin la gente se despierte"

Ernesto "Che" Guevara
(unas cuantas horas antes de ser ejecutado en Bolivia).