Andaba contento, era
su cumpleaños y como mandaba la tradición que él mismo había impuesto había que
hacer una fiesta. Invitó a sus ministros, a todos esos títeres que humillaba en
sus cenas, a las mujeres con las que pasaba sus noches en vela, a su hija
Svetlana que a los 28 años ya llevaba encima tres matrimonios y se sentía
irremediablemente una solterona.
El anciano estaba animado, quería bailar.
El Dictador y su hija
Ya había obligado
a sus hombres de confianza a que danzaran. A Jrushchov esto le molestaba
profundamente. Era demasiado grueso y su aspecto bailando eran tan ridículo
como el de una vaca patinando en hielo. Sin embargo ahí estaba con Beria y
otros hombres del politburó. Todos con miedo de que los rumores que circulaban
por el Kremlin fueran verdad. Siempre había rumores de purgas pero Pravda últimamente había estado
insistente; dentro de poco se destaparía una olla podrida donde caería más de
una cabeza que hasta el momento se suponía intocable.
Entonces lo mejor era bailar hasta que se te rompieran los
zapatos. No era un buen momento para contradecir al supremo. El dictador a
pesar de sus dolencias le pidió a Svetlana una pieza, ella se negó, el jefe no
soportaba el rechazo, sobre todo delante de sus subalternos y perpetrado por su
propia hija, así que en tono de chanza la agarró del pelo y la arrastró hasta
el centro del salón, allí con suavidad le tomó las manos como si ya fuera a
empezar la danza pero Svetlana con los ojos arrasados en lágrimas se fue
corriendo a encerrarse en su cuarto como lo había hecho su madre veinte años
antes, solo que ella no tomaría la decisión extrema de dispararse una bala en
el corazón.
Stalin Embalsamado
Los subalternos apenados por la escena que presenciaron se
hicieron los de la vista gorda y continuaron con la farsa. Si el jefe estaba
feliz pues lo ideal era no amargarle el rato. Estar ya en su dacha era todo un
logro. Una vez al mes Stalin acostumbraba a celebrar una comida. Invitaba a la
gente que consideraba más cercana. No ser invitado constituía tener la certeza
de que se había caído en desgracia con el dictador, pero recibir la invitación
equivalía a noches de preparación sicológica para lo que iba a sobrevenir en
esa cena. Por lo general Iosef no servía vino sino vodka ya que es
más efectivo a la hora de soltar la lengua. Le ordenaba a sus cocineros que
fueran generosos con la cantidad de pimienta repartida en cada plato, esto
pondría a sus ministros de un ánimo todavía mas crispado. Sin duda disfrutaba
ver a todos esos pobres diablos asustados en sus mesas, pensando cada palabra
que tenían que decir. Al cabo de dos copas los unos culpaban a los otros.
Stalin estaba ahí, más que divertido y cuando empezaba a aburrirse su mirada se
centraba en el escote de la esposa de alguno de los ministros. Muchas veces se
retiraba sin avisar a su cuarto llevando de la mano a cualquiera de ellas. Los ministros tenían que ahogar sus penas con vodka.
Culto a Stalin
Pero en esa noche de invierno de 1953 Stalin ya no tenía el
vigor de antaño. Ordenó poco antes del amanecer que dieran por concluido el
baile. Cuando se retiró el último de los invitados dio indicaciones expresas de
que no quería ser molestado por nadie hasta que él lo indicara. El día que se
avecinaba iba a ser usado solamente para descansar. Ser el rector absoluto de
los destinos de una potencia como la Unión Soviética tenía un desgaste que
evidentemente estaba empezando a sentir.
Antes del mediodía tenía la costumbre de tomarse una taza de
té con una rodaja de Limón. Los soldados que custodiaban la dasha comenzaron a
inquietarse cuando vieron que pasaban las horas y el supremo no cumplía con su
rutina. A las seis de la tarde la casa respiró aliviada cuando vieron que desde
su cuarto se encendía una luz. Esperaron varios minutos a que se escucharan los
pasos del líder bajar por las escaleras. Pero nada de eso ocurrió. Poco antes
de las once de la noche se tomó una determinación; había que llamar a sus
colaboradores más cercanos.
Stalin era presa de su propio invento; la concentración
absoluta del poder. Nadie podía tomar una decisión ya que sus órdenes eran de
hierro, si había dicho que nadie podía molestarlo al otro día esto se tenía que
seguir a rajatabla. Beria fue el primero en llegar, lo siguió Malenkov y poco
después Nikita Jrushchov. Cuando se reunieron los tres tomaron la decisión de
entrar en la habitación. Lo que vieron fue una imagen que los horrorizó. En el
piso estaba el dictador entre un charco de orines y mierda. El ataque había
ocurrido a las seis de la tarde justo en el momento en que los soldados vieron cómo
se encendía la lámpara. A pesar de que estaba inconsciente y que su vómito
incesante de sangre revelaban la gravedad de su estado nadie tomó la decisión
de llamar un médico. Se encerraron en el cuarto deliberando que hacer. El que
tomara el teléfono para pedir un médico podía correr el riesgo de que cuando se
despertara el dictador fuera condenado a muerte por tomar decisiones en
ausencia del líder. Además los cuatro que estuvieron en ese cuarto tenían la
presión de una purga inminente.
Nikita y Fidel
Lo dejaron agonizar y solo hasta las seis de la mañana
llamaron a un médico. El problema es que los mejores especialistas del país
estaban encerrados en cárceles acusados recientemente de una conspiración para
acabar con la vida del líder. Mandaron emisarios hasta las prisiones para
preguntarle qué extraña enfermedad había azotado al supremo. Hablaron de un
extraño síndrome el Cheynes- Stokes que atacaba directamente el sistema
respiratorio.
Iosef Stalin moriría 24 horas después de tener el ataque. Empezaría
la disputa por el poder que coronaría a Nikita y condenaría a Bería. Se ordenó embalsamar
el cuerpo y ponerlo al lado del otro padre de la revolución, Vladimir Lenin. Pocos
años después Jrushchov encontraría la venganza
a ser obligado a bailar como una osa embarazada patinando en el hielo, a
ser tratado como lo que era, un campesino inculto y ebrio. En medio de una
reunión del partido denunció al mundo los crímenes del stalinismo. Ordenó, como
máximo dirigente de la Unión Soviética, desmontar el culto a Stalin. Su cadáver
fue sacado del panteón de Lenin y fue enterrado afuera del Kremlin.
Sin saberlo Nikita Jrushchov le ponía los clavos al ataúd
del sueño soviético. No se puede sostener un imperio sin el culto al héroe. A falta
de Dios el pueblo tenía a Stalin pero ahora no tenía más que un libro gigante,
espeso, infumable escrito por un alemán. Después de Stalin ya no había nada en
que creer dentro del inabarcable territorio de la Unión Soviética.
1 comentario:
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