12 de febrero de 2013

RUMBO AL OSCAR 2013. THE MASTER de Paul Thomas Anderson


Leyendo las críticas que ha despertado The master  siento que me estoy perdiendo de algo. La gran mayoría habla de una obra maestra más dentro de la admiradísima carrera de “El único genio activo dentro del cine norteamericano”. Lamentablemente nunca he dejado de aburrirme cada vez que Paul Thomas Anderson estrena una de sus películas. Hay aspectos de innegable maestría, la fotografía es francamente portentosa, la música del Radio Head Jonny Greenwood es un personaje más, perfecta, oportuna, sublime. Las actuaciones de Joaquin Phoenix y de Philip Seymour Hoffman son impecables así el primero en algunos momentos recurra a su acostumbrada exageración.


Con todos estos aciertos uno podría decir que está ante una obra maestra absoluta, de esas que tanto le hacen falta al cine norteamericano contemporáneo. Nada más lejos que eso. Otra vez Anderson vuelve a sucumbir a su perfeccionismo vacío, distante. Desprecia de plano una historia que todos quisiéramos conocer, la de cómo empezó la ahora poderosa secta de la cienciología. Las primeras dos horas (Ya es demasiado decir las primeras dos horas) creemos que estamos metidos de lleno en las dudas, los miedos, las histerias de un farsante, de un hombre como Lancaster Dodd que se autodenomina “Filósofo, físico nuclear, matemático, poeta, sicólogo, sociólogo” y que como todos los fundadores de sectas, incluido el jerosolimitano, no es más que un embaucador, alguien que pretende resolverle la vida a una partida de tontos. Para demostrar que está en lo cierto toma a un veterano de guerra Freddie Quell, un vagabundo alcohólico, camorrista profesional, un hombre al borde de la locura, un desadaptado sin familia, sin nadie que lo quiera, que lo acepte como un semejante.

Pero ninguno de los métodos implementados por Lancaster funcionan. Lo único que lo puede calmar es pensar en una mujer, en esa mujer gigante de arena que sus compañeros de guerra hicieron para calmar las ganas. No hay locura que no pueda arreglar el amor, el contacto de unas manos suaves, pequeñas, de uñas pintadas. Estamos esperando que Freddie cambie pero eso nunca va a ocurrir. En un noventa por ciento la terapia es una mentira, siempre es una pérdida de tiempo.


El segundo libro de Lancaster Dodd se contradice, según su editor no es más que basura. Si un adepto va y le dice que no entiende algo el fundador de la secta seguramente se pondrá histérico, gritará y te ofenderá. Nunca va a argumentarte con fundamentos, simple y llanamente porque no los tiene. Uno de los grandes aciertos de Anderson es que nos haga dudar, en la primera hora crees que el director es un iniciado y está haciendo un panegírico a la religión que ha captado la atención de imbéciles de la talla de Tom Cruise o Andrés López. Poco a poco empezarás a desilusionarte de ese hombre que se atreve a decir que vivimos vidas heredadas por extraterrestres. Te das cuenta que es mentira que sigue un método científico, que va improvisando por el camino y que no es más que alguien que está aprovechándose del dolor que generó en la civilización occidental el descubrimiento del horror después de la Segunda Guerra Mundial.


Hubiera sido una gran película si Paul Thomas Anderson en el último tercio no se hubiera acordado que es un genio y que como tal no debe dar certezas sino formular acertijos. Al final renuncia por completo a seguir mostrándonos como hizo Lancaster Dodd para hacerse fuerte en Inglaterra cuando ya en Estados Unidos lo calificaban como un farsante. No, Anderson decide irse con el personaje de Phoenix y mostrarnos en él el gran fracaso de la secta, una decisión que puede ser magistral, pero que a mí en lo particular no me gustó. La inteligencia casi siempre es fría y por eso la desprecio.

En un año repleto de bodrios nominados por la academia The Master es junto con Amour dos excepciones. He de reconocer que siempre que me siento a ver una película de Anderson lo hago predispuesto a aburrirme por más de dos horas, a recibir a juro lecciones de fotografía, de música, de encuadres, de alguien que a sus 42 años sigue con desesperación la idea de conseguir entrar en el terreno de los grandes. En mi humilde opinión ha fracasado de nuevo, o mejor ha vuelto a triunfar volviendo a aburrir a su fiel y cultísimo público.

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