He venido notando con preocupación cómo el pueblo colombiano se va llenando de excusas para votar por el tirano. El principal argumento que esbozan es el de “No podemos dejar al país sumido en la anarquía ya que no hay un líder que continúe los logros que el presidente ha venido cosechando”. Ese temor -que viene desde las toldas del uribismo- ha venido cosechando un rotundo éxito. A mi me parece que no hay nada qué temer, porque cualquiera puede cosechar desempleos, fraudes, masacres, deserción en las universidades.
Hoy escuché en la noticias de Caracol que entre el año 2002 y el 2007 se perpetraron 500 masacres solamente en la Costa Atlántica colombiana. El escalofriante número no me causó tanta impresión como los comentarios que esta noticia suscitaba en la gente. La mayoría iba lanza en ristre contra Caracol acusándolos de guerrilleros porque hablaban mal de los paracos y por ende atacaban la integridad del presidente. Porque en mi país se ha vuelto una cualidad ser mafioso. Yo recuerdo en el año 2002 cuando Carlos Castaño publicó su libro, la opinión pública (La misma opinión pública que hace poco lloró los diez años de desaparición de Jaime Garzón) pidió que Carlos Castaño –jefe de las Autodefensas en ese entonces- fuera nuestro presidente. Unos cuantos meses después ocurrió algo peor: un ex senador pedido en extradición en 1992 por Estados Unidos, un exgobernador que creó milicias paramilitares en su departamento era elegido por una amplia mayoría como Presidente de Cocalombia.
Ocho años después los colombianos de bien -que son la mayoría- piden otra reelección, simple y llanamente porque “el colombiano de bien” es un vampiro sediento de sangre. Como es común en los diarios la mayoría de comentarios parecían escritos por chimpancés con síndrome de dawn, por ahí unos cuantos habían completado con éxito la primaria y entre esos leí el siguiente: “Si, que vivan los paras, berracos, gracias por salvarnos y hacer a los colombianos mas libres!”.
Muchos colombianos tienen las manos untadas de sangre. Y les gusta relamérselas, succionar la yugular, que de los hombres sólo quede el bagazo. No hay nada de qué sentirse orgulloso, como dice Jairo Melo, Colombia es prisión. Álvaro Uribe morirá en una mecedora en una de sus mesopotámicas fincas, rodeado de su familia y de sus eternos lameculos. Seguro la próstata se le inflamará y el castigo que tendrá será tener que orinar sangre pero sus exequias tendrán la pomposidad que sólo tienen los grandes hombres. Su imagen seguramente será divinizada, puesta en escapularios. En Colombia no se habla mal de los muertos. Nunca. Mientras llega ese maravilloso momento los colombianos de mal -que somos la minoría- tendremos que soportar su discurso de cura de pueblo y lo que es peor, soportar la alegría de los malditos colombianos de bien.
28 de octubre de 2009
23 de octubre de 2009
RIMBAUD O RAMBO
La culpa de que no me guste la poesía la tienen todos los poetas que conozco. Crecí en un medio de mierda donde todos los poetas eran borrachos y marihuaneros, ¡pajeros de mierda! Se reunían para bajarse un tanque de Alcohol antiséptico con Fresco Royal. Eran pobres como la miserable verga de un murciélago keniano. Apenas se tomaban ese menjurje agarraban las guitarras y empezaban a escupir sus versos. Yo era muy joven y estaba cansado de los idiotas del colegio y quería probar algo real, entonces me metí a un grupo de teatro y los descubrí. Se apeñuscan entre las grietas de esa ciudad. Casi siempre están solos o los acompañan unas mujeres que parecen ser un fantasma de su propio viaje de bazuco (o paco). Terminaban la noche agarrándose a puños entre ellos y no faltó el hijo de puta que trató de levantarme.
Por eso entendí que la literatura era una mierda de prosa y sobre todo de soledad. Matías siempre me recomienda grandes poetas que yo necesito leer si pretendo ser un escritor. Pero yo prefiero quedarme con mi mediocridad antes de recordar a esos vagabundos que quisieron mostrarme el camino.Y es una lástima porque sé que me pierdo algo impresionante. Yo me he asomado por sus rendijas y he visto cosas de Paul Celan que me provocan quedarme allí, pero al final me gana el asco. Entonces tengo que buscar la poesía en otro lado, en las cosas que veo o que leo. Entender que Sympathy for the Devil -de los Rolling Stones- podrían estar todas las imágenes del infierno que estoy buscando. Y en eso, amigos míos, en la consecución de imágenes ,no hay nada más poderoso que el cine y la música. A veces puedo notar toda una puta década en Rock it o en Milestones. La poesía que necesito la saco del jazz, todas las noches voy a esa mina y voy sacando todo lo que necesito de ella, todo el oro que me hace falta para vivir. Y ahora me dan ganas de parar de escribir sólo para escuchar a Theolonius Monk, la canción de la luna, parar un momento y buscarla en Youtube, ver cómo mueve los pies, todo como tan sacado de un puto sueño. De pronto el que lee a Pessoa siente lo mismo, pero a mí eso me está pasando con el Jazz, yo agarro la música y la estrangulo, que me de toda la poesía que no he leído.
Y sin embargo también los he envidiado, cuando los he visto hablar solos en las orillas del río Pamplonita. Perdidos en su delirio, inocentes que ya no le deben nada a nadie y yo quisiera ser por un rato así y dejar este trabajo que me pasa por encima, que me tritura sin clemencia. Son libres los hijueputas eso no puedo negarlo. A mí el jazz todavía no me da esa libertad, nada me dará esa libertad. Las novelas son laberintos, te encierran, te condenan a la neurosis a la paranoia y eso se intensifica con el tiempo. Yo quiero pelear todo el tiempo. Me fastidian la gente trabada recitando a la Dama de los Cabellos Ardientes. Todo me molesta y eso es porque no tengo los suficientes discos de jazz ni un Ipod para escucharlo. En cambio los poetas se paran en las esquinas a leerse la crueldad en Bernhard, sin embargo a mí me parece que el teatro de Bernhard tiene toda la poesía que yo necesito.
Es un espejismo, los poetas creen ser libres. Los que conozco unos snobs insoportables. Acá en Buenos Aires son snobs, en Colombia son indigentes. Incluso Juan Manuel Roca piensa como un indigente. Ninguno piensa en publicar, todos miran a ver la forma de arrancarle pancito al estado para llevárselos a sus diez mil hijos. Porque la poesía fortalece al espermatozoide, nada debe haber más emocionante que la carrera de millones de espermatozoides por la uretra de un poeta. Son fértiles, son como los campos de Ucrania con un espesor de tres metros de humus. Hasta Juan Manuel Roca es así. A William Ospina lo salvó Ursua.
Hay cosas de Rimbaud que me gustan. Baudelaire también, pero el conjunto me aburre, sobre todo cuando me lo recitan. Lo bueno de las novelas es que no se pueden recitar. Yo creo que por eso me gustan tanto. Ahora no estoy leyendo novela, me acerqué mucho al cuento gracias al terror y a las maravillosas ediciones de Valdemar. No me hace falta la poesía, para escribir si pero para leer no. El poeta es perezoso. No sé quién era el que leía libros a pedazos, creo que era Bernhard, sin embargo no lo creo, o talvez por leérselas a pedazos es que iba cada verano a Mallorca como cualquier vieja vienesa. Los poetas no leen, sólo viven. Un poeta no puede ser un novelista en cambio un buen novelista casi siempre es un poeta extraordinario.
Miles Davis no era un poeta era un músico. El jazz no tiene nada que ver con la escritura, es una cuestión de imagen. El mejor escritor de la historia no podría amarrarle los cordones a un músico o a un pintor verdadero. Eso sí, lo que yo debería hacer es ocuparme más del arte que no sé un carajo. Pero de la poesía no, para eso escucho las canciones de The Doors. Lo malo es que no sé inglés.
La culpa de todo la tienen los poetas que conocí. El único que era sobrio estaba embobado con el ajedrez. Tenía un libro viejo, grande y amarillento. Repasaba la partida entre Alejín y Capablanca, recuerdo sus nombres porque era lo único que murmuraba mientras movía las fichas. Yo iba los domingos a que me leyera las cartas pero se enfermó con el ajedrez y olvidó el tarot. Al final de la tarde me sacaba un libro de Esenin y me leía esos poemas largos y comprometidos. Sólo leía poesía y filosofía. No lo volví a ver. Menos mal que no conocí a ningún novelista, debe ser por eso que me terminó gustando tanto. Por eso y porque no se puede recitar.
19 de octubre de 2009
COLOMBIA, PAÍS DE TARTUFOS

Expresiones que van desde el “Indignante” hasta el típicamente racista y muy colombiano “A ese mico quien le dio velas en este entierro” llenaron los blogs y periódicos nacionales. Por supuesto, ya el alcalde de Manizales acaba de decir que no dejará que esta infiltración ideológico chavista y extranjera perturbe la paz de su ciudad. Desde mi faro puedo ver el humo que sale de la quema de CD’S y DVD’s que se tuestan en las esquinas de mi país. Esto no representará ninguna pérdida para el grupo porque en Colombia el 85 por ciento del material discográfico se compra en el San Andresito. En Colombia la piratería y la ilegalidad abundan.
Colombia es Pasión y también es Uribe. En esta nueva muestra de intolerancia noto que el pueblo ya se mimetizó con su gobernante. Todos hablan de la afrenta que sufrió el país como si fuera personal. Y nadie habla de los falsos positivos, de los hornos crematorios encontrados en la selva, de los 5 millones de desplazados, de los 38 mil muertos al año, del Agro Ingreso seguro, del desempleo, de los parapolíticos que ya están haciendo campaña para el congreso, de la recesión del juego macabro en que ha sometido este gobierno a los familiares de los secuestrados y de tantas otras cosas que los colombianos no quieren ver por estar pendientes de lo que hace Piedad Córdoba o Hugo Chávez, o ahora lo que hace un simple cantante.
Residente puede ponerse la camiseta que se le venga en gana, él no es más que una estrella del pop, como lo es Shakira o Juanes. La diferencia que tiene con ellos es que en vez de gustarle Luis Miguel a él le gusta Manu Chao y quiere ser como él. A mi me gustaría que se pareciera más a su paisano Héctor Lavoe pero él es un santo y con los santos no se juega. Para los colombianos Residente ya no es más un cantante puertorriqueño, ahora pertenece al bloque intelectual de las FARC.
Colombia no es Macondo, Colombia es el país que muestra Fernando Vallejo en su obra, por eso no pueden tener un presidente, necesitan un capataz, alguien que sea decente, que se eche la cruz antes de usar el machete.
Allá nos crían con el temor de Dios y de los padres. Para un colombiano lo más importante es quedar bien con el papá, ser el orgullo de la familia. Para nosotros la ciudad es algo nuevo y por eso es que el colombiano cuando sale del país empieza a decir que su terruño es el mejor vividero que hay, empieza a ver las calles sucias de cualquier ciudad, las mujeres son feas porque no tienen las tetas ni el culo de las colombianas, las ciudades son aburridas porque en las calles no se escucha vallenato ni corridos prohibidos, no hay nada con lo que pueda saciar su interminable sed de sangre.
Ahora Residente les acaba de dar otra excusa para odiar, para indignarse, para meterse el escapulario a la boca. Lástima que alguien de afuera cumpla el papel que tendría que cumplir alguien como Juanes o como Shakira, denunciar -así sea en unos premios de mierda- la barbarie que está ocurriendo en Colombia, tiene que ser “Un negro de porquería” el que venga a decirnos en una puta camiseta una verdad que en otro lugar daría vergüenza, pero que en mi país de vampiros alegra los corazones ya muertos.
18 de octubre de 2009
EXPOSICIÓN SOBRE MILES DAVIS EN PARÍS

En París acaban de inaugurar una exposición en honor a Miles Davis. En la Cité de la Musique, la muestra titulada We want Miles sigue la trayectoria personal y profesional del último gran genio del jazz desde su ciudad natal, East St-Louis, hasta su último concierto retrospectivo en La Villette, en París, tan sólo unas semanas antes de su muerte. Las colas se extienden por tres manzanas. La mayoría de los asistentes son gente mayor que, hasta hace poco, guardaba celosamente en sus cajones de madera apolillada fotos grasientas del rey del jazz; algunas, incluso, estaban autografiadas. Los franceses son egoístas y no les gusta compartir ni siquiera los recuerdos. Afortunadamente abrieron el museo y entonces ya pueden pasear con tranquilidad los recuerdos abanicándoselos a los viejos de los bares que salen cada noche a vociferar contra el rock.
El museo debe oler a muerto. A Miles siempre le gustaba tocar dándole la espalda al público. Jorge Mara me contó que lo vio en Copenhague hace cuarenta años tocando una y otra vez “Bye, bye blackbird”. Fue el primero a quien le chupó un huevo todo. Excepto su música. Creo que nunca vino a Buenos Aires, acá no saben apreciar la música negra, por eso el único músico de jazz que respetaron fue a Stan Getz. He escuchado a gente decir que Miles Davis no era sino un plagiador, que copiaba la música que le entregaban viejos chamanes. Miles es el jazz y su estilo de vida, no hay nada mas cool que él, creo que se inventa la palabra a partir de su imagen, de su voz. Cada vez que me siento a escribir pienso en él, en su voluntad de hierro. Antes de Michael Jackson, él fue el hombre que puso a los blancos a escuchar música negra. Un maestro que puso a tocar como a los dioses a John Coltrane, Herbie Hancock, Sonny Rollins o Keny Garreth. Y hay incautos que dicen que no quería a sus músicos, todavía recuerdo el verano de 1989, Miles, con su banda en el Olympia, daba unos cuantos compases como una locomotora a punto de arrancar y luego salía toda la fuerza de sus acompañantes, se les ofrecía a su público, les decía ‘miren, acá les dejo mi legado’.
El legado de Miles no es un museo. Los parisinos son especiales en eso de guardar cosas. Por eso cada vez hay menos mugre en las aceras de París. Sin embargo esta ciudad recibió con los brazos abiertos a todos estos músicos que por culpa del racismo no eran tomados en serio en Estados Unidos. A Satchmo (Louis Armstrong) lo querían porque era un negro bonachón que todo el tiempo se reía, un hombre que con sus ojos abiertos como dos huevos fritos hacía de bufón a toda la corte kukuxclaniana. Eso no le gustaba a Davis, mejor escupirles el talento en la cara a esta partida de blancos fofos e idiotas. Vomitarles los demonios, dejarlos agonizar en la rudeza del asfalto. Los blancos no pueden asimilar que sea negra la música clásica del siglo XX. París fue el refugio para Charlie Parker, para Coltrane, para Davis. Theolonious Monk tenía a Nueva York, Miles no, Miles sólo en París se sintió tranquilo, allí lo entendieron.
Los parisinos le devuelven el cariño en forma de museo. No hay nada más aburrido que un museo, un montón de cosas muertas. Los pedazos de Miles no están allí, se dispersan cada vez que de una bocina salen sus acordes, entonces la imagen de Miles se mete en cada una de las moléculas de mi habitación. A veces lo veo fumándose un cigarrillo en la oscuridad. Miles Davis se supo mutar cuando la época se lo exigía, fue como Beethoven, como Los Rolling Stones. Hoy en día tendría 83 años y tal vez tres hits en el Billboard. A todo el mundo le gustaba, fue el primer artista negro en convocar 53 mil personas en un estadio. Era un demiurgo, pero se fue. Su música es una puerta a su cabeza, al mundo Davis, un mundo donde -desde sus ventanas- se ve el brillo de una ciudad ardiendo.
El museo debe oler a muerto. A Miles siempre le gustaba tocar dándole la espalda al público. Jorge Mara me contó que lo vio en Copenhague hace cuarenta años tocando una y otra vez “Bye, bye blackbird”. Fue el primero a quien le chupó un huevo todo. Excepto su música. Creo que nunca vino a Buenos Aires, acá no saben apreciar la música negra, por eso el único músico de jazz que respetaron fue a Stan Getz. He escuchado a gente decir que Miles Davis no era sino un plagiador, que copiaba la música que le entregaban viejos chamanes. Miles es el jazz y su estilo de vida, no hay nada mas cool que él, creo que se inventa la palabra a partir de su imagen, de su voz. Cada vez que me siento a escribir pienso en él, en su voluntad de hierro. Antes de Michael Jackson, él fue el hombre que puso a los blancos a escuchar música negra. Un maestro que puso a tocar como a los dioses a John Coltrane, Herbie Hancock, Sonny Rollins o Keny Garreth. Y hay incautos que dicen que no quería a sus músicos, todavía recuerdo el verano de 1989, Miles, con su banda en el Olympia, daba unos cuantos compases como una locomotora a punto de arrancar y luego salía toda la fuerza de sus acompañantes, se les ofrecía a su público, les decía ‘miren, acá les dejo mi legado’.
El legado de Miles no es un museo. Los parisinos son especiales en eso de guardar cosas. Por eso cada vez hay menos mugre en las aceras de París. Sin embargo esta ciudad recibió con los brazos abiertos a todos estos músicos que por culpa del racismo no eran tomados en serio en Estados Unidos. A Satchmo (Louis Armstrong) lo querían porque era un negro bonachón que todo el tiempo se reía, un hombre que con sus ojos abiertos como dos huevos fritos hacía de bufón a toda la corte kukuxclaniana. Eso no le gustaba a Davis, mejor escupirles el talento en la cara a esta partida de blancos fofos e idiotas. Vomitarles los demonios, dejarlos agonizar en la rudeza del asfalto. Los blancos no pueden asimilar que sea negra la música clásica del siglo XX. París fue el refugio para Charlie Parker, para Coltrane, para Davis. Theolonious Monk tenía a Nueva York, Miles no, Miles sólo en París se sintió tranquilo, allí lo entendieron.
Los parisinos le devuelven el cariño en forma de museo. No hay nada más aburrido que un museo, un montón de cosas muertas. Los pedazos de Miles no están allí, se dispersan cada vez que de una bocina salen sus acordes, entonces la imagen de Miles se mete en cada una de las moléculas de mi habitación. A veces lo veo fumándose un cigarrillo en la oscuridad. Miles Davis se supo mutar cuando la época se lo exigía, fue como Beethoven, como Los Rolling Stones. Hoy en día tendría 83 años y tal vez tres hits en el Billboard. A todo el mundo le gustaba, fue el primer artista negro en convocar 53 mil personas en un estadio. Era un demiurgo, pero se fue. Su música es una puerta a su cabeza, al mundo Davis, un mundo donde -desde sus ventanas- se ve el brillo de una ciudad ardiendo.
14 de octubre de 2009
LA DESPEDIDA (por ahora) DE LOS FABULOSOS CALAVERA!
El comienzo de la tarde del lunes 10 de Octubre parecía un concierto en Bogotá, al final de Rock al Parque. A mi alrededor todos hablaban colombiano, eso es frecuente en Buenos Aires, cada vez somos más. Pero viendo el cielo despejado no parecía Bogotá. Siempre llueve el último día del Rock al parque. Después empezaron a llegar argentinos con todo su ruido, sus banderitas y volvió a ser Buenos Aires, la cuna del mejor grupo de ska en español de todos los tiempos.
Dicen que el del lunes fue el último concierto de los Cadillacs. El mismo Vicentico lo dejó entrever cuando insistía en darnos las gracias por estar allí y que si no nos volvíamos a ver nos agradecía tantos años de seguimiento. Si es así buscaron un lugar discreto, el Club Ciudad, para realizar un concierto benéfico acompañado por dos bandas que me importaban poco (Los Pericos y NTVG -No te va a gustar) ya que sólo quería que se acabara la tarde para verlos tocar.
Dicen que el del lunes fue el último concierto de los Cadillacs. El mismo Vicentico lo dejó entrever cuando insistía en darnos las gracias por estar allí y que si no nos volvíamos a ver nos agradecía tantos años de seguimiento. Si es así buscaron un lugar discreto, el Club Ciudad, para realizar un concierto benéfico acompañado por dos bandas que me importaban poco (Los Pericos y NTVG -No te va a gustar) ya que sólo quería que se acabara la tarde para verlos tocar.
Abrieron con una versión bastante fiel de El león, sin grandes riesgos pero impecable. El público estalló. En esas dos horas Los Cadillacs volvieron a ser Los Fabulosos Calavera, con un Flavio inspiradísimo, un Vicentico imponente y un Sergio Rotman magistral. Toda la fuerza del conurbano en cinco chabones, con toda la gracia y el desparpajo que le han dado los años. Esta es una banda que ha tocado con Blondie y que tambien supieron tocar Sopa de Caracol en primeras comuniones de gorditos, es una banda atípica en el panorama musical argentino porque son alegres sin parecer ridículos, son comprometidos sin parecer mamertos. Hoy en día, en el mundo snob, que te gusten los Cadillacs quiere decir que estas “fuera de onda”, porque “los Cadillacs ya fueron ¡boludo!”. En épocas donde todo se diluye por obra y gracia de los blogs, donde la canción que tenga más de 48 horas debe ser removida por la última mezcla de sonidos que hizo alguien en Shangai, es reconfortante escuchar a esta banda, verlos joder en el escenario sin tomarse en serio.
Con el concierto de anoche, Los Cadillacs dieron por finalizada oficialmente esta etapa, que comenzó en julio de 2008 con un mini concierto como anticipo de la gira, gratis y en el Planetario, el cual pude ver de pura casualidad mientras viajaba en el Colectivo 130. Cuando los oí y vi a través de la ventana salí corriendo adelante a rogarle al conductor que me dejara salir, fue tanta mi insistencia y mi desespero que me dejó salir a pesar de que no había una parada cerca.
Al grupo se le notó la alegría de volver a tocar, de sentirse cobijado por veinte mil personas que corearon sus canciones. No cayeron en la tentación de llenarnos sólo con su nueva producción La luz del ritmo sino que recorrieron toda su discografía. Lo único que no me gustó fue el lunes festivo día porque si esto hubiera sido un sábado en la noche me escurro entre las botellas hasta la mañana siguiente. Es una lástima que esto no me hubiera pasado diez años atrás, sin embargo nunca es tarde para desahogar una pasión.
(Fotos: Juliana Ospina)
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