22 de noviembre de 2011

NO LE TEMAS A LA OSCURIDAD. Los duendes no existen

Cuando llega una película de terror a cartelera uno entra con la esperanza de que va a salir con el corazón en la boca, de que el pulso va a explotar y en las noches vas a tener que envolverte hasta la cabeza con el cubre lecho que ha comprado tu mami para ti. Pero cada nueva película de terror no es más que una decepción. Desde Los otros, del otrora cineasta Alejandro Amenábar no vivimos un momento de miedo real. A mí en lo particular me sucede que esos muñecos hechos por computador me resultan irreales y de entrada lo irreal y tangible no me da miedo.
Al hablar de irrealidad me refiero a todos esos monstruos realizados por un niño tonto con la computadora del Papá, ingenieros brillantes que chuparon del mas puro y hermoso gore para venir a traernos sus disquisiciones demoniacas. En No le temas a la oscuridad el nombre de Guillermo del Toro no le aporta a la película la dosis necesaria de imaginación que le falta a un género que lamentablemente se seca como un río en verano.
Y eso que los primeros minutos daban para esperanzarse. Esa mansión lúgubre, ese ambiente victoriano, los sótanos, las puertas que se abren a pasadizos secretos y la presión maligna de hiperactivos duendes. La narrativa se abría a un cuento de Arthur Machen donde hadas y duendes se entrelazarían en fiera lucha por obtener un pedazo de la tierna carne de un niño. Lamentablemente nunca se pudo hacer dentro del filme una atmósfera adecuada para que sus personajes pudieran caminar en los oscuros recovecos de esa casa maldita y sin la atmósfera adecuada lamentablemente no puede haber una historia de terror que te atenace.
Si tienes una mansión antigua y gigante lo mejor que puedes hacer con ella es convertirla en la protagonista de la historia. Usar a uno de los personajes para que nos vaya mostrando el lugar, sus cuadros enigmáticos, sus sótanos lúgubres, pero no, solo vemos la antesala y dos de sus cuartos. Un ejemplo magnífico de como se convierte un espacio en el protagonista principal de la historia es lo que hizo Kubrick en el resplandor. El niño en su triciclo nos va mostrando los pasillos de ese hotel infernal y sobre todo nos muestra lo solo que está ese niño en esa enorme construcción perdida en las montañas. Nada de eso sucede acá. No tiene nada de mal recurrir al cliché a la hora de asustarnos. Los elementos son los mismos que usaba Hoffman en sus cuentos, casas grandes, rincones oscuros, viejos perversos y cosas que se mueven en medio de tus sábanas. Pero cuando no sabes usar los recursos no puedes aspirar no solo a hacer una gran película sino a que él espectador pueda comerse sus palomitas de maíz en paz.
Lo anterior es imperdonable que te pase en un filme de terror. Que mires inquieto el reloj para ver a que horas se van a encender las luces, no para que el horror deje de sofocarte sino porque tienes algo mejor que hacer cuando llegues a tu casa. Nada funciona, Guy Pearce otra vez demostrando que sus trabajos en Memento y en L.A. Confidential fueron mera casualidad. Es incapaz de definir su personaje a veces es diseñador de interiores en otras restaurador de arte y en sus ratos libres hace de papá. La relación con su hija es de lo más incongruente que hemos visto en los últimos años. Al principio pareciera que la quiere recuperar a como de lugar y después lo vemos como un padre despótico e injusto, al final le vuelve el amor. Esta es una de las debilidades más notorias del guión, la incapacidad que tuvo para darle vida a los personajes. Katie Holmes está estampillada en la pantalla haciendo lo que sabe hacer que es más bien poco. Una madrastra que quiere ganarse el corazón de la niña pero que no sabe cómo hacerlo. Esto ya de entrada podría ser la premisa de una buena película. Usar un Macguffin y que los duendes sean lo menos importante, que sean solo una excusa para mostrarnos estas escenas de familias disfuncionales, los duendes como una metáfora de lo que sucede con el padre, la madrastra y la niña. Pero existen exigencias queridos míos y en el cine de nuestros días está terminantemente prohibido hablar sobre seres humanos.
Entonces asistimos a la creación de Troy Nixey, esos malditos duendes que resultan ridículos, pequeños gremlins jorobados, rostros robados de cualquier parte (Me pareció que uno era idéntico al Perro más feo del mundo), la relación de la niña con los duendes es algo extraña, primero la necesidad que tiene de sacarlos, el hecho de que no le de miedo y tal y después la histeria, el miedo terrible un miedo que sin embargo no le impide tomar baños de tina cuando la casa está prácticamente sola.
La película puede ser una buena terapia para todos aquellos que creen vivir en una casa atestada de duendes. Después de ver los que habitan en esta mansión comprobarán que no existen, que solo es una creación de la mente de un imbécil llamado Troy Nixey.

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