En los primeros 45 minutos crees que estás ante el despegue
definitivo del Cine Colombiano. Todo parece funcionar, el aeropuerto lleno de
aviones viejos, los trajes, el diseño de arte. La escena de la familia reunida
en torno al proyector es antológica. Sobre la pared vemos a los fantasmas del
pasado, el tío ateo, el escritor suicida, las monjas y otro tío de la familia
que se parece muchísimo a Luis Ospina. Está el contexto histórico, la terrible
explosión de Cali ocurrida un 6 de agosto de 1956 cuando por “accidente”
explotaron 1053 cajas de dinamita dejando más de 1500 muertos y que la historia
oficial a borrado de un solo plumazo. Mayolo fue testigo de esa tragedia e
incluso en sus memorias dice que su casa terminó afectada. Poncho, su amigo de
toda la vida también vivió la explosión. Todo eso está puesto sobre la
narración de la película sin que se recargue o empalague.
Incluso podemos aceptar ver a esos terratenientes
despiadados de los Velasco pagarle a los pájaros para que asesinen campesinos,
les corten las orejas y apoderarse de sus tierras. Desde el principio, con el
monólogo de la vieja agonizando podemos sospechar lo del incesto, hecho que
corroboramos con la excesiva ternura que despliegan David Guerrero y Adriana
Herran. Podemos parar un momento y enumerar entonces los temas que ha tratado
la película en su primera mitad: Explosión de Cali, Terratenientes despiadados,
Incesto, Descomposición familiar, creación de las temibles bandas de Pájaros. Son
cinco temas en menos de cuarenta y cinco minutos sin que ninguno se desborde. Eso
revela que detrás de la cámara hay un director de pulso firme, un tipo que
parece tener claro la historia que va a contar, que conoce muy bien sus
limitaciones.
Toleramos las torpes actuaciones, los fallos técnicos, el
sonido infame, toleramos todo menos cuando dentro de la cabeza de Carlos Mayolo
retumba el peor de los defectos del grupo de Cali: las seudofascinaciones. Sabemos
que la película es de un cinéfilo porque está dedicada a Roger Corman y a Roman
Polansky. Hay escenas como en la explosión cuando la familia huye del horror y
todo se pone rojo que recuerda a la primera película del director polaco en
Inglaterra, Repulsión. Hay escenas
que no recuerdan a nada sino que son originales, cargadas de una potencia única
como la de los dos adolescentes volando en el columpio. Pero cuando aparece
Luis Ospina con la boca llena de sangre, la abuela en silla de ruedas y el
viejo fantasma del general mirando a los dos hermanos cometer incesto empezamos
a ver que la maldita cinefilia se ha metido dentro de la película como la broma
comiéndose un barco. Ya nada podrá salvarla del naufragio.
Se convierte entonces en una extraña mezcla de El fantasma de la libertad y Sangre para Drácula con tintes de La noche de los muertos vivientes. Todo eso
para mostrar lo inteligente que ellos eran, todo el cine que veían, lo
importante que era Poe para el grupo. Todo se cae como un castillo de naipes.
Esto ocurrió unos años antes con la opera prima de Luis Ospina Pura Sangre, unos primeros minutos
arrolladores para después convertirse en una miserable copia de Ciudadano Kane.
Los primeros cristianos murieron por preservar el nombre de
cristo, los caicedianos se mueren de sus propias seudadas. Se tenía que
demostrar la cultura, el rock, la cinefilia para ser un man bien, si me
entiende…
En un país sin
imágenes Carlos Mayolo tenía el talento, la perseverancia, la salud que puede
necesitar un director para hacer una gran película. Sin embargo no lo pudo
cuajar, en parte porque en esa época, 1983 cuando era tan difícil hacer cine en
este país en la opera prima de cada director este tenía la necesidad de
contarlo todo. Contar sus obsesiones, su vida, la situación del país, la
denuncia, la música, el cine que veían. Mayolo lamentablemente cayó en esa
trampa. Tres años después haría La
mansión de la Araucaima y ahí si podíamos ver la obra de un autor maduro,
en esa adaptación de la novela de Mutis podemos ver una atmósfera propia, lo
que se conoció en los ochenta como el Gótico Tropical.
Carne de tu carne es
una obra digna, con planos memorables, la película de un hombre que conocía el
oficio, que amaba el cine. Lamentablemente por la necesidad de la cita
constante y de demostrar todo el tiempo el amor al horror que tanto profesó el
grupo por culpa del suicida, Mayolo cayó en la trampa y echó por tierra lo que
seguramente iba a ser nuestra primera gran película.
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