21 de febrero de 2013

RUMBO AL OSCAR. LOS MISERABLES DE Tom Hooper. Lástima que sea un musical.


De entrada les digo: No me gustan ni me gustarán La ópera ni los musicales. De la edad de oro rescato todo lo que hizo Gene Kelly y eso porque me distraía su maravilloso baile. Pero cuando no hay coreografías simple y llanamente no entiendo por qué se tiene que cantar. La gente no canta, la gente habla. Esto genera un problema dramático que a mi juicio es insalvable, no le creemos al que expresa una emoción cantando, menos cuando este está expresando tristeza. Los musicales no deben ser tristes, los grandes musicales están hechos para cantarle a la vida.


Cuando supe a mediados de los noventa que Broadway iba a hacer un montaje de Los miserables con Ricky Martin haciendo de Mario no pude hacer otra cosa que sentir desprecio. La epopeya de Victor Hugo iba a ser reducida a una ópera pop cualquiera. El filme de Tom Hooper es una adaptación de ese musical y no de esa obra maestra indiscutible.

Los críticos que han visto el musical han hablado del maravilloso trabajo del director de El discurso del rey en su adaptación cinematográfica. Sus atributos a nivel visual son innegables. Una monumental dirección de arte, unas actuaciones arrolladoras (así estén cantando) hablan sin duda de una película perfectamente realizada.

Los miserables es una experiencia visual que el cinéfilo va a disfrutar sin ninguna duda, la actuación de Anne Hathaway como Fantine es antológica. La ex chica Disney se ha graduado como actriz y va a ser muy probablemente el próximo domingo la rival a vencer en los premios de la academia. Al igual que ella Hugh Jackman consigue uno de los mejores Jean Valjean que recuerde la pantalla grande, a su lado Liam Nesson no es más que un payaso de circo. Samanta Barks como Eponina consigue en algún momento ponernos los pelos de punta. Pero lo más destacado es a mi juicio el tándem que conforman los Thenardier, encarnados por Sasha Baron Coen y Helena Bonham Carter. Que graciosos, picantes e intensos que están. Sus actuaciones se asemejan a las que tenían los actores de voudevill a mediados del siglo XIX. Los que hablamos de economía gestual en el cine quedamos en ridículo porque lo que hacen Borat y la chica Burton es pura exageración. Y funciona, claro que sí.


El punto más débil del casting fue la escogencia de Mario y Cossete. No logramos prendarnos de esta pareja y es más, no entendemos de dónde ha salido tanto amor si apenas se han mirado un par de veces no más. Que Amanda Seyfried resulte por completo inexpresiva demuestra que su ascendente carrera no es más que otro de los caprichos de Hollywood, lo que si está muy por debajo de las expectativas es la actuación del británico Eddie Reydmare quien me había sorprendido en Mi semana con Marilyn pero acá demuestra ser muy poca cosa para encarnar ese héroe revolucionario que es Mario. Con todo debe haberlo mucho mejor que Ricky Martin quince años atrás.

Lamentablemente su excesiva duración (2 horas y media) hacen que la butaca se estreche, que en algunos momentos aparezcan los temidos bostezos, que la apoteosis de la revolución no sea el climax orgásmico que todos esperamos. Todo porque es un musical y los musicales en muy pocas excepciones son aburridos, artificiosos, sin gracia.
Pero ojo, les está hablando alguien que detesta los musicales. De todas las películas realizadas este año esta fue la mejor filmada, la mejor dirigida, la más difícil de hacer, y tan sólo La vida de Pi puede competirle en su belleza visual. Podría ser la única producción que le dispute mano a mano el Óscar a Argo. Puede ser la sorpresa. Obligatorio verla en cine, no se conformen con la horrible versión que se consigue en internet.

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